El optimismo que promete “un futuro mejor” es el producto más apreciado de las políticas dominantes. El ADN del los genes optimistas de las política es “la maquina del crecimiento económico”, cuyo engrase y alimentación es el objetivo prioritario la mayoría de los partidos de cualquier tinte ideológico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Sin embargo el engranaje de la maquinaria expansionista insaciable de las políticas de desarrollo cada vez está más averiado ante el agotamiento y la creciente escasez de recursos naturales, de “tierras vírgenes” que conquistar y de energía abundante. Su voracidad extractivista solamente puede ser efímera en un planeta finito en materiales y cada vez más degradado ecológicamente. Son muchas las alarmas sociales y ecológicas ante la decadencia progresiva de las capacidades bioproductivas de los ecosistemas. Con que las actuales tasas de crecimiento económico son débiles, lentas o inexistentes, las élites políticas comienzan a verse desnudas ante una ciudadania rehén cada vez mas escéptica con los cantos de sirena del crecimiento y el bienestar. La clase política se encuentra atrapada entre unas promesas falsas de más y más poder adquisitivo que no podrán cumplirse y una ciudadanía cada vez mas convencida de que su nivel de vida y consumo será peor que el de sus padres.
En este caldo de cultivo social provocado por la decepción, la deshonestidad e la irresponsabilidad de nuestras élites gobernantes crece una extrema derecha populista por todo el mundo que anuncia recetas salvadoras. Estos movimientos reaccionarios brotan y se alimentan de la inseguridad de unas clases medias y de unos trabajadores autónomos que temen por el mantenimiento de su actual nivel de ingresos. Es muy grande el anacronismo de esta extrema derecha que se agarra a unos modelos de vida en caída cuesta abajo a causa de la conjunción de realidades interdependientes como es globalización de la economía, los cambios tecnológicos y las bajas tasas de crecimiento. La globalización competitiva empuja a la ruina a numerosos sectores económicos. Así esta nueva/vieja derecha achacan sus problemas a “las élites urbanas progres", a los inmigrantes, a las feministas, los gais, a los ecologistas y otros imaginarios. En suma, culpan a las autoridades “progresistas” de la globalización neoliberal, a las mismas que defienden, al menos en teoria, los derechos humanos individuales de las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales y que incluso, hablan(a pesar de no hacer nada) de “la lucha contra el cambio climático”.
Es una obviedad que la clase política miente descaradamente al afirmar que se puede continuar indefinidamente un crecimiento económico, urbanístico, turístico y agrícola y al mismo tiempo mitigar or estar mínimamente preparados ante los terribles estragos del cambio climático y las masivas extinciones naturales que ya nos rodean por doquier. Engañan a la gente al decir que el crecimiento economico, el bienestar humano y la sostenibilidad ambiental son todos compatibles cuando los datos científicos apuntan todo el contrario. Afirman que la fiesta desbocada del consumismo, los viajes low cost y el boom del ladrillo pueden continuar sin tener que pagar una factura impagable de gran sufrimiento social y ecológico. Nuestros politicos, los medios de comunicación y los líderes empresariales prometen el oro y el moro pero son tigres de papel de un crecimiento imposible que pronto se acabará debido a unos limites físicos y económicos infranqueables en un planeta menguante que se achica y se empobrece sin parar. Las élites de nuestras democracias liberales, atrapadas entre promesas engañosas y la negación de aceptar la imperiosa necesidad de una austeridad justa y solidaria en nuestro consumo material, corren el gran riesgo de quemarse en la hoguera de la ira de gentes frustradas. Ante esta disyuntiva las elites suelen intentar despistar a la gente con las falsas panaceas de las magias tecnológicas, la eficiencia mercantil o el falso “desacoplamiento”(entre el crecimiento y el consumo material) como coartadas ficticias para continuar con la misma noria suicida del sobreconsumo, el saqueo de la naturaleza y la sobre-explotación laboral.
Si no hay un cambio de rumbo muy sustancial la primera baja en Europa provocada por el colapso climático y el relacionado freno al crecimiento económico será la misma democracia liberal y la defensa de los derechos humanos. A falta de una mayor dosis de realismo, responsabilidad y solidaridad nos encontraremos en un endemoniado callejón sin salida entre dos imposibilidades: una globalización neoliberal que se atasca por un unos límites físicos, económicos y políticos y un giro hacia los nacionalismos populistas y xenófobos que anhelan una vuelta a un pasado “soberano” que no puede existir en un futuro dominado por enormes problemas ambientales y sociales comunes transnacionales. Para añadir más leña a este fuego de descontento decenas de millones de refugiados se agolpan a las puertas de la UE desde Africa y el Oriente Próximo por la combinación de las guerras, las dictaduras, la explosión demográfica, la caída de productividad agrícola, la pérdida de tierra fértil a la erosión, y las sequías, las crisis hídricas, la pérdida masiva de biodiversidad y la contaminación tóxica. Esta presión migratoria ya está poniendo a una dura prueba nuestros valores y principios más apreciados de libertades personales y respeto universal al valor de la vida humana.
El primer paso a dar en buscar unas alternativas morales y universales a este atolladero es decir la verdad sobre la necesidad de una imprescindible austeridad impuesta por unos límites biofísicos cada vez mayores por los impactos del colapso climático y otras crisis socioecológicas. Nos urge comenzar a sustituir el actual delirio del crecimiento por una economía localizada y decentralizada con más equidad, más solidaridad y más recursos compartidos. Al contrario de lo que piensan los partidos socialdemócratas y liberales, el reparto social equitativo y la sociedad de bienestar ya no es un dividendo del crecimiento material de la economía. Si en medio de unas crisis sociales, ambientales y climáticas sin precedentes, seguimos dando prioridad al crecimiento globalizado y más extracción material de la naturaleza solo aumentará la desigualdad y la pobreza, lo que hará aún más difícil la solidaridad, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. En juego no es solo mantener un margen para los derechos democráticos y la justicia global sino la supervivencia misma de unas sociedades mínimamente estables, pacíficas, seguras y libres.
Shiny marketing presentations about Cochrane's successesare usually based on misleading quantitative figures and the obsession with greater economic turnover but they fall short dearly on delivering the scientific and democratic quality that is actually the only way of delivering better health-care information, synthesis and evidence to help people to take more informed decisions. Especially in health-care, more does not mean better. The Cochrane leadership´s approach reflects a head-in-the-sand “follow the money” approach that ignores most of the key strategic concerns of many of its key members and the wider health-care community.
Membership numbers and balance sheets do not reflect Cochrane´s existential crisis over transparency, openness and democratic accountability. The fact that calls for change by a large majority of centre directors in Europe and Latin America and almost half of the previous Governing Board members have fallen on deaf ears and open denial on the part of the central leadership is unprecedented in any democratic civil society organization. On a qualitative level many of the most highly qualified, experienced and recognised medical researchers around the world are increasingly critical in varying degrees of the organizational and scientific direction Cochrane has taken in the last number of years. (From Moynihan to Goldacre, from Iaonnidis to Paul Glasziou, from Godlee to Jefferson, from Dickerson to Rivaud, from Erviti to Bonfill etc.) If one wants to be quantitative too, have a look at the 10000 signatures and 2000 personal messages in support of Peter Gøtzsche (https://www.ipetitions.com/petition/letter-to-danish-minister-of-health-against#facebook-share), who is considered by John Iaonnidis “one of the greatest scientists of our times”. His expulsion has sent a very clear message to the health-care community that Cochrane does not tolerate strong critics of the pharmaceutical industry and the medical establishment.
