Propuestas de València per l´Aire a las candidaturas al Ayuntamiento de València:
“Tomemos en serio la contaminación del aire y la emergencia climática”
Cinco propuestas para conseguir 35% menos coches y más aire saludable para Valencia y su zona metropolitana en la próxima legislatura
Cada día hay aproximadamente dos millones y medio de movimientos de coches, camiones, furgonetas y motos en la ciudad de València. Cada año en València miles de personas mueren prematuramente y centenares de miles sufren secuelas sanitarias por culpa de la contaminación tóxica de este modelo de movilidad dominado por el coche particular. 70% de estos vehículos proceden de los municipios de la zona metropolitana de Valencia que penetran en la capital valenciana cada día. Son positivas las pequeñas reducciones de la densidad del tráfico en la ciudad de València de los últimos dos años de alrededor de 2% (aunque se ha aumentado esta legislatura las emisiones contaminantes totales de vehículos en la zona metropolitana) pero están muy distantes de ser suficientes para mejorar la salud pública de la ciudad y sus alrededores y muy insuficientes para reducir las emisiones climáticas. Un aire más saludable exige reducir el tráfico entre el 30% y el 50% en València y su zona metropolitana.
Hay una obvia necesidad de mejorar el transporte público metropolitano mediante un “billete único”, mayores frecuencias y más lineas de trenes de cercanías, bús, metro y tranvía. Pero no basta con mejorar la oferta de transporte público para conseguir un aire más saludable. En cambio, las numerosas experiencias exitosas en otras ciudades europeas muestran que existen medidas solventes capaces de reducir radicalmente la circulación de coches particulares para mejorar sustancialmente la calidad el aire urbano y la salud de los valencianos. Así podemos tener un aire más saludable en Valencia con una reducción de al menos 30% del número de vehículos circulando en la ciudad y la zona metropolitana en los próximos 4 años.
1. El cobro de una “tasa de aire limpio” de 5 euros a cada coche que entra en la ciudad de València. Quedarían exentos los vehículos con 3 o más personas. La recaudación se destinaría unicamente a la mejora y la subvención del transporte público.
2. Suprimir las miles plazas de aparcamiento gratuitas de todas la instituciones públicas valencianas en universidades, institutos secundarios, consellerias, hospitales, institutos de investigación, instalaciones municipales, equipamientos deportivos y culturales.
3. Convertir todas las plazas de aparcamiento en superficie en aparcamiento preferente para residentes (zona verde)en la ciudad de València. Los solares habilitados para el aparcamiento también serán convertidos en plazas reservadas exclusivamente para residentes.
4. La creación de carriles VAO (vehículos de alta ocupación) en todas las autovías de entrada y de circunvalación para incentivar a los coches compartidos y el transporte público.
5. La reducción de la alta contaminación producida por el reparto de mercancías mediante la creación de centros de distribución ecológica. Estos centros facilitarían el posterior reparto al cliente dentro de las vias interiores de València se realizará con vehículos de pequeño tamaño y cero emisiones como puede ser triciclos, bicicletas o furgonetas con motor eléctrico. Los vehículos de reparto ecológicos tendrían un horario permitido más amplio. Actualmente los camiones y las furgonetas de reparto que suelen ser de diésel constituyen hasta el 20% del tráfico y hasta el 40% de la contaminación del aire en el centro de ciudades como València.
Ante una emergencia hay que tomar medidas valientes. Hasta ahora no se ha hecho prácticamente nada. Porque hay que aceptar que un poco de eficiencia y modernización no bastan. En València es peor aún: se siguen aprobando obras y proyectos que empeoran la situación climática.No nos damos cuenta que es más urgente reducir las cosas malas anti-clima que hacer las cosas buenas más “limpias” que no suelen sustituir sino sumarse al status quo. Si nos limitamos al cambio de tecnologías y la eficiencia no haremos nada y seguiremos fomentando el colapso. Es totalmente inútil tratar los problemas al final de la tubería (solo mediante medidas de reciclaje, depuración y eficiencia) mientras empeoramos todos los indicadores de volúmenes totales de consumo extractivo material, urbanismo, obras, turismo, ganadería, agricultura, agua, transporte y todo lo que representa energia. Según un estudio reciente de la ONU la mitad de las emisiones de CO2 y 80% de la destrucción de la biodiversidad proceden de la industria extractiva (minería, agricultura, madera de cualquier punto del mundo), o sea el consumo, y no de la quema directa de los combustibles fósiles del transporte, calefacción o la industria.
¿Qué hacer en Valencia?
1. Frenar la expansión urbanística de docenas miles de nuevas viviendas, que no responden a una ningunanecesidad social sino una demanda financiera de los bancos e inversores. Esta expansión urbanística representa una gran barrera para alcanzar unos objetivos climáticos ambiciosos, para la imprescindible reducción de la extracción de materiales que atentan contra la biodiversidad, un menor consumo de energía y mucho menos uso del coche particular. Teniendo en cuenta, por ejemplo, los planes urbanísticos expansivos anti-clima en marcha en los barrios de València del Grau, Benimaclet, Malillia, Parc Central, el Cabanyal y otros lugares,
¿Como pretende su partido que el urbanismo valenciano permita afrontar la emergencia climática con más garantías?
2. La salvaguarda de las tierras fértiles de la huerta para la agricultura de proximidad es un valor muy importante para afrontar el futuro en el contexto del actual desorden climático. Distintos proyectos anti-clima, como la expansión del Puerto sobre la huerta de La Punta, “el túnel pasante, el PAI de Benimaclet, entre otros planes urbanísticos i varias ampliaciones de autovías amenazan la huerta valenciana y otras huertas valencianas.
¿Que medidas tomará su partido para defender la tierra fértil de la huerta?
4. En los últimos 4 años han crecido sustancialmente en la ciudad y en la zona metropolitana de València las emisiones contaminantes e insalubres procedentes de los coches particulares y de los camiones y furgonetas de mercancías(Se aumentaron las emisiones del transporte el 2.3% en el 2017). Actualmente, están en marcha proyectos de ampliación de las autovías V30, V31, V21 y del Bypass de València, entre otras infraestructuras viarias lo que aumentará el uso de coches y camiones con emisiones climáticas e insalubres. Sabemos que la mejora del transporte público no basta para reducir emisiones y mejorar la salud pública. Para mejorar la calidad del aire y reducir las emisiones hace falta medidas de restricción y regulación.
¿Qué medidas pretende tomar su partido para reducir marcadamente el uso del coche particular para los desplazamientos y los camiones/furgonetas para el reparto de mercancías? Apoya su opción política las únicas medidas europeas con éxito para mejorar la salud y la calidad del aire(reduciendo la circulación en más del 30%) en la ciudad implican la introducción de peajes urbanos, la restricción drástica del aparcamiento gratuíto y para no-residentes (como las miles de plazas en esta zona universitaria) y el aumento sustancial del espacio peatonal y ciclista?
5. El turismo está en pleno auge con millones de turistas visitando nuestra tierra. El aumento del turismo en València(más de 2 millones de turistas y 5.5 millones de pernoctaciones) ha disparado las emisiones climáticas procedentes de aviones, cruceros, autobuses, alojamientos turísticos además de aumentar el consumo de todo tipo de materiales contaminantes y la generación de más residuos de todo tipo(cada turista consume mucho más y emiten más emisiones por día y por persona que un residente).
¿Como intentará su partido reducir el gran impacto ambiental y climático del turismo de masas?
6. El actual modelo energético centralizado, sucio y privado está roto y no sirve para reducir la demanda energética. Es urgente un cambio radical. Más de 80% de nuestra energía total procede de combustibles fósiles y este porcentaje apenas se ha movido en los últimos años. València debe invertir en fomentar la energía renovable descentralizada comunitaria controlada por la vecindad en partneriados público-cívicos. Hace falta construir microredes de electricidad que pueden operar de forma semi-autónoma de las redes centrales para facilitar el intercambio de energía entre la ciudadanía, un modelo que constituye un factor de resiliencia frente el caos climático.
València necesita un plan vinculante parauna rápida transición energética con metas cuantificables, medibles y transparentes para alcanzar antes del final de esta legislatura en 2023. El Ayuntamiento debe declarar el estado de emergencia climática y adaptar todas sus políticas al estado de emergencia. El consistorio debe crear una asamblea ciudadana para asegurar el cumplimiento de los compromisos de reducción drástica de emisiones y la protección de la biodiversidad de la extinción.
Fem una crida als mitjans de comunicació valencians per a que l'actual emergència climàtica tinga un tractament periodístic amb el màxim rigor i responsabilitat davant de la gravetat de les mutacions climàtiques en curs, tal com confirmen les anàlisis dels experts. La comunitat científica ens alerta de que hem de començar ja a adoptar canvis dràstics que ens permeten mitigar i preparar-nos per a fenòmens climàtics extrems i de reducció de matèries primeres essencials. La desestabilització climàtica causada per l'acció humana constitueix un repte comú sense precedents històrics, que afecta a tota la humanitat, amenaça les capacitats bioproductives de la biosfera i dificulta les possibilitats de benestar democràtic i pacífic de les societats humanes. L'absència d'una cobertura mediàtica a l'altura de les circumstàncies ecològiques i climàtiques extraordinàries debilita greument la capacitat de reacció de les nostres societats i constitueix una forta barrera per a la conscienciació social i la presa de decisions polítiques responsables de gran envergadura.
Els mitjans de comunicació tenen la possibilitat de conscienciar adequadament als ciutadans. No obstant això, en general, el tractament informatiu sobre el col·lapse climàtic és confús, superficial i reduccionista. Cal comunicar que les mesures a prendre no són sols canvis parcials en el sector energètic, sinó que han d’estar connectades a altres activitats i àmbits, com són l'economia, la distribució del treball, el transport de persones i mercaderies, la producció agroindustrial i ramadera, l'urbanisme, el sector públic, etc. No es dóna suficient publicitat als indicadors mediambientals, ni transparència sobre les dades socials i ambientals de les emissions contaminants a l'atmosfera, conseqüència de les nostres formes de produir, consumir i organitzar-nos. No s'informa de la falta d’una política climàtica generalitzada, més enllà de la retòrica i les declaracions de principis. Els mitjans de comunicació han d'implicar-se al costat de la ciutadania. En els informatius televisius i radiofònics es parla rutinàriament de "bon temps", a pesar d’estar trencant els rècords de calor i sequera. Les temperatures altes anòmales se sotmeten a una percepció distorsionada en presentar-les com a positives per a l'increment de les activitats turístiques, els viatges i el consum, sense tenir cap consideració sobre l'espiral de l'impacte climàtic i ambiental associada. En canvi, es podria informar diàriament als programes de l´oratge amb les dades de la concentració de CO2 a l´atmosfera global, que creixen dramàticament. Malauradament, als informatius se sol callar la relació directa existent entre el creixement de l’activitat econòmica (producció i consum) i la tragèdia implicada en el caos climàtic i ecològic.
El tractament informatiu sol centrar-se en les dimensions pal·liatives finals de les problemàtiques socioambientals, com el tractament de residus, el reciclatge, la depuració de l'aigua... És a dir, amb això s'oculta i dissimula la causa principal del problema, que bàsicament és l’intent de creixement econòmic permanent en un planeta que ja fa dècades que ha superat la seua capacitat ecològica de regeneració i està arribant al seu zenit en l’extracció de recursos naturals i energètics.
La consideració dels projectes valencians d'infraestructures comercials, urbanístiques, industrials i de transport, quasi mai inclouen la seua influència negativa sobre el desastre climàtic i les destruccions ecològiques associades, en emissions contaminants a l'atmosfera, en extracció de materials, en pèrdua de terres fèrtils, boscoses i habitats, en consum d'aigua i energia, en generació de residus ...
Pel que fa a les possibles solucions presentades pels mitjans de comunicació, aquestes solen centrar-se en carregar la responsabilitat sols sobre les accions individuals de consum de la ciutadania. Aquestes accions personals són importants, però són molt més transcendentals els canvis polítics i legislatius que afronten els problemes d'arrel. Per exemple, per a frenar les emissions dels vehicles i lluitar contra la contaminació de l'aire no es consideren les necessàries restriccions del trànsit -tal com passa en moltes ciutats europees-, sinó només el foment dels cotxes elèctrics (amb una dubtosa reducció de les emissions globals i molt dificultosa generalització del seu ús). Així mateix, en un altre àmbit, la "solució" a la inflació de plàstics es presenta simplement per la via del reciclatge, en lloc de prohibir els embalatges i plàstics d'un sol ús i reduir la utilització de la resta de plàstics. La majoria de premsa escrita, radiofònica i televisiva dóna la falsa impressió de que el col·lapse climàtic pot afrontar-se amb xicotets gestos individuals a casa o de compres al supermercat, quan en realitat calen grans canvis polítics i econòmics perquè allò que està en joc és ni més ni menys que la supervivència de moltes espècies d’animals i plantes, així com dels propis éssers humans. Els mitjans de comunicació poden tindre un paper clau en les mobilitzacions socials davant l'emergència climàtica i davant la passivitat d'uns governs i autoritats que segueixen prioritzant el creixement de l'economia material a tota costa per damunt d´un futur habitable.
