Overblog
Suivre ce blog Administration + Créer mon blog

BÚSqueda

Los Verdes

29 novembre 2019 5 29 /11 /novembre /2019 08:56
ENMIENDA A LA TOTALIDAD A LA ESTRATEGIA VALENCIANA DEL CAMBIO CLIMÁTICO (SEGUNDA PARTE)

8.  Inflación de estudios para el diagnóstico

No resulta nada comprensible el papel estelar que la estrategia climática valenciana otorga a incentivar la investigación para el diagnóstico de los problemas socioambientales ligados a las alteraciones climáticas, cuando a la vez se desatienden las recomendaciones y alarmas que desde hace cinco décadas se vienen dando desde el campo científico investigador más competente.

Un ejemplo reciente es la carta de advertencia a la humanidad de más de 11 mil científicos solicitando seis medidas imprescindibles para favorecer la adaptación de las sociedades humanas ante la emergencia climática. Los científicos firmantes señalan que tienen la obligación moral de advertir claramente a la humanidad de cualquier amenaza catastrófica y 'decirlo como es'. Estos signatarios científicos de todo el mundo afirman claramente e inequívocamente que el planeta Tierra se enfrenta a una emergencia climática. La crisis climática ha llegado y se está acelerando más rápido de lo que la mayoría de los científicos esperaban", advierten. Es más severa de lo previsto, amenaza los ecosistemas naturales y el destino de la humanidad. Especialmente preocupante, son los puntos de inflexión climáticos irreversibles potenciales y los refuerzos de la naturaleza que podrían conducir a una catastrófica ‘Tierra de invernadero’, más allá del control de los humanos. Estas reacciones en cadena climática podrían causar interrupciones significativas en los ecosistemas, la sociedad y las economías, lo que podría hacer que grandes áreas de la Tierra sean inhabitables. También los autores enfatizan seis objetivos de cambio y expresan su esperanza de que estas “señales vitales” orienten a los gobiernos, el sector privado y el público en general a “comprender la magnitud de esta crisis, vigilar los progresos que se logren y reacomodar las prioridades para paliar el cambio climático”. Afirman que estas metas “requerirán transformaciones enormes en la forma en que funciona nuestra sociedad global y su interacción con los ecosistemas naturales”.

Tampoco resulta creíble este gran protagonismo de los estudios e informes científicos cuando estos se emplean a su vez como condición y antesala del minúsculo o nulo papel que se dan a actuaciones decididas con compromisos y metas concretas ambiciosas para el freno y la fuerte regulación pública sobre la economía y actividades más sucias y climáticamente nocivas. Carece de toda coherencia y racionalidad acompañar la apuesta por los estudios con la paralela renuncia a actuaciones imperiosas, que de darse, en sí mismas se constituirían en una fuerza educativa socializadora y sensibilizadora de primer orden. En las anteriores dos estrategias climáticas rotundamente fracasadas (periodos 2008-2012 y 2013-2020), ya estaban presentes las actuaciones centradas en la sensibilización y educación ambiental voluntaria junto al supuesto erróneo de la “falta de concienciación social” usado para justificar la gran parálisis y timidez de las políticas climáticas actuales.

Esta inflacionaria apuesta por la investigación y los estudios suplanta las políticas posibles de regulación firme, des-inversión, prohibición y limitación de las actividades y economía climáticamente más lesivas. Las metas culturalistas de tinte liberal individualizante puestas en la “educación ambiental” no cuestionan ni ponen obstáculos destacables a las actuales políticas económicas neoliberales y a sus tendencias exterministas sobre recursos naturales básicos para la supervivencia y bienestar. También resultan radicalmente ineficaces en relación a las finalidades que dicen perseguir de cambios en valores y hábitos de consumo de la sociedad valenciana, si se tiene en cuenta que las dinámicas complejas del mundo de las creencias y valores no se dejan dirigir de forma determinista como si fueran una máquina. En lo fundamental los cambios culturales y de mentalidades son muy lentos, no se dejan determinar y suelen estar radicalmente desajustados en sus ritmos y temporalidades con las necesidades y novedades que operan en los contextos sociales, materiales o ecológicos.

En suma, este desequilibrio de la estrategia climática entre nuevos estudios y actuaciones previstas, no pone frenos de emergencia a las actividades climáticamente más dañinas y con ello hace imposible el cumplimiento de los objetivos climáticos de “adaptación” y “mitigación” tan pregonados en la propia estrategia valenciana. La explicación oculta de este disparatado irracionalismo es que se acopla sin grandes tensiones con la continuidad y el alargamiento de los plazos de las políticas del crecimiento de la economía material más cancerosa con el clima, los metabolismos del sistema Tierra y los sistemas naturales del territorio valenciano.

 

9. Jardineros de “buenas prácticas” junto a corrosivas actividades anticlimáticas


La estrategia valenciana se presta mucho al engaño al confundir “la lucha contra el cambio climático” con la presentación de una larga lista de medidas liberales de fomento y subvención de “buenas prácticas” voluntarias, como por ejemplo son las ayudas y financiación a nuevos sectores económicos considerados “limpios” y a estudios técnico-científicos para la descripción y diagnóstico de realidades y problemas.

 


No es lo mismo promocionar las buenas prácticas de las energías renovables EERR que el reducir el consumo global de combustibles fósiles y su huella ecológica. Tampoco es lo mismo el fomento de la agricultura ecológica que el reducir la agricultura tóxica-intensiva convencional mayoritaria. Ni es lo mismo el favorecer la compra y el uso de coches eléctricos que el reducir la cantidad de vehículos movidos por combustibles fósiles, la contaminación del aire y el CO2 del transporte.


Una regla de oro que ha de ser prioridad de cualquier política climática que merezca tal nombre y quiera ser relativamente eficaz, es reducir las actividades ambientalmente destructivas. No es suficiente el hacer algunas buenas cosas si las malas siguen creciendo. No se trata de solo sumar algunas cosas buenas en “verde”. Las políticas de “buenas prácticas” voluntaristas han de acompañarse del abandono de las actividades y cosas ecológicamente más dañinas. De lo contrario las acciones de “buenas prácticas” en positivo en realidad son anuladas y contrarestadas por la continuidad y el crecimiento de las políticas y actividades ambientalmente sucias y ecocidas.


En cambio la estrategia climática valenciana da a entender falsamente que con más eficiencia tecnológica, con más educación ambiental y “buenas prácticas” y con el fomento de las energías renovables, se podrá hacer frente a la emergencia climática. Se silencian entonces los aspectos centrales del problema: que las medidas “verdes” del “solucionismo tecnológico” vienen fracasando rotundamente a lo largo de los últimos 50 años. Décadas de innovaciones en eficiencia no han frenado de aumento global de las emisiones tóxicas a la atmósfera GEI, la pérdida de biodiversidad y la extracción de materiales del subsuelo terrestre. La tecno-eficiencia por sí sola no bajará las emisiones contaminantes a la atmósfera, no puede frenar la creciente destrucción ambiental y climática que está minando la estabilidad de los delicados procesos biofísicos y con ello las condiciones físicas de habitabilidad, supervivencia, bienestar y prosperidad de las sociedades humanas y la biodiversidad multiespecie.

 

10. Inexistente regulación institucional vinculante y externalización de los daños medioambientales


En el dramático contexto ecológico planetario en el que nos encontramos, además de los ajustes tecnológicos de la eficiencia se hacen necesarias las fuertes medidas de regulación institucional a favor de la reducción de la escala material de la economía y su huella ambiental. Esto exige un decrecimiento significativo de los volúmenes totales del consumo de recursos ambientales, de la producción de bienes materiales superfluos y de la generación de residuos a lo largo de todo el ciclo de vida de los productos.


La estrategia valenciana parece humor negro al ignorar olímpicamente la base material, biofísica y ecológica del problema climático: el continuado crecimiento material de la economía valenciana. No establece limitaciones al crecimiento de dicha economía en ningún campo ni sector de actividad. Renuncia a actuar sobre las fuentes económicas del problema climático en el presente desplazando las actuaciones de raíz a un futuro incierto e indeterminado. No integra el temible desajuste de temporalidades entre las actuaciones previstas y los ritmos acelerados, indeterminados e irreversibles de las alteraciones climáticas y ecológicas.


En este sentido, la carencia de limitaciones y frenos a la economía climáticamente más tóxica pervierte los objetivos de adaptación y mitigación que establece la estrategia climática 2020-2030, y en contradicción con los mismos se pone al servicio de impulsar más la destrucción socioecológica y el sobrecalentamiento climático.

 


Según los cómputos científicos más solventes la reducción de las emisiones de CO2 ha de tener una bajada drástica en paralelo a una radical subida de las energías renovables EERR. Pero en cambio la Generalitat Valenciana solo prevé la mitad de reducciones de las emisiones de CO2 que demanda la comunidad científica, a lo que se suma el aumento del consumo previsto. Es decir, a no ser que sean fruto del arte de la prestidigitación, las energías renovables están muy lejos de poder responder a más crecimiento de la demanda.


En resumen, si lo que ha de importar es una reducción voluminosa de la contribución de la Comunidad Valenciana a las destrucciones climáticas y ecológicas, esto no está previsto ni de lejos en la letra de la estrategia climática valenciana, sino todo lo contrario. Excluye en su contabilidad y en sus metas declaradas una gran parte de las emisiones de gases GEI a la atmósfera, muchos de los impactos ecológicos y emisiones son sistemáticamente externalizados y negados. No reciben registro ni contabilidad las muchas emisiones implicadas en los procesos extractivos de recursos y en los impactos de la economía globalizada del comercio valenciano, que operan en otros territorios y países mediante deslocalizaciones de empresas e importaciones masivas de productos mercantiles.

 

11. Contabilidades irreales y cálculos engañosos que subestiman los daños climáticos y ecológicos


El cálculo de las emisiones valencianas de CO2 es muy engañoso y sesgado por excluir todo el CO2 acumulado en los productos de consumo, en la producción de la deslocalización territorial de las empresas y en los procesos materiales a la sombra que están implicados en las importaciones de la Comunidad Valenciana. La estrategia climática valenciana se desentiende de muchos impactos climáticos de las prioridades del crecimiento continuado de la economía material valenciana y del PIB. La estrategia tampoco tiene en cuenta la espiral de los negativos impactos climáticos del turismo. No considera en sus cómputos los vuelos internacionales ni las muchas afecciones del comercio internacional. Se excluyen también las emisiones atmosféricas y otros impactos ecocidas de los buques y el transporte interoceánico que desplaza contenedores y abundantes materiales.

