¿Cuál de estos nombrarías como el problema ambiental más apremiante del mundo? ¿Colapso climático, contaminación del aire, pérdida de agua, residuos plásticos o expansión urbana? Mi respuesta es ninguna de las anteriores. Casi increíblemente, creo que la ruptura del clima ocupa el tercer lugar, detrás de dos problemas que reciben solo una fracción de la atención.
Advertencia de 'Armageddon ecológico' después de la caída espectacular en el número de insectos. Esto no es menospreciar el peligro del calentamiento global, por el contrario, presenta representa una amenaza existencial. Es simplemente que me he dado cuenta de que otros dos problemas tienen impactos tan enormes e inmediatos que empujan incluso este gran problema al tercer lugar. Uno es la pesca industrial, que en todo el planeta azul está causando un colapso ecológico sistémico. La otra es la eliminación de la vida no humana de la tierra por la agricultura.
Y tal vez no solo la vida no humana.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, a las tasas actuales de pérdida de suelo, impulsadas principalmente por prácticas agrícolas deficientes, solo nos quedan 60 años de cosechas. Y esto es antes de que el informe Global Land Outlook, publicado en septiembre, descubriera que la productividad ya está disminuyendo en el 20% de las tierras de cultivo del mundo.
El impacto en la vida silvestre de los cambios en las prácticas agrícolas (y la expansión de las áreas cultivadas) es tan rápido y grave que es difícil hacer que nuestra mente se dé cuenta de lo que está sucediendo. Un estudio publicado esta semana en la revista Plos One revela que los insectos voladores estudiados en las reservas naturales en Alemania han disminuido en un 76% en 27 años. La causa más probable de este Insectageddon es que la tierra que rodea esas reservas se ha vuelto hostil para ellos: el volumen de pesticidas y la destrucción del hábitat han convertido las tierras de cultivo en un desierto de vida silvestre.
Resulta importante el que confiemos en un estudio en Alemania para ver qué aquello que es probable que esté sucediendo en todo el mundo, puesto que las investigaciones a largo plazo de este tipo simplemente no existen en ningún otro lugar. Este fracaso refleja prioridades distorsionadas en la financiación de las ciencias. Aunque las becas concedidas a la investigación no tienen la finalidad de cómo matar insectos lo cierto es que casi no hay dinero para descubrir cuáles podrían ser los impactos de esta matanza. Sin embrago, este trabajo investigador se ha dejado, como en el caso alemán, a grabaciones de naturalistas aficionados.
Pero cualquiera de mi generación (es decir, en la segunda floración de la juventud) puede ver y sentir el cambio. Recordamos la "tormenta de nieve polilla" que llenaba los faros de los autos de nuestros padres en las noches de verano (recordados en el encantador libro de ese nombre de Michael McCarthy). Cada año recolectaba docenas de especies de orugas y las veía crecer, criar y criar. Este año traté de encontrar algunas orugas para que mis hijos las criaran. Pasé todo el verano buscando y, aparte de las coles en nuestras plantas de brócoli, no encontré nada en la naturaleza, solo una larva de tigre de jardín. Sí, una oruga en un año. Apenas podía creer lo que estaba viendo o, mejor dicho, apenas no lo veía.
Los insectos, por supuesto, son críticos para la supervivencia del resto del mundo viviente. Sabiendo lo que ahora sabemos, no hay nada sorprendente en la calamitosa decadencia de las aves que comen insectos. Esos insectos voladores, no solo las abejas y las moscas flotantes, sino especies de muchas familias diferentes, son los polinizadores sin los cuales no puede sobrevivir una vasta extensión del reino vegetal, tanto silvestres como cultivadas. Las maravillas del planeta vivo se desvanecen ante nuestros ojos.
Bueno, oigo decir, tenemos que alimentar al mundo. Sí, pero no de esta manera. Como explicó un informe de la ONU publicado en marzo, la noción de que el uso de pesticidas es esencial para alimentar a una población en crecimiento es un mito. Un estudio reciente en Nature Plants revela que la mayoría de las granjas aumentarían la producción si cortaran el uso de pesticidas. Un estudio en la revista Arthropod-Plant Interactions muestra que cuanto más pesticidas neonicotinoides se usaron para tratar los cultivos de colza, más disminuye su rendimiento. ¿Por qué? Porque los pesticidas dañan o matan a los polinizadores de los que depende el cultivo.
Los agricultores y los gobiernos han sido ampliamente engañados por la industria global de pesticidas. Estas se han asegurado de que sus productos no sean regulados adecuadamente o incluso, en condiciones reales, evaluados. Un ataque masivo a los medios de comunicación por parte de esta industria nos ha engañado a todos sobre su utilidad y su impacto en la salud de los seres humanos y del mundo natural.
Los beneficios de estas empresas dependen del ecocidio. ¿Les vamos a permitir que saqueen el mundo o reconocemos que la supervivencia del mundo viviente es más importante que el retorno de beneficios a sus accionistas? Por el momento, el valor del accionista es lo primero, que no contará nada cuando hayamos perdido los sistemas vivos de los que depende nuestra supervivencia.
Adiós - y buen viaje - a la ganadería
Para salvarnos a nosotros mismos y al resto del mundo viviente, esto es lo que debemos hacer:
1 Necesitamos un tratado global para regular los pesticidas y devolver a los fabricantes a su casa.
2 Necesitamos evaluaciones de impacto ambiental para las industrias agrícolas y pesqueras. Es asombroso que, si bien estos sectores representan las mayores amenazas para el mundo vivo, son únicos en muchos estados y no están sujetos a tal supervisión.
3 Necesitamos reglas firmes basadas en los resultados de estas evaluaciones, obligando a aquellos que usan la tierra a proteger y restaurar los ecosistemas de los que todos dependemos.
4 Necesitamos reducir la cantidad de tierra utilizada por la agricultura, mientras se sostiene la producción de alimentos. La forma más obvia es en gran medida reducir nuestro uso del ganado: muchos de los cultivos y todas las tierras de pastoreo que utilizamos se despliegan para alimentar la ganadería. Un estudio en Gran Bretaña sugiere que, si dejamos de usar productos de origen animal, todos en Gran Bretaña podrían ser alimentados con solo 3 millones de nuestras 18.5m de hectáreas de tierras de cultivo actuales (o con 7m de hectáreas si toda nuestra agricultura fuera orgánica). Esto nos permitiría crear enormes refugios para la vida silvestre y el suelo: una inversión contra un futuro aterrador.
5 Debemos dejar de cultivar maíz destinado a producir biogás y combustible para automóviles, la tierra debería cultivar alimentos para las personas.
Fue un momento del tipo que cambia vidas. En una conferencia de prensa celebrada por los activistas del clima Extinción Rebelión la semana pasada, dos de los periodistas presionamos a los organizadores sobre si sus objetivos eran realistas. Pidieron, por ejemplo, que las emisiones de carbono del Reino Unido se reduzcan a cero neto para 2025. ¿No sería mejor, preguntamos, perseguir algunos objetivos intermedios más realistas?
Una joven llamada Lizia Woolf dio un paso adelante. Ella no había hablado antes, pero la pasión, el dolor y la furia de su respuesta fueron absolutamente convincentes. “¿Qué es lo que me pides a los 20 años de edad para enfrentar y aceptar sobre mi futuro y mi vida? … Ésto es una emergencia. Estamos ante la extinción. Cuando haces preguntas como esas, ¿qué es lo que quieres que sienta? " No tuvimos respuesta.
Los objetivos más blandos pueden ser políticamente realistas, pero son físicamente poco realistas. Solo los cambios proporcionales a la escala de nuestras crisis existenciales tienen alguna posibilidad de evitarlos. Precisamente el realismo sin esperanzas, la atención a detalles marginales del problema es lo que nos metieron en este lío. Más de lo mismo no nos va a sacar de ello.
Las figuras públicas hablan y actúan como si el cambio ambiental fuera lineal y gradual. Pero los sistemas de la Tierra son muy complejos, y los sistemas complejos no responden a la presión de manera lineal. Cuando estos sistemas interactúan (debido a que la atmósfera, los océanos, la superficie terrestre y las formas de vida del mundo no se sientan plácidamente dentro de las cajas que hacen que el estudio sea más conveniente), sus reacciones al cambio se vuelven altamente impredecibles. Pequeñas perturbaciones pueden ramificar salvajemente. Es probable que los puntos de inflexión permanezcan invisibles hasta que los hayamos superado. Podríamos ver cambios de estado tan bruscos y profundos que no se puede asumir una continuidad segura.
Solo uno de los muchos sistemas de soporte vital de los que dependemos (suelos, acuíferos, precipitaciones, hielo, patrones de vientos y corrientes, polinizadores, abundancia y diversidad biológica) debe fallar para que todo resbale. Por ejemplo, cuando el hielo marino del Ártico se derrite más allá de un cierto punto, la retroalimentación positiva que esto provoca (como el agua más oscura que absorbe más calor, el permafrost que se derrite y el metano, los cambios en el vórtice polar) podría hacer imparable la degradación del clima. Cuando el período de las Dryas más jóvenes terminó hace 11,600 años, las temperaturas aumentaron 10 ° C dentro de una década.