Per tots aquests motius, demanem uns mitjans de comunicació valents i responsables davant de l’emergència climàtica!
Del Botànic al Titànic: la política valenciana climática
Publicado en el diario Levante-EMV 03-06-2019
Los gobernantes del pacto del Botànic ni siquiera han comenzado a hacer los deberes climáticos y ecológicos. No han hecho prácticamente nada ante el colapso climático y los desastres socioecológicos asociados al mismo, que constituyen el desafío más grave al que se enfrenta la humanidad. La inacción del Consell respeto a la temible emergencia climática a largo de los últimos cuatro años ha sido continuista con los anteriores gobiernos del PP. Ante el cambio climático la actual campaña electoral revela el poco compromiso, la ausencia de prioridad política y la falta de concreción de los partidos del Pacte del Botanic.
Como ha dicho recientemente Joan Subirats, "No resulta fácil atender a las exigencias medioambientales cada vez más inaplazables y al mismo tiempo mantener tozudamente dinámicas desarrollistas de viejo cuño". La clase política valenciana como el Gobierno del Botànic usan malabarismos retóricos entre el desarrollismo y la defensa de los ecosistemas vivientes, algo destinado a ser una ilusión y un fracaso rotundo ante los crecientes daños ambientales provocados por el crecimiento material de la economía. No asumen ninguna responsabilidad política y moral ante la hecatombe ecológica que sin escapatoria posible se nos viene encima.
Para colmo de negacionismo el cuerpo político gobernante suele echar las culpas sobre la ciudadanía, por su nula o escasa consciencia ambiental. Este chocante letargo de los máximos responsables políticos valencianos significa que como gestores institucionales y legisladores se desentienden del interés colectivo y de las perturbadas condiciones del futuro próximo.
Lo que ha estado totalmente ausente en el Govern del Botanic es la pedagogía política práctica de contar la gravedad de la situación climática y poner encima de la mesa propuestas a la altura de la emergencia que ponen en entredicho la premisas sacrosantas del narcisismo consumista y el crecimiento ilimitado. Esta pedagogía política a través de las propuestas políticas es precisamente la forma más eficaz para propiciar una mayor concienciación responsable entre la ciudadanía a favor de la suficiencia y cierta frugalidad ante la emergencia climática. Se podría aprender del debate social abierto y la eventual prohibición legal de fumar en los lugares públicos que es un pequeño ejemplo a seguir.
Ninguna de las propuestas políticas valencianas en liza en estas elecciones afrontan ni remotamente las dimensiones de gravedad y urgencia del problema. Es aún peor. Al considerar los resultados de la gestión institucional del Botànic se percibe su apuesta central por más de la medicina del crecimiento económico a cualquier coste, o lo que es lo mismo: más empeoramiento de nuestra salud climática y ecológica causado por las pautas desarrollistas expansivas en un planeta finito en materiales y cada vez más esquilmado y contaminado. Los datos hablan muy claro en sectores de actividad como son el urbanismo, la agricultura, el turismo, el transporte y el consumo.
Ante el auge de una crisis climática acelerada y de dimensiones colosales, lo que realmente urge no es tanto hacer algunas cosas buenas en “verde” (que se ven anuladas por el contrapeso del las políticas crecentistas en consumo total de recursos materiales y energía fósil) sino que lo prioritario es reducir radicalmente las cosas malas. Por desgracia, las políticas públicas ambientales al uso, como es la colocación de unas placas solares, el aumento de la red de carriles bicis, o la tímida promoción de compras ecológicas, no reducen los volúmenes totales de las actividades “sucias” sino simplemente se suman a la escala creciente de la catástrofe ecológica.
Nuestros gobernantes practican la "política del avestruz” al no decirnos la verdad sobre nuestra decadente condición ecológica. La triste realidad es que las malas políticas valencianas anti-clima de la izquierda y la derecha, no solo no menguan sino que cronifican la guerra contra los ecosistemas y la estabilidad climática. Es muy poca consolación que el Botànic sea un poco mejor que el PP cuando ante los enormes retos climáticos no hay apenas diferencia. Carecen de credibilidad los partidos que han apoyado el pacto del Botànic durante cuatro años sin poner en marcha ninguna política de envergadura contra las crisis ecológicas, a pesar de que éstas convierten en irrealizables las metas de bienestar asociadas a la adicción del crecimiento económico inacabable. Esta izquierda “progresista" gobernante ha alentado unas viejas políticas públicas desarrollistas, ancladas como están en el urbanismo expansivo, el turismo de masas, el aumento del consumo de todo y el fomento del transporte por carretera. Ninguna medida de cambio tecnológico ni de mayor eficiencia por sí solas, pueden contrarrestar la espiral global de destrucción material y ambiental desencadenada por estas prioridades productivistas. Ya no es un secreto a voces que, globalmente y localmente, estamos perdiendo la lucha por la habitabilidad humana planetaria y el bienestar equitativo. La Comunitat Valenciana es todo un ejemplo.
Mientras los datos científicos nos alertan de la escalada de los daños y peligros medioambientales diseminados, y plantean la necesidad de unas reducciones drásticas de emisiones contaminantes , en cambio las emisiones contaminantes valencianas han seguido subiendo durante la pasada legislatura. Hay más emisiones de coches, aviones, camiones y cruceros. En lugar de reducir sustancialmente la generación de residuos de todo tipo, éstos no han dejado de aumentar mientras seguimos lejos de cumplir con la exigencias europeas de reciclaje, reducción y reutilización. En contra de las recomendaciones expertas, han crecido las ventas de productos fitosanitarios, antibióticos, pesticidas y herbicidas, que con sus cocteles químicos diezman dramáticamente la biodiversidad y contaminan los ecosistemas. En lugar de una defensa firme de la tierra fértil las últimas islas de huerta valenciana siguen esquilmándose por los cuatro costados. En vez de restringir drásticamente la circulación de vehículos contaminantes se amplían los carriles de autovías para hacer espacio a un mayor tráfico. Ni tan solo se ha podido poner en marcha un programa eficaz de proteger a nuestra zona húmeda más grande como la Albufera ni frenar la destrucción de las minería de áridos en la Serranía. A pesar de las canciones de cuna en favor de “un nuevo modelo productivo” en boca de nuestros gobernantes, se vuelve con fuerza a las andadas del ladrillo, el turismo y el consumismo globalizado desbocado de recursos naturales vitales y escasos. El modelo económico valenciano es tremendamente intensivo en el consumo de recursos y energía.
Resulta especialmente cuestionable el que las autoridades valencianas se excusen ante los propios votantes apelando a una previa “concienciación ambiental” que dicen cínicamente que “los votantes no están preparados” cuando sabemos que la ciudadanía es más preparada para unas políticas climáticas valientes que sus cargos políticos. Afirman que no es realista bajar radicalmente las emisiones y el consumo material. Para ellos es más realista aceptar como inevitable el colapso.
Después de cuatro años en el poder se puede afirmar que el Consell ha mantenido las inercias minimalistas del anterior gobierno valenciano del PP contra el cambio climático. Hay poco nuevo en este consenso biocida de las izquierda y la derecha política gobernante. Contrariamente, la Generalitat ha de salir del letargo cuanto antes estableciendo planes multisectoriales de reducción drástica de las emisiones contaminantes a la atmósfera, con regulaciones realistas, novedosas y ambiciosas en su cumplimiento, cuantificables y verificables, que amortigüen en lo posible las alteraciones climáticas y ecológicas en curso. Los compromisos de la Generalitat, con leyes e inversiones que abandonen las falsas ilusiones de reducir el problema a un asunto exclusivo del modelo de producción eléctrica y de algunos sectores industriales, han de ser transversales y vinculantes para todas las políticas sectoriales.
No es casualidad el Botanic no ha sacado adelante una Ley Valenciana del Cambio Climático ni un plan energético valenciano ni leyes para la reducción de la generación de residuos ni una fiscalidad ecológica propia.
Si la moralidad se mide en la brecha entre lo se dice y lo que se hace el Botànic ha sacado una nota muy baja.
Has asegurado en varias ocasiones que vivimos una situación global cercana al colapso.
Vamos en un Titanic y las élites han abandonado el barco en los últimos botes salvavidas y están conscientes de que no nos salvaremos todos. El problema viene de que, para mantener la paz social, nuestro sistema se ha basado en el consumismo individual y el crecimiento, fomentando una cultura de egoísmo y narcisismo personal que, por otra parte, sólo genera frustración. Vivimos en la ilusión de que podemos subir el nivel de consumo continuamente sin querer darnos cuenta de que estamos matando los sistemas vivos del planeta. Es una mentalidad enfermiza que separa, destruye y nos lleva al colapso civilizatorio.
La idea del crecimiento continuo es una farsa que no se mantiene. Pensar que podemos consumir y extraer recursos sin límite, tanto en materiales como en valor humano, sin que haya consecuencias, es absurda. La sobre-explotación del Sur Global no se aguanta, ni humana ni materialmente. El volumen de consumo en agua, cemento, combustible, químicos, pesticidas no deja de aumentar y aquí sólo se ponen parches ridículos: carriles bicis, reciclaje… La energía solar y la eólica representan solo el 1% de la energía que se consume.
Pero no se trata sólo de una cuestión de consumo de energía; hablamos de una crisis total: los recursos disponibles y la biodiversidad son cada vez menos, el planeta se achica. El 60% de los mamíferos han desaparecido en los últimos 50 años y los insectos desaparecen a marchas forzosas. Las medidas de eficiencia ecológica no están reduciendo la extracción de materiales de todo tipo lo que es la base de la crisis ecológica y climática.
Vamos de cabeza a un colapso que hará fracasar una democracia liberal que necesita mantener unas altas tasas de crecimiento. Ya comienza a verse la frustración en las protestas, en la clase media europea, en el auge de la extrema derecha por el miedo de perder un nivel de consumo. Vamos a ver conflictos sociales aún más duros cuando la tensión social suba por la escasez y carestía de recursos. Recordemos que las sociedades opulentas suelen llegar a su máximo de desarrollo justo antes de su debacle.
Entre las propuestas de los partidos políticos desde un extremo al otro extremo ideológico no se cuestiona en ningún caso este modelo de crecimiento
En general estamos atrapados en una pinza. Por un lado tenemos a los globalizadores liberales, los mayores defensores de este modelo de crecimiento, que incluso aseguran que luchan por los derechos de la mujer, los homosexuales y el ecologismo, aunque sea de manera hipócrita. La otra opción en liza es la de la extrema derecha “populista” que defiende los valores tradicionales, ensalza la soberanía nacional y usa de chivo expiatorio a los migrantes, las mujeres, homosexuales y las minorías. Ambas posturas defienden un crecimiento que está basado en la explotación suicida de la mayor parte del planeta.
El 25% de la población mundial más consumista deben reducir drásticamente sus niveles de consumo de materiales. Los inmigrantes que van a seguir llegando también son también refugiados climáticos, ambientales. Los problemas sociales son ambientales y viceversa. Estamos imbuidos en un pensamiento en el que creemos que todo conflicto es solamente ideológico sin darnos cuenta de la base biofísica de todo. Hace falta aterrizar, somos terrícolas, dependemos de los ecosistemas. Tenemos que adaptarnos a una austeridad solidaria sobre todo con los países del sur global.
En un mundo finito para aliviar la pobreza hay que aliviar la riqueza. Hay que crear un creative commons de la tecnología sostenible y acabar con las patentes para compartir avances científicos y tecnológicos para enfrentarse a la crisis en ciernes. Debemos cambiar los valores del individualismo por valores colectivos y cambiar también nuestra relación con la naturaleza. Tenemos que ser conscientes de que estamos abocados a un decrecimiento económico sí o sí. O es mínimamente justo, organizado y pactado entre ricos y pobres o será autoritario, violento y caótico.
El crecimiento urbano es también una de las causas de ese colapso ambiental que usted explica.
En la ciudad de València las políticas urbanísticas siguen proyectando grandes construcciones pese a la corrupción y la crisis económica que trajo consigo este modelo ¿no hemos aprendido nada?
El desarrollo urbanístico y la corrupción van unidos, del mismo modo existen lazos entre las élites financieras y los grandes constructores. El despilfarro económico de grandes proyectos para seguir la lógica de ser competitivos y globalizadores, es no estar en la realidad.