 


El engaño premeditado del maquillado contable es la pauta de la estrategia climática valenciana 2020-2030. Se da una enorme contradicción e imposibilidad en relación a los indicadores empleados y al registro cuantitativo de las emisiones de CO2 a la atmósfera: cuanto más se globaliza y se deslocaliza la producción masiva de artículos de consumo baratos y la extracción de materiales, incomprensiblemente resulta que “menos” CO2 se emite, según se desprende de las estadísticas y los datos que maneja el texto de la estrategia climática. Es decir, como por arte de magia la Comunidad Valenciana aparece entonces convertida en una “tierra limpia de bajas emisiones de CO2”, cuando ocurre que la realidad de las emisiones valencianas es diametralmente la contraria.

 


El grupo científico “Global Carbon Watch” recuerda que los países europeos subestiman sistemáticamente los cómputos de sus emisiones a la atmósfera entre el 19% y el 60% de sus emisiones reales de CO2 . No computan la externalización de sus emisiones hacia los países del Sur Global. Esta “fuga de CO2” o de “CO2 a las sombra” da una idea engañosa de expansión económica “sostenible” y de “desacoplamiento” entre el crecimiento económico y el crecimiento de las emisiones de CO2. Además, esta invisibilización y exportación valenciana de la destrucción ambiental sobre otros territorios constituye una flagrante contradicción con los objetivos establecidos por la Agenda del Desarrollo Sostenible por parte de la ONU, que la estrategia valenciana de cambio climático dice integrar.

 


La estrategia climática excluye del registro y la contabilidad todas las emisiones “indirectas” externalizadas a otros países y orienta casi toda la atención a la eficiencia “por unidad”, deja sin abordar lo prioritario: limitar los volúmenes totales de las emisiones tóxicas a la atmósfera. Son muchas las evidencias de la “paradoja de Jevons”, que afirma que el aumento de eficiencia técnica no necesariamente reduce el consumo global de recursos ni los impactos climáticos y ecológicos. En una economía material creciente con cada vez más demandas de consumo de materiales de todo tipo, las repercusiones ecológicamente negativas pueden superar por creces los avances tecnológicos en eficiencia. Aunque estos sirvan para abaratar los costes de producción, a la vez pueden acompañarse de aumentos en las cantidades globales de materiales y artículos consumidos y de incrementos en daños climáticos y ecológicos.

 

Sin embargo brillan por su ausencia en la estrategia valenciana las limitaciones y restricciones vinculantes al consumo total de volúmenes de energía, de agrotóxicos, carne, coches, agua, cemento, artículos importados como pueden ser la ropa, piensos, y otros materiales, etc. Tampoco hay objetivos concretos, vinculantes y des-inversores para la reducción de las actividades más nocivas para el clima, la biodiversidad y la salud humana, como son la agricultura química intensiva, el transporte de mercancías por carretera, las grandes urbanizaciones, los grandes puertos, las ampliaciones de las carreteras y autovías, los nuevos centros comerciales, el turismo de masas, la aviación, la minería extractiva …
 

Esta incoherente subestimación de las emisiones de CO2 y de los impactos negativos sobre la atmósfera y el clima terrestre se percibe claramente en la promoción que realiza el plan estratégico valenciano de los coches eléctricos. Esta apuesta por los vehículos eléctricos ignora y externaliza radicalmente la extracción de materiales implicados en los procesos de su producción y transporte en los territorios de países lejanos, con un gran impacto sobre el clima y la biodiversidad, que contradicen en gran parte las afirmaciones sobre grandes reducciones de CO2 en el transporte. Es decir, no se considera el impacto climático y ecológico de esta electrificación en infraestructuras, minería, o en la importación de elementos indispensables, como son las baterías necesarias para construir coches eléctricos. El plan estratégico valenciano prevé la elevada electrificación del sector transporte, pero esto es inviable debido a la continuidad del muy contaminante transporte de mercancías por carretera e inter-oceánico de los buques de contendores.

Partager cet article
Repost0
29 novembre 2019 5 29 /11 /novembre /2019 07:47
Enmienda a la totalidad a La Estrategia Valenciana del Cambio Climática y Energía de la Generalitat Valenciana (Primera parte)

“Estrategia Valenciana de Cambio Climático y Energía 2020-2030”
 "http://www.agroambient.gva.es/es/web/cambio-climatico/estrategia-valenciana-de-cambio-climatico" http://www.agroambient.gva.es/es/web/cambio-climatico/estrategia-valenciana-de-cambio-climatico

ENMIENDA A LA TOTALIDAD A LA ESTRATEGIA VALENCIANA

Observaciones generales

Las actuaciones de la Estrategia Valenciana de Cambio Climático y Energía 2020-2030 de la Generalitat Valenciana carecen de mínimo realismo y coherencia para poder afrontar con relativa eficacia la extensión y profundidad de los fenómenos y problemas climáticos y ecológicos, en sus causas humanas y en las consecuencias socioecológicas de los mismos asociadas a la desestabilización climática planetaria, regional y local. La estrategia climática valenciana no responde a la emergencia climática sino que apuesta por seguir prolongando en el tiempo las políticas actuales y las lúgubres repercusiones socioambientales del incremento de las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera y la biosfera de la Tierra.

 

La estrategia climática intenta disfrazar que el cumplimiento de sus objetivos generales de “adaptación” y “mitigación” ante el cambio climático exigiría un cambio de 180 grados en las actuales prioridades políticas e institucionales, basadas como están en el crecimiento de la economía material y de los daños ecológicos. Un punto ciego fundamental de la estrategia climática valenciana refiere a su desentendimiento de las soluciones genuinas con compromisos concretos vinculantes ante las afecciones climáticas y ecológicas, que pasan por contraer nuestras economías, consumir menos materiales y energía y disminuir con ello la huella ambiental y climática, cambiando nuestros estilos de vida y nuestro sistema económico.

 

Las entretejidas crisis ecológicas y climáticas son síntomas de nuestra adicción al crecimiento y de que la escala material desmesurada choca con los límites de la capacidad de sustentación de la Tierra. La estrategia climática valenciana no asume los límites del crecimiento y da la espalda al conflicto irreconciliable entre un crecimiento económico continuado y las capacidades de sustentación de la biosfera. Sin fundamento alguno la estrategia disocia los daños ecológicos y climáticos del crecimiento económico de la producción material y el consumo valencianos. Olvida el grave problema de escala: no pueden reconciliarse la fuerte reducción de las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera y de la huella ecológica con las aspiraciones de continuar con el crecimiento inacabable.

 

En la estrategia climática se da una inadecuación abismal entre los objetivos generales declarados y los medios y actuaciones previstas. No se pueden afrontar la cronificación de los desastres climáticos, ecológicos, sociales y humanitarios con la continuidad de las prioridades puestas en el crecimiento económico, la mayor eficiencia y el aumento de las energías renovables (EERR), sin cambiar nada más y evitando el problema de raíz: el rebasamiento de los límites ecológicos que lleva a la disminución o extinción de recursos vitales y al aumento de los costes económicos y de los impactos en destrucción ecológica.

 

El documento de la Estrategia Valenciana de Cambio y Energía 2020-2030 se limita a ordenar y apilar sin coherencia interna las actuaciones marginales, erráticas y dispersas, que ya se realizan por parte de las diferentes instituciones valencianas y Consellerias. La estrategia climática valenciana no ofrece ninguna novedad significativa en relación a las políticas públicas valencianas ya existentes o iniciadas. Más allá de algunas vaguedades ininteligibles la nueva estrategia climática valenciana 2020-2030 tampoco realiza la evaluación pertinente de las anteriores dos estrategias de la Generalitat Valenciana sobre el grado de cumplimiento o fracaso de sus objetivos mediante políticas concretas de actuación (p.1).

 

No solo la estrategia climática valenciana carece de toda solidez ante las realidades sociales y ecológicas a las que aludimos como cambio climático, también está a años luz de las necesidades asociadas a la condición de “emergencia climática”, que ha sido declarada por la propia Generalitat Valenciana y por otras destacadas instituciones valencianas. La estrategia despilfarra márgenes de actuación y renuncia a impulsar cambios y ajustes sin precedentes para dejar de desperdiciar energía, materiales y alimentos, como por ejemplo hace el sistema agrícola industrial que provoca la disrupción de los ciclos de nutrientes en la Tierra. La parsimonia y los desatinos implicados en las actuaciones previstas en la estrategia climática junto a la gran discrepancia existente entre las laxas temporalidades de las mismas y los ritmos acelerados de la degradación climática y ecológica, hacen de la declaración de “emergencia climática” un despropósito retórico vacío de contenido y arraigo. La estrategia climática valenciana convierte en extravagantes y grotescas dichas declaraciones de emergencia.

 

Frente a las colosales alteraciones climáticas del sistema Tierra una carencia fundamental de la estrategia climática valenciana está en su renuncia a que las políticas públicas valencianas ejerzan un destacado y activo papel de regulación restrictiva y vinculante, en el contexto valenciano, español y europeo, ejerciendo unos poderes y funciones que son las propias del derecho, la legislación y la acción de gobierno. Esta manifiesta indiferencia y pasividad político-institucional es antagónica con los objetivos generales que declara la estrategia climática, los de “adaptación” y “mitigación”. En este sentido se puede afirmar con contundencia que la Generalitat Valenciana carece de estrategia climática para los años venideros por renunciar a afrontar con mínimo realismo y eficacia los cambios que demanda la desestabilización del clima de la Tierra.

 


Siguiendo la letra escrita de la estrategia climática valenciana, los objetivos generales de “adaptación” y “mitigación” establecidos están guiados por unos principios básicos que definen actuaciones para impulsar una “economía baja en carbono”.

 

Siguiendo los principios de “reducción de los consumos energéticos, el fomento de EERR (energías renovables), el autoconsumo energético, el uso de transporte más limpio, el impulso territorial y el papel de los sumideros de carbono para la reducción de la concentración de las emisiones de GEI (p. 8).

 

Resulta especialmente chocante y paradójico que la estrategia valenciana (p.36) acepte sin rechistar el aumento de la demanda energética final valenciana en 1.2 % anualmente y el aumento de un 2.5% de la demanda eléctrica anual en el periodo 2020-2030. Esta previsión energética representa una política pública de incremento irresponsable de la demanda energética en un 12% y del 25% respectivamente en los próximos 10 años.


El crecimiento de la demanda energética convierte en inútil y en papel mojado las metas declaradas de cambios ante la emergencia climática, haciendo totalmente inviables los propósitos de “adaptación y mitigación” mediante la “sustitución” de los combustibles fósiles por las energías renovables. Muy contrariamente, debido a los entretejidos impactos climáticos y ecológicos s asociados a la producción eléctrica, la demanda energética no debería crecer sino que tendría que decrecer imperiosamente.