The repression of dissent and open scientific debate has had a devastating impact on the public and professional trust in Cochrane. As reflected on these lists of support for Gøtzsche and many other public declarations in articles and in social media the present Cochrane leadership is intellectually and professionally isolated. The London Cochrane leadership are more and more criticised among researchers and professionals who are in favour of change in our biomedical innovation and knowledge models. This qualitative fact underlines a sort of “Cochrexit” where the London central office has cut itself off from the world. It is a given that they will maintain control of the Board but this can be a pyrrhic victory in light of the disrepute the crisis has caused.
The lack of internal democracy is scandalous and openly recognized by most. As I describe in my no gracias blog, most Board members are not encouraged nor allowed to be active in decision-making processes and they have become a final stage rubber-stamp of central executive team decisions and any critical strategic discussion is strongly discouraged within a Board agenda ambience where 95% of the issues considered by the Board are related to the publishing business model, “the brand” and financial progress. Cochrane is not “inclusive and diverse” because it is intolerant of diversity and criticism, persecuting and rejecting open democratic debates and contested elections. The expulsion of Peter Gøtzsche without any democratic process by a margin of 6-5, the censoring of a “voting guide” by leading Cochrane members for the recent elections and the totally opaque, incomprehensible candidate information as described by Ben Goldacre on Twitter, are just a few examples.
The assertion that strong centralization policies are in favour of “quality” is absurd in a context in which the central office actively rejects and even considers “disloyal” any open debate on the scientific weaknesses of Cochrane´s present business model that often ignores the biased, manipulated and opaque nature of industry-sponsored or influenced journal articles as the sole basis for many systematic reviews. Greater central control is not improving quality because it chooses to ignore most of the underlying structural issues that determine the quality of the systematic reviews.. The core business of Cochrane are its Systematic Reviews yet in the last decade Cochrane has dragged its heels in response to insistent concerns that they are largely synthesized information from industry-sponsored studies. Cochrane has done little to address the increasing need for reviews to be undertaken using accessible regulatory data (Clinical Study Reports and patient-level clinical data). In contrast, by giving total priority to its publishing business model the Cochrane London team has refused any honest open dialogue within the Board or other organs about what the basis of “trusted evidence” actually is. A few of the “costs” of the maintaining a large, expensive London staff is a highly criticized policy of a lack of open data to back up reviews and the lack of responsiveness for immediate open access to reviews demanded by many EU member states and international research organizations. More Knowledge Translation and language translations will not advance “better evidence” if they are based on weak, redacted or inaccessible clinical trial evidence and biased methodological premises. Cochrane reviews can even end up amplifying and certifying pharma industry marketing spins. What many long-time Cochrane members are calling for is not the production of more reviews but fewer ones of greater scientific quality, credibility and independence. But, of course, greatly slowing down the “systematic review assembly line production”(even called “chain reviews”) would reduce the revenue of the central office which is the overriding objective of the present Cochrane leadership. And you can´t deal with quality of content later! And quality of content is not mainly a technical issue but one of strategic scientific and moral choices.
It is very unfortunate that a significant portion of Cochrane editors have financial conflicts of interest with promoters of the treatments they are evaluating. This undermines trust in the recommendations. Up to half of the review authors are allowed to have conflicts of interest with the products they are considering.
Open access statistics (increasing by 1%) given are misleading or mean very little because after one year of moratorium behind a paywall almost all publications become open access anyway. The key economic question is how Cochrane will respond to the demand of immediate open access in the future and how this will affect the core of its business model.
The idea that Cochrane national leaders are key advocates of evidence-based medicine for Cochrane flies in the face of the fact that most of these leaders from Germany to Austria to Finland to Spain to Denmark to most of Latin America are calling for democratic change in the way Cochrane works. See the German letter from the EBM network: https://www.ebm-netzwerk.de/pdf/stellungnahmen/letter-cochrane-20181004.pdf.
All the data about the increase of the quantity of online downloads and visits says very little about the influence of Cochrane reviews on decision-making and health-care policy. These are qualitative questions that need another kind of metrics. In fact, the ongoing public crisis of Cochrane (unless there is a strong reaction) will probably have a very negative impact on that influence.
The fact is that the core business of the Cochrane central office is not providing “trusted evidence” but producing its “products” in the Cochrane Library which is principally the Cochrane Database of Systematic Reviews. Most of the work is done by Cochrane review groups around the world while the revenues are almost exclusively controlled by the London office and rarely shared with regional centres that have their own independent funding. Centre director complaints over policies that affect their national scientific work and income are routinely brushed off and ignored.
This has little or nothing to do with improving quality and a lot to do with top-down control. It is false, the assertion: “We are financially sustainable as an organization at central and group levels”. At a central level it is certainly true, but the groups are often struggling with a relatively high turnover and financial instability.
For example, when one well-known author of some of the most influential and impacting Cochrane reviews ever published, on flu vaccines, asked for financial support to update his reviews, he was laughed off by the chief editor. Cochrane researchers serve the central office in exchange for the Cochrane stamp and some editing services, but they should not expect any financial support from substantial and growing income of the central office. Inversely, the central office uses its resources to try to control and centralize the work of the centres into a “unified message and brand,” often in contradiction with the needs of the network.
The problem with this core business model, aside from squashing the essential open scientific model needed for more trusted and efficient results, is that the present Cochrane leadership ignores that many of the systematic reviews can be flawed, faulty and incomplete “products” because they are based on journal articles with pervasive publication bias that often amplifies benefits and minimizes possible harms of a medical treatment.
“Quality” is often exaggerated by Cochrane because it is a non-brainer that most reviews of pharmaceuticals are likely to be biased or incomplete as they are based on industry sponsored publications usually without access to the original clinical data and much less data independent of industry sources. There is no point in improving the technical processes, increasing the number of publications, promoting more “knowledge translation” and language translations if the overwhelming source of evidence, usually journal articles, is contaminated by bias, selective reporting, lack of trial transparency and conflicts of interest. It is noteworthy, the almost total absence of Cochrane advocacy on these issues of transparency in the EU, at the WHO and before other institutions. This silence is not a coincidence nor is it due to a lack of resources. It reflects, as declared by Cochrane´s CEO, the need of aligning any advocacy in accordance with the needs of Cochrane´s “products,” not public health needs.
Aside from carrying out systematic reviews, a core activity of Cochrane has been the development of methodology. Many of the key intellectual powerful forces that have led the development of these methodologies such as EQUATOR and others have distanced themselves from Cochrane due to the lack of productive dialogue with the present leadership. This exodus of top methodologists will weaken Cochrane's position as methodological leader but also affect SRs which will be seen as less trustworthy.
For drugs, implantables and biologics, such as vaccines, we know or suspect that trial publications are affected by reporting bias. As Tom Jefferson has stated: “The result is garbage in garbage out with a seal of approval: The Cochrane logo.” This issue is never considered by the Cochrane leadership because it threatens their publishing business model based on reviews of journal articles. Business has trumped science in Cochrane. This is a win-lose situation for decision makers.
The Cochrane leadership chooses to ignore in its methodology, public promotion and almost total absence of critical policy advocacy the structural problems of the “raw material” used for systematic reviews: the data/articles produced, rationed and manipulated by the pharmaceutical industry. It is no coincidence that Peter Gøtzsche and thousands of researchers around the world who support him are precisely those who have publicly pointed out these fundamental problems with our medical innovation system. Without recognizing and trying to correct these limitations and biases at every stage, Cochrane´s work loses credibility and trust. The Cochrane leadership has generally ignored civil society opinion makers and scientific leaders who have led campaigns for trial transparency, against conflicts of interest, in favour of open data and for new medical innovation models not based on patent monopolies.
As many observers have noted, there are generally two confronting paradigms about the future of Cochrane. One is a collaborative based on open science principles that is not afraid of publicly questioning some of the basic social, economic and scientific premises of our current medical research model dominated by big pharma and the other is a much more centralized, functionalist, conformist and conservative approach that prioritizes the current scientific publishing model that precludes any important distancing from pharmaceutical industry interests. In the end it is a question of moral choice.