Resulta obvio que no hemos aprendido nada, seguimos con los grandes planes expansionistas y hay múltiples ejemplos: el Parque Central y su rascacielos cuyas obras que producirán una terrible contaminación atmosférica durante los próximos 20 años o la ampliación del puerto trayendo tierras de la Serranía, incluso de Teruel, para ganar espacio al mar es algo demencial como su ocupación de la ZAL. Tenemos también la pesadilla del proyecto de los 20 rascacielos del barrio del Grao, creando un barrio de “no lugares”, asépticos, anómicos que no responde a ninguna demanda social o el PAI de Benimaclet que destruye la huerta para levantar 1500 viviendas que nadie ha pedido, sólo los bancos. ¡En lugar de priorizar el transporte público se quiere ampliar el Bypass, la V21, la V30 y la V31 para que haya más coches contaminando!
Y sin embargo todo esto se vende a la ciudadanía como algo irrenunciable. Es más, se plantea en términos de un pacto fáustico: Si tú quieres en tu barrio un centro social, parques, escuelas… tienes que aceptar que haya un beneficio de un 30% o 40% para inmobiliarias y constructoras que están en alianza con algún holding estadounidense o inglés. Si no, nada. Es diabólico.
Pero es que hay más: quieren plantar 50 nuevos hoteles en el centro histórico, un macro-centro comercial Intu en Paterna, el corredor Mediterráneo por la huerta, el plan urbanístico del Cabanyal que privatiza y permite que el turismo especulativo se haga con una cuarta parte del barrio. Todos estos proyectos son profundamente anticlima y pro-colapso pero se venden cínicamente como “sostenibles” y "progresistas".
El turismo parece también una lógica irrenunciable dentro de este modelo
Precisamente la exigencia de estos megaproyectos viene del consumismo turístico, no de la gente. Por ejemplo, la concejala de turismo y futurible alcaldesa socialista Sandra Gómez se congratulaba hace poco de tener 2 millones de turistas y hasta 5 millones de pernoctaciones previstas para este curso. El turista consume más agua, plástico y de todo que un residente.
El modelo turístico de servicios, genera grandes cantidades de residuos por no hablar de los enormes niveles contaminación de cruceros y aviones. Continuando este modelo, Valencia se enfrenta a un delirio enfermizo de criminalidad ecológica. Además, significa una limpieza étnica de vecinos en los barrios "atractivos" a favor de alojamientos turísticos. Se sustituye la ciudad real por la del plástico, forjando un artificioso parque temático turístico.
¿Cuáles son las alternativas que se pueden plantear para frenar estos modelos?
Tenemos que cambiar el chip de que el mercado manda y cualquier empleo vale. El futuro debe pasar por una localización de producción en general como la producción propia de alimentos.
Un modelo local es la mejor manera de actuar globalmente para proteger el clima. Hay que apostar por un urbanismo justo de la austeridad, la rehabilitación, aprender a resilvestrar la naturaleza dentro y fuera de las ciudades.
La trágica caída de un niño en un pozo de Andalucía inició una gran movilización de solidaridad, recursos, de talento técnico y atención mediática. Con una rapidez inusitada, sin escatimar ningún medio ni ninguna maquinaria, se pusieron manos a la obra para sacar al niño del pozo. No hubo largas discusiones políticas sobre el gasto ni sobre las necesidades del despliegue de equipos técnicos de rescate de todo tipo. No se presenció ningún debate político bizantino ni ideológico que interfiriera las tareas en su lucha fraterna. Simplemente se actuó con gran urgencia y con los medios al alcance, con la máxima unidad y la mejor coordinación profesional en medio de una enorme cobertura de los medios de comunicación.
El viernes pasado más de un millón de jóvenes de todo el mundo ocuparon las plazas y arrancaron a gritar “socorro” ante la emergencia climática. Una parte de la juventud valenciana empieza a sentirse que están siendo abandonados en el fondo oscuro de un pozo ambiental que cortará de lleno sus aspiraciones de bienestar y futuro. Han comprendido que el oscuro y seco pozo del colapso climático combinado con la imparable devastación ecológica asociada al crecimiento material de la economía está ahogando cualquier futuro digno para la humanidad y los ecosistemas vivos de los que dependemos.
En gran contraste con la enérgica respuesta al pobre niño atrapado en el pozo, hasta ahora nadie ha respondido con solvencia a esta solicitud de socorro para que gobiernos y países pongan los pies en la Tierra. Ningún gobierno ha salido a su rescate con todos los medios de emergencia disponibles y ante las próximas citas electorales las agendas políticas siguen aplazando hacia un futuro indeterminado toda acción seria de socorro a la altura del desafío existencial. Hasta ahora la tremenda debilidad de la acción política a favor de un rescate planetario nos hace temer el mismo desenlace fatal que el niño en el pozo.
Mina de carbón a cielo abierto en Villablino, León
Mujeres y hombres somos parte de la naturaleza. Somos seres terrestres de la Tierra. Nuestra identidad existencial primigenia es física, biológica y ecológica, además de social y cultural. Pertenecemos al excepcional mundo viviente de la Tierra. Nuestro único y común hogar es el terrestre, no tenemos un planeta B. Dependemos de complejos metabolismos físicos, biológicos y ecológicos íntimamente relacionados que hacen posible el mantenimiento, la regeneración y el florecimiento de la vida desde tiempos inmemoriales, que los humanos no podemos sustituir ni crear. Somos vulnerables y radicalmente ecodependientes.
Aceptamos la finitud del los bienes del planeta y la interconexión y dependencia entre los seres humanos y el resto de seres vivos.
El patriarcado industrial en su historia de cuatro siglos ha desarrollado tecnologías y artefactos dotados de colosales capacidades y poderes de transformación y destrucción del medio físico terrestre, en cuyos delicados equilibrios ecosistémicos han emergido evolutivamente los seres humanos como especie.
Las creencias antropocéntricas del progreso y la abundancia material ilimitada destiladas por la etnocéntrica y patriarcal cultura occidental moderna, son ajenas a la capacidad de carga y las necesidades bioproductivas del planeta. La Tierra ha dejado de encajar los golpes y los devuelve cada vez con más virulencia.
Nuestra actual situación ecológica y climática es de emergencia planetaria por afectar dramáticamente al conjunto de los humanos y no humanos, por ello la ecología ha de ocupar el centro de la política y las instituciones marcando las prioridades en todos los ámbitos de acción, individuales y colectivos, públicos, privados y comunitarios.
La dominación de las mujeres y la naturaleza van juntas
Las dominaciones de las mujeres y de la naturaleza parten del falso y arrogante supuesto de superioridad y separación de los procesos naturales y sociales que constituyen el sustento imprescindible para la reproducción humana y social.
La dominación patriarcal y la visión productivista de separación y apropiación de la naturaleza tienen la misma raíz imaginaria y simbólico cultural. Ambas parten de mentalidades que dicotomizan, separan jerárquicamente y simplifican la complejidad del mundo, que es dinámico, interconectado y multidimensional. Es artificial y arbitraria esta arrogante desconexión entre el mundo humano y el mundo natural de la Tierra, como lo son los códigos de género que establecen la separación entre el mundo privado de las relaciones domésticas y del cuidado, y el mundo público del individualismo y la competencia de la economía, el empleo y la política.
En nuestra historia cultural los dualismos separadores de las percepciones y prejuicios androcéntricos, antropocéntricos, etnocéntricos y especistas están muy entrelazados y se refuerzan mutuamente (hombre/mujer, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, razón/ emoción, humano/animal...). Las asociaciones simbólicas entre lo femenino, la naturaleza y las emociones, y entre lo masculino, la razón y la cultura, apuntalan las formas dominación y desigualdad patriarcal que padecen las mujeres. Desde los sesgos androcéntricos se invisibilizan y devalúan los trabajos reproductivos de los cuidados que diariamente realizan muchas mujeres en los espacios privados, públicos y comunitarios, como son el cocinar, limpiar, alimentar, a pesar de que constituyen una economía relacional que es sostén fundamental de la seguridad y el bienestar de las vidas humanas individuales y las sociedades. El dualismo generizado concibe el trabajo económicamente remunerado como “productivo” y desvaloriza los trabajos de sostenimiento y de cuidados del mundo doméstico como improductivos y asociados a las mujeres. Estas regulaciones patriarcales subsisten a través de normas sociales que siguen atribuyendo a las mujeres unas responsabilidades específicas en la esfera privada y orientan a los hombres a considerar la esfera pública como masculina y propia.
Nunca hemos dejado de depender de los bienes y servicios naturales y por ello no podemos someter el mundo natural a los intereses y libertades humanas sin límites. Muchos de los bienes ambientales de hoy ya no volverán a engendrarse a causa de la presión humana destructiva hacia sus necesidades de bioregeneración. Nuestra situación colectiva de rebasamiento de los límites físicos de la biosfera hace que sean irrealizables muchas de las ilusiones modernas sobre una historia humana de creciente avance y mejora sin final en bienestar y progreso humano y tecnológico.
Hacer las paces con la Tierra, no la guerra
Como ecofeministas nos sentimos comprometidas con la Tierra y con los seres y ecosistemas de la misma. Defendemos los valores y las políticas guiadas por los cuidados compartidos y las relaciones cooperativas y fraternales hacia los humanos y hacia el resto de seres biodiversos y ecosistemas, en los espacios privados, públicos y comunitarios.
La acelerada degradación y contaminación de las fuentes y servicios vitales de la biosfera tiene como causa histórica principal el avance de un patriarcado industrial supremacista que coloca al hombre por encima de las mujeres y del mundo natural. Los valores antropocéntrismos y androcéntrismos hoy nos empujan a una tragedia socioecológica de dimensiones dantescas desconocidas en nuestra historia, sin vuelta atrás posible a causa de la pérdida de hábitats naturales, de extinciones masivas, de colapso climático y de sufrimiento, enfermedad y muerte de seres humanos y no humanos.
El industrialismo patriarcal de la globalización, que concentra el poder y la riqueza económica en élites masculinas, en varones heterosexuales de las clases dominantes, tiene consecuencias dramáticas que afectan conjuntamente a las mujeres, la naturaleza y los países y comunidades más empobrecidas. Ante la inmensidad de los daños socioambientales diseminados espacial y temporalmente, el negacionismo práctico de las políticas de izquierdas y derechas sigue alimentando los mitos suicidas del crecimiento ilimitado en un planeta finito en materiales y cada vez más degradado. Apuestan por alargar los plazos de las políticas expansivas del crecimiento material de la producción y el consumo de recursos naturales de todo tipo y de cualquier lugar del planeta. Sus falsas “soluciones” y sus promesas irrealizables se desentienden de los problemas y retos ecológicos que socialmente son cada vez más percibidos.
La tragedia de la translimitación ecológica del patriarcado industrial
La guerra humana contra la naturaleza impulsada por el maridaje entre gigantescos poderes industriales, científicos y tecnológicos, ha llegado hasta los límites extremos de estar dañando las capacidades generativas de muchos de los ecosistemas vitales de la Tierra. Las incesantes demandas humanas consumen y transforman los bienes naturales en desechos y contaminantes de todo tipo colapsando los metabolismos y las capacidades biogenerativas y depurativas del planeta. El legado histórico de una industrialización basada en la quema de combustibles fósiles hoy trae consigo un presente y un futuro con caos climático, extinciones masivas y destrucción acelerada de ecosistemas globales y locales. Se empobrecen, enferman y dejan sin alimentos y sin recursos materiales básicos a innumerables personas en el mundo al tiempo que se destruyen los nichos y refugios ambientales para los humanos y el resto de seres biodiversos.
El modelo cultural y económico desarrollado a partir de la segunda revolución industrial se basa en un modelo uniformizador y expansivo basado en la extracción de todo tipo de materiales que abastecen el creciente metabolismo social humano. La producción de electricidad explota el peligroso potencial atómico de la materia. El modelo de movilidad se centra en vehículos motorizados y en una cultura energética del despilfarro generada a partir de la quema de combustibles fósiles (petróleo, el gas y el carbón). La globalización económica se sustenta en el creciente abastecimiento de recursos materiales de la Tierra que se dirigen a la producción y al consumo humano. La carrera competitiva de la economía globalizada se desentiende del mundo natural y empuja la rueda de la destrucción ambiental planetaria y la contaminación atmosférica causada por las emisiones de CO2 y de otros gases que contribuyen al sobrecalentamiento global. A mayor integración en la economía neoliberal globalizada mayor es también la destrucción y el desarraigo ecológico, cultural y existencial.
El nuevo régimen de mutaciones ecológicas y climáticas, la explosión vertiginosa de las desigualdades humanas y las consecuentes pérdidas de los refugios y los arraigos que daban las antiguas protecciones de los territorios y los modos de vida propios, son fenómenos que están muy relacionados en sus causas. Arrasan todas las fronteras exponiéndonos a extinciones y migraciones nuevas y masivas de seres desamparados, humanos y no humanos. El sellado de fronteras a refugiados no podrá evitar la creciente llegada de migrantes exteriores e interiores abandonados por su propio país, tampoco lo harán las irrealizables políticas extra-terrestres de la globalización económica expansiva puesto que ya no hay planeta suficiente para ellas.