No creo que tal colapso sea inevitable, o que una respuesta proporcional sea técnica o económicamente imposible. Cuando Estados Unidos se unió a la segunda guerra mundial en 1941, reemplazó una economía civil con una economía militar en unos meses. Como lo registra Jack Doyle en su libro Taken for Ride, "En un año, General Motors desarrolló, armó y construyó completamente desde cero 1,000 Avenger y 1,000 aviones Wildcat ... Apenas un año después de que Pontiac recibiera un contrato de la marina para construir misiles antiaéreos. la compañía comenzó a entregar el producto completo a los escuadrones de transportistas de todo el mundo ”. Y esto fue antes de que la tecnología de información avanzada hiciera todo más rápido.
El problema es político. Un fascinante análisis del profesor de ciencias sociales Kevin MacKay sostiene que la oligarquía ha sido una causa más fundamental del colapso de las civilizaciones que la complejidad social o la demanda de energía. El control de los oligarcas, argumenta, frustra la toma racional de decisiones, porque los intereses a corto plazo de la elite son radicalmente diferentes a los intereses a largo plazo de la sociedad. Esto explica por qué las civilizaciones pasadas se han derrumbado "a pesar de poseer los conocimientos culturales y tecnológicos necesarios para resolver sus crisis". Las élites económicas, que se benefician de la disfunción social, bloquean las soluciones necesarias.
El control oligárquico de la riqueza, la política, los medios de comunicación y el discurso público explica el fracaso institucional integral que nos empuja ahora hacia el desastre. Piense en Donald Trump y su gabinete de multimillonarios ; la influencia de los hermanos Koch en la financiación de organizaciones de derecha; el imperio Murdoch y su contribución masiva a la negación de la ciencia del clima ; o las compañías petroleras y automotrices cuyo cabildeo impide un cambio más rápido a las nuevas tecnologías.
No solo los gobiernos no han respondido sino han fracasado espectacularmente. Los organismos de prensa han cerrado sistemáticamente la cobertura ambiental , al tiempo que permiten a los cabilderos financiados con fondos opacos que se hacen pasar por thinktanks de para moldear el discurso público y negar lo que enfrentamos. Los académicos, temerosos de molestar a sus fundadores y colegas, se han mordido los labios.
Incluso los organismos que afirman estar abordando nuestro problema siguen encerrados en marcos destructivos. El miércoles pasado asistí a una reunión sobre el deterioro ambiental en el Instituto de Investigación de Políticas Públicas. Muchas personas en la sala parecían entender que el crecimiento económico continuo es incompatible con el mantenimiento de los sistemas de la Tierra.
Como el autor Jason Hickel señala , un desacoplamiento del aumento del PIB del uso de los recursos globales no ha ocurrido y no ocurrirá. Si bien 50.000 millones de toneladas de recursos utilizados al año es aproximadamente el límite que pueden tolerar los sistemas de la Tierra, el mundo ya consume 70.000 millones de toneladas. A las tasas actuales de crecimiento económico, esto aumentará a 180 mil millones de toneladas para 2050 . La máxima eficiencia de los recursos, junto con los impuestos masivos al carbono, reducirían esto en el mejor de los casos a 95 mil millones de toneladas : aún más allá de los límites ambientales. El crecimiento verde, como parecen aceptar los miembros del instituto, es físicamente imposible.
Sin embargo, el mismo día, el mismo instituto anunció un importante premio de economía nueva. por "propuestas ambiciosas para lograr una mejora en la tasa de crecimiento". Quiere ideas que permitan que las tasas de crecimiento económico en el Reino Unido se dupliquen, al menos. El anuncio estuvo acompañado por la habitual palabrería sobre sostenibilidad, pero ninguno de los jueces del premio tiene un historial discernible de interés ambiental. Aquellos buscan soluciones como si nada hubiera cambiado. Como si la evidencia acumulada no tuviera ningun lugar en sus mentes. Décadas de errores institucionales aseguran que solo las propuestas "no realistas", la transformación de la vida económica, con efecto inmediato, tengan ahora una posibilidad realista de detener la espiral planetaria de la muerte. Y solo aquellos que están fuera de las instituciones fallidas pueden liderar este esfuerzo.
Se deben realizar dos tareas simultáneamente: lanzarnos a la posibilidad de evitar el colapso, como lo está haciendo grupos como la Extinción Rebelión, ya que pueda surgir esta posibilidad; y prepararnos para el probable fracaso de estos esfuerzos, por aterradora que sea esta perspectiva. Ambas tareas requieren una revisión completa de nuestra relación con el planeta vivo.
Debido a que no podemos salvarnos sin cuestionar el control oligárquico, la lucha por la democracia y la justicia y la lucha contra la ruptura del medio ambiente son lo mismo . No permitamos que quienes han causado esta crisis definan los límites de la acción política. No dejemos que aquellos cuyo pensamiento mágico del crecimiento nos haya metido en este lío nos diga qué se puede y no se puede hacer.
Para la gran mayoría de las personas los insectos son plagas. Es muy chocante que ignoramos su imprescindible importancia para la vida. Según el gran biólogo E.O. Wilson: “Los insectos son las pequeñas cosas que gobiernan el mundo. Si toda la humanidad desapareciera, el mundo se regeneraría y volvería al estado de equilibrio que existía hace 10.000 años. Sin embargo, si los insectos desvanecen, el medio ambiente colapsaría”. Ahora mismo estamos en medio del desvanecimiento de los insectos y el silencio atronador de las abejas es solo uno de los indicadores fatídicos más evidentes.
Según unos grandes estudios científicos de campo llevados a cabo en Alemania y en Francia la mayoría de las poblaciones de insectos voladores están cayendo en picado. Podemos comprobar la evidencia anecdótica en la relativa limpieza de los parabrisas de los coches que viajan por la noche, que hace 20, 30 o 40 años acumulaban una gran cantidad de insectos que quedaban pegados al cristal. A consecuencia de este silencioso holocausto de insectos centenares de millones de pájaros se mueren por carecer de alimento. En muy pocas décadas se está rompiendo fatalmente los delicados y sensibles equilibrios de unas cadenas tróficas moldeadas a largo de decenas de miles de años.
Parte del altísimo precio ambiental de los alimentos que comemos cada día nos hace partícipes de una cruenta y macabra guerra química preventiva en contra de “las pequeñas cosas que gobiernan el mundo”. Con un sinfín de pesticidas y herbicidas la agricultura industrial está organizando una masiva guerra preventiva, que ni es selectiva ni precisa ni circunscrita a un espacio concreto. Las armas de destrucción masiva son unos pesticidas muy potentes que se usan de manera profiláctica, es decir son inespecíficos “por si acaso, matamos todo”. No se aplican directamente a las plagas sino a todo el campo, tampoco se utilizan después de constatar una plaga sino antes. Incluso se aplican estos agrotóxicos a las semillas antes de ser plantadas. El daño colateral es la muerte de un complejo entramado de insectos que son esenciales para el sustento de la vida.
El tipo de pesticidas que están matando a las abejas son denominados “neonicotinoides”, que actúan afectando al sistema nervioso central de los insectos. Se tratan de formulaciones químicas muy sofisticadas que también se aplican a la semilla y penetran en la planta durante su crecimiento extendiéndose por la raíz, el tallo y las hojas. Poseen un efecto residual largo en el tiempo, es decir su impacto es duradero y acumulativo. Estas semillas y las fumigaciones no solo matan, desorientan y enferman a las abejas productoras de miel sino también dañan a una multitud de abejas y avispas silvestres que son claves en la labor de polinización de las plantas de los bosques, las riberas de ríos, los prados y las zonas húmedas. Constituyen, junto a otros insectos voladores, unos eslabones imprescindibles para la reproducción de la vida.
En Europa alrededor de 37% de las poblaciones de abejas productoras de miel están en declive y en general el 40% de los polinizadores silvestres se enfrentan a la extinción. El 75% de los alimentos que comemos depende de su polinización. Todo esto sucede con la sinergia compleja de los estragos del cambio climático, la gran pérdida de hábitats naturales y los efectos sinérgicos de contaminantes de todo tipo.
La Unión Europea ha prohibido tres de los pesticidas (el “tiametoxam”, hecho por Syngenta, y la “clotianidina” y el “imidacloprid”, fabricados por Bayer) que matan a las abejas, aunque según muchos estudios puede ser solo la punta del iceberg. Esta prohibición de la UE es una acción excepcional, es la excepción que confirma la regla contraria. La triste realidad es que ni nuestra salud ni la naturaleza están siendo protegidas adecuadamente por las autoridades europeas y estatales. Se han autorizado centenares de pesticidas y herbicidas en la UE con bastante facilidad y sin mínimas garantías en sus efectos en riesgos y daños, siempre basándose en estudios muy sesgados y nada transparentes hechos por las mismas industrias que los fabrican. La UE no tiene la capacidad ni medios para acometer estudios propios e independientes. Además, en muchos casos los mismos reguladores y los mismos políticos están contaminados por los conflictos de interés de las “puertas giratorias” y los lobbies feroces de la industria química y de agro-tóxicos. Un ejemplo sangrante lo tenemos cerca de casa: la última Ministra de Medio Ambiente y Agricultura en los gobiernos de Rajoy era una exdirectiva de la empresa agroquímica Fertiberia.