¿Cuál de estos nombrarías como el problema ambiental más apremiante del mundo? ¿Colapso climático, contaminación del aire, pérdida de agua, residuos plásticos o expansión urbana? Mi respuesta es ninguna de las anteriores. Casi increíblemente, creo que la ruptura del clima ocupa el tercer lugar, detrás de dos problemas que reciben solo una fracción de la atención.
Advertencia de 'Armageddon ecológico' después de la caída espectacular en el número de insectos. Esto no es menospreciar el peligro del calentamiento global, por el contrario, presenta representa una amenaza existencial. Es simplemente que me he dado cuenta de que otros dos problemas tienen impactos tan enormes e inmediatos que empujan incluso este gran problema al tercer lugar. Uno es la pesca industrial, que en todo el planeta azul está causando un colapso ecológico sistémico. La otra es la eliminación de la vida no humana de la tierra por la agricultura.
Y tal vez no solo la vida no humana.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, a las tasas actuales de pérdida de suelo, impulsadas principalmente por prácticas agrícolas deficientes, solo nos quedan 60 años de cosechas. Y esto es antes de que el informe Global Land Outlook, publicado en septiembre, descubriera que la productividad ya está disminuyendo en el 20% de las tierras de cultivo del mundo.
El impacto en la vida silvestre de los cambios en las prácticas agrícolas (y la expansión de las áreas cultivadas) es tan rápido y grave que es difícil hacer que nuestra mente se dé cuenta de lo que está sucediendo. Un estudio publicado esta semana en la revista Plos One revela que los insectos voladores estudiados en las reservas naturales en Alemania han disminuido en un 76% en 27 años. La causa más probable de este Insectageddon es que la tierra que rodea esas reservas se ha vuelto hostil para ellos: el volumen de pesticidas y la destrucción del hábitat han convertido las tierras de cultivo en un desierto de vida silvestre.
Resulta importante el que confiemos en un estudio en Alemania para ver qué aquello que es probable que esté sucediendo en todo el mundo, puesto que las investigaciones a largo plazo de este tipo simplemente no existen en ningún otro lugar. Este fracaso refleja prioridades distorsionadas en la financiación de las ciencias. Aunque las becas concedidas a la investigación no tienen la finalidad de cómo matar insectos lo cierto es que casi no hay dinero para descubrir cuáles podrían ser los impactos de esta matanza. Sin embrago, este trabajo investigador se ha dejado, como en el caso alemán, a grabaciones de naturalistas aficionados.
Pero cualquiera de mi generación (es decir, en la segunda floración de la juventud) puede ver y sentir el cambio. Recordamos la "tormenta de nieve polilla" que llenaba los faros de los autos de nuestros padres en las noches de verano (recordados en el encantador libro de ese nombre de Michael McCarthy). Cada año recolectaba docenas de especies de orugas y las veía crecer, criar y criar. Este año traté de encontrar algunas orugas para que mis hijos las criaran. Pasé todo el verano buscando y, aparte de las coles en nuestras plantas de brócoli, no encontré nada en la naturaleza, solo una larva de tigre de jardín. Sí, una oruga en un año. Apenas podía creer lo que estaba viendo o, mejor dicho, apenas no lo veía.
Los insectos, por supuesto, son críticos para la supervivencia del resto del mundo viviente. Sabiendo lo que ahora sabemos, no hay nada sorprendente en la calamitosa decadencia de las aves que comen insectos. Esos insectos voladores, no solo las abejas y las moscas flotantes, sino especies de muchas familias diferentes, son los polinizadores sin los cuales no puede sobrevivir una vasta extensión del reino vegetal, tanto silvestres como cultivadas. Las maravillas del planeta vivo se desvanecen ante nuestros ojos.
Bueno, oigo decir, tenemos que alimentar al mundo. Sí, pero no de esta manera. Como explicó un informe de la ONU publicado en marzo, la noción de que el uso de pesticidas es esencial para alimentar a una población en crecimiento es un mito. Un estudio reciente en Nature Plants revela que la mayoría de las granjas aumentarían la producción si cortaran el uso de pesticidas. Un estudio en la revista Arthropod-Plant Interactions muestra que cuanto más pesticidas neonicotinoides se usaron para tratar los cultivos de colza, más disminuye su rendimiento. ¿Por qué? Porque los pesticidas dañan o matan a los polinizadores de los que depende el cultivo.
Los agricultores y los gobiernos han sido ampliamente engañados por la industria global de pesticidas. Estas se han asegurado de que sus productos no sean regulados adecuadamente o incluso, en condiciones reales, evaluados. Un ataque masivo a los medios de comunicación por parte de esta industria nos ha engañado a todos sobre su utilidad y su impacto en la salud de los seres humanos y del mundo natural.
Los beneficios de estas empresas dependen del ecocidio. ¿Les vamos a permitir que saqueen el mundo o reconocemos que la supervivencia del mundo viviente es más importante que el retorno de beneficios a sus accionistas? Por el momento, el valor del accionista es lo primero, que no contará nada cuando hayamos perdido los sistemas vivos de los que depende nuestra supervivencia.
Adiós - y buen viaje - a la ganadería
Para salvarnos a nosotros mismos y al resto del mundo viviente, esto es lo que debemos hacer:
1 Necesitamos un tratado global para regular los pesticidas y devolver a los fabricantes a su casa.
2 Necesitamos evaluaciones de impacto ambiental para las industrias agrícolas y pesqueras. Es asombroso que, si bien estos sectores representan las mayores amenazas para el mundo vivo, son únicos en muchos estados y no están sujetos a tal supervisión.
3 Necesitamos reglas firmes basadas en los resultados de estas evaluaciones, obligando a aquellos que usan la tierra a proteger y restaurar los ecosistemas de los que todos dependemos.
4 Necesitamos reducir la cantidad de tierra utilizada por la agricultura, mientras se sostiene la producción de alimentos. La forma más obvia es en gran medida reducir nuestro uso del ganado: muchos de los cultivos y todas las tierras de pastoreo que utilizamos se despliegan para alimentar la ganadería. Un estudio en Gran Bretaña sugiere que, si dejamos de usar productos de origen animal, todos en Gran Bretaña podrían ser alimentados con solo 3 millones de nuestras 18.5m de hectáreas de tierras de cultivo actuales (o con 7m de hectáreas si toda nuestra agricultura fuera orgánica). Esto nos permitiría crear enormes refugios para la vida silvestre y el suelo: una inversión contra un futuro aterrador.
5 Debemos dejar de cultivar maíz destinado a producir biogás y combustible para automóviles, la tierra debería cultivar alimentos para las personas.
Fue un momento del tipo que cambia vidas. En una conferencia de prensa celebrada por los activistas del clima Extinción Rebelión la semana pasada, dos de los periodistas presionamos a los organizadores sobre si sus objetivos eran realistas. Pidieron, por ejemplo, que las emisiones de carbono del Reino Unido se reduzcan a cero neto para 2025. ¿No sería mejor, preguntamos, perseguir algunos objetivos intermedios más realistas?
Una joven llamada Lizia Woolf dio un paso adelante. Ella no había hablado antes, pero la pasión, el dolor y la furia de su respuesta fueron absolutamente convincentes. “¿Qué es lo que me pides a los 20 años de edad para enfrentar y aceptar sobre mi futuro y mi vida? … Ésto es una emergencia. Estamos ante la extinción. Cuando haces preguntas como esas, ¿qué es lo que quieres que sienta? " No tuvimos respuesta.
Los objetivos más blandos pueden ser políticamente realistas, pero son físicamente poco realistas. Solo los cambios proporcionales a la escala de nuestras crisis existenciales tienen alguna posibilidad de evitarlos. Precisamente el realismo sin esperanzas, la atención a detalles marginales del problema es lo que nos metieron en este lío. Más de lo mismo no nos va a sacar de ello.