También es inconsistente y contradictoria la previsión que realiza la estrategia climática valenciana de un aumento sustancial del consumo de gas hasta 2030, a pesar de ser un combustible fósil de fuertes impactos de efecto invernadero. En consecuencia, la estrategia apuesta por el aumento del funcionamiento de los centrales de ciclos combinados de Sagunt a partir del 2020, en lugar de plantear la imprescindible reducción de la demanda energética.


Resulta inaceptable el apoyo que la estrategia climática da al incremento de la quema del gas, algo que no es compatible con la lucha contra el cambio climático. Este aplazamiento de décadas de la urgente y rápida transición hacia las energías renovables y descentralizadas hipoteca y empeorará gravemente los daños ambientales que padecerá la sociedad valenciana.


El esfuerzo económico y técnico de fomentar las energías renovables EERR no servirá entonces para sustituir las energías contaminantes, tal y como viene ocurriendo durante los últimos años, porque el incremento de estas será muy insuficiente debido principalmente a la continuación de la dependencia valenciana de los combustibles fósiles, de forma directa e indirecta. Todo ello empeorará por el contexto general de economía globalizada expansiva, el crecimiento de la demanda energética global interna y la externalización y deslocalización de los ciclos productivos y extractivistas.


La estrategia climática huye de poner limitaciones a una economía valenciana vista desde parámetros físicos, no solo economicistas, que es especialmente devoradora en energía, recursos materiales y biodiversidad, por su gran dependencia de sectores económicos como son el turismo y los servicios. En esta tercera estrategia climática no se ve por ningún lado el “cambio del modelo productivo” tan pregonado por el actual tripartito del gobierno valenciano.


Resulta muy manipulador, engañoso y deshonesto el hablar de “una reducción del consumo de energía primaria sobre la proyección del año 2007 de un 9%”, cuando en términos absolutos las metas de éste plan estratégico están en continuar con el aumento del consumo de energía primaria en el 2030. La prometida reducción del consumo de energía primaria comparada con la proyección del Gobierno Valenciano del PP del año 2007 del 35,4%, es una tendenciosa y engañosa trampa contable, que establece la comparación con la proyección de crecimiento hecho por el gobierno valenciano del Partido Popular PP, realizada antes de la crisis de recesión económica del 2008. Esto quiere decir que la actual estrategia valenciana 2020-2030 de cambio climático sigue aceptando un gran crecimiento de demanda energética. De ello resultará del todo imposible que cuadren las cifras y la posibilidad de responder de forma responsable a las dimensiones titánicas de la tragedia climática en curso, tal y como afirma la retórica habitual de las autoridades valencianas que hace defensa de una rápida “transición” hacia las fuentes renovables de energía.

 

Resulta inaudito y carente de mínima racionalidad que dichos objetivos no se acompañen de rotundas actuaciones para el impedimento, la contención y la reducción de la escala material y el crecimiento de la economía sucia y las actividades fosilísticas, que son fuertemente contaminantes y emisoras de gases de efecto invernadero GEI. A consecuencia de esta inconcebible negligencia la nueva estrategia valenciana, como las dos anteriores, carece de mínimo realismo y proporcionalidad, no podrá ser factible y está condenada al fracaso desde su inicio. Será papel mojado a la hora de reducir significativamente las actividades más causantes de las alteraciones climáticas. En respuesta a los múltiples retos de cambio necesariamente co-implicados, económicos, sociales e institucionales, que están bajo la competencias autonómicas de la Generalitat Valenciana, la estrategia climática 2020-2030 resulta insustancial, esquiva, errática, contradictoria, equívoca y engañosa. También resultará muy ineficaz por carecer de objetivos concretos vinculantes en las actuaciones que prevé, que sean mínimamente coherentes, ambiciosos, registrables, medibles y evaluables en su evolución y cumplimiento temporal.

 

En la Estrategia Valenciana de Cambio Climático y Energía 2020-2030 se da una inadecuación abismal ente las políticas de actuación previstas y las dimensiones objetivas de los fenómenos y problemas socioecológicos siguiendo las metas generales de “mitigación” y “adaptación”, que constituyen el eje de esta tercera estrategia climática valenciana.

 

La sociedad mundial tiene el reto de impulsar y acelerar la transición hacia una economía baja en carbono. Esta transición exigirá cambios en los comportamientos sociales y empresariales en todo el mundo con el compromiso de todo el espectro político. Con este fin, las administraciones públicas deben establecer estrategias y políticas que impulsen la economía hipocarbónica en todos los sectores a través de sistemas de gobernanza eficaces. Para avanzar, hacia un futuro basado en un bajo nivel de emisiones, es imprescindible el integrar el respeto al medio ambiente en todas la áreas de actividad y en todos los ámbitos de conocimiento actuales, así como mejorar las competencias  en materia de sostenibilidad y cambio climático en todos los sectores (p.8).

 

No puede haber realismo, ni coherencia, ni ajuste, ni viabilidad, si se da una aberrante distancia entre los objetivos explicitados de adaptación y mitigación y los medios y planes de actuación previstos en esta nueva estrategia climática. Resultan irrealizables los fines generales manifestados de “mitigación” de las emisiones de gases efecto invernadero GEI, enfocados a la reducción de tales emisiones a la atmósfera y a sus consecuencias en el sistema climático de la Tierra. También son incongruentes y escasamente creíbles los objetivos generales la “adaptación” coordinada y transversal llevados adelante mediante actuaciones parciales, incompetentes, incompatibles o contrarias a dichos objetivos generales. A pesar de que en la misma estrategia valenciana se parte de que dos tercios de las emisiones de gases a la atmósfera GEI tienen su origen en la producción y el consumo de energía, sin embargo en las actuaciones previstas solo se conciben cambios centrados en “la gestión adecuada de la misma” y no en la imperativa reducción de sus magnitudes y demanda global.

 


Desde hace décadas, las mejores informaciones científicas disponibles vienen advirtiendo de las crecientes alteraciones climáticas en curso y venideras, y de sus temibles consecuencias, causadas por múltiples procesos sociales retroalimentados que a menudo son reforzados por las políticas públicas productivistas y fosilísticas que los estimulan. Para poder mantener unas condiciones materiales y ecológicas de habitabilidad humana y de sostenibilidad es urgente la reducción radical de las emisiones de gases contaminantes de origen antropogénico sobre la atmósfera, que generan el consecuente sobrecalentamiento climático y la multiplicación encabalgada de tensiones y destrucciones ecológicas. Las crecientes emisiones tóxicas a la atmósfera de origen tecno-industrial y sus retroalimentaciones positivas constituyen un factor causal multiplicador de crisis y degradaciones ecológicas, globales, regionales y locales, generadas por la creciente esquilmación y contaminación de los recursos naturales de la Tierra. La sociedad y el territorio valenciano no son una excepción.

 

Muchos de los recursos naturales, renovables y no renovables en declive, están sometidos a unas tasas inflacionarias de presión entrópica degradadora de origen humano que es intensamente extractiva de recursos materiales de baja entropía y excretora de residuos y calor de alta entropía. Estas relaciones socionaturales instituidas dañan a menudo de forma irreversible los procesos naturales de bioregeneración y bioproductividad de la Tierra y de sus ecosistemas y territorios. Nuestra condición colectiva de translimitación o de superación de la capacidad de sustentación ecológica de las sociedades y grupos humanos en general, y de la sociedad valenciana en particular, nos empuja aceleradamente a unas condiciones traumáticas de creciente escasez, agotamiento, degradación y desaparición de recursos naturales vitales y de metabolismos bioproductivos de los ecosistemas globales y locales, afectando de lleno a todos los recursos naturales, a los renovables y a los no renovables.

 

Numerosos recursos naturales que son necesarios para el abastecimiento humano y las metas de supervivencia y de bienestar, humano y no humano, se encuentran en progresiva decadencia, causada por la imparable presión destructiva que reciben por parte de las sociedades humanas, a pesar de que estas no pueden sustituirlos ni crearlos. Dichos recursos materiales de la Tierra, radicalmente finitos y frágiles, están siendo degradados y esquilmados a marchas forzadas, a pesar de que gran parte de los mismos constituyen las fuentes biofísicas primarias y el sustento inevitable de toda riqueza, economía y prosperidad humana y no humana.

 

Esta tercera estrategia climática valenciana 2020-2030 evidencia un “negacionismo práctico” y una escasa o nula responsabilidad institucional y política sobre las múltiples realidades y problemas entrelazados (poblacionales, sociales, económicos, culturales, físicos, energéticos, biológicos y ecológicos) asociados a la desestabilización climática y a las causas humanas y afecciones socioecológícas de la mismas. Estas problemáticas están sobradamente constatadas mediante observaciones y datos empíricos abrumadores procedentes de informes científicos, han irrumpido para quedarse y hoy amenazan las aspiraciones de bienestar y prosperidad valencianas y del resto de países, territorios, ecosistemas y especies.

 

Contrariamente y en total contradicción con los fines y principios declarados de adaptación y mitigación frente a las alteraciones del sobrecalentamiento climático, la estrategia climática valenciana fortalece las dinámicas estructurales del crecimiento de los sectores económicos y las actividades de la economía fosilística climáticamente más contaminante. Renuncia con ello a las necesarias des-inversiones directas o indirectas de las políticas públicas en dichos sectores y en consecuencia empuja a la sociedad valenciana a penurias y un futuro atroz.


Es todo un contrasentido el que la nueva estrategia climática valenciana siga férreamente encajonada en deseables actuaciones no vinculantes, voluntaristas y guiadas por el mercado, el lucro y la constrictiva racionalidad economicista del coste/beneficio, a la hora de cumplir sus objetivos mediante ceñidos a tres ejes de actuación: las innovaciones técnicas de la eficiencia, el incremento de las energías renovables y la concienciación ambiental de la población. Con ello la estrategia climática pervierte los fines generales que declara al colocar las políticas públicas valencianas bajo las prioridades neoliberales del crecimiento económico en todos los sectores, que derivarán en mayores padecimientos climáticos y socioambientales. Para colmo este disparate lo realiza en nombre de la “emergencia climática”.