Nosotros mismos somos las cobayas en un gran experimento agroquímico y dar la marcha atrás en lo posible es urgente. De hecho, en el 2017 se vendió en España más pesticidas que nunca.
Los pequeños agricultores también están entre la espada y la pared. Se enfrentan a una competencia feroz de todo el mundo que suele utilizar métodos aún más tóxicos que los de aquí con aún menos control. También sufren de una drogo-dependencia de la productividad agrícola de la industria química, que crea un círculo vicioso del cual es muy difícil de salir sin mucho apoyo de los consumidores y las administraciones públicas a favor de un cambio radical del modelo agrícola. Para salir del actual atolladero tóxico es imprescindible que la ciudadanía entienda que no existen alimentos “buenos, bonitos y baratos” y que la mayoría social de este país tiene que estar dispuesta a pagar más para unos productos agrícolas mucho más compatibles con la salud ambiental y el sustento digno de los agricultores.
Las soluciones son múltiples pero principalmente políticas. Dada la grave situación actual el necesario cambio cultural y del consumo seria demasiado lento sin unas iniciativas políticas de envergadura. Hace falta una acción reguladora contundente con muchas más prohibiciones de pesticidas y herbicidas. Han de aumentar las ayudas públicas a la agricultura ecológica local y periurbana con controles más estrictos de las importaciones agrícolas. Hay que potenciar también el control biológico de plagas tanto sobre las cosechas como con medidas radicales para la conservación de los hábitats de los insectos y aves. Necesitamos además regulaciones e importantes inversiones institucionales en una ciencia agrícola y ambiental pública e independiente de los conflictos de interés industriales. Otro reto es poner coto al poder de los lobbies agrotóxicos mediante unas nuevas leyes de transparencia y conflictos de interés de nuestras autoridades.
Estos son unos imperativos realistas a favor de la preservación de nuestra existencia en un planeta habitable y biodiverso donde se pueda vivir dignamente.
Tecnología, moralidad y negación de los límites planetarios
Richard Heinberg
Nuestro problema ecológico central no es el cambio climático sino nuestra adicción mental y material al crecimiento. El problema central actual en nuestras interacciones naturo-sociales es el exceso o la sobrecarga, de ello el calentamiento climático global es solo un síntoma y consecuencia. La translimitación por exceso de presión humana o de carga sobre una capacidad de carga ambiental determinada y decadente es un problema sistémico. En el último siglo y medio, enormes cantidades de energía barata proveniente de combustibles fósiles permitieron el rápido crecimiento de la extracción de recursos, la fabricación y el consumo; y esto, a su vez, condujo a las oportunidades de aumento de la población humana en la Tierra, la contaminación y la pérdida de hábitats naturales y, por lo tanto, de la biodiversidad. El sistema humano se expandió dramáticamente, sobrepasando la capacidad de carga a largo plazo de la Tierra mientras a la vez se alteraban los sistemas ecológicos de los que inevitablemente dependemos para nuestra supervivencia.
Hasta que no comprendamos y abordemos este desequilibrio sistémico entre carga humana y capacidad de carga de los sistemas naturales del planeta, el tratamiento solo sintomático, sectorial y de “final de tubería” (haciendo lo que podamos para revertir los atolladeros de contaminación como por ejemplo es el cambio climático, el querer salvar algunas especies amenazadas o querer alimentar a una creciente población humana con cultivos genéticamente modificados) constituirá una ronda interminable y frustrante de medidas provisionales e ineficaces. Unas “soluciones” que finalmente están destinadas a fallar dilapidando con ello oportunidades, traspasando líneas rojas de no retorno y reduciendo nuestras opciones y posibilidades de futuro y bienestar conjunto.
El movimiento ecologista en la década de 1970 se benefició de una fuerte infusión de pensamiento sistémico, que estaba en boga en ese momento histórico (el conocimiento científico aportado desde la ecología -el estudio de las relaciones entre organismos y sus entornos- es inherentemente sistémico, en oposición a estudios como son la química que se centran en la reducción de fenómenos complejos a sus componentes). Como resultado, muchos de los mejores escritores ambientales de la época enmarcaron la situación humana moderna en unos términos que revelaron los profundos vínculos estructurales entre los síntomas ambientales y la forma en que funcionan las sociedades humanas. En el estudio "Límites al crecimiento" (1972), que es una consecuencia de la investigación de sistemas de Jay Forrester, se investigaron las interacciones entre el crecimiento de la población, la producción industrial, la producción de alimentos, el agotamiento de los recursos y la contaminación. En "Rebasados" (“Overshoot" 1982), de William Catton, se identifica nuestro problema sistémico y se describe sus orígenes y desarrollo en un estilo que cualquier persona alfabetizada podría comprender. Se podrían citar muchos más libros excelentes de la época que también aportaron esta perspectiva sistémica.
Sin embargo, en las últimas décadas, a medida que el cambio climático ha llegado a dominar las preocupaciones ambientales, ha habido un cambio significativo en la discusión y el debate. Hoy en día, la mayoría de los informes ambientales se centran en el cambio climático, y rara vez se destacan los vínculos sistémicos y estructurales entre este y otros problemas ecológicos (como la superpoblación, la extinción de especies, la contaminación del agua y del aire y la pérdida de suelo y agua dulce). No es que el cambio climático no sea un gran problema, sí lo es, pero como síntoma de otros procesos sociales causantes del mismo. Nunca ha habido nada parecido en nuestra historia humana como es la temible amenaza ecológica a la supervivencia y el mismo futuro, y los científicos del clima y los grupos de defensa ambiental de la respuesta climática tienen razón al hacer sonar fuertemente la alarma colectiva. Pero si seguimos alimentando nuestra incapacidad de ver el cambio climático en el contexto y las causas humanas donde se produce puede ser nuestra perdición colectiva sin remedio posible.
¿Por qué los escritores, técnicos y divulgadores ambientales y las organizaciones de defensa ambiental sucumben a la estrecha y deformante visión de túnel? Quizás simplemente suponen que el pensamiento sistémico está más allá de la capacidad de los políticos. Ciertamente, es verdad que si los científicos del clima se acercaran a los líderes mundiales con el mensaje: "Tenemos que cambiar todo, incluido nuestro sistema económico completo, y rápido", es posible que se les cierre la puerta con rudeza. Un mensaje alternativo políticamente más aceptable y confiado es: "Hemos identificado un grave problema de contaminación, para el cual existen soluciones técnicas". Tal vez muchos de los científicos que sí reconocieron la naturaleza sistémica de nuestra crisis ecológica concluyeron que sí que podemos abordar con éxito la crisis de ruptura y no retorno ambiental, creyeron que podremos así ganar tiempo para tratar con otros problemas sistémicos que aún esperan (superpoblación humana, extinción de especies, agotamiento de recursos, y así sucesivamente).
Si el cambio climático y el resto de problemas socionaturales globales se siguen planteando de forma aislada y separada de las estructuras sociales y de nuestras estructuras mentales del crecimiento inacabable, para el cual se plantea que existe una solución tecnológica, las mentes de los economistas y de los políticos legisladores pueden continuar entonces pastando en los prados y las estrategias familiares al uso: del crecimiento y el desarrollo empujado por el mercado y el lucro económico. Esta fe y optimismo tecnológico se constituye así en una fantasiosa tabla de salvación, en este caso, con los generadores de energía solar, eólica y nuclear, así como las baterías, los automóviles eléctricos, las bombas de calor y, si incluso todo lo demás falla, la administración de la radiación solar podría hacerse a través de aerosoles atmosféricos, todo ello empuja a centrar nuestra atención en temas como la inversión financiera y la producción industrial necesarias. Entonces los participantes en la discusión no tienen que desarrollar la capacidad de pensar sistémicamente y desde su estrechez reduccionista y distorsionada están entonces condenados al no aprendizaje, a repetir y amplificar errores, ni siquiera necesitan comprender el sistema de la Tierra y cómo los sistemas humanos que encajan necesariamente en él. Todo lo que necesitan los problemas socioambientales percibidos de este modo es la perspectiva de cambiar solo algunas inversiones económicas y políticas sin afectar las políticas estructurales del desarrollo y el crecimiento, estableciendo tareas para los profesionales, técnicos y expertos, para que los ingenieros gestionen la transformación industrial-económica resultante que garantice con ello que los nuevos empleos en las industrias ecológicas compensen los empleos perdidos en las industrias, como los de las minas de carbón.
Esta estrategia de ganar tiempo con el solucionismo tecnológico “techno-fix” supone que seremos capaces de instituir un cambio sistémico en algún momento, pero desplazado al futuro, indeterminado y no especificado, aunque no podamos hacerlo ahora, el cambio y todas nuestras otras crisis sintomáticas serán susceptibles de tener soluciones tecnológicas eficaces. Este último camino de pensamiento no solo es cómodo para el campo político que abandera las políticas del crecimiento, también les viene bien a los gerentes e inversores del modelo de expansión y crecimiento sin final. Después de todo, aman la tecnología. Las tecnologías ya hacen casi todo por nosotros. Durante el siglo pasado resolvieron una serie de problemas importantes, como fueron la cura de enfermedades, la expansión de la producción de alimentos, agilizaron el transporte y nos proporcionan abundante información y entretenimiento en cantidades y variedades que nadie podría haber imaginado. ¿Por qué ahora la tecnología no debería ser capaz de resolver el cambio climático y el resto de nuestros problemas ecológicos que amenazan nuestra supervivencia y la del resto de seres vivos?