Las figuras públicas hablan y actúan como si el cambio ambiental fuera lineal y gradual. Pero los sistemas de la Tierra son muy complejos, y los sistemas complejos no responden a la presión de manera lineal. Cuando estos sistemas interactúan (debido a que la atmósfera, los océanos, la superficie terrestre y las formas de vida del mundo no se sientan plácidamente dentro de las cajas que hacen que el estudio sea más conveniente), sus reacciones al cambio se vuelven altamente impredecibles. Pequeñas perturbaciones pueden ramificar salvajemente. Es probable que los puntos de inflexión permanezcan invisibles hasta que los hayamos superado. Podríamos ver cambios de estado tan bruscos y profundos que no se puede asumir una continuidad segura.
Solo uno de los muchos sistemas de soporte vital de los que dependemos (suelos, acuíferos, precipitaciones, hielo, patrones de vientos y corrientes, polinizadores, abundancia y diversidad biológica) debe fallar para que todo resbale. Por ejemplo, cuando el hielo marino del Ártico se derrite más allá de un cierto punto, la retroalimentación positiva que esto provoca (como el agua más oscura que absorbe más calor, el permafrost que se derrite y el metano, los cambios en el vórtice polar) podría hacer imparable la degradación del clima. Cuando el período de las Dryas más jóvenes terminó hace 11,600 años, las temperaturas aumentaron 10 ° C dentro de una década.
No creo que tal colapso sea inevitable, o que una respuesta proporcional sea técnica o económicamente imposible. Cuando Estados Unidos se unió a la segunda guerra mundial en 1941, reemplazó una economía civil con una economía militar en unos meses. Como lo registra Jack Doyle en su libro Taken for Ride, "En un año, General Motors desarrolló, armó y construyó completamente desde cero 1,000 Avenger y 1,000 aviones Wildcat ... Apenas un año después de que Pontiac recibiera un contrato de la marina para construir misiles antiaéreos. la compañía comenzó a entregar el producto completo a los escuadrones de transportistas de todo el mundo ”. Y esto fue antes de que la tecnología de información avanzada hiciera todo más rápido.
El problema es político. Un fascinante análisis del profesor de ciencias sociales Kevin MacKay sostiene que la oligarquía ha sido una causa más fundamental del colapso de las civilizaciones que la complejidad social o la demanda de energía. El control de los oligarcas, argumenta, frustra la toma racional de decisiones, porque los intereses a corto plazo de la elite son radicalmente diferentes a los intereses a largo plazo de la sociedad. Esto explica por qué las civilizaciones pasadas se han derrumbado "a pesar de poseer los conocimientos culturales y tecnológicos necesarios para resolver sus crisis". Las élites económicas, que se benefician de la disfunción social, bloquean las soluciones necesarias.
El control oligárquico de la riqueza, la política, los medios de comunicación y el discurso público explica el fracaso institucional integral que nos empuja ahora hacia el desastre. Piense en Donald Trump y su gabinete de multimillonarios ; la influencia de los hermanos Koch en la financiación de organizaciones de derecha; el imperio Murdoch y su contribución masiva a la negación de la ciencia del clima ; o las compañías petroleras y automotrices cuyo cabildeo impide un cambio más rápido a las nuevas tecnologías.
No solo los gobiernos no han respondido sino han fracasado espectacularmente. Los organismos de prensa han cerrado sistemáticamente la cobertura ambiental , al tiempo que permiten a los cabilderos financiados con fondos opacos que se hacen pasar por thinktanks de para moldear el discurso público y negar lo que enfrentamos. Los académicos, temerosos de molestar a sus fundadores y colegas, se han mordido los labios.
Incluso los organismos que afirman estar abordando nuestro problema siguen encerrados en marcos destructivos. El miércoles pasado asistí a una reunión sobre el deterioro ambiental en el Instituto de Investigación de Políticas Públicas. Muchas personas en la sala parecían entender que el crecimiento económico continuo es incompatible con el mantenimiento de los sistemas de la Tierra.
Como el autor Jason Hickel señala , un desacoplamiento del aumento del PIB del uso de los recursos globales no ha ocurrido y no ocurrirá. Si bien 50.000 millones de toneladas de recursos utilizados al año es aproximadamente el límite que pueden tolerar los sistemas de la Tierra, el mundo ya consume 70.000 millones de toneladas. A las tasas actuales de crecimiento económico, esto aumentará a 180 mil millones de toneladas para 2050 . La máxima eficiencia de los recursos, junto con los impuestos masivos al carbono, reducirían esto en el mejor de los casos a 95 mil millones de toneladas : aún más allá de los límites ambientales. El crecimiento verde, como parecen aceptar los miembros del instituto, es físicamente imposible.
Sin embargo, el mismo día, el mismo instituto anunció un importante premio de economía nueva. por "propuestas ambiciosas para lograr una mejora en la tasa de crecimiento". Quiere ideas que permitan que las tasas de crecimiento económico en el Reino Unido se dupliquen, al menos. El anuncio estuvo acompañado por la habitual palabrería sobre sostenibilidad, pero ninguno de los jueces del premio tiene un historial discernible de interés ambiental. Aquellos buscan soluciones como si nada hubiera cambiado. Como si la evidencia acumulada no tuviera ningun lugar en sus mentes. Décadas de errores institucionales aseguran que solo las propuestas "no realistas", la transformación de la vida económica, con efecto inmediato, tengan ahora una posibilidad realista de detener la espiral planetaria de la muerte. Y solo aquellos que están fuera de las instituciones fallidas pueden liderar este esfuerzo.
Se deben realizar dos tareas simultáneamente: lanzarnos a la posibilidad de evitar el colapso, como lo está haciendo grupos como la Extinción Rebelión, ya que pueda surgir esta posibilidad; y prepararnos para el probable fracaso de estos esfuerzos, por aterradora que sea esta perspectiva. Ambas tareas requieren una revisión completa de nuestra relación con el planeta vivo.
Debido a que no podemos salvarnos sin cuestionar el control oligárquico, la lucha por la democracia y la justicia y la lucha contra la ruptura del medio ambiente son lo mismo . No permitamos que quienes han causado esta crisis definan los límites de la acción política. No dejemos que aquellos cuyo pensamiento mágico del crecimiento nos haya metido en este lío nos diga qué se puede y no se puede hacer.
Para la gran mayoría de las personas los insectos son plagas. Es muy chocante que ignoramos su imprescindible importancia para la vida. Según el gran biólogo E.O. Wilson: “Los insectos son las pequeñas cosas que gobiernan el mundo. Si toda la humanidad desapareciera, el mundo se regeneraría y volvería al estado de equilibrio que existía hace 10.000 años. Sin embargo, si los insectos desvanecen, el medio ambiente colapsaría”. Ahora mismo estamos en medio del desvanecimiento de los insectos y el silencio atronador de las abejas es solo uno de los indicadores fatídicos más evidentes.
Según unos grandes estudios científicos de campo llevados a cabo en Alemania y en Francia la mayoría de las poblaciones de insectos voladores están cayendo en picado. Podemos comprobar la evidencia anecdótica en la relativa limpieza de los parabrisas de los coches que viajan por la noche, que hace 20, 30 o 40 años acumulaban una gran cantidad de insectos que quedaban pegados al cristal. A consecuencia de este silencioso holocausto de insectos centenares de millones de pájaros se mueren por carecer de alimento. En muy pocas décadas se está rompiendo fatalmente los delicados y sensibles equilibrios de unas cadenas tróficas moldeadas a largo de decenas de miles de años.