 

Sus propuestas de actuación de hecho constituyen un gran despilfarro de los limitados recursos públicos institucionales, siguen alimentando las dinámicas del crecimiento en los sectores y actividades más amenazantes y nocivos con el clima. La estrategia climática no pone limitaciones ni estorbos a la adicción al crecimiento material de tales sectores en la economía valenciana. Es continuista con las anteriores dos estrategias impulsadas por el gobierno valenciano en manos del Partido Popular (PP). Aunque los términos empleados de la “adaptación” y “mitigación” constituyen la columna vertebral de los principios y fines generales establecidos por la estrategia, en la concreción de sus objetivos y actuaciones se pone al servicio de favorecer realidades socioambientales contrarias a dichos principios y contraindicadas. Estos objetivos generales se apoyan disimuladamente en la continuidad expansiva de la escala material de la economía más contaminante y del consumo de bienes y servicios naturales de todo tipo. En consecuencia, las actuaciones de las políticas públicas valencianas perversamente se ponen al servicio de más desastres climáticos y ecológicos por favorecer activamente el aumento de la presión destructiva ecológica y climática sobre la Tierra en general, y sobre el territorio valenciano en particular (p.43).

 

La estrategia climática 2020-2030 no pretende forzar cambios reales, rápidos y en profundidad en la sociedad y economía valencianas, que estuvieran relativamente adaptados a las dimensiones y ritmos de los problemas climáticos. Sus techos máximos de aspiración se supeditan al “solucionismo tecnológico” y al mercado económico, optando con ello por las ineficaces pautas de ajuste ya presentes en las actuales tendencias productivistas del tejido económico, como son las relacionadas con los cambios introducidos por las innovaciones técnicas en eficiencia. Desde esta quimera tecno-optimista voluntarista, guiada por el empuje y las ataduras del negocio mercantil, solo se apuesta por simples ajustes tecnológicos parciales para alcanzar una mayor eficiencia en el consumo de recursos naturales, dejando intocable el aumento global del consumo de los recursos. Pero la historia muestra que a menudo las ganancias en eficiencia con un recurso se acompañan del efecto rebote de que solemos usar más cantidades de tal recurso, no menos.

 

Las metas puestas en estos superficiales y muy insuficientes ajustes técnicos de mejora en eficiencia desatienden la estructura económica valenciana y el gran protagonismo del sector servicios en la misma. El modelo y la estructura de la economía valenciana es especialmente extractivo de recursos, alto en emisiones de gases GEI, deslocalizado y globalizado en su modelo productivo. Esto implica que por cada unidad de crecimiento económico la economía valenciana genera altas dosis de emisiones de gases GEI contaminadores y desestabilizadores climáticos y ecológicos.


Los objetivos de la UE para 2021-2030 con respecto a 1990 son alcanzar al menos un 40% de reducción de las emisiones GEI, llegar al menos al 32% de cuota de las energías renovables EERR y al menos un 32,5% de mejora de la eficiencia energética. En consecuencia, esta próxima década han de hacerse transformaciones sociales y económicas de gran envergadura y trascendencia para compensar la inacción del pasado y la parálisis del presente, incluyendo la descarbonización de la energía y de  sectores como son la construcción, el transporte, el modelo agroalimentario, el consumo y los estilos de vida derrochadores de la cultura del “usar y tirar”. Los países europeos ni la Comunidad Valenciana no pueden esperar más tiempo a multiplicar sus acciones, han de comenzar a actuar ya en cada país, cada región, en cada negocio y actividad, si no se hace esto antes del 2030 se habrá agotado toda oportunidad de limitar el calentamiento a 1,5 grados este siglo. Hasta el mismo Acuerdo de Paris del 2015 ya reconocía que los planes de recortes de las emisiones de gases GEI de casi 200 países eran insuficientes para el cumplimiento del objetivo marcado de que el aumento de temperatura a final del siglo XXI quede muy por debajo de los 2º C de media respecto a los niveles preindustriales.

 

El décimo informe anual del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) o la “ONU Medio Ambiente” sobre la “disparidad de las emisiones”, se dio a conocer unos días antes del inicio de la 25 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas el Climático (COP25 o Cumbre del Clima) celebrada en Madrid del 2 al 13 de diciembre de 2019. Este último Informe de Emisiones del 2019 del PNUMA advierte que aunque se cumplieran todos los compromisos alcanzados en Paris en diciembre del 2015, las temperaturas se incrementarían este siglo al menos 3,2 grados, con impactos climáticos más extensos y destructivos, más del doble del objetivo de 1,5 grados fijado por el Acuerdo de Paris. El Informe estima que es necesario actuar urgentemente y de forma contundente para recortar las emisiones de CO2 un 7,6 % anual entre 2020 y 2030,  y cuestiona que las emisiones de gases GEI hayan aumentado esta década un 1,5 % cada año y que no hayan comenzado su reducción en el 2010, estos retrasos exigen acometer unas mayores reducciones anuales para poder cumplir los objetivos comprometidos para el 2030.

 

Desatendiendo estas recomendaciones, la estrategia climática valenciana renuncia a la oportunidad de liderar con respuestas ambiciosas las transformaciones necesarias en el ámbito europeo. A pesar de que el territorio valenciano es muy vulnerable ante los cambios en los procesos físicos, biológicos y ecológicos asociados al sobrecalentamiento climático, la nueva estrategia climática tan solo se conforma con cumplir con el mínimo común denominador más bajo de la ya muy débil e insuficiente legalidad europea, que además a menudo está lejos de ser cumplida por parte de los Estados miembros y los gobiernos regionales, como ocurre en el caso de España y de la Comunidad Valenciana.

 

La estrategia climática valenciana se lava las manos ante las realidades y ámbitos de legalidad y gobernanza que no tiene competencias legales directas, a pesar de que los consejeros autonómicos valencianos participan en órganos de coordinación a nivel estatal que conocen y revisan las propuestas legislativas europeas, y pueden jugar un papel determinante a la hora de que el Gobierno adopte unas u otras tomas de posición ante cuestiones tratadas por el Consejo Europeo, que reúne a los Ministros de los estados miembros. A pesar de que la Generalitat Valenciana tiene canales institucionales importantes para influir en las posiciones estatales e incluso europeas, la estrategia climática silencia estos ámbitos de posible actuación y no establece ningún plan ni aspiración sobre los mismos. La estrategia climática valenciana esquiva la posibilidad de ejercer un peso y capacidad de influencia política sobre las competencias estatales que pueden incidir directamente en el territorio y los sistemas naturales valencianos, como son las referidas a las políticas, planes, proyectos y concesiones a la explotación económica privada que inciden sobre costas, puertos, transporte, energía, cuencas hidrográficas y ríos, minas.

 

Muy contrariamente a esta gran debilidad manifiesta de la estrategia climática valenciana, las reivindicaciones de otras fuerzas políticas europeas, como son las del Grupo Verde del Parlamento Europeo, están por que la Unión Europea (UE) amplíe sus compromisos con metas de reducción de emisiones de gases efecto invernadero GEI en al menos un 65% respecto a 1990, acabando de inmediato con toda la financiación directa o indirecta para los combustibles fósiles en el marco financiero multianual de la UE (MFF), como son ayudas a las infraestructuras del gas, y como es reformar la PAC (Política Agraria Comunitaria) retirando las subvenciones a la ganadería industrial y a otras actividades agrícolas intensivas en consumo de combustibles fósiles y en tratamientos agrotóxicos, como son los pesticidas que esquilman la biodiversidad, además de imponer fiscalidades fuertes a la aviación, a los buques de contenedores, a los cruceros y otras actividades contaminantes.

 

La estrategia climática valenciana también huye de hacer referencia alguna sobre las emisiones a la atmósfera de gases GEI que exporta a otros países y territorios, no contabiliza las emisiones de CO2 del consumo y la producción deslocalizada en la economía globalizada y no plantea medidas para reducir estas emisiones que externaliza del registro y la contabilidad. La estrategia no reconoce ni cataloga la exportación de CO2 de la economía valenciana. Sin embrago, ante la emergencia climática, las cifras que importan son las globales, no solo las nacionales o las regionales, por ello conviene delimitar la contribución valenciana real a estas cifras globales, debido en gran parte al comercio internacional y a las exportaciones.

 

En definitiva, son muy aguadas las aspiraciones y compromisos que guían toda la estrategia climática valenciana por renunciar a establecer limitaciones y prohibiciones estrictas, que pudieran obstaculizar el crecimiento global de los volúmenes físicos del consumo de recursos materiales y de emisiones a la atmósfera de gases efecto invernadero GEI asociados a las dinámicas de la economía globalizada, al comercio nacional e internacional.

 

A pesar de todas estas graves deficiencias, sin embargo llama mucho la atención que el texto de la estrategia climática movilice un relato discursivo “ecologizante” con conceptos muy retóricos, cínicos y socialmente manipuladores, que quieren camuflar las muchas inconsistencias, imposibilidades y direcciones prohibidas escondidas bajo los objetivos generales y abstractos de “mitigación”, “adaptación” e “investigación, sensibilización y cooperación”(p.38). Estos lenguajes se ponen al servicio de la parálisis y la confusión social por no acompañarse de actuaciones contundentes en el presente sobre la economía climáticamente más tóxica. Mediante las fábulas de la “eficiencia”, la “descarbonización” o los “coches eléctricos”, la estrategia valenciana disfraza su apuesta por seguir incentivando sin obstáculos el crecimiento de las actividades más nocivas con el clima y los ecosistemas.

 

La marginalidad y escasa relevancia política de la estrategia climática valenciana inmola oportunidades y medios de todo tipo, que hoy son necesarios y más urgentes para la reducción y el establecimiento de limitaciones estrictas sobre las actividades más lesivas con el sistema climático de la Tierra, sus dinámicas y componentes. La estrategia valenciana posterga a un futuro incierto e indeterminado estas actuaciones de gobernanza política e institucional y de movilización social. La debilidad, superficialidad e insignificancia de las medidas que prevé, sin compromisos concretos de cambio que puedan evaluarse en su cumplimiento temporal, renuncia a que las transformaciones económicas y sociales se adecuen a los compromisos adquiridos en la Cumbre del Clima de Paris del 2015 y a la colosal envergadura de los daños climáticos, cuya intrusión ha llegado para quedarse.

 


A continuación se aporta un breve argumentario con 20 valoraciones de los ejes de actuación previstos en la “Estrategia Valenciana de Cambio Climático y Energía 2020-2030”

 

1. La prioridad del crecimiento de la economía material más contaminante

La prioridad absoluta de la estrategia climática valenciana sigue siendo el crecimiento económico a toda costa de cualquier sector de actividad y la competitividad en el mercado. La estrategia parece olvidar los motivos declarados que centralmente las impulsan: adaptación y mitigación contra el colapso climático en curso.

Su enfoque es fuertemente economicista, productivista, antropocéntrico, mecanicista y reduccionista. La estrategia climática valenciana subestima drásticamente los factores causales, externaliza de la percepción, registro y contabilidad de muchos de los daños climáticos, biofísicos y ecológicos que comprometen e hipotecan en el presente y futuro a la sociedad valenciana, a su economía, florecimiento y prosperidad. Utiliza estratagemas de reduccionismo metodológico y trampas contables para disfrazar su inadecuación fundamental con los objetivos climáticos que declara y con la amplitud de las afecciones climáticas y ecológicas.