El rápido empeoramiento de la salud de la Tierra y de su atmósfera nos coloca colectivamente ante un atolladero histórico sin precedentes, la supervivencia de humanos y no humanos está en juego. Sus causas últimas no son naturales sino humanas, están en nuestros valores y hábitos arraigados de abundancia y derroche; en nuestros errores de comprensión y en nuestras endiosadas creencias antropocéntricas sobre la libertad y autonomía humana; en unas ciencias y tecnologías autolesionantes carentes de orientaciones éticas y de controles públicos y comunitarios; en nuestras ilusiones sobre el futuro, la riqueza, el bienestar y los derechos, exclusivamente centradas en los humanos y el presente.
No queremos igualarnos en la desigualdad y destrucción patriarcal
Sentimos un profundo dolor ante el actual avance de la muerte y deterioro de miles de especies vivas, ecosistemas y metabolismos de la Tierra. Como ecofeministas nos rebelamos contra las creencias faústicas que nos llevan al naufragio junto al resto de seres y comunidades vivientes. Queremos revitalizar y crear fraternas naturo-culturas en favor de la vida y el buen vivir, más holísticas y frugales, más encarnadas en necesidades cuya satisfacción se obtenga de intercambios no mercantiles con otros seres humanos.
En sociedades dotadas de leyes igualitarias para mujeres y hombres, la regulación patriarcal subsiste a través de normas sociales que atribuyen a las mujeres roles y responsabilidades específicas en el mundo privado y orientan a los hombres a la esfera pública. Como feministas queremos la disolución del patriarcado pero sabemos que la vida en el planeta no tendrá ninguna oportunidad si la igualdad entre mujeres y hombres no incorpora las exigencias de la sostenibilidad ecológica y social.
Pertenecemos a la minoritaria población humana (1/5 de la población mundial) que sobreconsume la inmensa mayoría de los limitados recursos naturales generando unas condiciones globales de crecientes injusticias, degradación y muerte socioambiental. Puesto que el consumo de los países sobredesarrollados no puede mantenerse ni extenderse al resto sin que las capacidades bioproductivas de la Tierra se deterioren y colapsen, son inevitables los giros radicales que reduzcan nuestra huella de destrucción ambiental.
Nos negamos a participar en la fiesta destructiva del industrialismo patriarcal globalizado a través de nuestra incorporación en la producción, el consumo y los estilos de vida despilfarradores y extraterrestres. Optamos por la supervivencia y el disfrute de una vida larga y sana para el conjunto de la humanidad en un planeta limitado y herido, compartido con otras criaturas no humanas.
Ante la certeza del desastre climático y ecológico colectivo no se trata de descubrir un nuevo mundo sino de reencontrar y enraizarnos en la Tierra que siempre ha estado bajo nuestros pies. Nuestra adecuación a la desestabilización climática no ha de seguir centrándose en el reduccionismo de la contabilidad de las emisiones directas de CO2 a la atmósfera puesto que sus causas interdependientes no se reducen al sector eléctrico y el energético en general, sino que están también en otras actividades humanas como son la industria agro-ganadera, la agricultura químico-intensiva, la minería, el transporte motorizado, la construcción, el comercio, el turismo, la industria. La realidad a la que nos referimos con el término “cambio climático” está asociada a muchos otros colapsos ecológicos que afectan de lleno a la biodiversidad, las aguas, los suelos, las tierras fértiles.
Solo podemos sobrevivir dentro de los límites físicos de la biosfera de la Tierra. Es imposible y catastrófico continuar con el crecimiento ilimitado de la economía material y el mercado globalizado en un mundo finito, sin degradar y esquilmar muchos de los bienes biofísicos comunes más vitales para la humanidad, que no podemos crear ni sustituir y de los que los humanos dependemos. Las salidas de emergencia del patriarcado industrial pasan por poner frenos a la expansiva economía dineraria y material.
En consecuencia, las aspiraciones feministas no han de limitarse a copiar los modelos masculinos heredados sobre el bienestar y la riqueza, que están basados en la economía extractivista y la destrucción acelerada de los bienes y servicios naturales. No son realizables las metas feministas de reparto equitativo de recursos, poder y derechos entre mujeres y hombres si dichas aspiraciones tienen sus cimientos en el crecimiento de la escala física de la economía y en la consecuente degradación y esquilmación de los metabolismos regenerativos de la Tierra y de la diversidad de formas de vida. La conquista de derechos individuales y colectivos no ha de asociarse a una igualación imitativa de los estilos de vida y consumo derrochadores. No queremos una “igualdad de oportunidades” para participar alegremente en la destrucción del mundo viviente causada por una economía globalizada que explota a los seres humanos y saquea los recursos naturales de cualquier parte del planeta. Rechazamos las conquistas de esta efímera igualdad liberal, que solo pueden realizarse incrementando la enfermedad, la muerte y la extinción de multitudes de humanos y no humanos.
Las demandas feministas de igualdad con los hombres han de abandonar el individualismo y la competitividad liberal de la “igualdad de oportunidades”. Las metas liberales de acceso a los recursos de todo tipo no son realistas por asentarse en el crecimiento inacabable de la economía material, como si acaso el planeta tuviera recursos infinitos. Esta expansión material de la producción y el consumo que somete al conjunto de la humanidad y a los seres vivos hoy nos lleva a un descarrilamiento ecológico terminal sin frenos de emergencia.
El feminismo liberal quiere una igualdad centrada en el mercado y por ello se acopla bien al interés empresarial por la “diversidad”. Sus aspiraciones de empoderamiento para las mujeres mediante la competencia individualizada, lejos de ser la solución son parte del problema. El feminismo liberal condena las discriminaciones que sufren las mujeres abogando por la “libertad de elección” individual y la competencia bajo la coartada meritocrática. Al concentrarse en el Norte global y enfocarse en la ruptura del “techo de cristal”, solo propician que un pequeño y selecto grupo de mujeres privilegiadas ascienda en la escala empresarial y en los puestos profesionales. En realidad no hace frente a las restricciones socioeconómicas y culturales que afectan a las mujeres y levantan altos muros que convierten en inaccesibles las libertades, las elecciones y la puesta en valor de méritos y talentos individuales. Su objetivo no es en realidad la igualdad ni el abolir las jerarquías sociales sino el diversificarlas dando poder a algunas mujeres “talentosas” y reforzando al tiempo la estructura de desigualdad individualizada y meritocrática. El feminismo liberal busca que unas pocas mujeres privilegiadas puedan alcanzar posiciones y sueldos similares a los de los hombres de su propia clase, sus beneficiarias son las mujeres que ya poseen ventajas sociales, culturales y económicas. Las demás quedan abandonadas.
En su romance individualista converge con los hábitos empresariales y sus corrientes neoliberales. Los objetivos del feminismos liberal son compatibles con las desigualdades sociales galopantes y también con la opresión patriarcal de otras mujeres. Apuntala y da coartada al neoliberalismo y a las fuerzas sociales que apoyan el dominio de la globalización de la economía y de las finanzas, y al mismo tiempo disimula lo regresivo, injusto y ecológicamente irrealizable de estas políticas del crecimiento material bajo un aura de emancipación y un barniz de “progresistas”. Es el feminismo de las mujeres con poder, que solo representa mejoras para el 5% de las mujeres. Confunde las metas colectivas del feminismo con el ascenso de mujeres individuales y convierte el feminismo en simple publicidad para la promoción individual, no para liberar a la mayoría de mujeres sino para elevar a unas pocas. Estas mujeres, cuando llegan a altos cargos directivos a su vez se suelen apoyar en mujeres subcontratadas y mal pagadas para la prestación de cuidados y el trabajo doméstico.
Al unirse al elitismo individualista del patriarcado industrial el feminismo liberal defiende una masculinización de la igualdad y de las mujeres que va en contra de la mayoría social y la mayoría de las mujeres y la Tierra. Su apuesta por la competencia individualizada dentro de las instituciones principales del patriarcado industrial globalizado carece de compromisos con otras formas de dominación y desigualdad humana que se entrelazan con la dominación patriarcal y recaen sobre las mujeres, como son las socioeconómicas, culturales, racistas, étnicas, religiosas, territoriales, y aísla a las mujeres de las luchas sociales contra ellas. Es ajeno e insensible a las desigualdades y víctimas en el acceso a los recursos naturales y en la distribución de lesiones y riesgos ambientales.
¡No queremos romper los “techos de cristal” dejando que la gran mayoría de las mujeres limpie los vidrios rotos, se contaminen y enfermen!
Las mujeres somos víctimas ambientales
La marginación y discriminación de las mujeres en nuestras sociedades patriarcales, la destrucción de la biodiversidad, y los dramáticos efectos naturales del calentamiento climático son procesos muy vinculados. Aunque las consecuencias sociales del calentamiento global de la atmósfera y de la destrucción de hábitats y ecosistemas son desastrosas para el conjunto de la humanidad, afectan diferencialmente a las mujeres del norte sobreconsumidor y a las mujeres del sur global de las economías rurales de subsistencia. Todas las mujeres somos víctimas ambientales del avance del patriarcado de la globalización económica, más allá de las diferencias y desigualdades sociales existentes entre nosotras. No podemos escapar de las lesiones y amenazas ecológicas, nuestras vidas y nuestros cuerpos están afectados por las condiciones sociales de división y desigualdad y por los contextos medioambientales.
En las sociedades de sobreconsumo las mujeres somos víctimas específicas en la distribución de daños y peligros medioambientales. Estos operan a partir de las diferencias de nuestra particular anatomía corporal sexuada y a partir las posiciones que ocupamos en la desigualdad económica, étnica, edad, enseñanza, empleo, ... Padecemos la espiral del daño ecológico presente en las formas patriarcales de producción y consumo, en los hogares y espacios domésticos de la economía de los cuidados, en los espacios públicos, privados y comunales. A esta feminización biocida de nuestras vidas se suman las agresiones a la salud de la sobre-medicalización y el sobre-diagnóstico que ejercen las prácticas sanitarias y la industria farmacéutica.
Un ejército imperceptible de sustancias contaminantes y venenosas hijas de los laboratorios industriales, las ciencias y las tecnologías, constituyen un cóctel que nos enferma sin apenas tener conocimiento ni defensa. Sus agentes destructivos se camuflan e invisibilizan adoptando numerosas formas, son orgánicos, químicos, atómicos, electromagnéticos, genéticos, y se reproducen, multiplican y mutan de maneras desconocidas e inciertas mediante infinidad de interacciones sinérgicas. Son actores cotidianos que intervienen en los contextos e intercambios sociales cada vez más artificializados, enfermos y peligrosos: domésticos, públicos, privados, comunitarios, laborales, de consumo, urbanos, rurales. Estos enemigos tóxicos están también presentes en los bienes más próximos, más imprescindibles y valiosos, como son los alimentos, el agua, el aire, la vivienda, la tierra, los medicamentos, los equipamientos materiales, objetos y artefactos con los que nos relacionamos cotidianamente.
También las vidas y economías de muchas mujeres y comunidades rurales del Sur global están amenazadas por la alteración climática y la alteración y pérdida de ecosistemas vitales, por depender directamente de los recursos biológicos locales para asegurar su sustento y bienestar. Los trabajos de las mujeres para generar medios de vida en las agriculturas de subsistencia dependen de la conservación y regeneración de los recursos biológicos locales y su diversidad. Sus naturo-culturas están ancladas en el uso múltiple y la gestión inteligente acoplada a los ritmos biogenerativos de los sistemas ecológicos. Gestionan la biomasa para la obtención de bienes básicos como el forraje, los abonos, los alimentos, el combustible, las plantas medicinales. Se trata por tanto de actividades de gran importancia por su valor ecológico, económico, cultural y social. La protección de la biodiversidad, los bosques y los árboles son una importante línea de defensa contra él desastre climático y la degradación ambiental, por ello se puede decir que las mujeres son guardianas de la biodiversidad del planeta en muchas comunidades rurales.
La pérdida y degradación de los ecosistemas comunales y la biodiversidad local en manos de las fuerzas económicas del extractivismo, la privatización y el mercado globalizado, dañan las fuentes de recursos naturales de las que dependen directamente las mujeres y sus familias y comunidades en las economías rurales de subsistencia. Los riesgos climáticos y ecológicos son mayores para muchas mujeres pobres cuyos medios de vida y bienestar dependen del acceso directo a los recursos ambientales locales. A todo ello se suma el sometimiento y la discriminación patriarcal de costumbres y leyes que les deniegan las oportunidades y los derechos otorgados a los hombres, lo que les dificulta el acceso a ayudas sociales y económicas de créditos y servicios.