Parte del altísimo precio ambiental de los alimentos que comemos cada día nos hace partícipes de una cruenta y macabra guerra química preventiva en contra de “las pequeñas cosas que gobiernan el mundo”. Con un sinfín de pesticidas y herbicidas la agricultura industrial está organizando una masiva guerra preventiva, que ni es selectiva ni precisa ni circunscrita a un espacio concreto. Las armas de destrucción masiva son unos pesticidas muy potentes que se usan de manera profiláctica, es decir son inespecíficos “por si acaso, matamos todo”. No se aplican directamente a las plagas sino a todo el campo, tampoco se utilizan después de constatar una plaga sino antes. Incluso se aplican estos agrotóxicos a las semillas antes de ser plantadas. El daño colateral es la muerte de un complejo entramado de insectos que son esenciales para el sustento de la vida.
El tipo de pesticidas que están matando a las abejas son denominados “neonicotinoides”, que actúan afectando al sistema nervioso central de los insectos. Se tratan de formulaciones químicas muy sofisticadas que también se aplican a la semilla y penetran en la planta durante su crecimiento extendiéndose por la raíz, el tallo y las hojas. Poseen un efecto residual largo en el tiempo, es decir su impacto es duradero y acumulativo. Estas semillas y las fumigaciones no solo matan, desorientan y enferman a las abejas productoras de miel sino también dañan a una multitud de abejas y avispas silvestres que son claves en la labor de polinización de las plantas de los bosques, las riberas de ríos, los prados y las zonas húmedas. Constituyen, junto a otros insectos voladores, unos eslabones imprescindibles para la reproducción de la vida.
En Europa alrededor de 37% de las poblaciones de abejas productoras de miel están en declive y en general el 40% de los polinizadores silvestres se enfrentan a la extinción. El 75% de los alimentos que comemos depende de su polinización. Todo esto sucede con la sinergia compleja de los estragos del cambio climático, la gran pérdida de hábitats naturales y los efectos sinérgicos de contaminantes de todo tipo.
La Unión Europea ha prohibido tres de los pesticidas (el “tiametoxam”, hecho por Syngenta, y la “clotianidina” y el “imidacloprid”, fabricados por Bayer) que matan a las abejas, aunque según muchos estudios puede ser solo la punta del iceberg. Esta prohibición de la UE es una acción excepcional, es la excepción que confirma la regla contraria. La triste realidad es que ni nuestra salud ni la naturaleza están siendo protegidas adecuadamente por las autoridades europeas y estatales. Se han autorizado centenares de pesticidas y herbicidas en la UE con bastante facilidad y sin mínimas garantías en sus efectos en riesgos y daños, siempre basándose en estudios muy sesgados y nada transparentes hechos por las mismas industrias que los fabrican. La UE no tiene la capacidad ni medios para acometer estudios propios e independientes. Además, en muchos casos los mismos reguladores y los mismos políticos están contaminados por los conflictos de interés de las “puertas giratorias” y los lobbies feroces de la industria química y de agro-tóxicos. Un ejemplo sangrante lo tenemos cerca de casa: la última Ministra de Medio Ambiente y Agricultura en los gobiernos de Rajoy era una exdirectiva de la empresa agroquímica Fertiberia.
Nosotros mismos somos las cobayas en un gran experimento agroquímico y dar la marcha atrás en lo posible es urgente. De hecho, en el 2017 se vendió en España más pesticidas que nunca.
Los pequeños agricultores también están entre la espada y la pared. Se enfrentan a una competencia feroz de todo el mundo que suele utilizar métodos aún más tóxicos que los de aquí con aún menos control. También sufren de una drogo-dependencia de la productividad agrícola de la industria química, que crea un círculo vicioso del cual es muy difícil de salir sin mucho apoyo de los consumidores y las administraciones públicas a favor de un cambio radical del modelo agrícola. Para salir del actual atolladero tóxico es imprescindible que la ciudadanía entienda que no existen alimentos “buenos, bonitos y baratos” y que la mayoría social de este país tiene que estar dispuesta a pagar más para unos productos agrícolas mucho más compatibles con la salud ambiental y el sustento digno de los agricultores.
Las soluciones son múltiples pero principalmente políticas. Dada la grave situación actual el necesario cambio cultural y del consumo seria demasiado lento sin unas iniciativas políticas de envergadura. Hace falta una acción reguladora contundente con muchas más prohibiciones de pesticidas y herbicidas. Han de aumentar las ayudas públicas a la agricultura ecológica local y periurbana con controles más estrictos de las importaciones agrícolas. Hay que potenciar también el control biológico de plagas tanto sobre las cosechas como con medidas radicales para la conservación de los hábitats de los insectos y aves. Necesitamos además regulaciones e importantes inversiones institucionales en una ciencia agrícola y ambiental pública e independiente de los conflictos de interés industriales. Otro reto es poner coto al poder de los lobbies agrotóxicos mediante unas nuevas leyes de transparencia y conflictos de interés de nuestras autoridades.
Estos son unos imperativos realistas a favor de la preservación de nuestra existencia en un planeta habitable y biodiverso donde se pueda vivir dignamente.
Tecnología, moralidad y negación de los límites planetarios
Richard Heinberg
Nuestro problema ecológico central no es el cambio climático sino nuestra adicción mental y material al crecimiento. El problema central actual en nuestras interacciones naturo-sociales es el exceso o la sobrecarga, de ello el calentamiento climático global es solo un síntoma y consecuencia. La translimitación por exceso de presión humana o de carga sobre una capacidad de carga ambiental determinada y decadente es un problema sistémico. En el último siglo y medio, enormes cantidades de energía barata proveniente de combustibles fósiles permitieron el rápido crecimiento de la extracción de recursos, la fabricación y el consumo; y esto, a su vez, condujo a las oportunidades de aumento de la población humana en la Tierra, la contaminación y la pérdida de hábitats naturales y, por lo tanto, de la biodiversidad. El sistema humano se expandió dramáticamente, sobrepasando la capacidad de carga a largo plazo de la Tierra mientras a la vez se alteraban los sistemas ecológicos de los que inevitablemente dependemos para nuestra supervivencia.
Hasta que no comprendamos y abordemos este desequilibrio sistémico entre carga humana y capacidad de carga de los sistemas naturales del planeta, el tratamiento solo sintomático, sectorial y de “final de tubería” (haciendo lo que podamos para revertir los atolladeros de contaminación como por ejemplo es el cambio climático, el querer salvar algunas especies amenazadas o querer alimentar a una creciente población humana con cultivos genéticamente modificados) constituirá una ronda interminable y frustrante de medidas provisionales e ineficaces. Unas “soluciones” que finalmente están destinadas a fallar dilapidando con ello oportunidades, traspasando líneas rojas de no retorno y reduciendo nuestras opciones y posibilidades de futuro y bienestar conjunto.
El movimiento ecologista en la década de 1970 se benefició de una fuerte infusión de pensamiento sistémico, que estaba en boga en ese momento histórico (el conocimiento científico aportado desde la ecología -el estudio de las relaciones entre organismos y sus entornos- es inherentemente sistémico, en oposición a estudios como son la química que se centran en la reducción de fenómenos complejos a sus componentes). Como resultado, muchos de los mejores escritores ambientales de la época enmarcaron la situación humana moderna en unos términos que revelaron los profundos vínculos estructurales entre los síntomas ambientales y la forma en que funcionan las sociedades humanas. En el estudio "Límites al crecimiento" (1972), que es una consecuencia de la investigación de sistemas de Jay Forrester, se investigaron las interacciones entre el crecimiento de la población, la producción industrial, la producción de alimentos, el agotamiento de los recursos y la contaminación. En "Rebasados" (“Overshoot" 1982), de William Catton, se identifica nuestro problema sistémico y se describe sus orígenes y desarrollo en un estilo que cualquier persona alfabetizada podría comprender. Se podrían citar muchos más libros excelentes de la época que también aportaron esta perspectiva sistémica.