Resulta inconcebible su fanática e intransigente evitación de cualquier tipo de restricciones, límites, prohibiciones vinculantes y des-inversiones públicas, en los sectores climáticamente y ecológicamente más contaminantes de la economía valenciana.

 

2. La ineficacia climática de los ajustes tecnológicos a favor de la eficiencia

 

La centralidad del enfoque economicista y su estrecha racionalidad coste/beneficio es causa central de muchas de las destrucciones climáticas y ecológicas, por ello no puede en ningún caso ser la estrategia principal para afrontarlos.

 

La estrategia climática valenciana establece unos techos infinitamente bajos en sus políticas de actuación al renunciar a regulaciones restrictivas de las actividades económicas de mayor huella destructiva, y en sustitución de ello da prioridad a las innovaciones técnicas en mayor eficiencia y a un modelo liberal de educación ambiental y sensibilización social que fomente cambios voluntarios e individualizados en los hábitos de consumo y las actividades de producción.

 

Los estudios e investigaciones que la estrategia promueve para el diagnóstico y los cambios basados en la eficiencia técnica y la sustitución de tecnologías bajo el empuje de los intereses comerciales y las  ganancias económicas, a su vez están asociados al crecimiento imparable de la tarta de la oferta y consumo de recursos materiales de todo tipo. Esta insuficiente e ineficaz orientación hacia la eficiencia, el ahorro y las “buenas prácticas” voluntarias, no regulatorias ni impositivas, no pone en cuestión la escala y los volúmenes materiales, ni los intereses del lucro y el negocio económico que motivan dichas innovaciones.

 

Las “soluciones” centradas en las innovaciones en eficiencia suelen acompañarse del efecto rebote de incremento global de los recursos consumidos, algo que desde el inicio de su historia caracteriza a la economía capitalista por favorecer la obtención de mayores plusvalías y ganancias económicas. Los cambios solo centrados en la eficiencia no necesariamente inciden en la reducción de los volúmenes del consumo de recursos naturales y de la huella destructiva climática y ecológica, sino que pueden favorecer todo lo contrario. Es decir pueden favorecer la espiral suicida del aumento del consumo global de recursos y de la huella ecológica destructiva, tal y como señala la paradoja de Jevons desde el pensamiento económico.

 

Las “soluciones” tecnológicas solo puestas en la eficiencia aplicadas a la extracción, la producción, la distribución, el consumo y el tratamiento de residuos, paradójicamente suelen acompañarse de efectos opuestos muy contraproducentes que contrarrestan con creces los ahorros conseguidos: el incremento del consumo de recursos naturales y de la oferta y demanda de mercancías, multiplicando con todo ello la huella destructiva sobre el clima, los ecosistemas, la biodiversidad y el territorio.

 

3. Indiferencia y negacionismo ante el incremento de la escala física de actividades contaminantes

La estrategia climática valenciana se desentiende radicalmente de la necesidad de cambios estructurales urgentes que estén dirigidos a reducir significativamente la escala material y la huella destructiva de sectores, actividades y proyectos que inciden directamente en el aumento de emisiones tóxicas a la atmósfera y cronifican los desastres climáticos y ecológicos. Están ausentes las medidas reguladoras coercitivas, vinculantes y de des-inversión económica de las políticas públicas a favor de la suficiencia, la equidad y redistribución social y el buen vivir, que busquen el freno de proyectos intensivos en daños y riesgos socioecológicos para la atmósfera, el clima, los sistemas naturales, la biodiversidad, la salud, el bienestar humano y el futuro.

Los contenidos de la estrategia climática se caracterizan por la negligente ausencia de regulaciones vinculantes y obligatorias para la reducción del volúmenes totales de las actividades ecocidas, anticlima y ecológicamente más destructivas. El que no se establezcan objetivos concretos vinculantes y temporales en su cumplimiento para la reducción de las actividades con intensivos y crecientes daños climáticos y ecológicos, está en franca contradicción con los fines generales declarados en el texto de la estrategia climática.

Por ejemplo, ante las actividades del actual modelo de transporte de mercancías y pasajeros, un plan mínimamente acoplado a sus enormes consecuencias de desastre ecológico y climático, habría de comportar la reducción significativa de la escala y el número de vehículos con motores de combustión que emplean combustibles fósiles emisores de gases tóxicos insalubres de efecto climático invernadero. Sin embargo la estrategia climática no integra actuaciones concretas de menor circulación de vehículos, que pongan el acento en las metas ambiciosas de menos coches, menos cruceros, menos aviones, menos camiones y menos buques de contenedores. La estrategia climática no apuesta por des-inversiones ni por medidas fiscales y políticas penalizadoras, que prohíban, desincentiven, restrinjan y pongan limitaciones o frenos a dichas actividades y a las  viejas y nuevas infraestructuras y maquinarias fosilísticas del transporte.

Otro ejemplo similar se da con la carencia absoluta de medidas y des-inversiones para la reducción de las actividades, las tecnologías y la economía anticlimática implicada en el actual modelo agroalimentario y la agricultura y ganadería. Resulta inadmisible que la estrategia valenciana de cambio climático se desentienda radicalmente de establecer medidas concretas con objetivos vinculantes, para la reducción radical del uso de productos industriales agroquímicos “fitosanitarios” y de fertilizantes minerales de origen extractivo e industrial, que son masivamente utilizados en la producción agrícola convencional valenciana. La estrategia climática no establece metas para la reducción significativa de estos agrotóxicos hijos de los laboratorios industriales en la agricultura valenciana, que contaminan, dañan y esquilman el territorio, los ecosistemas, las aguas superficiales y subterráneas, los ecosistemas marinos, las tierras fértiles, el aire, los cultivos, la biodiversidad, los alimentos y la salud humana. Los tratamientos agrotóxicos de la agricultura químico intensiva convencional incorporan una tremenda huella ambiental destructiva en su historia de trazabilidad, con larguísimas trayectorias de movilidad lineal que tienen altos consumos de materiales y energía fósil y las muchas excreciones de residuos y contaminaciones de todo tipo.

A esta indiferencia ecológica de la estrategia valenciana de cambio climático ante los daños y riesgos socioambientales implicados en los tratamientos agrícolas de origen industrial, como son los pesticidas, herbicidas, plaguicidas, fertilizantes sintéticos, también se suma la desatención que recibe la creciente demanda de agua para regadíos y las transformaciones del secano a regadío, favorecidas históricamente por las políticas agrarias valencianas.

Resulta incomprensible y muy contraproducente que la estrategia valenciana de cambio climático no quiera asumir las imperiosas necesidades de adaptación flexible a las actuales y venideras condiciones climáticas de baja pluviosidad en el territorio valenciano. Las políticas agrícolas valencianas actuales reman en dirección contraria, no solo no intervienen en el factor central del crecimiento de la demanda de agua para regadíos sino que favorecen las reconversiones en regadío incluso en nombre de la “sostenibilidad”. Mediante la implantación de técnicas de “ahorro” y “eficiencia” en riegos las políticas agrarias valencianas paradójicamente vienen impulsando el incremento de los regadíos y de la demanda de más agua, aumentando con todo ello la presión y sobreexplotación ambientalmente esquilmadora y degradadora sobre las cuencas naturales hidrográficas, como son las de los ríos Turia, Segura y Júcar.

En suma, en la estrategia valenciana de cambio climático brillan por su ausencia las metas de cambio que incidan estructuralmente en el actual modelo agrícola. Se continúa con las políticas agrarias de irresponsable derroche en el consumo de un recurso tan vital y escaso como es el agua por parte de la agricultura convencional y el regadío valencianos. Estas inauditas ausencias fortalecen la continuidad de las actuales políticas públicas agrícolas en sus aspectos más biocidas e insalubres. Estas políticas carecen de porvenir y viabilidad futura por estar casi exclusivamente guiadas por los intereses economicistas del incremento de la competitividad, la productividad y las rentabilidades del sector y de los productores económicos de la agricultura valenciana, en mercados globales de exportación y en el mercado interior. No aparece en el texto de la estrategia climática 2020-2030 ni una palabra, ni una descripción, y mucho menos unas metas concretas evaluables en su cumplimiento, que afronten la imperativa reducción de los regadíos y de la demanda de agua en la agricultura valenciana.

Algo muy parecido ocurre cuando se trata del sector económico de producción de carne para alimento humano. No se plantean las metas climáticas y ecológicas de una reducción sustancial de la producción y el consumo de carne industrial ni de los cultivos para pienso animal. Los objetivos declarados simplemente ignoran la problemática de las emisiones directas a la atmósfera causada por la ganadería y los daños climáticos, ecológicos y de salud generados por este modelo agroalimentario de producción de carne para el consumo humano.

Es muy semejante lo que ocurre con las políticas de actuación territorial. Una estrategia creíble y relativamente eficaz ante la emergencia climática habría de establecer des-inversiones y unas limitaciones nítidas al consumo y las actividades que comportan fuertes demandas de materiales minerales extractivos, no basta con las “buenas prácticas” voluntaristas de ahorro, eficiencia, reutilización y reciclado. Pero nada de esto se contempla en la estrategia climática, a pesar de las abultadas cifras valencianas en el consumo de cemento y de la masiva ocupación del suelo por edificaciones e infraestructuras de todo tipo.

Tampoco reciben atención los nuevos proyectos de infraestructuras, como por ejemplo es la ampliación del Puerto de Valencia. Los nuevos proyectos de reforma y ampliación de aeropuertos, autovías y carreteras, alojamientos turísticos y hoteles, de grandes centros comerciales, implican dramáticas pérdidas de bienes y servicios naturales, ecosistemas, espacios naturales y tierras fértiles, que a su vez constituyen retroalimentaciones negativas sobre los metabolismos climáticos.


La estrategia valenciana tampoco establece medidas legales de fiscalidad, contratación pública ni prohibiciones para reducir sustancialmente en origen los volúmenes de la producción de residuos, como por ejemplo son los plásticos y embalajes de alto impacto energético y ambiental.

 

4. La asignatura pendiente de la conservación y protección de la biodiversidad y los ecosistemas

La estrategia climática valenciana se desentiende radicalmente del importante papel que tienen nuestras relaciones con otros seres no humanos, animales y vegetales, a la hora de enfrentarnos con un relativo éxito a la tragedia climática y ecológica.