Las mujeres más pobres en las economías rurales de subsistencia pierden el sustento básico de ellas y de la familia a su cargo cuando desaparecen los recursos ambientales locales de los que directamente dependen, como son las fuentes de agua, las tierras fértiles, los bosques comunales, la leña, el forraje para animales, las plantas medicinales o el alimento. Se convierten así en primeras víctimas y refugiadas ambientales. La escasez de agua, comida y tierras fértiles intensifica el resto de divisiones y desigualdades, favorece las hambrunas, las enfermedades y la muerte, los antagonismos sociales y el aumento de los conflictos violentos.
La capacidad general de mitigación y adaptación a las alteraciones climáticas depende del acceso a recursos sociales, como son los derechos de propiedad sobre tierras, el dinero, los créditos, las ayudas económicas, el nivel de autonomía, los conocimientos, la buena salud, la libertad, la movilidad personal, la seguridad alimentaria. Puesto que las mujeres constituyen el mayor porcentaje de las personas más pobres del mundo, con menos recursos y menos libertades y derechos, también son las más afectadas y en peligro ante las lesiones y amenazas climáticas.
La destrucción ambiental de las mujeres de la clase consumidora del Norte Global
En esta parte de la Tierra todos somos contaminadores y contaminados, somos simultáneamente víctimas y cómplices. En nuestras sociedades de consumo globalizado las mujeres somos víctimas y responsables. En general ocurre que los mayores consumos de los recursos y servicios ambientales vienen de los grupos humanos con más ingresos económicos, más urbanos y con mayores estudios. Además, sus patrones de sobreconsumo se convierten en modelo de referencia y aspiración emulativa para las poblaciones humanas más desfavorecidas, esta mimesis derrochadora afecta tanto a mujeres como a hombres.
Son superfluas, dañinas y tóxicas para la Tierra y para nuestros cuerpos y vidas gran parte de las compras fomentadas por el cultura patriarcal de la expansión mercantil globalizada. Los habitantes del mundo sobredesarrollado, 1/5 de la población mundial junto a las élites de las sociedades del sur, mantenemos unos estilos de vida guiados por valores materialistas de riqueza y bienestar asociados a la abundancia y el despilfarro de los recursos ambientales cada vez más escasos y contaminados. Malgastamos energía, aniquilamos los espacios bioproductivos del resto de especies, contaminamos con venenos y basuras nuestros territorios y lugares más preciados y el conjunto del planeta.
Las mujeres sobreconsumidoras de Europa participamos en este agresivo saqueo de la naturaleza y de las sociedades del Sur global. Son muy grandes nuestros impactos sobre las mujeres del Sur. Los materiales y productos que compramos como consumidoras en último término proceden de recursos naturales y ecosistemas, de los que dependen otras muchas mujeres por ser la fuente directa de sus medios de vida. Nuestro consumo globalizado revierte en ellas en forma de pérdidas de bienestar, empobrecimiento, desarraigo y basuras entrópicas altamente tóxicas.
La expansión urbanizadora enferma y mata
¿Por qué hemos de tolerar unos insípidos alrededores llenos de humos tóxicos, cemento y asfalto en medio de relaciones que no son por completo nuestras enemigas y no son del todo fatales? Las políticas desarrollistas de la expansión urbanística inacabable en ciudades y pueblos acarrean daños específicos en las mujeres. Los grandes bloques de equipamientos, viviendas, rascacielos, urbanizaciones, centros comerciales, carreteras, ampliaciones de autovías, amputaciones de espacios naturales periurbanos singulares y de tierras fértiles, …, atentan especialmente contra las mujeres y la vida.
Este neodesarrollismo urbanizador al servicio de las infraestructuras de la globalización económica crea espacios públicos anodinos, hostiles, insalubres y peligrosos para las mujeres. En ellos se destruye la convivencia y la escala humana, física y cultural, que hace posible la vitalización de los espacios públicos, el tejido comunitario y la habitabilidad y salud urbana y medioambiental. Este avance del urbanismo expansivo, fálico, agresivo y tóxico, es ajeno a las necesidades de mantenimiento y cuidado de la ciudad, los pueblos y barrios. Contrariamente, los espacios públicos accesibles, amplios y seguros favorecen la salud urbana y el tejido comunitario mezclado, diverso y vibrante.
Para las mujeres en general, el avance de los “no lugares” funcionales con las necesidades del mercado pero vaciados de sentido y memoria, en los que domina el cemento, el hormigón, los centros comerciales, las vías de tráfico, los humos y materiales contaminantes, las velocidades, … comporta trágicas consecuencias en enfermedades y barreras sociales, en separación, división, aislamiento, anonimato, inseguridad, desafecto, fealdad, individualismo, indiferencia, miedo.
¿Alimentos con agrotóxicos? No, gracias
Las mujeres ejercen un papel fundamental en la alimentación fruto de la división patriarcal entre la esfera pública y privada. Los valores relacionales y reproductivos de la economía doméstica de los cuidados están asociados a la compra y el consumo de alimentos y a la preparación cotidiana de comida para nuestras familias, vecindades y comunidades.
¿Por qué hemos de tolerar unas dietas con cócteles de venenos flojos que lentamente nos enferman y matan?. Los límites máximos legales permitidos sobre residuos en los alimentos no se han establecido con márgenes de seguridad ni tampoco se han indagado la multitud de las complejas sinergias que pueden actuar. La ingesta diaria de sustancias agrotóxicas de origen tecno-industrial debilita nuestra respuesta inmunológica e incrementa nuestra vulnerabilidad a enfermedades de todo tipo y a riesgos cancerígenos, neurotóxicos e inmunológicos. En parte son muy desconocidos e inquietantes los muchos impactos causados por la exposición continuada a dosis de pesticidas, herbicidas, plaguicidas, compuestos inertes y otros residuos agroquímicos presentes en los alimentos producidos por la agroindustria químico intensiva. Sus agresiones sinérgicas actúan sobre nuestros cuerpos y entornos diarios de vida, sobre los ecosistemas y los metabolismos bioregenerativos, sobre bienes tan vitales como son el agua, las tierras fértiles, el aire, la biodiversidad.
Los cambios en los patrones de compra y alimentación de las últimas décadas hacia la comida precocinada, instantánea, congelada, enlatada, exótica, fuera de temporada, afectan de lleno a los espacios públicos y domésticos. Al tiempo que se externalizan y mercantilizan los trabajos domésticos en cadenas de cuidados transnacionales, nuestra alimentación se hace más amenazante y más dependiente del mercado y de la destrucción de los agroecosistemas, la biodiversidad y la sobreexplotación animal. La globalización alimentaria está destruyendo hábitats, ecosistemas singulares y bosques con funciones importantes en la estabilidad climática y ecológica. Esta globalización agroindustrial provoca una gran sobreexplotación y sufrimiento de las mujeres del Sur global, especialmente para las mujeres más pobres y las comunidades indígenas.
La química del sistema industrial agroalimentario implicada en los procesos de producción, transformación, transporte, comercialización y venta, está enfermando la Tierra y a los seres humanos a causa del uso masivo de compuestos químicos atronómicos, como son los pesticidas, herbicidas, antibióticos y otros productos fitosanitarios de síntesis. Ganaderos, agricultores y consumidores son eslabones de un modelo agroindustrial basado en prácticas y tecnologías ambientalmente destructivas y contaminantes. Las mujeres somos primeras víctimas de un modelo tóxico de alimentación que nos afecta y nos hace especialmente más vulnerables por utilizar muchos productos biocidas que son liposolubles.
Es imprescindible el cambio de nuestros hábitos de comida para hacer las paces con la salud de nuestros cuerpos y la Tierra. Los cambios ecológicos en nuestra alimentación, como son el vegetarianismo, el veganismo y el consumo de productos ecológicos de producción local, constituyen mudanzas en las culturas domésticas de los cuidados y han de afectar de lleno a mujeres y a hombres.
Defendemos el consumo de alimentos de la producción ecológica local, que elimina los insumos agrotóxicos y acorta los trayectos y las largas distancias de materiales y energía haciendo posible el trato justo para las personas que trabajan el campo. Los largos recorridos también favorecen la desconexión y la ignorancia sobre quienes, cómo y dónde se han producido y elaborado los alimentos.
La corrosiva cultura patriarcal del coche
Las mujeres son víctimas de unas ciudades dominadas por la dictadura del coche particular bajo un patrón de movilidad: un coche, un hombre. Estas máquinas con motores de combustión de gasolina y gasòil enferman y contaminan el aire común, ocupan y degradan los espacios públicos, agrediendo y dificultando la vida cotidiana de mujeres.
Las mujeres utilizan el transporte publico más que los hombres. Necesitan espacios urbanos e itinerarios peatonales seguros, salubres y convivenciales. La peatonalización, la bicicleta, las restricciones al tráfico privado, la ampliación de los espacios públicos, las zonas verdes y el arbolado, la mejora del transporte público, del bus, el metro, el tranvía y el tren convencional, favorecen especialmente a las mujeres y su salud.
La enfermedad de la publicidad
La publicidad engañosa de las empresas mercantiles reproduce los códigos de división y desigualdad de género y alimenta la adicción individual al consumismo y el mito del crecimiento indefinido mediante cultura de la abundancia, el “usar y tirar” y el “todo siempre”.
Los cambios sociales a favor de la sustentabilidad han demoler el muro patriarcal que separa la esfera privada de la esfera pública afectando de lleno al espacio público y privado. El mundo de los cuidados domésticos, que se entrelaza con hábitos individuales y familiares de consumo privado, también constituye un espacio de cambio social.
La moda es una enfermedad de la mente. La manipulación publicitaria nos enajena y convierte a las mujeres en adictas a productos innecesarios muy nocivos para las mujeres y el planeta. La publicidad mueve la espiral de necesidades materiales inacabables y extravagantes esclavizando nuestros deseos y nuestra imaginación. Dirige a las mujeres hacia un consumo de todo tipo de productos comerciales a la vez que oculta las condiciones sociales y ambientales de la producción de los mismos que perjudican a las mujeres, comunidades y ecosistemas. Este encantamiento publicitario liberado de ataduras sociales y ecológicas colectivas coloniza nuestras formas cotidianas de vivir afectando a una gran variedad de actividades y bienes de consumo, como son los alimentos, los medicamentos, los cosméticos, la ropa, la limpieza, los electrodomésticos, el mobiliario, la vivienda, el coche ...
La lucha anti-patriarcal de los derechos animales
El sufrimiento animal también es nuestro sufrimiento. Las gigantescas dimensiones de la crueldad y sobreexplotación organizada presente en nuestras relaciones con los animales no humanos es una expresión más de la violencia patriarcal que se ejerce contra las mujeres y los ecosistemas del planeta. Un monumental campo de concentración “Auschwitz" se oculta detrás de nuestros estilos de vida y de nuestras formas cotidianas de alimentarnos, vestirnos y divertirnos.
Son numerosas y están muy enquistadas las manifestaciones del machismo especista. Se expresan por ejemplo en la tortura animal de las actividades festivas de los espectáculos taurinos; en las tradiciones masculinas de la caza “deportiva”, que persigue y da muerte a animales libres en sus hábitats silvestres; en la producción intensiva de la ganadería industrial; en el maltrato de los animales no humanos integrantes de nuestras familias, a menudo asociado a la violencia machista contra las mujeres.
Son despiadados y moralmente bochornosos los regímenes de las modernas granjas industriales de la ganadería industrial intensiva. En cifras absolutas exceden en mucho a cualquier otra forma de sobreexplotación animal. Animales dotados de los mismos órganos sensoriales que los seres humanos, como los cerdos, gallinas, pollos, terneros, ovejas, vacas, se crían, engordan y sacrifican prematuramente a gran escala en condiciones artificiales de enorme dolor, crueldad y tortura. Bajo las presiones del balance económico coste-beneficio y las ganancias malviven en espacios de encierro y hacinamiento, vacíos, insalubres, mecanizados y antinaturales, sin tener las posibilidades de libertad y los placeres de la vida salvaje, para finalmente convertirse en “carne” para alimento humano. A menudo se les niega que desarrollen y ejerciten sus instintos y capacidades naturales individuales y de especie, como es el bienestar físico y social dentro del grupo. Se les impide darse la vuelta, levantarse, acicalarse, estirar los miembros, tumbarse. Son muy cortas y miserables las vidas de millones de seres sintientes con subjetividad propia, capaces de padecer dolor y dotados de intereses y necesidades de bienestar y vida, que acaban convertidos en productos comerciales abundantes y “baratos”. Detrás de la violenta cultura del carnismo también se esconden innumerables impactos ambientales.
Queremos modelos de convivencia alternativos orientados por las exigencias de una justicia ampliada no especista y por el abolicionismo de las formas de explotación animal instituidas y legales, en los que los animales no humanos no sean considerados ni tratados como simples cosas, propiedades o materias primas. En dos siglos de historia el movimiento animalista ha cuestionado la herencia especista del imaginario masculino etnocéntrico de occidente. Su antropocentrismo especista devalúa y animaliza a las mujeres, percibe los animales no humanos como inferiores y carentes de dignidad y derechos, y en nuestras relaciones humano-animales otorga máximas libertades a los fines exclusivamente humanos.