Sin embargo, en las últimas décadas, a medida que el cambio climático ha llegado a dominar las preocupaciones ambientales, ha habido un cambio significativo en la discusión y el debate. Hoy en día, la mayoría de los informes ambientales se centran en el cambio climático, y rara vez se destacan los vínculos sistémicos y estructurales entre este y otros problemas ecológicos (como la superpoblación, la extinción de especies, la contaminación del agua y del aire y la pérdida de suelo y agua dulce). No es que el cambio climático no sea un gran problema, sí lo es, pero como síntoma de otros procesos sociales causantes del mismo. Nunca ha habido nada parecido en nuestra historia humana como es la temible amenaza ecológica a la supervivencia y el mismo futuro, y los científicos del clima y los grupos de defensa ambiental de la respuesta climática tienen razón al hacer sonar fuertemente la alarma colectiva. Pero si seguimos alimentando nuestra incapacidad de ver el cambio climático en el contexto y las causas humanas donde se produce puede ser nuestra perdición colectiva sin remedio posible.
¿Por qué los escritores, técnicos y divulgadores ambientales y las organizaciones de defensa ambiental sucumben a la estrecha y deformante visión de túnel? Quizás simplemente suponen que el pensamiento sistémico está más allá de la capacidad de los políticos. Ciertamente, es verdad que si los científicos del clima se acercaran a los líderes mundiales con el mensaje: "Tenemos que cambiar todo, incluido nuestro sistema económico completo, y rápido", es posible que se les cierre la puerta con rudeza. Un mensaje alternativo políticamente más aceptable y confiado es: "Hemos identificado un grave problema de contaminación, para el cual existen soluciones técnicas". Tal vez muchos de los científicos que sí reconocieron la naturaleza sistémica de nuestra crisis ecológica concluyeron que sí que podemos abordar con éxito la crisis de ruptura y no retorno ambiental, creyeron que podremos así ganar tiempo para tratar con otros problemas sistémicos que aún esperan (superpoblación humana, extinción de especies, agotamiento de recursos, y así sucesivamente).
Si el cambio climático y el resto de problemas socionaturales globales se siguen planteando de forma aislada y separada de las estructuras sociales y de nuestras estructuras mentales del crecimiento inacabable, para el cual se plantea que existe una solución tecnológica, las mentes de los economistas y de los políticos legisladores pueden continuar entonces pastando en los prados y las estrategias familiares al uso: del crecimiento y el desarrollo empujado por el mercado y el lucro económico. Esta fe y optimismo tecnológico se constituye así en una fantasiosa tabla de salvación, en este caso, con los generadores de energía solar, eólica y nuclear, así como las baterías, los automóviles eléctricos, las bombas de calor y, si incluso todo lo demás falla, la administración de la radiación solar podría hacerse a través de aerosoles atmosféricos, todo ello empuja a centrar nuestra atención en temas como la inversión financiera y la producción industrial necesarias. Entonces los participantes en la discusión no tienen que desarrollar la capacidad de pensar sistémicamente y desde su estrechez reduccionista y distorsionada están entonces condenados al no aprendizaje, a repetir y amplificar errores, ni siquiera necesitan comprender el sistema de la Tierra y cómo los sistemas humanos que encajan necesariamente en él. Todo lo que necesitan los problemas socioambientales percibidos de este modo es la perspectiva de cambiar solo algunas inversiones económicas y políticas sin afectar las políticas estructurales del desarrollo y el crecimiento, estableciendo tareas para los profesionales, técnicos y expertos, para que los ingenieros gestionen la transformación industrial-económica resultante que garantice con ello que los nuevos empleos en las industrias ecológicas compensen los empleos perdidos en las industrias, como los de las minas de carbón.
Esta estrategia de ganar tiempo con el solucionismo tecnológico “techno-fix” supone que seremos capaces de instituir un cambio sistémico en algún momento, pero desplazado al futuro, indeterminado y no especificado, aunque no podamos hacerlo ahora, el cambio y todas nuestras otras crisis sintomáticas serán susceptibles de tener soluciones tecnológicas eficaces. Este último camino de pensamiento no solo es cómodo para el campo político que abandera las políticas del crecimiento, también les viene bien a los gerentes e inversores del modelo de expansión y crecimiento sin final. Después de todo, aman la tecnología. Las tecnologías ya hacen casi todo por nosotros. Durante el siglo pasado resolvieron una serie de problemas importantes, como fueron la cura de enfermedades, la expansión de la producción de alimentos, agilizaron el transporte y nos proporcionan abundante información y entretenimiento en cantidades y variedades que nadie podría haber imaginado. ¿Por qué ahora la tecnología no debería ser capaz de resolver el cambio climático y el resto de nuestros problemas ecológicos que amenazan nuestra supervivencia y la del resto de seres vivos?
Por supuesto, este “solucionismo tecnológico” es un camino elegido es de altísimo riesgo. Al ignorar la naturaleza sistémica de nuestro dilema ecológico de suvervivencia solo puede significar que tan pronto como tengamos un síntoma acorralado, es muy probable que otro nuevo se desate y ensamble.
Pero, ¿es acaso racional que el cambio climático sea tomado como un problema aislado y totalmente tratable con la tecnología?. Después de haber pasado muchos meses analizando los datos relevantes con David Fridley del programa de análisis de energía en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, nuestro libro resultante, Our Renewable Future, concluyó que la energía nuclear es demasiado costosa y arriesgada; mientras tanto, la energía solar y eólica sufren de intermitencias, y una vez que estas fuentes comienzan a proporcionar un gran porcentaje de energía eléctrica total se requerirá una combinación de tres estrategias a gran escala: almacenamiento de energía, capacidad de producción redundante y adaptación de la demanda. Al mismo tiempo, en las naciones industrializadas tendremos que adaptar la mayor parte de nuestro uso de energía actual (que se produce en los procesos industriales, la calefacción y el transporte) a la electricidad. En conjunto, la transición energética promete ser una empresa enorme de gran escala, sin precedentes conocidos en la historia humana en cuanto a sus requisitos de inversión económica y sustitución. A la hora de evaluar la enormidad de esta tarea, no hemos podido ver la manera de mantener la escala de las cantidades actuales de producción de energía global durante la transición, y mucho menos se puede aumentar los suministros de energía para seguir impulsando el crecimiento económico en curso. El mayor obstáculo de esta transición energética es la grandiosidad de la escala que necesita contraerse: el mundo usa una enorme cantidad de energía actualmente. Solo si esa cantidad puede reducirse significativamente, especialmente en las naciones industrializadas, podríamos imaginar una vía creíble y practicable con cierto bienestar hacia un futuro post-carbono.
La reducción de los suministros de energía del mundo reduciría efectivamente los procesos industriales de extracción de recursos, fabricación, transporte y gestión de residuos. Esa es una intervención sistémica decrecentista, exactamente del mismo tipo que la solicitada por los ecologistas de la década de 1970 que acuñaron el mantra de las Tres erres: "Reducir, reutilizar y reciclar". Llegaría al corazón del dilema ecológico de supervivencia instaurado en el sobreimpulso del desarrollo, como lo haría también la necesaria estabilización y reducción de la población humana, otra estrategia inapelable. Pero lamentablemente ocurre también que esta es una perspectiva sistémica a la que los tecnócratas, los industriales y los inversores son virulentamente alérgicos.
El argumento ecológico es, en esencia, un argumento moral, como he explicado con más detalle en un manifiesto recién publicado repleto de barras laterales y gráficos ("No hay aplicación para eso: tecnología y moralidad en la era del cambio climático, sobrepoblación, y pérdida de biodiversidad "http://noapp4that.org/). Cualquier pensador de sistemas que entienda el fenómeno del exceso y la sobrecarga comprende que los poderes políticos y económicos realizan unos tratamientos que están está participando activamente en un comportamiento adictivo. La sociedades humanas y las mentalidades de nuestra época hoy son adictas al crecimiento, y eso está teniendo terribles consecuencias para el planeta y, cada vez más, para nosotros también. Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo e individual y para ello tenemos que renunciar a algo de lo que dependemos: nuestro enorme poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos contenernos a nosotros mismos, como un alcohólico, no debemos hacer todo lo que podemos hacer en nuestras relaciones socio-naturales. Eso requiere honestidad y una búsqueda profunda y orientada por principios morales y de justicia que integren nuestra hermandad humana y no humana, presente y futura, lo que significa un gran cambio en nuestros valores de orientación.