Por supuesto, este “solucionismo tecnológico” es un camino elegido es de altísimo riesgo. Al ignorar la naturaleza sistémica de nuestro dilema ecológico de suvervivencia solo puede significar que tan pronto como tengamos un síntoma acorralado, es muy probable que otro nuevo se desate y ensamble.
Pero, ¿es acaso racional que el cambio climático sea tomado como un problema aislado y totalmente tratable con la tecnología?. Después de haber pasado muchos meses analizando los datos relevantes con David Fridley del programa de análisis de energía en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, nuestro libro resultante, Our Renewable Future, concluyó que la energía nuclear es demasiado costosa y arriesgada; mientras tanto, la energía solar y eólica sufren de intermitencias, y una vez que estas fuentes comienzan a proporcionar un gran porcentaje de energía eléctrica total se requerirá una combinación de tres estrategias a gran escala: almacenamiento de energía, capacidad de producción redundante y adaptación de la demanda. Al mismo tiempo, en las naciones industrializadas tendremos que adaptar la mayor parte de nuestro uso de energía actual (que se produce en los procesos industriales, la calefacción y el transporte) a la electricidad. En conjunto, la transición energética promete ser una empresa enorme de gran escala, sin precedentes conocidos en la historia humana en cuanto a sus requisitos de inversión económica y sustitución. A la hora de evaluar la enormidad de esta tarea, no hemos podido ver la manera de mantener la escala de las cantidades actuales de producción de energía global durante la transición, y mucho menos se puede aumentar los suministros de energía para seguir impulsando el crecimiento económico en curso. El mayor obstáculo de esta transición energética es la grandiosidad de la escala que necesita contraerse: el mundo usa una enorme cantidad de energía actualmente. Solo si esa cantidad puede reducirse significativamente, especialmente en las naciones industrializadas, podríamos imaginar una vía creíble y practicable con cierto bienestar hacia un futuro post-carbono.
La reducción de los suministros de energía del mundo reduciría efectivamente los procesos industriales de extracción de recursos, fabricación, transporte y gestión de residuos. Esa es una intervención sistémica decrecentista, exactamente del mismo tipo que la solicitada por los ecologistas de la década de 1970 que acuñaron el mantra de las Tres erres: "Reducir, reutilizar y reciclar". Llegaría al corazón del dilema ecológico de supervivencia instaurado en el sobreimpulso del desarrollo, como lo haría también la necesaria estabilización y reducción de la población humana, otra estrategia inapelable. Pero lamentablemente ocurre también que esta es una perspectiva sistémica a la que los tecnócratas, los industriales y los inversores son virulentamente alérgicos.
El argumento ecológico es, en esencia, un argumento moral, como he explicado con más detalle en un manifiesto recién publicado repleto de barras laterales y gráficos ("No hay aplicación para eso: tecnología y moralidad en la era del cambio climático, sobrepoblación, y pérdida de biodiversidad "http://noapp4that.org/). Cualquier pensador de sistemas que entienda el fenómeno del exceso y la sobrecarga comprende que los poderes políticos y económicos realizan unos tratamientos que están está participando activamente en un comportamiento adictivo. La sociedades humanas y las mentalidades de nuestra época hoy son adictas al crecimiento, y eso está teniendo terribles consecuencias para el planeta y, cada vez más, para nosotros también. Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo e individual y para ello tenemos que renunciar a algo de lo que dependemos: nuestro enorme poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos contenernos a nosotros mismos, como un alcohólico, no debemos hacer todo lo que podemos hacer en nuestras relaciones socio-naturales. Eso requiere honestidad y una búsqueda profunda y orientada por principios morales y de justicia que integren nuestra hermandad humana y no humana, presente y futura, lo que significa un gran cambio en nuestros valores de orientación.
Cualquier pensador de sistemas que entienda la patología del exceso y a pesar de ello prescriba un mayor poder humano de intervención tecnológica como un tratamiento para resolver los problemas ecológicos, está participando efectivamente en una intervención con un comportamiento adictivo. Las sociedades humanas hoy son adictas al crecimiento indefinido de todo, y eso está teniendo terribles consecuencias para el planeta y las comunidades de seres vivos que lo habitan, cada vez más, para nosotros también. Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo, institucional, individual, nuestros hábitos y mentalidades conscientes e inconscientes, y renunciar a algo de lo que dependemos: poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos dejar de crecer, decrecer y contenernos a nosotros mismos, como un alcohólico que repone el alcohol. Eso requiere honestidad, compromiso, responsabilidad y una búsqueda profunda.
En sus primeros años, el movimiento ecologista formuló ese argumento moral y funcionó hasta cierto punto. La preocupación por el rápido crecimiento de la población llevó a los esfuerzos de planificación familiar en todo el mundo. La preocupación por la disminución de la biodiversidad condujo a la protección de algunos hábitats naturales. La preocupación por la contaminación del aire y el agua dio lugar a una serie de regulaciones y normativas legales restrictivas. Estos esfuerzos no fueron suficientes, pero mostraron que enmarcar nuestro problema sistémico en términos morales podría obtener al menos algo de tracción y empuje para los cambios.
¿Por qué el movimiento ecologista no ha tenido éxito? Algunos teóricos que ahora se autodenominan "verdes brillantes" o "eco-modernistas" han abandonado por completo la lucha moral. Su justificación para hacerlo es que la gente quiere una visión del futuro que sea alegre y que no requiera sacrificios. Ahora, dicen, solo una solución basada en la fe y la magia tecnológica ofrece alguna esperanza. El punto esencial de este ensayo es simplemente que, incluso si el argumento moral falla, un arreglo técnico tampoco podría funcionar y está condenado al fracaso rotundo. Una gigantesca inversión en determinadas tecnologías (ya sea la energía nuclear de próxima generación o ya sea la geoingeniería de la radiación solar) se puede anunciar como nuestra última esperanza, pero en realidad no es ninguna esperanza en absoluto y nos hará avanzar en la caída cuesta debajo de todo tipo de males.
La razón del fracaso hasta ahora del movimiento ecologista no fue que apelara a los sentimientos morales de la humanidad; de hecho esto ha sido una gran fuente de fuerza del movimiento. El esfuerzo no ha sido suficiente porque no ha podido ser capaz de alterar el principio organizativo central de las sociedades industriales, que es también su defecto fatal y suicida: su perseverancia en el crecimiento a toda costa. Ahora estamos en el punto histórico donde finalmente debemos apostar por tener éxito en la superación del crecimiento o enfrentar el temible fracaso, ya no solo del movimiento ambiental, sino de la civilización industrial misma.
La buena noticia es que los necesarios y urgentes cambios sistémicos son de naturaleza fractal: implican y de hecho requieren, acciones en todos los niveles de las sociedades humanas. Podemos comenzar con nuestras propias elecciones y comportamientos individuales; podemos trabajar dentro de nuestros grupos y entornos de influencia, en nuestras comunidades. No necesitamos esperar un cambio catártico global o nacional. Incluso si nuestros esfuerzos no pueden "salvar" la civilización industrial consumista, aún podrían tener cierto éxito en plantar las semillas de una cultura humana regenerativa digna para la supervivencia.
Hay más buenas noticias: una vez que los humanos eligen restringir nuestros números totales, nuestras tasas de consumo de recursos naturales cada vez más escasos y enfermos, la tecnología puede ser parte de nuestros esfuerzos. Las máquinas pueden ayudarnos a monitorear los avances y retrocesos, y existen tecnologías relativamente simples que pueden brindar servicios necesarios con menos uso de energía y materiales, con menos daño ambiental. Algunas formas de estas tecnologías podrían incluso ayudarnos a limpiar la atmósfera y restaurar ecosistemas. Pero esto no quiere decir que las máquinas serán las que tomarán las decisiones clave guiadas por valores extra-tecnológicos que nos pondrán en el camino de la sostenibilidad. El cambio sistémico ha de estar guiado e impulsado por el despertar moral: no es solo nuestra última esperanza; es la única esperanza real que tenemos.
La semana que viene el Parlamento Europeo votará la nueva Directiva de Copyright.
Estamos ante una nueva privatización de la cultura, la educación y la ciencia que amenaza los comunes del conocimiento con un encierro clasista que permite acciones fácticas y hechos consumados por parte de grandes empresas privadas no incluyen las mínimas garantías de transparencia, posibilidad de recurso, presunción de inocencia y un proceso justo. Es un precedente muy peligroso para la privacidad y el futuro de la democracia. Además, es un ataque frontal a la neutralidad de la red, la no discriminación a los contenidos por parte de los servidores de internet.