Contrariamente, son prioritarias las acciones de conservación y protección ambiental de ríos, bosques de ribera, zonas húmedas, montañas y zonas forestales, playas, litoral, ecosistemas terrestres y marinos, que son guardianes de la biodiversidad y sumideros naturales de los gases efecto invernadero. Sin embargo estos refugios naturales padecen los crecientes impactos humanos de contaminación y destrucción, causados por las retroalimentaciones de las malas prácticas, la sobreexplotación, las edificaciones e infraestructuras físicas de todo tipo, la agricultura químico intensiva convencional, la minería, etc. Estas perturbaciones inciden en la creciente degradación y pérdida de la calidad de tierras, aguas y aire, y en la consecuente reducción y desaparición de la flora y fauna terrestre y acuática, que afecta de lleno a especies de invertebrados, insectos, anfibios, aves, peces, reptiles y mamíferos.

Cualquier estrategia valenciana de cambio climático que quiera ser mínimamente efectiva tendría que tomar en serio la acelerada pérdida de biodiversidad y de ecosistemas valiosos en el territorio, mediante una significativa ampliación de los espacios naturales que reciben una especial protección legal y recursos para su cuidado y recuperación.

Se hace necesario y urgente el freno y retroceso urbanizador en el territorio valenciano, mediante una política de des-inversiones urbanizadoras y una paralela resilvestración, que además afronten la prohibición tajante de más urbanizaciones e infraestructuras en el litoral y en otras zonas que son habitats y refugio de una valiosa y singular biodiversidad.

También resulta indispensable la prohibición del uso de agrotoxicos “fitosanitarios” de la agricultura químico intensiva convencional, que no solo es gran consumidora de aguas y de energía fósil, también de especies y biodiversidad. Los habitats de valor ambiental y protegidos han de estar libres de agrotóxicos, al igual que los entornos humanos, urbanos y rurales. Por ejemplo, es alarmante lo que viene ocurriendo con el herbicida glifosato, que a pesar de ser un biocida de efectos indiscriminados muy peligrosos es comúnmente utilizado en “limpiezas” de “malas hierbas” en jardines, campos agrícolas o carreteras.

Siguiendo los diagnósticos y las recomendaciones de numerosos informes científicos, es urgente un plan de choque que se dote de los medios y recursos efectivos para la ampliación de las protecciones y la recuperación de los parajes naturales de valor ecológico y de los ecosistemas que ya reciben reconocimiento y protección legal en el territorio valenciano. Han de frenarse con urgencia los vertidos tóxicos en ecosistemas valiosos y en espacios naturales legalmente protegidos, como ocurre en el caso emblemático del Parque Natural de la Albufera de Valencia, que padece un crónico abandono por parte de las políticas públicas valencianas. A los muchos males ambientales asociados a la fuerte presión antropogénica metropolitana, en la Albufera se agrega la presión de los vertidos urbanos, agrícolas e industriales que directamente recibe con insuficiente o nula depuración. A estos afecciones ambientales sobre la Albufera de Valencia se suma la insuficiencia de aportes de agua dulce y la consecuente perdida de la calidad de sus aguas, todo ello en su conjunto tiene multiplicativos efectos dramáticos en su única y singular biodiversidad.

5. Indiferencia y negación de la percepción y preocupación social ante los problemas ecológicos y climáticos

Toda la estrategia valenciana de cambio climático se asienta sobre una premisa indocumentada, absolutamente falsa y carente de todo respaldo empírico, sobre la percepción social de los problemas climáticos y ecológicos (p.23). Resulta muy escandaloso y tendencioso el hecho de que todo el texto de la estrategia se apoye en el falso supuesto sobre la “escasa” o “nula” percepción social sobre los problemas ecológicos y climáticos.

Resulta errónea o malintencionada la idea de que el cambio climático no es percibido por la sociedad valenciana como un problema preocupante, urgente y prioritario. Este supuesto de partida, que es eje legitimador de todo el borrador de la estrategia climática valenciana, contradice los conocimientos sociales acumulados desde hace más de tres décadas por el pensamiento científico social más solvente, como es el proveniente del cuerpo de conocimientos académicos e investigadores de la sociología ecológica.

Resulta evidente que la misma estrategia valenciana de cambio climático quiere buscar coartadas pseudo-científicas mediante la supuesta “indiferencia o escasa concienciación” ambiental presente en las opiniones y mentalidades ciudadanas, para poder justificar la continuidad de las actuales políticas autonómicas de gobierno, orientadas como están por las prioridades del crecimiento económico-material y la competitividad comercial. Contrariamente a este activo negacionismo institucional, los daños climáticos y ecológicos desde hace décadas son entendidos como graves o muy graves y son asunto de preocupación social, tal y como confirman numerosos estudios científicos-sociales de opinión realizados desde diferentes perspectivas metodológicas en la sociedad valenciana y en el resto de regiones y países. Se afirma en el texto borrador (p.21):

“En ella se dibuja un panorama en el que la sociedad en general, vislumbra el problema como lejano, tanto en el tiempo como en el espacio, mantiene un comportamiento como si el problema del cambio climático no existiese y confía en que la solución al problema pase exclusivamente por soluciones tecnocientíficas. En lo que respecta al plano individual, de estos estudios se infiere, que la ciudadanía percibe el cambio climático como un tema que no es ni prioritario ni relevante.”


Sin embargo, los resultados comparados de las encuestas y estudios de opinión, cualitativos y cuantitativos, realizados en los diferentes los países vienen estableciendo el mismo diagnóstico: la gran preocupación social existente y la valoración de gravedad de los mismos. Además, estas opiniones se distribuyen transversalmente en la población, es decir no se acumulan en ningún sector de actividad, colectivo o grupo específico. También afectan muy similarmente a países desarrollados del Norte Global y a los menos desarrollados del Sur Global, sin grandes diferencias significativas. Se puede decir que la preocupación social y la gravedad percibida es inter-clasista, inter-ideológica, inter-género, inter-cultural, inter-étnica, ...

Esta preocupación masivamente extendida pone en valor las necesidades y urgencias de protección y cuidado de las realidades socioambientales dañadas y amenazadas que denominamos naturaleza, especies, ecosistemas … Estas creencias a favor de los valores ecológicos, cuando el bien, la actividad o el problema ambiental no afecte directamente a los propios intereses particulares, vienen siendo registradas una y otra vez por los dispositivos de indagación científico-social, y adoptan diferentes grados de intensidad dependiendo de la realidad y problemática concreta y de los costes y sacrificios en juego. Estas amplias adhesiones a los valores ambientales que se han venido a denominar consenso ambiental, abren la posibilidad de acciones y políticas públicas más contundentes que avancen en soluciones eficaces en la protección, conservación y restauración ecológicas. Se trata por tanto de creencias y valores muy difundidos a favor de acciones decididas frente a los desastres climáticos y ecológicos cada vez más presentes y percibidos, que incluso se ponen por delante de las metas declaradas a favor del crecimiento económico.

La sociología con fundamentos ecológicos ha desarrollado un cuerpo de conocimientos de gran consenso académico y muy fundado en datos empíricos comparativos desde hace 30 años. Se constata una y otra vez la existencia de muy amplias mayorías sociales con percepciones y creencias pro-ecológicas, sin diferencias significativas en relación a variables estructurales de desigualdad, como son el sexo, la clase económica, los estudios, las ideologías políticas, la profesión, las diferencias étnicas, territoriales, de desarrollo, etc. Esta amplia preocupación social que es objeto de reflexión y análisis en numerosos estudios científicos y divulgativos, también se expresa diariamente en los titulares y las noticias sobre los accidentes y las catástrofes ecológicas que se registran y divulgan en los medios de comunicación de masas. Este cuerpo de conocimientos especializados hoy se viene transmitiendo en las distintas Universidades españolas y valencianas, está presente en planes de estudio de Grados, Másters, cursos y seminarios, mediante los que se forman y entrenan a los estudiantes en estos conocimientos científicos socioecológicos.

La gente declara estar preocupada o muy preocupada por concebir como graves o muy graves las problemáticas ambientales, y quieren soluciones eficaces al respecto, aunque no sepan bien cuales han de ser las mismas, ni quienes han de ser los actores sociales que han de encargarse de ello. Las informaciones científicas más solventes apuntan a que las percepciones sociales sobre la gravedad de los problemas ecológicos y las preocupaciones sobre los mismos por parte de la población en general, y la valenciana en particular, van muy por delante de los discursos y de las tímidas políticas públicas ambientales.

En definitiva, el cambio cultural de mentalidades que se expresa en opiniones y creencias rastreadas por el conocimiento científico-social es radicalmente antagónico con los supuestos centrales que organizan el conjunto de políticas públicas y acciones previstas en la estrategia valenciana de cambio climático.

6. Inacción institucional y la culpabilización de la ciudadanía

La culpabilización ciudadana es la otra cara del falso supuesto de la escasa o nula sensibilización social en relación a los problemas ecológicos y climáticos. Pero ocurre que esta supuesta indiferencia ecológica en la conciencia ciudadana es activamente alimentada por parte de las políticas públicas, a modo de profecía autocumplidora. Las prioridades neoliberales de crecimiento de la economía material asumidas por las políticas públicas valenciana colocan a la ciudadanía en una posición de rehén y obstaculizan las iniciativas ciudadanas de responsabilidad ecológica, individuales o colectivas. Esta radical inadecuación de las instituciones y las políticas públicas invita activamente a la inacción y al pasotismo ciudadano a la hora de afrontar cambios individuales y colectivos que hagan las paces con el planeta y el clima.

Culpar a la ciudadanía por su supuesto “rechazo” a posibles políticas ecológicas más ambiciosas, realistas y responsables debido a que no está suficientemente preocupada ni concienciada, resulta infundado, deshonesto y manipulador. La gran debilidad de los comportamientos sociales responsables frente los dramas ecológicos y climáticos no responde exclusivamente a los factores culturales de falta de sensibilización, también es efecto de las imposibilidades que encuentra la ciudadanía para poder llevar a la práctica las opciones pro-ecológicas alternativas. Este bloqueo ejercido por parte de las instituciones y políticas públicas de todo tipo a menudo imposibilita estas prácticas. Las explicaciones incongruentes que cargan sobre la gente la responsabilidad de los escasos cambios en valores y comportamientos, se utilizan como argumento legitimador de la fuerte orientación culturalista, pedagogizante, concienciadora, individualista y voluntarista de la estrategia climática valenciana.

Pero conviene no olvidar que un factor determinante de la pasividad en los frágiles comportamientos pro-ambientales de la ciudadanía valenciana, individuales y colectivos, está en las propias instituciones públicas y sus políticas, que impiden, dificultan o castigan los cambios de actitud a favor de responsabilidad ecológica y climática. Esta indiferencia ecológica institucional impide y hace imposible los cambios sociales a favor de unos estilos de vida y hábitos de consumo ambientalmente menos agresivos y con menor huella ambiental destructiva. La ciudadanía está sometida a la fuerte presión de unas políticas públicas y unos discursos y valores que entronan continuadamente las prioridades del crecimiento económico y el desarrollo sin final, que al unísono es concebido como incuestionable, imparable y sin alternativas por parte de los actores económicos y las grandes empresas.