Cualquier pensador de sistemas que entienda la patología del exceso y a pesar de ello prescriba un mayor poder humano de intervención tecnológica como un tratamiento para resolver los problemas ecológicos, está participando efectivamente en una intervención con un comportamiento adictivo. Las sociedades humanas hoy son adictas al crecimiento indefinido de todo, y eso está teniendo terribles consecuencias para el planeta y las comunidades de seres vivos que lo habitan, cada vez más, para nosotros también. Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo, institucional, individual, nuestros hábitos y mentalidades conscientes e inconscientes, y renunciar a algo de lo que dependemos: poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos dejar de crecer, decrecer y contenernos a nosotros mismos, como un alcohólico que repone el alcohol. Eso requiere honestidad, compromiso, responsabilidad y una búsqueda profunda.
En sus primeros años, el movimiento ecologista formuló ese argumento moral y funcionó hasta cierto punto. La preocupación por el rápido crecimiento de la población llevó a los esfuerzos de planificación familiar en todo el mundo. La preocupación por la disminución de la biodiversidad condujo a la protección de algunos hábitats naturales. La preocupación por la contaminación del aire y el agua dio lugar a una serie de regulaciones y normativas legales restrictivas. Estos esfuerzos no fueron suficientes, pero mostraron que enmarcar nuestro problema sistémico en términos morales podría obtener al menos algo de tracción y empuje para los cambios.
¿Por qué el movimiento ecologista no ha tenido éxito? Algunos teóricos que ahora se autodenominan "verdes brillantes" o "eco-modernistas" han abandonado por completo la lucha moral. Su justificación para hacerlo es que la gente quiere una visión del futuro que sea alegre y que no requiera sacrificios. Ahora, dicen, solo una solución basada en la fe y la magia tecnológica ofrece alguna esperanza. El punto esencial de este ensayo es simplemente que, incluso si el argumento moral falla, un arreglo técnico tampoco podría funcionar y está condenado al fracaso rotundo. Una gigantesca inversión en determinadas tecnologías (ya sea la energía nuclear de próxima generación o ya sea la geoingeniería de la radiación solar) se puede anunciar como nuestra última esperanza, pero en realidad no es ninguna esperanza en absoluto y nos hará avanzar en la caída cuesta debajo de todo tipo de males.
La razón del fracaso hasta ahora del movimiento ecologista no fue que apelara a los sentimientos morales de la humanidad; de hecho esto ha sido una gran fuente de fuerza del movimiento. El esfuerzo no ha sido suficiente porque no ha podido ser capaz de alterar el principio organizativo central de las sociedades industriales, que es también su defecto fatal y suicida: su perseverancia en el crecimiento a toda costa. Ahora estamos en el punto histórico donde finalmente debemos apostar por tener éxito en la superación del crecimiento o enfrentar el temible fracaso, ya no solo del movimiento ambiental, sino de la civilización industrial misma.
La buena noticia es que los necesarios y urgentes cambios sistémicos son de naturaleza fractal: implican y de hecho requieren, acciones en todos los niveles de las sociedades humanas. Podemos comenzar con nuestras propias elecciones y comportamientos individuales; podemos trabajar dentro de nuestros grupos y entornos de influencia, en nuestras comunidades. No necesitamos esperar un cambio catártico global o nacional. Incluso si nuestros esfuerzos no pueden "salvar" la civilización industrial consumista, aún podrían tener cierto éxito en plantar las semillas de una cultura humana regenerativa digna para la supervivencia.
Hay más buenas noticias: una vez que los humanos eligen restringir nuestros números totales, nuestras tasas de consumo de recursos naturales cada vez más escasos y enfermos, la tecnología puede ser parte de nuestros esfuerzos. Las máquinas pueden ayudarnos a monitorear los avances y retrocesos, y existen tecnologías relativamente simples que pueden brindar servicios necesarios con menos uso de energía y materiales, con menos daño ambiental. Algunas formas de estas tecnologías podrían incluso ayudarnos a limpiar la atmósfera y restaurar ecosistemas. Pero esto no quiere decir que las máquinas serán las que tomarán las decisiones clave guiadas por valores extra-tecnológicos que nos pondrán en el camino de la sostenibilidad. El cambio sistémico ha de estar guiado e impulsado por el despertar moral: no es solo nuestra última esperanza; es la única esperanza real que tenemos.
La semana que viene el Parlamento Europeo votará la nueva Directiva de Copyright.
Estamos ante una nueva privatización de la cultura, la educación y la ciencia que amenaza los comunes del conocimiento con un encierro clasista que permite acciones fácticas y hechos consumados por parte de grandes empresas privadas no incluyen las mínimas garantías de transparencia, posibilidad de recurso, presunción de inocencia y un proceso justo. Es un precedente muy peligroso para la privacidad y el futuro de la democracia. Además, es un ataque frontal a la neutralidad de la red, la no discriminación a los contenidos por parte de los servidores de internet.
El problema principal planteado que está en juego es dar la responsabilidad policial no-selectiva a las plataformas digitales privadas por el contenido subido por sus usuarios que podiera infringir los derechos de autor. Han empaquetado esto bajo la etiqueta "compartir el valor" pero la gran mayoría del valor seguirá con las grandes editoriales, la industria musical y las plataformas que controlan los derechos de autor. Resulta que a pesar de unos ingresos más altos que nunca de la industria cultural, gracias a los ingresos digitales, el reparto de estos ingresos sigue siendo muy injusto para los pequeños creadores. Bajo el disfraz de una revisión de derechos de autor y en lugar de enfrentarse a este reparto injusto, la Comisión Europea introduce una propuesta que impone obligaciones para que las plataformas en línea filtren TODO el contenido que suben los usuarios para corregir esta "brecha de valor". El contenido filtrado podría ser cualquier cosa: código de software, contribuciones de Wikipedia, documentos compartidos en Dropbox, etc. lo que sea. La Comisión Europea, empujada por los lobbies industriales y sus aliados políticos del PP y el PSOE, quieren que la industria lo filtre todo, lo que abre la puerta a todo tipo de abusos fácticos sin ninguna garantía normal del estado de derecho. En la práctica, esto requeriría que las plataformas en línea monitoreen de manera exhaustiva todo lo que se esté cargando/subiendo/bajando y eliminarlo si pudiera generar cualquier incertidumbre legal. Esto amenaza los derechos humanos protegidos por el derecho europeo e internacional, y daría lugar a un enorme "chill factor" o "efecto de enfriamiento" sobre la libertad de expresión, la censura privada masiva y socavaría la innovación y la competencia justa. Muchos creadores y artistas se oponen a esta ley porque favorecerá el control y concentración de la cultura, las noticias y el espectáculo por parte de las grandes empresas. Google, Youtube y Facebook no tendrán problemas para afrontar este reto tecnológico y financiera pero supondrá unas barreras infranqueables para los nuevos start-ups y pequeñas plataformas. El mal que genera es mucho más que el bien que hará a una minoría de creadores. Se tira el bebé con el agua sucia del baño.
Hay otras formas más democráticas y eficaces para mejorar las rentas de los pequeños creadores sin minar los derechos fundamentales.