El problema principal planteado que está en juego es dar la responsabilidad policial no-selectiva a las plataformas digitales privadas por el contenido subido por sus usuarios que podiera infringir los derechos de autor. Han empaquetado esto bajo la etiqueta "compartir el valor" pero la gran mayoría del valor seguirá con las grandes editoriales, la industria musical y las plataformas que controlan los derechos de autor. Resulta que a pesar de unos ingresos más altos que nunca de la industria cultural, gracias a los ingresos digitales, el reparto de estos ingresos sigue siendo muy injusto para los pequeños creadores. Bajo el disfraz de una revisión de derechos de autor y en lugar de enfrentarse a este reparto injusto, la Comisión Europea introduce una propuesta que impone obligaciones para que las plataformas en línea filtren TODO el contenido que suben los usuarios para corregir esta "brecha de valor". El contenido filtrado podría ser cualquier cosa: código de software, contribuciones de Wikipedia, documentos compartidos en Dropbox, etc. lo que sea. La Comisión Europea, empujada por los lobbies industriales y sus aliados políticos del PP y el PSOE, quieren que la industria lo filtre todo, lo que abre la puerta a todo tipo de abusos fácticos sin ninguna garantía normal del estado de derecho. En la práctica, esto requeriría que las plataformas en línea monitoreen de manera exhaustiva todo lo que se esté cargando/subiendo/bajando y eliminarlo si pudiera generar cualquier incertidumbre legal. Esto amenaza los derechos humanos protegidos por el derecho europeo e internacional, y daría lugar a un enorme "chill factor" o "efecto de enfriamiento" sobre la libertad de expresión, la censura privada masiva y socavaría la innovación y la competencia justa. Muchos creadores y artistas se oponen a esta ley porque favorecerá el control y concentración de la cultura, las noticias y el espectáculo por parte de las grandes empresas. Google, Youtube y Facebook no tendrán problemas para afrontar este reto tecnológico y financiera pero supondrá unas barreras infranqueables para los nuevos start-ups y pequeñas plataformas. El mal que genera es mucho más que el bien que hará a una minoría de creadores. Se tira el bebé con el agua sucia del baño.
Hay otras formas más democráticas y eficaces para mejorar las rentas de los pequeños creadores sin minar los derechos fundamentales.
VER AQUÍ: https://www.levante-emv.com/valencia/2018/09/05/pesadilla-cocina-urbanistica-valenciana-nuevo/1763959.html
Mara Cabrejas / David Hammerstein 05.09.2018
Estamos ante un nuevo proyecto desarrollista de la ciudad de Valencia: el PAI del nuevo barrio del Grao. Este plan urbanizador está llamado a convertirse en una pesadilla social y ambiental para el presente y futuro de la ciudad. Por mucha propaganda de lavado verde que se le intente dar lo cierto es que se trata de un anacrónico y nefasto proyecto urbanizador que repite viejas recetas del "pelotazo" y está a años luz de ser un "urbanismo sostenible". No hay salud ambiental ni un urbanismo justo si se levantan unas gigantescas y enfiladas torres sobre un tapiz de manicura "verde", que a ojo de pájaro ofrecerán panorámicas desde unos palcos caros y exclusivos bien distantes del bullicio popular de los barrios marítimos.
El "nuevo barrio del Grao" busca hacer un "corte quirúrgico" con el pulso de la ciudad consolidada, con sus fachadas, tiendas, mercados, bares, plazas y rincones, entre otros lugares que hacen florecer el tejido relacional y la vitalidad vecinal. Aunque algún edificio aislado pueda tener cierta "calidad arquitectónica" lo cierto es que los "no lugares" que crearán los veinte rascacielos proyectados tendrán una trágica significación urbana y social: más barreras, separación, división, anonimato, inseguridad, desafecto, fealdad, indiferencia identitaria...
Muchas experiencias similares de crecimiento urbanístico han sido fracasos estrepitosos en numerosas ciudades europeas y americanas. La mayoría de los engendros urbanísticos que se alzan contra la escala humana de la ciudad se han convertido en tristes, fríos y banales guetos elitistas, o bien han derivado en zonas marginales separadas de la vida ciudadana. Estos nuevos barrios contra-natura quedan abandonados durante muchas horas del día y llegan a perder las condiciones mínimas de seguridad y sociabilidad, al tiempo que levantan muros sociales sociales contribuyen al deterioro conjunto de las condiciones ecológicas y de salud de la ciudad. El proyecto del Grao es en realidad una negación del lugar, del territorio, de la ciudad y de cualquier realidad histórica, comunitaria y ambiental. La trama del espacio urbano tradicional se sustituye por un ornamento pseudo-natural que rodea los edificios por debajo, donde las calles, plazas y gentes desaparecen, solo queda el sucedáneo de manchas verdes entre las que se abren paso las líneas de asfalto para el recorrido de los automóviles.
A pesar de la enorme deuda histórica que tiene Valencia por el maltrato que han recibido los barrios de Natzaret, La Punta, El Cabanyal, la Malvarrosa y del Grao mismo, el PAI del Grao instaurará un nuevo apartheid social y físico con una estructura urbana más descosida que nunca, desviando las inversiones privadas hacía una nueva construcción de altas rentas en lugar de la rehabilitación. Este autoritario y faraónico plan urbanizador en realidad no busca tejer las tramas sociales y urbanas entre barrios, es imposible la pregonada "conexión" mediante la simple apertura de unas calles y puentes, y mucho menos con las barreras de grandes bulevares y avenidas desbordadas de carriles, vehículos, ruidos y humos tóxicos. Las veinte tristes torres de lujo en medio de unos fríos espacios fantasmagóricos e insípidos no pueden coser los desgarros urbanos, sociales y ecológicos ni tampoco pueden unir los barrios marítimos. Estamos ante un plan sin alma. Su cirugía faústica de gentrificación, alérgica a las vecindades humanas actuales, tampoco aliviará los padecimientos de los ecosistemas vecinos colindantes: los fluviales del Turia y los periurbanos de la huerta.
Dada la gran envergadura de esta nueva catástrofe urbanizadora que se suma a otras amenazas sobre la fachada marítima (el aumento de la capacidad portuaria para cruceros, la Zal sobre La Punta, la ampliación de la V-21, el Acceso-Nord al Puerto, el mal estado del Parque de l´Albufera...), el debate político abierto desde el PSOE, Compromís y el PP en torno al nuevo barrio es muy tendencioso y reduccionista, se reduce a algunos elementos aislados, como es la discusión sobre un paso subterráneo o uno elevado sobre las vías del tren. Se niega y disimula el gigantismo deshumanizador implicado en la construcción de más de 2.500 viviendas de lujo y centenares de plazas turísticas repartidas en 20 rascacielos de 30 plantas, una gran torre hotelera de 45 alturas, amplias avenidas cargadas de viales de tráfico e incluso algunos canales navegables. La izquierda gobernante tampoco parece cuestionar el hecho de que los promotores económicos sean unos cuantos holdings empresariales movidos por el negocio especulativo cortoplacista bien ajeno al bien común y al bienestar que revierta en el conjunto de la ciudad.
Los voceros políticos de este desarrollismo desbocado alcanzan un hito en cinismo y manipulación social cuando etiquetan el proyecto de "sostenible" al tiempo que ocultan la inmensidad de los daños socioambientales asociados al mismo. La colocación de unas cuantas placas solares y de unos carriles bicis solo son unas gotas en un océano de creciente destrucción ambiental. Nuestros gobernantes usan con empacho eslóganes engañosos del lobby turístico al hablar de "delta verde" cuando no hay ni delta ni desembocadura. En realidad estos barnices ambientales resultan inútiles porque crecen los volúmenes totales en consumo d e recursos, emisiones y residuos contaminantes. La meta no es hacer un gran parque para el disfrute y encuentro de la ciudadanía valenciana. El objetivo principal de este suelo verde troceado es el de servir de decorado para realzar la grandiosidad fálica de los edificios. Ni siquiera se contempla recuperar la conexión del viejo cauce con el mar.
Esta pesadilla urbanizadora traerá más tráfico motorizado desde todas las direcciones y empeorará significativamente la calidad del aire del Grao, ya muy resentida por las actividades contaminantes del Puerto. Su compulsión desarrollista en favor de la expansión de amplias vías para la circulación privada de vehículos bloquea la necesaria reducción del uso del coche en el conjunto de la ciudad y hará fracasar cualquier política de movilidad sostenible. Se construirán miles y miles de aparcamientos residenciales y rotatorios comerciales que garantizarán el dominio de una movilidad tóxica, su intensidad y volumen no podrá contrarrestarse con tranvías y zonas peatonales.
El pseudo-parque "regalado" también esconde lastres importantes: amputa trozos del viejo cauce que muere antes de llegar al mar y gran parte del nuevo suelo ajardinado, roto y rodeado de insalubres viales de tráfico, sufrirá las sombras alargadas y los reflejos caloríficos que arrojarán los edificios de 30 y 45 plantas. Al disparatado y derrochador consumo de energía típico de los rascacielos se sumarán los impactos ambientales de los materiales de construcción y la huella destructiva de su extracción minera en los territorios de abastecimiento, como entre otros es la Serranía. Esta noria de daños ambientales guiados por la religión laica del crecimiento indefinido (algo físicamente imposible y peligroso en un planeta finito y cada vez más maltrecho) también se alimentará con la acelerada turistificación y la compra de segundas viviendas por parte de extranjeros y fondos de inversión. El balance climático y ambiental solo puede ser muy negativo.