Se trata por tanto de un negacionismo instituido a la hora de decir la verdad y de acometer mediante las políticas públicas los cambios imprescindibles en comportamientos prácticos individuales y colectivos. En este sentido se puede decir que la población está institucionalmente forzada a mantener unos agresivos estilos de vida con alto grado de destrucción ambiental, tal y como se expresa en la aparente paradoja de que sectores sociales con menos rentas económicas o mileuristas, consumen aproximadamente 2,3 planetas y no están demasiado alejados de 2,7 planetas que consumen las clases medias altas. La razón de este aparente contrasentido refiere al gran daño ambiental incorporado en la oferta de los servicios, infraestructuras y bienes materiales que son ofertados por parte del Estado y organizan centralmente nuestras sociedades. Ni la población valenciana, ni la ciudadanía en general, pueden “reaccionar” con relativo realismo y responsabilidad a favor de la autocontención en el consumo de recursos ecológicos y energéticos en los comportamientos más derrochadores, porque los valores antagónicos del crecimiento inacabable constituyen las pautas y valores culturales dominantes reproducidas activamente por las políticas públicas, la legislación y los imperativos económicos y laborales.

Los valores y comportamientos a favor de más destrucción ecológica y climática son activamente defendidos y difundidos machaconamente por los principales poderes y actores políticos instituidos, por las políticas públicas de cualquier tinte ideológico-político, de izquierdas y de derechas, por los actores económicos, todos al unísono siguen priorizando los anacrónicos y peligrosos valores del crecimiento material inacabable, el tecno-optimismo y el consumismo ilimitado. Este negacionismo instituido, político, económico, cultural y práctico, está muy por detrás de la percepción ciudadana sobre el colapso climático y ecológico en curso.

Los objetivos vertebradores de la estrategia valenciana de cambio climático son paternalistas por centrarse en educar, concienciar, informar y formar a una población supuestamente indiferente o escasamente concienciada, para que comprenda y haga propios los problemas ecológicos y climáticos, y para que finalmente “reaccione” de forma individual, voluntaria y responsable. En definitiva, estas metas culturales de educación y concienciación social reflejan en todo caso una mala fe o una gran ignorancia e incomprensión sobre los cambios culturales y mentales que se están produciendo desde hace décadas.

7. Indicadores reduccionistas e insuficientes
que subestiman las emisiones y los daños climáticos

La inmensa mayoría de los indicadores presentados en la estrategia valenciana de cambio climático se orientan a la medida del aumento de la eficiencia energética y, en parte, ecológica, por cada unidad de producción, por cada vehículo, por cada hectárea, etc. Pero apenas hay indicadores ni objetivos evaluables, para poder registrar y establecer limitaciones claras sobre los volúmenes totales del consumo de recursos naturales.

Los indicadores empleados se centran casi exclusivamente en las emisiones de CO2, al tiempo se presta muy poca o ninguna atención a las emisiones tóxicas que se incorporan a los múltiples acoplamientos sinérgicos y metabolismos asociados al sobrecalentamiento climático, como por ejemplo es el metano que procede de la quema industrial de gas. De hecho, resulta inconcebible que la estrategia climática valenciana 2020-2030 incluso apueste explícitamente por fomentar las políticas anti-ecológicas y anti-climáticas de aumento de la quema de este combustible fósil en el periodo 2020-2030. Tampoco se plantean soluciones al grave problema del ozono O3 troposférico, que afecta muy gravemente a las comarcas del interior, a pesar de que las causas en su origen está en las zonas urbanas e industrializadas: en la quema de combustibles fósiles de chimeneas industriales y tubos de escape.

 


 

Partager cet article
Repost0
22 septembre 2019 7 22 /09 /septembre /2019 21:25
 La orfandad política de la emergencia climática

La creciente preocupación ciudadana por la crisis climática y ecológica no tiene el respaldo político de los principales partidos españoles. Más allá de unas retóricas y genéricas afirmaciones de preocupación y de compromisos a largo plazo, en la práctica la política española da la espalda a la emergencia climática, encerrándola en un contenedor sectorial marginal, fuera de las prioridades políticas y los grandes asuntos “de estado”. El campo político e institucional despacha este molesto asunto con declaraciones de principios abstractos y el “marketing verde” de turno que lo ve simplemente como oportunidades de negocio y creación de empleo “de calidad”. Con una gran fe en la idolatría tecnológica confían en evitar la catástrofe ecológica con algunos inventos milagrosos mientras ignoran, o incluso jalean con sus políticas económicas el incesante crecimiento de la escala global de los volúmenes totales de materiales y emisiones tóxicas en vertidos y residuos de todo tipo. En los debates políticos televisados ninguna opción política prioriza la defensa de la vida frente al crecimiento y el consumismo. Esta orfandad política de la emergencia climática es casi total y supera por creces la supuesta débil “conciencia ambiental” española.

 

Más que nunca hace falta una fuerza política autónoma ecologista, independiente de la izquierda neo-comunista y de los nacionalistas, que ponga en el centro de su quehacer unas ambiciosas propuestas concretas para la urgente transformación ecológica y la defensa de la justicia social dentro de los límites planetarios locales y globales. Se urge romper “el techo de cristal” ecologista del “realismo” político dominante que trivializa la defensa del mundo biofísico que es el sustento de nuestras sociedades.

 

Las superficiales, ambiguas e incoherentes propuestas de gobierno presentadas recientemente por el PSOE y Podemos se encuentran a años luz de dar respuestas responsables y realistas ante los retos de la emergencia climática. Incluso, en muchos aspectos concretos, se encuentran por detrás de las modestas e insuficientes medidas ambientales de muchos de los actuales grandes partidos y gobiernos europeos de distintos colores políticos. Ni siquiera toman en serio la urgencia de abordar las múltiples crisis de salud ambiental del aire urbano, la calidad del agua y de las sustancias tóxicas. Mientras la parte estrictamente social y económica de sus programas está llena de medidas legales con cifras concretas para esta misma legislatura no hay nada comparable en el campo ambiental.

 

El terrible colapso climático en curso exige medidas políticas urgentes, transversales y de gran envergadura, que cuestionan las premisas imperantes de crecimiento material ilimitado y la expansión consumista en un planeta finito. Pero nada de esto se ve en los últimos programas presentados por la izquierda española salvo algunas vagas proclamas retoricas de buenas intenciones para un futuro indeterminado, sin leyes claras ni regulaciones desarrolladas, sin presupuestos definidos, sin compromisos vinculantes para esta legislatura. En torno a este negacionismo práctico está unida el conjunto de la clase política y los gestores públicos, en lo que es un férreo consenso entre las izquierdas y las derechas de cualquier tonalidad ideológica. No cuestionan y incluso animan el creciente número de turistas, las ventas de coches(o cualquier articulo de consumo) e ampliaciones infraestructuras viarias, la producción y consumo de carne industrial y el aumento del comercio internacional de cualquier parte del mundo, sean los que sean sus costes climáticos y ecológicos, que sistemáticamente son externalizados de la percepción, el registro y la contabilidad de las cifras.

 

Donde ha gobernado la izquierda en autonomías y ayuntamientos no se han plasmado ninguna política climática de gran envergadura. La defensa de una naturaleza menguante y enferma siempre queda postergada frente al crecimiento económico y cualquier demanda social o económica. Las medidas puestas en marcha para el tráfico, los residuos o la energía han sido prácticamente anecdóticas comparadas con los desafíos colosales a que nos enfrentamos.

 

Son anacrónicos, irreales y erráticos los programas energéticos “progresistas” de los partidos de izquierda española(y la derecha). Carecen de cualquier estrategia mínimamente eficaz y creíble por desechar cualquier compromiso concreto en el presente, que para esta misma legislatura pusiera obstáculos a la noria expansiva del crecimiento económico de ciertas actividades bajo el imperativo de una imprescindible reducción radical de nuestra huella ecológica destructiva asociada al consumo de combustibles fósiles del petróleo, gas y carbón. Solo dan soluciones aplazadas a un futuro alejado e incierto alejado de las responsabilidades con el presente y el aquí y ahora. Prometen un futuro eléctrico “renovable” sin cuestionar la dinámica inercial crecentista de la escala material de la economía y las sociedades humanas para el 2040 y el 2050, ocultando a la vez que la electricidad solo representa menos del 20% del consumo total de energía. Frente al masivo consumo de gasolina, diésel y gas natural, no establecen a corto plazo ningún objetivo vinculante, medible y evaluable de reducción del consumo y las emisiones contaminantes. No establecen ninguna medida seria para cambiar el modelo de transporte por carretera (las emisiones del cual crecieron más del 2% en el 2018). Tampoco se comprometen con la disminución de las disparadas emisiones de la aviación (con una presión fiscal o límites) ni con la terrible contaminación creciente del transporte marítimo y de cruceros gracias al dumping ambiental español (se niegan exigir el uso de un combustible marítimo 5 veces menos contaminante como ha hecho muchos otros países europeos). Ni siquiera establecen un calendario estricto de cierre de grandes infraestructuras obsoletas y ecológicamente muy perniciosas, como son los embalses sobre ríos construidos en el periodo tardo-franquista que finalizan ahora sus concesiones. Huyen de un calendario estricto de cierre de las muy contaminantes y biocida centrales térmicas de carbón, que además de ser grandes emisores de CO2 son innecesarias para el suministro eléctrico. En lugar de afrontar los cambios energéticos con urgencia el PSOE y Podemos emplean la retórica del un cierre progresivo, “cuando sea posible” en un futuro indeterminado y subordinado al mantenimiento y la creación de empleo.

 

En su programa de demandas para un posible gobierno con Pedro Sánchez, el partido de Podemos llega a condicionar el freno a la quema de carbón en las centrales térmicas, a que se hayan creado dos puestos de trabajo fijos y bien remunerados por cada trabajo que se suprima en la reconversión en favor de las energías renovables ! O sea, reclaman unas condiciones socioambientales imposibles asociadas al aplazamiento indefinido del abandono definitivo del sucio modelo energético que intensifica la ruina de los equilibrios climáticos de la Tierra. Más grave aún es el agujero negro silenciado por la clase política es la inexistencia de objetivos concretos en la reducción de la demanda energética total. Sin esta necesaria reducción de escala, todos los esfuerzos en aumento de la producción de energías renovables dentro el mix energético no servirán de nada en la lucha contra el sobrecalentamiento climático y sus muchas consecuencias socio-ecológicas dramáticas, puesto que se contrarrestarán los incrementos en renovables con el crecimiento del conjunto de la producción y demanda energética. Nunca van más allá del cumplimiento obligatorio de las leyes ambientales europeas como la de eficiencia energética que incluso incumple España.