VER AQUÍ: https://www.levante-emv.com/valencia/2018/09/05/pesadilla-cocina-urbanistica-valenciana-nuevo/1763959.html
Mara Cabrejas / David Hammerstein 05.09.2018
Estamos ante un nuevo proyecto desarrollista de la ciudad de Valencia: el PAI del nuevo barrio del Grao. Este plan urbanizador está llamado a convertirse en una pesadilla social y ambiental para el presente y futuro de la ciudad. Por mucha propaganda de lavado verde que se le intente dar lo cierto es que se trata de un anacrónico y nefasto proyecto urbanizador que repite viejas recetas del "pelotazo" y está a años luz de ser un "urbanismo sostenible". No hay salud ambiental ni un urbanismo justo si se levantan unas gigantescas y enfiladas torres sobre un tapiz de manicura "verde", que a ojo de pájaro ofrecerán panorámicas desde unos palcos caros y exclusivos bien distantes del bullicio popular de los barrios marítimos.
El "nuevo barrio del Grao" busca hacer un "corte quirúrgico" con el pulso de la ciudad consolidada, con sus fachadas, tiendas, mercados, bares, plazas y rincones, entre otros lugares que hacen florecer el tejido relacional y la vitalidad vecinal. Aunque algún edificio aislado pueda tener cierta "calidad arquitectónica" lo cierto es que los "no lugares" que crearán los veinte rascacielos proyectados tendrán una trágica significación urbana y social: más barreras, separación, división, anonimato, inseguridad, desafecto, fealdad, indiferencia identitaria...
Muchas experiencias similares de crecimiento urbanístico han sido fracasos estrepitosos en numerosas ciudades europeas y americanas. La mayoría de los engendros urbanísticos que se alzan contra la escala humana de la ciudad se han convertido en tristes, fríos y banales guetos elitistas, o bien han derivado en zonas marginales separadas de la vida ciudadana. Estos nuevos barrios contra-natura quedan abandonados durante muchas horas del día y llegan a perder las condiciones mínimas de seguridad y sociabilidad, al tiempo que levantan muros sociales sociales contribuyen al deterioro conjunto de las condiciones ecológicas y de salud de la ciudad. El proyecto del Grao es en realidad una negación del lugar, del territorio, de la ciudad y de cualquier realidad histórica, comunitaria y ambiental. La trama del espacio urbano tradicional se sustituye por un ornamento pseudo-natural que rodea los edificios por debajo, donde las calles, plazas y gentes desaparecen, solo queda el sucedáneo de manchas verdes entre las que se abren paso las líneas de asfalto para el recorrido de los automóviles.
A pesar de la enorme deuda histórica que tiene Valencia por el maltrato que han recibido los barrios de Natzaret, La Punta, El Cabanyal, la Malvarrosa y del Grao mismo, el PAI del Grao instaurará un nuevo apartheid social y físico con una estructura urbana más descosida que nunca, desviando las inversiones privadas hacía una nueva construcción de altas rentas en lugar de la rehabilitación. Este autoritario y faraónico plan urbanizador en realidad no busca tejer las tramas sociales y urbanas entre barrios, es imposible la pregonada "conexión" mediante la simple apertura de unas calles y puentes, y mucho menos con las barreras de grandes bulevares y avenidas desbordadas de carriles, vehículos, ruidos y humos tóxicos. Las veinte tristes torres de lujo en medio de unos fríos espacios fantasmagóricos e insípidos no pueden coser los desgarros urbanos, sociales y ecológicos ni tampoco pueden unir los barrios marítimos. Estamos ante un plan sin alma. Su cirugía faústica de gentrificación, alérgica a las vecindades humanas actuales, tampoco aliviará los padecimientos de los ecosistemas vecinos colindantes: los fluviales del Turia y los periurbanos de la huerta.
Dada la gran envergadura de esta nueva catástrofe urbanizadora que se suma a otras amenazas sobre la fachada marítima (el aumento de la capacidad portuaria para cruceros, la Zal sobre La Punta, la ampliación de la V-21, el Acceso-Nord al Puerto, el mal estado del Parque de l´Albufera...), el debate político abierto desde el PSOE, Compromís y el PP en torno al nuevo barrio es muy tendencioso y reduccionista, se reduce a algunos elementos aislados, como es la discusión sobre un paso subterráneo o uno elevado sobre las vías del tren. Se niega y disimula el gigantismo deshumanizador implicado en la construcción de más de 2.500 viviendas de lujo y centenares de plazas turísticas repartidas en 20 rascacielos de 30 plantas, una gran torre hotelera de 45 alturas, amplias avenidas cargadas de viales de tráfico e incluso algunos canales navegables. La izquierda gobernante tampoco parece cuestionar el hecho de que los promotores económicos sean unos cuantos holdings empresariales movidos por el negocio especulativo cortoplacista bien ajeno al bien común y al bienestar que revierta en el conjunto de la ciudad.
Los voceros políticos de este desarrollismo desbocado alcanzan un hito en cinismo y manipulación social cuando etiquetan el proyecto de "sostenible" al tiempo que ocultan la inmensidad de los daños socioambientales asociados al mismo. La colocación de unas cuantas placas solares y de unos carriles bicis solo son unas gotas en un océano de creciente destrucción ambiental. Nuestros gobernantes usan con empacho eslóganes engañosos del lobby turístico al hablar de "delta verde" cuando no hay ni delta ni desembocadura. En realidad estos barnices ambientales resultan inútiles porque crecen los volúmenes totales en consumo d e recursos, emisiones y residuos contaminantes. La meta no es hacer un gran parque para el disfrute y encuentro de la ciudadanía valenciana. El objetivo principal de este suelo verde troceado es el de servir de decorado para realzar la grandiosidad fálica de los edificios. Ni siquiera se contempla recuperar la conexión del viejo cauce con el mar.
Esta pesadilla urbanizadora traerá más tráfico motorizado desde todas las direcciones y empeorará significativamente la calidad del aire del Grao, ya muy resentida por las actividades contaminantes del Puerto. Su compulsión desarrollista en favor de la expansión de amplias vías para la circulación privada de vehículos bloquea la necesaria reducción del uso del coche en el conjunto de la ciudad y hará fracasar cualquier política de movilidad sostenible. Se construirán miles y miles de aparcamientos residenciales y rotatorios comerciales que garantizarán el dominio de una movilidad tóxica, su intensidad y volumen no podrá contrarrestarse con tranvías y zonas peatonales.
El pseudo-parque "regalado" también esconde lastres importantes: amputa trozos del viejo cauce que muere antes de llegar al mar y gran parte del nuevo suelo ajardinado, roto y rodeado de insalubres viales de tráfico, sufrirá las sombras alargadas y los reflejos caloríficos que arrojarán los edificios de 30 y 45 plantas. Al disparatado y derrochador consumo de energía típico de los rascacielos se sumarán los impactos ambientales de los materiales de construcción y la huella destructiva de su extracción minera en los territorios de abastecimiento, como entre otros es la Serranía. Esta noria de daños ambientales guiados por la religión laica del crecimiento indefinido (algo físicamente imposible y peligroso en un planeta finito y cada vez más maltrecho) también se alimentará con la acelerada turistificación y la compra de segundas viviendas por parte de extranjeros y fondos de inversión. El balance climático y ambiental solo puede ser muy negativo.
¿A quién beneficia este modelo de barrio clasista y a quiénes perjudica? ¿Qué necesidades sociales satisface? El plan del "nuevo barrio del Grao" es un ejemplo paradigmático de negación y suplantación del barrio y la ciudad por edificios endiosados. Esta "purificación arquitectónica" refleja muchas de las ideas repetidamente malogradas del urbanismo moderno y sus propuestas de zonificación y separación de usos. Sus erectos bloques de gran altura y su dependencia del coche privado manifiestan la agresiva desconexión de sus variopintos vecinos: los barrios marítimos, los ecosistemas fluviales, los agroecosistemas de la huerta, que contrariamente necesitan planes de conservación, recuperación y resilvestración.