¿A quién beneficia este modelo de barrio clasista y a quiénes perjudica? ¿Qué necesidades sociales satisface? El plan del "nuevo barrio del Grao" es un ejemplo paradigmático de negación y suplantación del barrio y la ciudad por edificios endiosados. Esta "purificación arquitectónica" refleja muchas de las ideas repetidamente malogradas del urbanismo moderno y sus propuestas de zonificación y separación de usos. Sus erectos bloques de gran altura y su dependencia del coche privado manifiestan la agresiva desconexión de sus variopintos vecinos: los barrios marítimos, los ecosistemas fluviales, los agroecosistemas de la huerta, que contrariamente necesitan planes de conservación, recuperación y resilvestración.
Pido a los políticos de todos los colores que dejen de utilizar la palabra sostenible.
"Sostenible” es una palabra que arde estupendamente en la hoguera de las vanidades políticas. “La movilidad sostenible”, “la alimentación sostenible”, “el turismo sostenible”, “el urbanismo sostenible” o “la construcción sostenible” son pregonados a los cuatro vientos por nuestras autoridades políticas y los demás élites. Nos machacan descaradamente con el uso cínico y falso de un término en su afán de buscar un aplauso ciudadano por su pretendida preocupación por el medio ambiente y la biodiversidad, la lucha contra el cambio climático, la salud y la conservación del patrimonio histórico y natural. Por el contrario, en la práctica sobre el terreno valenciano (las acciones, la cifras y los indicadores biofísicos) el uso repetido del adjetivo “sostenible” suele anunciar unos impactos reales nefastos que son todo el contrario de la sostenibilidad ambiental. ¡Todos a tierra, que viene “lo sostenible”!
Aunque lo ignora olímpicamente nuestra clase política, la sosteniblidad significa reducir el consumo de recursos en términos absolutos, es decir adelgazar la escala de la economía física. Así, para hablar en serio de sosteniblidad es muchísimo más que plantear unas placas solares, unos carriles bici, el reciclaje o aumentar ligeramente la eco-eficiencia con la “economía circular” tan cacareada . La sostenibilidad solo se consigue al menguar la escala física del número total de coches, al frenar en seco a la pérdida de biodiversidad, de los suelos valiosos, de las tierras fértiles de huerta. No significa un consumo más limpio sino menos consumo de todo. No significa más reciclaje sino menos generación de residuos. No significa más depuradoras sino menos extracción y consumo de agua, como menos extracción de carbón, de madera y de minerales en términos absolutos, Quiere decir más huerta total con menos destrucción urbanizadora. No se trata solo de entrar en un supermercado con productos bio, "naturales" o "locales, sino poder comprar con muchísimo menos(o sin) plástico, aluminio, cristal y cartón. Quiere decir la progresiva eliminación de embalajes y no solo de su reciclaje o re-utilización. Significa menos cantidades totales de antibioticos, fitosanitarios, pesticidas y nitratios en nuestra agricultura y ganadería. No quiere decir solamente más carriles bicis y mas zonas peatonales sino menos coches totales circulando. La eco-eficiencia solo puede ayudar alcanzar al sostenibilidad si hemos regulado unos techos legales máximos de consumo sostenible, ahora inexistente y que ni siquiera planteado politicamente. Es decir, legislar unas cantidades totales de consumos y emisiones que se reducen progresivamente cada año. En suma, quiere decir la suficiencia.
Esta política de suficiencia es necesaria y es posible hacer sin dañar la calidad de vida de la gente de aquí y, además, es imprescindible hacerla para poder ser mínamente solidarios con las personas del Sur global con quienes tenemos que compartir un planeta finito que no solo no crece sino se encoge en su capacidad de carga bajo las crecientes presiones poblacionales y bajo unas demandas de consumo que se disparan.
No basta una mayor eco-eficiencia y más reciclaje porque puede alimentar mediante un “efecto rebote” aún más el crecimiento del consumo, del volumen total materiales, emisiones y residuos.
Es mentira que nuestra vida de sobreconsumo y de despilfarro pueden seguir igual con solo cambiar nuestras pautas de reciclaje y de compras. La ideología detrás del "la economía circular" crea una falsa confianza de que que con unos ajustes tecnológicos modernos y con el aumento de la re-utilización de materiales y del reciclaje podemos seguir aumentando el consumo de materiales. "El efecto rebote" de la eco-eficiencia come todo o casi todo de los ahorros de la eficiencia porque aumenta la demanda del consumo al reducir el precio y abaratar los procesos industriales. Lo que se gana por un lado se pierde por otro al estimular más la demanda. Es rotundamente falso y incluso desafía las leyes de la física que podemos ser más “sostenibles” comprando más. El "desacoplamiento" de la economía expansiva de la destrucción ambiental es un mito. Solo funciona a nivel relativo: se aumenta el consumo y el crecimento con un poco menos de materiales. Pero en términos absoluitos, lo que importa para la naturaleza, se aumenta el consumo, la extracción y la inssotenibilidad de nuestra relación con el planeta.
¿Que es un techo ecológico? Actualmente no hay límites: el cielo es el límite. Si hubiera techos ecologicos sobre los volumenes de consumo (con medidas fiscales y de penalizaciones para desincentivar el consumo de materiales), entonces la ecoeficiencia podria ayudar. Sin regular unos techos de volúmenes absolutos de consumo las medidas de eficiencia pueden seguir alimentando el aumento consumo insostenible, además de la engañosa satisfacción de que estamos defendiendo el medio ambiente.
Una estrategia política muy manida es magnificar lo “sostenible” anecdótico para tapar la insostenibilidad global en un campo de actuación pública o privada. En otras palabras, publicitar hasta la saciedad un pequeño ejemplo “verde” para desviar la atención de una realidad ambiental general cada día más “negra”. Esto sucede con la “movilidad sostenible” en Valencia. Una série de modestas actuaciones loables a favor de la bicicleta y el peatón, sobretodo en el centro histórico de la ciudad no pueden esconder el hecho irrefutable de una cifras que evidencian que cada años entran y circulan más coches en la ciudad que arroja unos niveles muy insalubres de contaminación en los lugares donde trabajan, estudian y viven la mayoría de la ciudadanía valenciana. En este contexto de expansión motorizada la promoción de la bici es un hecho anecdótico positivo que se utiliza para la muy cínica y falsa noticia de que Valencia está en la vanguardia de la “movilidad sostenible” y para evitar un debate serio sobre las medidas serias necesarias para reducir globalmente el desbocado uso del coche en la ciudad.
"Valencia capital de la alimentación sostenible” es otro slogan publicitario que se deshace como un azucarillo ante un análisis más ponderado. La mayoría de los alimentos que se venden como “sostenibles” están hechos con agrotóxicos. En volúmenes totales cada vez se utilizan en la Comunidad Valenciana más antibióticos, más pesticidas y más fitosanitarios de todo tipo.
Hay que decirlo muy fuerte: NO ES COMPATIBLE. Los voceros políticos de “lo sostenible” suelen afirmar que toda actuación destructiva es “compatible” con la protección ambiental cuando es una clamorosa y evidente obviedad que no lo es. Es deshonesto y delirante que afirmen que la ampliación de los carriles de los autovías de acceso a la ciudad es “compatible” con la protección de la huerta y la “movilidad sostenible”. Es chocante que la nueva construcción de un enorme centro comercial periférico en Parterna puede presentarse como “sostenible” y “verde”. Es chirriante que anuncien que un hotel de 30 plantas en el Puerto puede “integrarse paisajísticamente” y ser “sostenibles”. Es un insulto a la inteligencia ciudadana que la destrucción definitiva de la Huerta de la Punta será “compensada” por un “corredor verde” y la plantación de unos árboles. La construcción de grandes torres de lujo en el Parc Central y miles de viviendas nuevas nunca será “compatible” con la sosteniblidad desde la perspectiva de emisiones, materiales, consumos o tráfico.
Los problemas son urgentes y se empeoran. No es verdad que “poco a poco vamos cambiando” o que “cuesta mucho cambiar después de tantos años del PP”. Aquí el problema no es la temporalidad sino la direccionalidad. No es que hace falta más tiempo para hacernos “más sostenible”; es que cada día somos más insostenibles porque seguimos yendo en la dirección equivocada de más consumo de todo, más emisiones, más sustancias biocidas, más materiales, menos tierra fértil y más residuos. Sin hablar de reducir los volúmenes globales nunca avanzaremos hacia la sosteniblidad y seguiremos contribuyendo a mas daños y catastrofes de todo tipo. Globalmente las dirección de las políticas valencianas siguen siendo desarrollistas y extractivistas, siguen rematando el territorio, el aire y la biodiversidad, de aquí y de países lejanos de donde proceden gran parte de nuestros artículos de consumo y materiales. Es una política de tierra quemada sin marcha atrás. No hemos girado y lo atestigua la practica totalidad de las las cifras biofísicas del aire, el agua, las sustancias químicas, la energía, los residuos, uso de materiales de todo tipo, consumo de plástico y otros embalajes.
En el debate político cabe todo pero los hechos biofísicos del medioambiente son como unas rocas que no se deshacen con la retórica política ni con unos gestos simbólicos. Tomemos la vida en serio, por favor.