Reconocemos que los otros animales tienen derechos universales inviolables que no deben suspenderse, como son el derecho a la vida y a no ser maltratados o torturados. Estos derechos fundamentales han de acompañarse de derechos positivos, particulares, variables y relacionales, dependiendo de los individuos, la especie y las circunstancias particulares de los contextos y las relaciones humano-animales. Los derechos animales comportan deberes y obligaciones particulares para los humanos, constituyen un sistema de restricciones para que los otros animales no sean maltratados ni sacrificados de mil maneras al servicio de las utilidades humanas.
Junto a las exigencias de un bienestarismo que alivie las condiciones prácticas de vida de los animales sintientes defendemos los derechos animales. Estos reconocen su valor intrínseco atendiendo a sus capacidades y complejidad de conciencia y subjetividad, propias de cada especie. Los derechos animales son aplicables a los seres con experiencia subjetiva del mundo e intereses. Incluyen el derecho a un entorno social y ambiental seguro y saludable. Los animales salvajes son componentes vitales de la salud ecológica de los ecosistemas y han de tener derechos reconocidos a la soberanía territorial y a la protección de sus espacios ambientales por encima de las interferencias e intereses humanos.
Estamos orgullosas de que millones de mujeres protagonicen las luchas por los derechos animales en los movimientos animalistas y ecologistas, haciendo defensa de la biodiversidad y enfrentándose a muchas formas de explotación animal, como son la caza, las granjas industriales de explotación animal y la destrucción de los hábitats de las especies silvestres.
Las mujeres que son fuente y vanguardia de las culturas anti-especistas y eco-animalistas del cuidado y la protección de animales abandonados y maltratados, corroen la herencia cultural machista insensible hacia los seres vivos no-humanos y la naturaleza.
Las mujeres como la naturaleza son productoras y cuidadoras de vida
El compromiso con la biodiversidad obliga a respetar espacios ecológicos que necesitan otras especies y ecosistemas, otros seres humanos y las generaciones futuras. Cualquier estrategia de mejora de la condición de las mujeres debe apoyarse en el protagonismo, los conocimientos y las habilidades de las mismas. En la mayoría de las culturas y grupos humanos las mujeres son expertas cuidadoras de los otros próximos y por ello son guardianas de aprendizajes de conservación de la biodiversidad y sus fuentes regenerativas.
Necesitamos reinventar nuevos valores, saberes, tecnologías y maneras de organización, en sintonía con las necesidades ecológicas del mundo. Estas metas ecológicas también han de integrarse por las aspiraciones igualitarias de los feminismos. Son posibles nuevos aprendizajes de formas de relación más cooperativas y simbióticas con los otros humanos y no humanos.
Muchas de los culturas y valores femeninos que a menudo han sido un precipitado histórico de las condiciones de dominación masculina pueden revalorizarse y ayudarnos colectivamente. Las culturas prácticas orientadas por los cuidados hacia los otros próximos, la casa, el huerto, la familia y la comunidad, hacia humanos, animales, plantas, objetos y artefactos, pueden servirnos para reciclar muchas de las erróneas y abstractas creencias modernas sobre el crecimiento material indefinido y sobre el individuo humano soberano, racional y omnipotente. Este arquetipo viril protagonista de la historia del patriarcado industrial se autoproclama como aislado y desenraizado, sin ningún lugar ni atadura social, física y ecológica, sin ninguna constricción comunitaria y medioambiental.
Muchas naturo-culturas femeninas que renacen desde muy diferentes espacios sociales y culturales, revitalizan tácita o explícitamente los valores ambientales y actúan de obstáculo contra el individualismo posesivo dominante en los espacios públicos masculinizados. Son micro-culturas resistentes de creación, cuidado y donación, que a menudo surgen de valores y conocimientos prácticos situados que mezclan razón y emoción, cuerpo y contexto. Estas percepciones y aprendizajes naturo-sociales están depurados de abstracciones que separan, idealizan, jerarquizan y violentan nuestros substratos relacionales, sociales, biofísicos y emocionales. Sus disposiciones comportamentales, cognitivas, morales, emocionales y sensitivas son accesibles a mujeres y a hombres. Impulsan relaciones de solidaridad y de apoyo mutuo persiguiendo fines prácticos, resolviendo problemas desde lo concreto, desde el suelo local del vivir diario, desde las necesidades humanas más básicas y comunes, como pueden ser la nutrición, la higiene, el cuidado, el afecto, la seguridad, la salud, el cobijo.
Estas culturas femeninas alimentan muchas micro-relaciones prácticas orientadas por principios y valores alternativos al individualismo social y ecológicamente desencarnado, como son la compasión, el sacrificio, el amor, la reciprocidad, el reconocimiento y cuidado del otro particular.
Unas naturo-culturas adaptadas a nuestros tiempos de emergencia climática pueden renacer a partir de un "modelo femenino" de relacionarse con el mundo cercano que es un producto social y cultural construido en los contextos patriarcales de socialización. Se trata de ideas y de saberes prácticos, de percepciones, apreciaciones y sentimientos de empatía guiados por solidaridades, principios morales de compasión y métodos intuitivos de resolución de problemas concretos, bien alejados de los principios y valores abstractos que no tienen los pies en la Tierra.
Saberes situados y de acceso abierto para el buen vivir
Somos terrestres que subsistimos en medio de terrestres. Aunque no es posible ponerse a salvo fuera de la Tierra, la respuesta de las élites oscurantistas ante el naufragio inevitable del Titánic de la civilización industrial globalizada es alejarse más y más en sus botes salvavidas mientras suena la música y sigue la fiesta del crecimiento. Al tiempo que prometen fortaleza y suelo seguro para los suyos se desentienden del resto de los náufragos del planeta, de las masas de refugiados y de las metas colectivas. Han dejado de asociar la modernización globalizadora con las metas comunes, como las del progreso, la emancipación, el reparto de la riqueza, la racionalidad, y apuestan por la desregulación desembarazándose de los lastres de los derechos y las solidaridades que ayudan a amortiguar las caídas.
Desde los años ochenta mucha gente comprende los grandiosos peligros inherentes a los saqueos y abusos ecológicos implicados en las relaciones humanas con la Tierra. El sistema de la Tierra reacciona a nuestras acciones y ya no contamos con un marco de conocimiento estable donde abeldar nuestras modernas ilusiones expansivas. Como contrapeso de las trayectorias exterministas de las instituciones más importantes de nuestras sociedades necesitamos nuevos saberes orientados por valores más humildes, situados, parciales y cooperativos, en sintonía con las necesidades ecológicas del mundo y con los mejores conocimientos disponibles aportados por las ciencias.
Las sabidurías ecofeministas son parte de la conciencia y la alarma social sobre la crisis de sustentabilidad y las mentiras divulgadas por las élites masculinas de la globalización. Exigimos que las élites gobernantes digan la verdad sobre la tragedia de nuestra situación colectiva de translimitación ecológica y dejen de ocultar algo fundamental: que no hay planeta suficiente para cumplir las promesas modernizadoras de mejora en riqueza y vida confortable.
Desde sus diferentes lugares sociales, públicos, privados y comunitarios, las mujeres desarrollan prácticas y conocimientos alternativos a las formas individualizadas de interacción impersonal y jerárquica de las organizaciones burocráticas y de la racionalidad instrumental depurada de valores substantivos. Son posibles nuevos aprendizajes de formas de relación más simbióticas con los otros humanos y no humanos. Frente al drama climático y ecológico no es posible la indignación social si se sigue incitando a la gente a la desinformación y el escepticismo, a desconfiar de las verdades sobre hechos socioambientales masivos como son los relacionados con la desestabilización climática en curso.
No existe conocimiento por sí solo sin mundo compartido y sin una fuerte vida pública. Los hechos solo pueden ser percibidos y robustos si existe una cultura común, una vida pública decente y unas instituciones confiables. Por ello, no solo se trata de reparar déficits de racionalidad con nuevas epistemologías y saberes sino que a la vez hemos de tejer prácticas comunes de adaptación realista frente a los retos ecológicos.
Los conocimientos, las ideas y las tecnologías han de distribuirse socialmente mediante formas de acceso abierto que estén sometidas a normas y restricciones sociales y ambientales. El acceso abierto sin propiedad intelectual privatizadora ha de darse bajo regulaciones sobre el conocimiento y las tecnologías que prioricen los fines sociales del acceso equitativo ecológicamente responsable. Esta necesaria difusión social de los conocimientos constituye un pre-requisito de la descentralización organizativa, la relocalización y la reducción de la escala física de los metabolismos sociales implicados en el consumo de recursos materiales y energía. Frente a la propiedad privada, las formas participativas de propiedad, autogestionadas y descentralizadas, favorecen el paso de los sistemas de producción a los sistemas de generación mediante la reducción del extractivismo de recursos ambientales y energía.
El acceso al conocimiento no implica solo un enriquecimiento de nuestras mentes individuales, significa también el acceso a los medios colectivos de creación de riqueza, a la capacidad de compartir y remezclar. Así podemos aprender y crear nuevos conocimientos y percepciones colectivas. No solo somos propietarios de las ideas, las heredamos, las compartimos, las hibridamos y mezclamos, y en este proceso colectivamente creamos nuevas ideas. Impedir la privatización y los candados de los conocimientos y tecnologías mediante las patentes y el copyright, hoy son maneras de facilitar el intercambio justo y los cuidados sobre las fuentes materiales generativas de las riquezas.
La mercantilización de los datos personales de las mujeres, el acceso abierto y la gobernanza de los datos personales por las plataformas digitales, son parte de la dominación del machismo mercantil. Sus códigos normativos de género se difunden por las redes sociales reproduciendo la opresión patriarcal y la tiranía del consumismo sexista. La publicidad personalizada difunde en las redes digitales muchos mensajes reproductores de normas patriarcales rigoristas que potencian el auto-odio y el rechazo de las mujeres hacia sus propios cuerpos y vidas. Frente a esta violencia patriarcal se hace necesaria una gobernanza pública-cívica democrática y comunitaria junto a la protección de los datos personales, para que estos no puedan ser objeto de apropiación ni de explotación comercial.
Las mujeres necesitamos recuperar el control y la soberanía de nuestros datos personales y privados que han sido secuestrados por las multinacionales digitales en contra de los intereses de las mujeres y la Tierra.
Aterrizar en lo terrestre y recomponer la política común
Frente a la desconexión de la economía globalizada extractivista dominada por élites masculinas y por mentalidades patriarcales separadoras y jerárquicas es urgente el aterrizaje en lo terrestre. Junto a la recomposición de la política común las prioridades han de girar sobre los procesos de regeneración de la vida. Tenemos que pasar de la comprensión en términos de “producción”, fundada en una concepción de naturaleza y humanos separados, a la percepción en términos de sistemas de generación que se fundan en una idea de naturaleza dinámica y heterogénea, habitada por agentes innumerables y distintivos. Lo terrestre designa la acción conjunta de agentes humanos y no humanos aferrados a la Tierra.
Los “valores femeninos” asociados históricamente en nuestras sociedades patriarcales a las mujeres pueden servir de brújula para el aterrizaje de las sociedades basadas en el crecimiento, la aceleración, la homogeneización, el individualismo posesivo y el despilfarro.
No hay un mínimo realismo en unas políticas planetarias prometeicas que olvidan la escasez y el agotamiento de los recursos naturales y carecen de planes de duración. No hay racionalidad en la extraña manera de conocer, separada, desde lejos y desde ninguna parte, que quiere la continuidad de unos caducos planes globalizadores que nos lanzan al infierno de un planeta con un aumento de temperaturas de 3,5 grados y nos fuerzan a ser partícipes de la sexta extinción sin apenas quererlo ni darnos cuenta.
Debemos de abandonar cuanto antes las ilusiones modernas de desconexión ambiental de cuatro siglos de terrícolas humanos, que incapaces de advertir sus errores han motivado una gigantesca transformación artificializadora en el mundo entero. Muchos de los desprecios patriarcales a los valores asociados a las mujeres son un resultado de esta mudanza histórica, que convierte en grotesca cualquier forma de apego a antiguos suelos primordiales.
Son contraproducentes los intentos de vuelta a las fronteras nacionales, regionales, étnicas o identitarias y a sus viejos terrenos de disputa. Tampoco tiene sentido continuar una globalización materialmente expansiva físicamente imposible. Nuestra condición terrestre nos obliga a luchar contra el déficit de representación cultural de la misma para conocer las características que la componen. Ya no nos sirve la antigua clasificación heredada de humanos por una lado y los recursos por otro lado. El aterrizaje en la Tierra nos obliga a retomar descripciones de muchos terrenos de la viva que se han vuelto invisibles, su lista es larga y difícil de elaborar puesto que los agentes humanos y no humanos que componen lo terrestre, animados y actuantes, tienen cada uno su singularidad y su propio recorrido e interés, y de ellos a su vez dependen otros seres y comunidades terrestres.