La tecnología, la moralidad y la negación ante los límites planetarios
por Richard Heinberg
Nuestro problema ecológico central no es el cambio climático. El problema central actual en nuestras interacciones ecosociales es un exceso o una sobrecarga, de ello el calentamiento climático global es solo un síntoma y una consecuencia. El "overshoot" o exceso de presión sobre una capacidad de carga ambiental determinada y decadente es un problema sistémico. En el último siglo y medio, enormes cantidades de energía barata proveniente de combustibles fósiles permitieron el rápido crecimiento de la extracción de recursos, la fabricación y el consumo; y esto, a su vez, condujo a las oportunidades de aumento de la población humana en la Tierra, la contaminación y la pérdida de hábitats naturales y, por lo tanto, de la biodiversidad. El sistema humano se expandió dramáticamente, sobrepasando la capacidad de carga a largo plazo de la Tierra para los humanos mientras a la vez se alteraban los sistemas ecológicos de los que dependemos para nuestra supervivencia.
Hasta que no comprendamos y abordemos este desequilibrio sistémico entre carga humana y capacidad de carga de los sistemas naturales del planeta, el tratamiento solo sintomático (haciendo lo que podamos para revertir dilemas de contaminación como por ejemplo es el cambio climático, tratando de salvar especies amenazadas o esperando alimentar a una creciente población humana con cultivos genéticamente modificados) constituirá una ronda interminable y frustrante de medidas provisionales ineficaces. Medidas que finalmente están destinadas a fallar.
El movimiento de ecología en la década de 1970 se benefició de una fuerte infusión de pensamiento sistémico, que estaba en boga en ese momento histórico (el conocimiento científico aportado desde la ecología -el estudio de las relaciones entre organismos y sus entornos- es inherentemente sistémico, en oposición a estudios como son la química que se centran en la reducción de fenómenos complejos a sus componentes). Como resultado, muchos de los mejores escritores ambientales de la época enmarcaron la situación humana moderna en términos que revelaron los profundos vínculos entre los síntomas ambientales y la forma en que funciona la sociedad humana. En el estudio "Límites al crecimiento" (1972), que es una consecuencia de la investigación de sistemas de Jay Forrester, se investigaron las interacciones entre el crecimiento de la población, la producción industrial, la producción de alimentos, el agotamiento de los recursos y la contaminación. En "Overshoot" (1982), de William Catton, se identifica nuestro problema sistémico y se describe sus orígenes y desarrollo en un estilo que cualquier persona alfabetizada podría comprender. Se podrían citar muchos más libros excelentes de la época que también aportaron esta perspectiva sistémica.
Sin embargo, en las últimas décadas, a medida que el cambio climático ha llegado a dominar las preocupaciones ambientales, ha habido un cambio significativo en la discusión y el debate. Hoy en día, la mayoría de los informes ambientales se centran en el cambio climático, y rara vez se destacan los vínculos sistémicos entre este y otros dilemas ecológicos (como la superpoblación, la extinción de especies, la contaminación del agua y del aire y la pérdida de suelo y agua dulce). No es que el cambio climático no sea un gran problema, lo es como síntoma de otros procesos causantes del mismo. Nunca ha habido nada parecido en nuestra historia humana, y los científicos del clima y los grupos de defensa de la respuesta climática tienen razón al hacer sonar fuertemente la alarma colectiva. Pero si seguimos alimentando nuestra incapacidad de ver el cambio climático en el contexto donde se produce puede ser nuestra perdición colectiva.
¿Por qué los escritores ambientales y las organizaciones de defensa sucumbieron a la estrecha y deformante visión de túnel? Quizás es simplemente que suponen que el pensamiento sistémico está más allá de la capacidad de los políticos. Ciertamente, es verdad que si los científicos del clima se acercaran a los líderes mundiales con el mensaje: "Tenemos que cambiar todo, incluido nuestro sistema económico completo, y rápido", es posible que se les cierre la puerta con rudeza. Un mensaje políticamente más aceptable y confiado es: "Hemos identificado un grave problema de contaminación, para el cual existen soluciones técnicas". Tal vez muchos de los científicos que sí reconocieron la naturaleza sistémica de nuestra crisis ecológica concluyeron que sí que podemos abordar con éxito esta marca única o -break crisis ambiental, podremos así ganar tiempo para tratar con otros problemas sistémicos que esperan (superpoblación, extinción de especies, agotamiento de recursos, y así sucesivamente).
Si el cambio climático se plantea como un problema aislado para el cual se plantea que existe una solución tecnológica, las mentes de los economistas y de los políticos legisladores pueden continuar pastando en pastos y estrategias familiares al uso. La tecnología, en este caso, los generadores de energía solar, eólica y nuclear, así como las baterías, los automóviles eléctricos, las bombas de calor y, si incluso todo lo demás falla, la administración de radiación solar podría ser a través de aerosoles atmosféricos, todo ello centra nuestra atención en temas como la inversión financiera y la producción industrial necesarias. Entonces los participantes en la discusión no tienen que desarrollar la capacidad de pensar sistémicamente, ni necesitan comprender el sistema de la Tierra y cómo los sistemas humanos que encajan necesariamente en él. Todo lo que necesitan los problemas socioambientales es la perspectiva de cambiar solo algunas inversiones económicas y políticas, estableciendo tareas para los ingenieros y gestionando la transformación industrial-económica resultante para garantizar con ello que los nuevos empleos en las industrias ecológicas compensen los empleos perdidos en las minas de carbón.
Esta estrategia de ganar tiempo con un techno-fix supone que seremos capaces de instituir un cambio sistémico en algún momento desplazado al futuro y no especificado, aunque no podamos hacerlo ahora, o ese clima el cambio y todas nuestras otras crisis sintomáticas serán, de hecho, susceptibles de tener soluciones tecnológicas eficaces. Este último camino de pensamiento es nuevamente cómodo para gerentes e inversores del modelo de expansión y crecimiento sin final. Después de todo, aman la tecnología. Las tecnologías ya hacen casi todo por nosotros. Durante el siglo pasado resolvió una serie de problemas importantes, como fueron la cura de enfermedades, expandió la producción de alimentos, agilizó el transporte y nos proporcionó información y entretenimiento en cantidades y variedades que nadie podría haber imaginado previamente. ¿Por qué ahora no debería ser capaz de resolver el cambio climático y el resto de nuestros problemas ecológicos que amenazan nuestra supervivencia y la del resto de seres vivos?.
Por supuesto, el camino elegido es de altísimo riesgo. Al ignorar la naturaleza sistémica de nuestro dilema ecológico de suvervivencia solo puede significar que tan pronto como tengamos un síntoma acorralado, es probable que otro nuevo se desate y ensamble. Pero, ¿es acaso racional que el cambio climático sea tomado como un problema aislado y totalmente tratable con la tecnología?. Después de haber pasado muchos meses analizando los datos relevantes con David Fridley del programa de análisis de energía en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, nuestro libro resultante, Our Renewable Future, concluyó que la energía nuclear es demasiado costosa y arriesgada; mientras tanto, la energía solar y eólica sufren de intermitencias, y una vez que estas fuentes comienzan a proporcionar un gran porcentaje de energía eléctrica total se requerirá una combinación de tres estrategias a gran escala: almacenamiento de energía, capacidad de producción redundante y adaptación de la demanda. Al mismo tiempo, en las naciones industrializadas tendremos que adaptar la mayor parte de nuestro uso de energía actual (que se produce en los procesos industriales, la calefacción y el transporte) a la electricidad. En conjunto, la transición energética promete ser una empresa enorme de gran escala, sin precedentes en sus requisitos de inversión económica y sustitución. A la hora de evaluar la enormidad de esta tarea, no hemos podido ver la manera de mantener la escala de las cantidades actuales de producción de energía global durante la transición, y mucho menos se puede aumentar los suministros de energía para impulsar el crecimiento económico en curso. El mayor obstáculo de esta transición energética es la grandiosidad de la escala: el mundo usa una enorme cantidad de energía actualmente. Solo si esa cantidad puede reducirse significativamente, especialmente en las naciones industrializadas, podríamos imaginar una vía creíble y practicable hacia un futuro post-carbono.
La reducción de los suministros de energía del mundo reduciría efectivamente los procesos industriales de extracción de recursos, fabricación, transporte y gestión de residuos. Esa es una intervención sistémica, exactamente del mismo tipo que la solicitada por los ecologistas de la década de 1970 que acuñaron el mantra de las Tres erres: "Reducir, reutilizar y reciclar". Llegaría al corazón del dilema del sobreimpulso del desarrollo, como lo hace también la necesaria estabilización y reducción de la población humana, otra estrategia inapelable. Pero ocurre también es una perspectiva sistémica a la que los tecnócratas, los industriales y los inversores son virulentamente alérgicos.
El argumento ecológico es, en esencia, un argumento moral, como he explicado con más detalle en un manifiesto recién publicado repleto de barras laterales y gráficos ("No hay aplicación para eso: tecnología y moralidad en la era del cambio climático, sobrepoblación, y pérdida de biodiversidad "http://noapp4that.org/). Cualquier pensador de sistemas que entienda el fenómeno del exceso y la sobrecarga prescriba los poderes políticos y económicos como unos tratamientos que están está participando activamente en una intervención propia de un comportamiento adictivo. La sociedades humanas hoy son adictas al crecimiento, y eso está teniendo terribles consecuencias para el planeta y, cada vez más, para nosotros también. Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo e individual y para ello tenemos que renunciar a algo de lo que dependemos: nuestro enorme poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos contenernos a nosotros mismos, como un alcohólico. Eso requiere honestidad y una búsqueda profunda, un gran recambio en nuestros valores de orientación.
Cualquier pensador de sistemas que entienda el exceso y prescriba un mayor poder humano de intervención tecnológica como un tratamiento, está participando efectivamente en una intervención con un comportamiento adictivo. Las sociedades humanas hoy son adictas al crecimiento, y eso está teniendo terribles consecuencias para el planeta y, cada vez más, para nosotros también. Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo e individual y renunciar a algo de lo que dependemos: poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos contenernos a nosotros mismos, como un alcohólico que repone el alcohol. Eso requiere honestidad y una búsqueda profunda.
En sus primeros años, el movimiento ecologista formuló ese argumento moral y funcionó hasta cierto punto. La preocupación por el rápido crecimiento de la población llevó a los esfuerzos de planificación familiar en todo el mundo. La preocupación por la disminución de la biodiversidad condujo a la protección de algunos hábitats naturales. La preocupación por la contaminación del aire y el agua dio lugar a una serie de regulaciones. Estos esfuerzos no fueron suficientes, pero mostraron que enmarcar nuestro problema sistémico en términos morales podría obtener al menos algo de tracción y empuje en los cambios.
¿Por qué el movimiento ecologista no tuvo éxito? Algunos teóricos que ahora se autodenominan "verdes brillantes" o "eco-modernistas" han abandonado por completo la lucha moral. Su justificación para hacerlo es que la gente quiere una visión del futuro que sea alegre y que no requiera sacrificios. Ahora, dicen, solo una solución tecnológica ofrece alguna esperanza. El punto esencial de este ensayo (y mi manifiesto) es simplemente que, incluso si el argumento moral falla, un arreglo técnico tampoco podría funcionar. Una gigantesca inversión en tecnología (ya sea la energía nuclear de próxima generación o ya sea la geoingeniería de la radiación solar) se anuncia como nuestra última esperanza. Pero en realidad no es ninguna esperanza en absoluto.
La razón del fracaso hasta ahora del movimiento ecologista no fue que apelara a los sentimientos morales de la humanidad; de hecho esa era la gran fuerza del movimiento. El esfuerzo no ha sido suficiente porque no ha podido ser capaz de alterar el principio organizativo central de la sociedad industrial, que es también su defecto fatal: su perseverancia en el crecimiento a toda costa. Ahora estamos en el punto histórico donde finalmente debemos apostar por tener éxito en la superación del crecimiento o enfrentar el temible fracaso, ya no solo del movimiento ambiental, sino de la civilización industrial misma.
La buena noticia es que el cambio sistémico es de naturaleza fractal: implica y de hecho requiere, acción en todos los niveles de la sociedad humana. Podemos comenzar con nuestras propias elecciones y comportamientos individuales; podemos trabajar dentro de nuestras comunidades. No necesitamos esperar un cambio catártico global o nacional. Incluso si nuestros esfuerzos no pueden "salvar" la civilización industrial consumista, aún podrían tener cierto éxito en plantar las semillas de una cultura humana regenerativa digna para la supervivencia.
Hay más buenas noticias: una vez que los humanos eligen restringir nuestros números y nuestras tasas de consumo, la tecnología puede ayudar a nuestros esfuerzos en esta tarea urgente. Las máquinas pueden ayudarnos a monitorear nuestro progreso, y existen tecnologías relativamente simples estas que pueden ayudarnos a brindar los servicios necesarios con menos uso de energía y con menos daño ambiental. Algunas formas de hacer avanzar esta tecnología podrían incluso ayudarnos a limpiar la atmósfera y restaurar ecosistemas. Pero las máquinas no serán las que tomarán las decisiones clave que nos pondrán en un camino sostenible. El cambio sistémico impulsado por el despertar moral: no es solo nuestra última esperanza; es la única esperanza real que tenemos.
David Hammerstein y Mara Cabrejas LEVANTE 07.12.2017
¿Cómo un parque puede dañar el medio ambiente y el clima de la ciudad de València?
Aunque parezca paradójico, el actual proyecto del Parc Central deteriorará mucho la habitabilidad y salud de la ciudad de València. Es mucho más que un jardín en el corazón de la ciudad, incluye también una operación inmobiliaria de crecimiento urbanístico con altas dosis de cemento, asfalto, coches, humos y polvo tóxico, rascacielos, centros comerciales, hoteles, equipamientos, aparcamientos, miles de nuevas viviendas y un grandioso túnel taladrando las entrañas de la ciudad. Su megalomanía desarrollista y neoliberal significará obras interminables con impacto ambiental de incalculables efectos dañinos.
Incalculables consecuencias
El aumento residencial implicará hasta 20.000 mil viviendas nuevas en el terreno del Parc Central. Muchas de ellas serán residencias de lujo y liberadas para la reventa especulativa inmediata. Cinco torres, una larga calle que funcionará como un bulevar y grandes bloques de hormigón afearán irreparablemente el paisaje urbano, a pesar de no existir demanda residencial que lo justifique, salvo el rápido y especulativo negocio de casino para grandes holdings internacionales.
Más tráfico y más contaminación
Miles de nuevos aparcamientos residenciales, comerciales y rotatorios, atraerán a docenas de miles de coches particulares por el nuevo bulevar de García Lorca.
Todo ello significará un crónico empeoramiento de las emisiones contaminantes al aire, con un aumento de partículas corrosivas muy dañinas para salud PM2.5, PM10 y NO2, precisamente en una zona central de la ciudad que ya suele superar los máximos legales permitidos de contaminación.
El larguísimo periodo de obras implicará inevitablemente el paso de maquinaria pesada y de miles de viajes de enormes camiones, la gran mayoría movidos por los muy tóxicos motores diesel. Las consecuencias sinérgicas serán, por un lado, el aumento de la contaminación acústica y, por otro, la insalubridad del aire que respiramos. A esta espiral cancerosa se sumarán otras facilidades para el tráfico de vehículos, como es la ampliación de los viales de acceso a València, la autovía V21 y la V30, los nuevos y masivos aparcamientos rotatorios en el centro histórico y el acceso norte al Puerto de València.
Las temperaturas sofocantes y las «islas de calor» se cronificarán aún más con el aumento del suelo impermeable y las edificaciones. Alrededor de la mitad del suelo del Parc Central será urbanizado con edificios, viales, plazas, servicios e infraestructuras. Estudios recientes atestiguan que en determinadas zonas de Valencia la temperatura puede variar hasta 6 grados debido a este tórrido fenómeno.
El grandioso «túnel pasante», más propio de los dioses del Olimpo, destruirá una gran área de Huerta periurbana
Debajo de las entrañas de la ciudad, esta titánica obra ferroviaria subterránea que quiere dar paso a los trenes de alta velocidad por el norte de la ciudad, atentará contra docenas de miles de metros cuadrados de la última huerta histórica, fértil y productiva que aún sobrevive. Esto se sumará a otras destrucciones de huerta que ya están en marcha, como en La Punta y en el acceso de la V21. El trazado del túnel pasará por debajo de centenares de edificios catalogados como patrimonio histórico en la zona de L'Eixample. Su complejidad técnica constructiva añadirá costes, incertidumbres, inseguridad, ruidos, partículas en el aire y desagradables molestias para más de una década. En suma, sabiendo que existen alternativas técnicas eficaces, menos despilfarradoras y mucho más sostenibles social y ecológicamente, la irracionalidad del túnel es tan grande como lo son su escala y costes económicos.
Espiral de deterioro ambiental
La creación de un nuevo barrio con más de 30.000 habitantes, comercios y alojamientos turísticos, también extraerá más volúmenes totales de todo tipo de recursos materiales cada vez más escasos y degradados, como por ejemplo son el agua, la electricidad, el gas natural y el petróleo. Se disparará la demanda de materiales de construcción y de cemento ejerciendo una mayor presión destructiva sobre comarcas ya muy castigadas por decenas de industrias extractivas mineras, como ocurre en la Serranía y en otras comarcas del interior. También crecerá la generación de residuos de todo tipo y aumentarán las aguas residuales y los detritos urbanos.
A su vez, este endemoniado "efecto dominó" de las obras, tendrá impactos ambientales desestabilizadores sobre la ya declinante biodiversidad y el conjunto del territorio valenciano, en lugares próximos y lejanos.
Un proyecto insostenible
El proyecto de Parc Central hará inevitable el fracaso valenciano en la lucha contra el cambio climático, hasta hoy se ha disimulado bajo la alfombra retórica de la «sostenibilidad» que tanto utiliza la clase política que gobierna en la actualidad.
Es imposible compatibilizar el proyecto de Parc Central con las aspiraciones ciudadanas de salud y bienestar, que exigen una radical reducción de las emisiones contaminantes de CO2 .
Ninguna instalación de placas solares, ninguna plantación de árboles, ninguna promoción de edificios eficientes y «sostenibles», podrá contrarrestar ni mitigar sustancialmente este añadido crecimiento exponencial del volumen total de emisiones venenosas al aire de la ciudad de València. Si a contra natura desaparece la arboleda histórica de la calle Bailén para levantar en su lugar un gran bloque de viviendas, será todo un aviso para navegantes del Titanic ambiental al que colectivamente nos dirigimos.