Tenemos que redirigir la atención hacia lo terrestre viviente para poner fin a la desconexión entre los actores humanos y los “recursos naturales” que paraliza a las fuerzas políticas de izquierdas y derechas desde la aparición de la amenaza climática. No hay organismos de un lado y medio ambiente del otro puesto que somos terrestres todos los seres vivientes de la Tierra. Hemos de pasar de las categorías de libertad humana y de producción a las de conservación, generación y ecodependencia. Todos, humanos y no humanos, son agentes que participan plenamente en la génesis de las condiciones geológicas, bioquímicas, biológicas y ecológicas del planeta.
La comprensión no mecanicista ni reduccionista de naturaleza ha de redirigirse hacia lo terrestre, ha de abandonar la fuga hacia la expansión globalizada o hacia un inviable universo exterior. Aterrizar obliga a salir de las inútiles ilusiones de las mentalidades modernas sobre una naturaleza considerada exterior, alejada, indiferente y mecánica. La vuelta a lo terrestre no tolera el negacionismo ni los desarraigos ecológicos y climáticos. Contrariamente necesita de actitudes encarnadas que reconozcan muchos de los territorios y los muchos actores variopintos del mundo, aunque estos se hayan vuelto muy invisibles siempre intervienen en las tramas, asociaciones e intercambios del mundo y las sociedades humanas.
Durante los pasados 70 años de gran aceleración económica todo se ha metamorfoseado por las fuerzas abrumadoras de la modernización y el mercado, gracias al petróleo el reino de la economía parece creerse capaz de prescindir de todo límite material. La economía globalizada intensifica la oposición y los conflictos con el mundo viviente, la equidad social y la ecojusticia. A pesar de las rivalidades y diferencias políticas entre la izquierda y la derecha, sus ideologías coinciden en que solo cuentan los humanos. Son impotentes a la hora de idear un horizonte común de continuidad por su incapacidad para percibir y dar reconocimiento a los otros sujetos diversos. La ecología entonces puede entenderse como una llamada a cambiar de dirección y a caminar hacia lo terrestre, el único lugar donde pueden engendrarse las metas ecofeministas de bienestar, equidad, solidaridad y justicia intra-humana, inter-especies e inter-generacional.
No existe planeta compatible para llevar adelante los planes modernizadores guiados por la adicción a lo ilimitado. No hay lugar donde albergar la globalización expansiva y en ella nadie puede encontrar arraigos y hogar seguro. Para los habitantes del mundo sobredesarrollado son muchos los cambios y la magnitud de las responsabilidades ante el abismo ecológico y climático. Tenemos que abandonar nuestras actitudes de negación y retraso del aterrizaje en la Tierra, que buscan prolongar durante un tiempo más los peligrosos sueños modernizadores. Tenemos que cambiar la totalidad de nuestras vidas extravagantes y sobreconsumidoras de recursos ambientales cada vez más menguantes y devastados.
La ecología recompone la política introduciendo un mayor realismo geo-social y bio-social mediante nuevas percepciones, preocupaciones, actores y prioridades, que ya no nos obliguen a separar y elegir entre salarios y especies. El nuevo eje público de lo terrestre ha de abrirse camino con fuerza contra todas las formas de negacionismo prestando atención responsable y objetiva a las posibilidades y consecuencias de nuestro aterrizaje.
Los dramas humanos y ambientales de la inestabilidad climática y la crisis ecológica global son ya parte inevitable de nuestra existencia presente. No podemos escapar de ellos ni tampoco existen soluciones individuales. No podemos protegernos buscando nichos y refugios cada vez más inexistentes y contaminados. Es urgente volver a enraizarnos y aterrizar en la Tierra y para ello es prioritaria la acción colectiva coordinada, local y transnacional, que implique a todos los gobiernos e instituciones, públicas, privadas, comunales y domésticas. Son ineficaces las respuestas sectoriales marginales y desconectadas al uso, como son las que demandan que las "soluciones" vengan de los expertos; de las tecnologías; de la gente; de la educación; del mercado; de las leyes; de los gobiernos; del Estado.
No hay escapatoria mediante las huidas hacia delante de la globalización, ni tampoco las hay en las huidas hacia atrás del encierro nacional y local, ambas tienen en común que rechazan aterrizar en el mundo. Las nuevas cartografías para orientar con urgencia el aterrizaje de las políticas han de seguir direcciones aún no trazadas, para ello han de servirnos nuestras capacidades organizativas, científicas y tecnológicas.
Ante la emergencia terrestre han de abandonarse las peligrosas recetas neoliberales globalizadoras de liberarse de toda restricción y de las metas de un mundo común compartido. Las salidas no pueden venir de este “sálvese quien pueda” que apuesta por seguir prolongando el acelerado vector modernizador del desarrollo y la globalización económica, donde se desvanece cualquier horizonte con metas compartidas y comunes. El aterrizaje en la Tierra tampoco será posible volviendo a las identidades nacionales. Las nuevas orientaciones que necesitamos tampoco pueden venir de la huida hacia atrás y del encierro en lo local, que buscan viejos arraigos y seguridades al tiempo que rechazan la fraternidad y la realidad de las restricciones que imponen los dramas ecológicos. El aterrizaje significa repolitizar nuestra pertenencia a la Tierra pero sin que sea absorbida por la división de fronteras estatales, el aislamiento violento de la homogeneización étnica, el patrimonialismo y la nostalgia del regreso a un modo de vida “auténtico”.
Como ecofeministas sabemos que debemos dejar de definir lo social humano y las relaciones entre mujeres y hombres separándolas del mundo viviente y de nuestra casa planetaria común. Sería un gran error repetir las experiencias y trayectorias del pasado creyendo que debemos elegir entre la cuestión social y la cuestión ecológica. Ahora se trata de cohabitar. Lo terrestre y su desestabilización constituye un nuevo actor político de envergadura que ha de dejar de ser decorado y telón de fondo para convertirse en agente y protagonista central de la vida pública para los seres humanos de la Tierra, no “sobre” la Tierra.
Las metas y prioridades de gobiernos, instituciones y leyes de todo tipo han de reconocer con urgencia la incómoda verdad de la catástrofe ecológica y climática causada por el avance del patriarcado industrial expansionista y globalizado, tal y como informan los mejores informes científicos disponibles desde hace cinco décadas. Las prioridades puestas en un horizonte terrestre, común y compartido, han de darse en todas las escalas de gobierno y regulación (municipal, regional, estatal, europea, internacional y transnacional). Este renacimiento ha de abandonar las prioridades puestas en el mercado, la economía dineraria y el crecimiento de la la escala física de la producción y el consumo, que son nocivas para las mujeres de todo el planeta. Ya no son realistas ni realizables las metas de seguir creciendo en consumo y degradación de los recursos naturales finitos cada vez más escasos y maltrechos.
Ecologizar y feminizar enraizando nuestras formas de vivir
El compromiso ambiental exige despatriarcalizar y descolonizar. Sus cambios no han de detenerse ante los espacios domésticos del cuidado ni ante los espacios públicos de la economía globalizada, el individualismo posesivo del dinero, el mercado, el empleo y la política. Cambiar la esfera pública o cambiar la vida privada constituyen un falso dilema, ni una ni otra por separado son suficientes ante la crisis ecológica global y el calentamiento climático. La agenda ecofeminista cuestiona las prioridades productivistas del consumo familiar y las de la producción.
Ante la emergencia ecológica y climática no hay otro futuro que el de una metamorfosis social que abandone la desmesura y el dominio de las racionalidades masculinas utilitaristas. Para que pueda ser posible el cuidado reparador e igualador hacia los otros seres humanos y no humanos este renacimiento ha de fundarse en los valores de suficiencia, frugalidad, equidad, autoconstricción y respeto de los límites ecológicos. Este reto no solo afecta al presente de la humanidad en su conjunto, también atañe a nuestra responsabilidad hacia los seres del futuro, humanos y no humanos. Las nuevas generaciones sufrirán las consecuencias de nuestros comportamientos de hoy y padecerán inmensos descuentos en sus oportunidades de bienestar y vida.
Para poder frenar con relativo éxito las expansivas perturbaciones exterministas de la globalización y la privatización, un importante requisito de la localización es la pre-distribución local de la fuentes materiales generativas de la riqueza. En la esfera pública esto supone gestionar la reproducción de los bienes y servicios de los ecosistemas mediante regulaciones institucionales y la implicación de la gente en el trabajo de reproducción de los bienes comunes y lo público. Este requisito local de pre-reparto de la riqueza se opone a que su control continúe estando en manos de las empresas y el mercado globalizado. En la localización y descentralización participativa de las fuentes generativas y los medios de producción pueden darse muchas formas posibles de hibridación entre lo público, lo comunal, lo privado y la economía de los cuidados. En este aterrizaje el aprendizaje por antelación del principio de precaución nos ayuda a interrogarnos sobre donde vienen los productos del mercado, como se han procesado, cuáles son los daños socioambientales asociados y las condiciones de su acceso redistribuido y equitativo.
Lo más importante por hacer no solo es la redistribución social de las rentas económicas mediante los impuestos y los servicios públicos, lo prioritario es la pre-distribución de la fuentes generativas de la riqueza, lo que a su vez posibilita la descentralización, la localización de la economía social y material y la autolimitación. Sin embargo los partidos políticos de izquierdas y derechas suelen hablar de impuestos y redistribución de los ingresos del Estado, pero no hablan de la esfera generativa de pre-distribución. Tampoco hablan de cambiar las estructuras y los procesos sociales del conocimiento, las ciencias, la producción y la propiedad, que son precisamente los lugares donde los cambios de rumbo hacia una economía regenerativa desestabilizan las estructuras de poder y propiedad masculinizadas.
El decrecimiento y la austeridad voluntaria, la suficiencia, la equidad, la relocalización material y el aterrizaje de la economía, son antídotos contra la racionalidad patriarcal conquistadora del industrialismo mecanicista y desencarnado de nuestra identidad terrestre y de nuestros inevitables vínculos y dependencias medioambientales.
Rebel.lió / Extinció
XR-València
Valencia, 8 de marzo 2019
El optimismo que promete “un futuro mejor” es el producto más apreciado de las políticas dominantes. El ADN del los genes optimistas de las política es “la maquina del crecimiento económico”, cuyo engrase y alimentación es el objetivo prioritario la mayoría de los partidos de cualquier tinte ideológico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Sin embargo el engranaje de la maquinaria expansionista insaciable de las políticas de desarrollo cada vez está más averiado ante el agotamiento y la creciente escasez de recursos naturales, de “tierras vírgenes” que conquistar y de energía abundante. Su voracidad extractivista solamente puede ser efímera en un planeta finito en materiales y cada vez más degradado ecológicamente. Son muchas las alarmas sociales y ecológicas ante la decadencia progresiva de las capacidades bioproductivas de los ecosistemas. Con que las actuales tasas de crecimiento económico son débiles, lentas o inexistentes, las élites políticas comienzan a verse desnudas ante una ciudadania rehén cada vez mas escéptica con los cantos de sirena del crecimiento y el bienestar. La clase política se encuentra atrapada entre unas promesas falsas de más y más poder adquisitivo que no podrán cumplirse y una ciudadanía cada vez mas convencida de que su nivel de vida y consumo será peor que el de sus padres.
En este caldo de cultivo social provocado por la decepción, la deshonestidad e la irresponsabilidad de nuestras élites gobernantes crece una extrema derecha populista por todo el mundo que anuncia recetas salvadoras. Estos movimientos reaccionarios brotan y se alimentan de la inseguridad de unas clases medias y de unos trabajadores autónomos que temen por el mantenimiento de su actual nivel de ingresos. Es muy grande el anacronismo de esta extrema derecha que se agarra a unos modelos de vida en caída cuesta abajo a causa de la conjunción de realidades interdependientes como es globalización de la economía, los cambios tecnológicos y las bajas tasas de crecimiento. La globalización competitiva empuja a la ruina a numerosos sectores económicos. Así esta nueva/vieja derecha achacan sus problemas a “las élites urbanas progres", a los inmigrantes, a las feministas, los gais, a los ecologistas y otros imaginarios. En suma, culpan a las autoridades “progresistas” de la globalización neoliberal, a las mismas que defienden, al menos en teoria, los derechos humanos individuales de las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales y que incluso, hablan(a pesar de no hacer nada) de “la lucha contra el cambio climático”.
Es una obviedad que la clase política miente descaradamente al afirmar que se puede continuar indefinidamente un crecimiento económico, urbanístico, turístico y agrícola y al mismo tiempo mitigar or estar mínimamente preparados ante los terribles estragos del cambio climático y las masivas extinciones naturales que ya nos rodean por doquier. Engañan a la gente al decir que el crecimiento economico, el bienestar humano y la sostenibilidad ambiental son todos compatibles cuando los datos científicos apuntan todo el contrario. Afirman que la fiesta desbocada del consumismo, los viajes low cost y el boom del ladrillo pueden continuar sin tener que pagar una factura impagable de gran sufrimiento social y ecológico. Nuestros politicos, los medios de comunicación y los líderes empresariales prometen el oro y el moro pero son tigres de papel de un crecimiento imposible que pronto se acabará debido a unos limites físicos y económicos infranqueables en un planeta menguante que se achica y se empobrece sin parar. Las élites de nuestras democracias liberales, atrapadas entre promesas engañosas y la negación de aceptar la imperiosa necesidad de una austeridad justa y solidaria en nuestro consumo material, corren el gran riesgo de quemarse en la hoguera de la ira de gentes frustradas. Ante esta disyuntiva las elites suelen intentar despistar a la gente con las falsas panaceas de las magias tecnológicas, la eficiencia mercantil o el falso “desacoplamiento”(entre el crecimiento y el consumo material) como coartadas ficticias para continuar con la misma noria suicida del sobreconsumo, el saqueo de la naturaleza y la sobre-explotación laboral.
Si no hay un cambio de rumbo muy sustancial la primera baja en Europa provocada por el colapso climático y el relacionado freno al crecimiento económico será la misma democracia liberal y la defensa de los derechos humanos. A falta de una mayor dosis de realismo, responsabilidad y solidaridad nos encontraremos en un endemoniado callejón sin salida entre dos imposibilidades: una globalización neoliberal que se atasca por un unos límites físicos, económicos y políticos y un giro hacia los nacionalismos populistas y xenófobos que anhelan una vuelta a un pasado “soberano” que no puede existir en un futuro dominado por enormes problemas ambientales y sociales comunes transnacionales. Para añadir más leña a este fuego de descontento decenas de millones de refugiados se agolpan a las puertas de la UE desde Africa y el Oriente Próximo por la combinación de las guerras, las dictaduras, la explosión demográfica, la caída de productividad agrícola, la pérdida de tierra fértil a la erosión, y las sequías, las crisis hídricas, la pérdida masiva de biodiversidad y la contaminación tóxica. Esta presión migratoria ya está poniendo a una dura prueba nuestros valores y principios más apreciados de libertades personales y respeto universal al valor de la vida humana.
El primer paso a dar en buscar unas alternativas morales y universales a este atolladero es decir la verdad sobre la necesidad de una imprescindible austeridad impuesta por unos límites biofísicos cada vez mayores por los impactos del colapso climático y otras crisis socioecológicas. Nos urge comenzar a sustituir el actual delirio del crecimiento por una economía localizada y decentralizada con más equidad, más solidaridad y más recursos compartidos. Al contrario de lo que piensan los partidos socialdemócratas y liberales, el reparto social equitativo y la sociedad de bienestar ya no es un dividendo del crecimiento material de la economía. Si en medio de unas crisis sociales, ambientales y climáticas sin precedentes, seguimos dando prioridad al crecimiento globalizado y más extracción material de la naturaleza solo aumentará la desigualdad y la pobreza, lo que hará aún más difícil la solidaridad, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. En juego no es solo mantener un margen para los derechos democráticos y la justicia global sino la supervivencia misma de unas sociedades mínimamente estables, pacíficas, seguras y libres.
Shiny marketing presentations about Cochrane's successesare usually based on misleading quantitative figures and the obsession with greater economic turnover but they fall short dearly on delivering the scientific and democratic quality that is actually the only way of delivering better health-care information, synthesis and evidence to help people to take more informed decisions. Especially in health-care, more does not mean better. The Cochrane leadership´s approach reflects a head-in-the-sand “follow the money” approach that ignores most of the key strategic concerns of many of its key members and the wider health-care community.
Membership numbers and balance sheets do not reflect Cochrane´s existential crisis over transparency, openness and democratic accountability. The fact that calls for change by a large majority of centre directors in Europe and Latin America and almost half of the previous Governing Board members have fallen on deaf ears and open denial on the part of the central leadership is unprecedented in any democratic civil society organization. On a qualitative level many of the most highly qualified, experienced and recognised medical researchers around the world are increasingly critical in varying degrees of the organizational and scientific direction Cochrane has taken in the last number of years. (From Moynihan to Goldacre, from Iaonnidis to Paul Glasziou, from Godlee to Jefferson, from Dickerson to Rivaud, from Erviti to Bonfill etc.) If one wants to be quantitative too, have a look at the 10000 signatures and 2000 personal messages in support of Peter Gøtzsche (https://www.ipetitions.com/petition/letter-to-danish-minister-of-health-against#facebook-share), who is considered by John Iaonnidis “one of the greatest scientists of our times”. His expulsion has sent a very clear message to the health-care community that Cochrane does not tolerate strong critics of the pharmaceutical industry and the medical establishment.
The repression of dissent and open scientific debate has had a devastating impact on the public and professional trust in Cochrane. As reflected on these lists of support for Gøtzsche and many other public declarations in articles and in social media the present Cochrane leadership is intellectually and professionally isolated. The London Cochrane leadership are more and more criticised among researchers and professionals who are in favour of change in our biomedical innovation and knowledge models. This qualitative fact underlines a sort of “Cochrexit” where the London central office has cut itself off from the world. It is a given that they will maintain control of the Board but this can be a pyrrhic victory in light of the disrepute the crisis has caused.
The lack of internal democracy is scandalous and openly recognized by most. As I describe in my no gracias blog, most Board members are not encouraged nor allowed to be active in decision-making processes and they have become a final stage rubber-stamp of central executive team decisions and any critical strategic discussion is strongly discouraged within a Board agenda ambience where 95% of the issues considered by the Board are related to the publishing business model, “the brand” and financial progress. Cochrane is not “inclusive and diverse” because it is intolerant of diversity and criticism, persecuting and rejecting open democratic debates and contested elections. The expulsion of Peter Gøtzsche without any democratic process by a margin of 6-5, the censoring of a “voting guide” by leading Cochrane members for the recent elections and the totally opaque, incomprehensible candidate information as described by Ben Goldacre on Twitter, are just a few examples.
The assertion that strong centralization policies are in favour of “quality” is absurd in a context in which the central office actively rejects and even considers “disloyal” any open debate on the scientific weaknesses of Cochrane´s present business model that often ignores the biased, manipulated and opaque nature of industry-sponsored or influenced journal articles as the sole basis for many systematic reviews. Greater central control is not improving quality because it chooses to ignore most of the underlying structural issues that determine the quality of the systematic reviews.. The core business of Cochrane are its Systematic Reviews yet in the last decade Cochrane has dragged its heels in response to insistent concerns that they are largely synthesized information from industry-sponsored studies. Cochrane has done little to address the increasing need for reviews to be undertaken using accessible regulatory data (Clinical Study Reports and patient-level clinical data). In contrast, by giving total priority to its publishing business model the Cochrane London team has refused any honest open dialogue within the Board or other organs about what the basis of “trusted evidence” actually is. A few of the “costs” of the maintaining a large, expensive London staff is a highly criticized policy of a lack of open data to back up reviews and the lack of responsiveness for immediate open access to reviews demanded by many EU member states and international research organizations. More Knowledge Translation and language translations will not advance “better evidence” if they are based on weak, redacted or inaccessible clinical trial evidence and biased methodological premises. Cochrane reviews can even end up amplifying and certifying pharma industry marketing spins. What many long-time Cochrane members are calling for is not the production of more reviews but fewer ones of greater scientific quality, credibility and independence. But, of course, greatly slowing down the “systematic review assembly line production”(even called “chain reviews”) would reduce the revenue of the central office which is the overriding objective of the present Cochrane leadership. And you can´t deal with quality of content later! And quality of content is not mainly a technical issue but one of strategic scientific and moral choices.
It is very unfortunate that a significant portion of Cochrane editors have financial conflicts of interest with promoters of the treatments they are evaluating. This undermines trust in the recommendations. Up to half of the review authors are allowed to have conflicts of interest with the products they are considering.
Open access statistics (increasing by 1%) given are misleading or mean very little because after one year of moratorium behind a paywall almost all publications become open access anyway. The key economic question is how Cochrane will respond to the demand of immediate open access in the future and how this will affect the core of its business model.
The idea that Cochrane national leaders are key advocates of evidence-based medicine for Cochrane flies in the face of the fact that most of these leaders from Germany to Austria to Finland to Spain to Denmark to most of Latin America are calling for democratic change in the way Cochrane works. See the German letter from the EBM network: https://www.ebm-netzwerk.de/pdf/stellungnahmen/letter-cochrane-20181004.pdf.
All the data about the increase of the quantity of online downloads and visits says very little about the influence of Cochrane reviews on decision-making and health-care policy. These are qualitative questions that need another kind of metrics. In fact, the ongoing public crisis of Cochrane (unless there is a strong reaction) will probably have a very negative impact on that influence.
The fact is that the core business of the Cochrane central office is not providing “trusted evidence” but producing its “products” in the Cochrane Library which is principally the Cochrane Database of Systematic Reviews. Most of the work is done by Cochrane review groups around the world while the revenues are almost exclusively controlled by the London office and rarely shared with regional centres that have their own independent funding. Centre director complaints over policies that affect their national scientific work and income are routinely brushed off and ignored.
This has little or nothing to do with improving quality and a lot to do with top-down control. It is false, the assertion: “We are financially sustainable as an organization at central and group levels”. At a central level it is certainly true, but the groups are often struggling with a relatively high turnover and financial instability.
For example, when one well-known author of some of the most influential and impacting Cochrane reviews ever published, on flu vaccines, asked for financial support to update his reviews, he was laughed off by the chief editor. Cochrane researchers serve the central office in exchange for the Cochrane stamp and some editing services, but they should not expect any financial support from substantial and growing income of the central office. Inversely, the central office uses its resources to try to control and centralize the work of the centres into a “unified message and brand,” often in contradiction with the needs of the network.
The problem with this core business model, aside from squashing the essential open scientific model needed for more trusted and efficient results, is that the present Cochrane leadership ignores that many of the systematic reviews can be flawed, faulty and incomplete “products” because they are based on journal articles with pervasive publication bias that often amplifies benefits and minimizes possible harms of a medical treatment.
“Quality” is often exaggerated by Cochrane because it is a non-brainer that most reviews of pharmaceuticals are likely to be biased or incomplete as they are based on industry sponsored publications usually without access to the original clinical data and much less data independent of industry sources. There is no point in improving the technical processes, increasing the number of publications, promoting more “knowledge translation” and language translations if the overwhelming source of evidence, usually journal articles, is contaminated by bias, selective reporting, lack of trial transparency and conflicts of interest. It is noteworthy, the almost total absence of Cochrane advocacy on these issues of transparency in the EU, at the WHO and before other institutions. This silence is not a coincidence nor is it due to a lack of resources. It reflects, as declared by Cochrane´s CEO, the need of aligning any advocacy in accordance with the needs of Cochrane´s “products,” not public health needs.
Aside from carrying out systematic reviews, a core activity of Cochrane has been the development of methodology. Many of the key intellectual powerful forces that have led the development of these methodologies such as EQUATOR and others have distanced themselves from Cochrane due to the lack of productive dialogue with the present leadership. This exodus of top methodologists will weaken Cochrane's position as methodological leader but also affect SRs which will be seen as less trustworthy.
For drugs, implantables and biologics, such as vaccines, we know or suspect that trial publications are affected by reporting bias. As Tom Jefferson has stated: “The result is garbage in garbage out with a seal of approval: The Cochrane logo.” This issue is never considered by the Cochrane leadership because it threatens their publishing business model based on reviews of journal articles. Business has trumped science in Cochrane. This is a win-lose situation for decision makers.
The Cochrane leadership chooses to ignore in its methodology, public promotion and almost total absence of critical policy advocacy the structural problems of the “raw material” used for systematic reviews: the data/articles produced, rationed and manipulated by the pharmaceutical industry. It is no coincidence that Peter Gøtzsche and thousands of researchers around the world who support him are precisely those who have publicly pointed out these fundamental problems with our medical innovation system. Without recognizing and trying to correct these limitations and biases at every stage, Cochrane´s work loses credibility and trust. The Cochrane leadership has generally ignored civil society opinion makers and scientific leaders who have led campaigns for trial transparency, against conflicts of interest, in favour of open data and for new medical innovation models not based on patent monopolies.
As many observers have noted, there are generally two confronting paradigms about the future of Cochrane. One is a collaborative based on open science principles that is not afraid of publicly questioning some of the basic social, economic and scientific premises of our current medical research model dominated by big pharma and the other is a much more centralized, functionalist, conformist and conservative approach that prioritizes the current scientific publishing model that precludes any important distancing from pharmaceutical industry interests. In the end it is a question of moral choice.