 

Uno de los mayores venenos contra la biodiversidad y los procesos que son base de la vida planetaria son los agro-tóxicos industriales empleados masivamente en la agricultura convencional químico-intensiva, como son los pesticidas, plaguicidas y herbicidas. Mientras que en Alemania y Francia se prohiben la venta del glifosato y otros agrotoxicos, en España aumentan su uso cada año sin ni una medida propuesta para frenar esta actividad biocida por parte de la izquierda que sigue los mandatos del lobby de la agricultura intensiva. Asimismo, en las políticas públicas propuestas por la izquierda no existe ningún plan concreto, cuantificable y medible para frenar el acelerado declive de biodiversidad por la proliferación de las sustancias tóxicas. Tampoco hay nada sobre una nueva ley de minas que priorizara la protección ambiental frente a la ilimitada explosión de minería muy destructiva. No se propone ninguna nueva legislación de aguas para proteger los delicados ecosistemas fluviales que son fuente primera de la biodiversidad de la sobre-explotación agrícola y la extensión de regadíos. No hay en sus programas medidas concretas para cumplir con el compromiso europeo de frenar para el 2020 la pérdida de biodiversidad. Ni avanzan nada concreto en la protección de los derechos animales.

 

Se alzan las voces de repulsa contra la quema intencionada del Amazonas pero en cambio ningún partido solicita bloqueos y prohibiciones a la importación de soja o de carne procedente de Brasil y Bolivia. Resulta un esperpento político de la guerra contra el planeta viviente y el futuro el caso del PSOE, que junto a los partidos de derechas defiende con entusiasmo el temible acuerdo comercial UE-Mercosur cuando muchos otros partidos socialistas europeos se oponen.

 

Sobre la raquítica fiscalidad ecológica española no hay ninguna novedad en el horizonte político. Solo vagas promesas sin fecha de armonizar con los niveles establecidos por la la OCDE y la UE, que incluso a toda luz resultan tímidos e insuficientes ante la aceleración y profundidad de los desastres climáticos y ecológicos sembrados. Al contrario de lo que están haciendo otros países europeos, en ninguna de las propuestas de la izquierda incluyen la introducción de una ecotasa sobre los vuelos aéreos, las actividades turísticas, la ”comida basura”, las bebidas azucaradas, la carne procesada… En contraste, el PSOE y Podemos solo hablan genéricamente de “revisar” o “evaluar” la fiscalidad ecológica sin plazos a la vista, sin concreción por sectores de actividad, sin cantidades, porcentajes, objetivos e indicadores medibles y evaluables. Se niegan aplicar una euro-viñeta sobre el tráfico de camiones de transporte y no establecen ningún objetivo cuantificable para pasar el transporte de mercancías al tren a pesar del enorme impacto en la salud pública del creciente tráfico de camiones pesados y furgonetas que queman gasoil.

 

 

Ponen como un hito la futura aprobación de una ley del cambio climático pero como hemos visto en Catalunya y Mallorca, estas leyes generales sin políticas concretas sirven para bien poco.

 

La orfandad política del ecologismo es casi total.

 

 

 

 

 

Partager cet article
Repost0
1 septembre 2019 7 01 /09 /septembre /2019 10:48
Bocado de asfalto a la huerta


La ampliación de la V21 destruirá 60.000 m2 de huerta productiva frente a la oposición de plataformas de barrio y vecinos

Un artículo de gonzalo sánchez | valència

El Forn de Barraca es una auténtica institución en todo el término de Alboraya. Fue el único horno disponible en más de cuarenta años para todos los habitantes de l'Horta y cerró sus puertas en 1976. Más de 100 años después de su construcción todavía sigue en pie, y aunque sus paredes no hablen, el edificio rezuma historia en cada esquina. A su alrededor brotan cientos de metros de huerta productiva trabajada por agricultores que desde hace semanas se han encontrado una imagen singular. Máquinas destrozando campos de chufa semanas antes de la cosecha, dejando todo preparado para que el asfalto entierre la tierra labrada durante varias generaciones.

Se trata de la ampliación de la autovía V21, en concreto del tramo del Carraixet hasta la entrada de València por la avenida de Cataluña, que pasará de dos a tres carriles en ambos sentidos. La obra, que comenzó en el año 2014 de la mano del Partido Popular, ya ha sido ejecutada y ha supuesto la expropiación de 60.000 m2 de huerta productiva que pasarán a ser asfalto este mes de septiembre. Plataformas vecinales como Per l'Horta, afectados y organizaciones ecologistas y de agricultores han mostrado su rechazo al proyecto durante años, pero no han conseguido impedir la ampliación.

Lluís Fontelles, uno de los afectados por la expropiación del Forn de Barraca, asegura que durante todo el proceso la falta de altura política ha sido una constante. «El Ministerio de Fomento no nos dio ninguna información de los procedimientos previos y tuvimos que presentar alegaciones fuera de plazo porque no nos informaron. Siempre nos hemos sentido los últimos de este proceso y pensamos que a los agricultores nunca se les tiene en cuenta para nada», señala.

Ramón Gimeno, uno de los nietos del «tío Barraca», que levantó la casa, ya sufrió la construcción de la autovía en los años 60. «Entonces ni siquiera miraron por donde iba a pasar y ahora quieren asfaltar más todavía». Afirma que sería mejor hacer otras infraestructuras necesarias, «por ejemplo, muchos agricultores aquí no pueden regar. Podrían hacer primero las infraestructuras de las acequias y después ponerse con lo que toque».

Desde plataformas como Per l'Horta no comprenden que el Botànic haya decidido asfaltar los cultivos periurbanos. Su portavoz, Josep Gavaldà, asegura que «no es de recibo, como ha hecho el presidente Puig, declarar emergencias climáticas y después ponerte a ampliar autopistas. Es una cosa que va completamente en contra de lo que es una emergencia climática». Desde Ecologistes en Acció también critican «la incongruencia entre lo que prometió este gobierno y las medidas que está aplicando», además señalan que «en un contexto de cambio climático no entendemos esta decisión, habría que reducir, no impulsar las inversiones en carreteras».


Problema sin resolver

El Consell justificó la ampliación de la autovía como una medida para evitar los embotellamientos a la entrada de la ciudad. Varias organizaciones han criticado esta medida y la han tachado de ser poco eficiente. David Hammerstein, sociólogo y activista ecologista, fue eurodiputado por el grupo de los Verdes entre 2004 y 2009. Destaca que «caminamos en la dirección contraria al resto de Europa. Las obras, más hormigón y más asfalto, son exactamente lo que no toca hacer en el contexto de emergencia climática». España es, según la Oficina Europea de Estadística, el país con más kilómetros de carretera de la UE, a lo que se le suma que la licitación de obras en carreteras el último año se ha aumentado un 55%. Para Hammerstein incidir en este tipo de infraestructuras es «una tendencia suicida que no va a ninguna parte, salvo a tirar el dinero a la basura. Es un despilfarro de dinero público, no para el bienestar, sino para el malestar».

En la huerta, Ramón Gimeno cuenta que muchas personas se han acercado para ver este horno. Una de las últimas que se interesó fue la arqueóloga de OHL, la constructora se embolsará 20 millones de euros por el proyecto, con la intención de hacer un reportaje fotográfico de un inmueble de gran valor patrimonial. Tanto que hace 80 años los obuses de la Guerra Civil estuvieron a punto de derribar sus puertas de madera, pero «el tío Barraca» las arregló y las volvió a colocar. Hoy, lo que no pudieron hacer las bombas lo conseguirán las máquinas.

Partager cet article
Repost0
2 août 2019 5 02 /08 /août /2019 16:55
El Puerto devora València

VER AQUÍ: https://www.levante-emv.com/opinion/2019/08/01/expansion-puerto-devora-valencia/1907294.html?fbclid=IwAR0d8oWvWcfFSH3r3-raVpoueyeme--ZpN3NR0SUaE3VS6-hDMoG92C4-1k

 

Desde hace décadas nada se ha interpuesto a las expansiones portuarias y a sus estragos en la zona metropolitana y los barrios marítimos de Valencia. El Puerto de Valencia es un caso emblemático de la enfermedad del crecimiento inacabable que amenaza e hipoteca gravemente el bienestar ambiental, social y económico de la ciudad. Las ampliaciones proyectadas del Puerto son un ejemplo calamitoso de lo que ya NO hay que hacer, si realmente reconocemos nuestra situación de emergencia climática y ecológica.

 

Una carrera de Sísifo empuja a los puertos españoles al crecimiento de sus terminales, aunque estas infraestructuras desmedidas de la globalización pronto serán ruinas inutilizables como lo son las sobredimensionadas autovías y aeropuertos. Estamos ante una «burbuja portuaria» con expansiones temerarias inviables y anacrónicas en el actual contexto de cambios legales, tecnológicos, económicos y ambientales, que ya están en marcha en Europa para hacer frente a la emergencia del sobrecalentamiento climático. Ante el volátil y muy incierto comercio internacional de mercancías pesadas, carece de toda racionalidad el seguir desperdiciando los escasos recursos públicos, económicos y naturales para hacer nuevas infraestructuras colosales y dañinas para la ciudad de Valencia y su entorno metropolitano.

 

Por razones de salud pública y medioambiental tienen los días contados los altamente contaminantes motores diésel de los camiones, el combustible sin refinar y las altas concentraciones de óxidos de azufre y partículas materiales en el aire, que son la base tóxica de la actividad portuaria de buques y cruceros. La utilización de estos combustibles fósiles poco refinados se encuentra en el limbo legal en muchos países y ciudades europeas, que ya ponen fechas para su prohibición total.

 

¿Como será posible anunciar el fin de los humos corrosivos del diésel en las ciudades europeas si a la vez se planifica su masivo crecimiento, como en el Puerto de València? Puesto que no hay una alternativa tecnológica económicamente viable frente a este modelo de transporte de mercancías tan nocivo, su uso irá reduciéndose inexorablemente en los próximos años a favor del ferrocarril.

 

También el cumplimiento de las leyes actuales y futuras de la UE sobre la contaminación del aire por las partículas NOx, que ya ha sido motivo de sanciones contra España, es incompatible con la explosión de la actividad tóxica del Puerto que degradará la calidad del aire de València, y mucho más de los barrios adyacentes. Esta huída hacia adelante acabará en los juzgados por atentado contra la salud pública y en multas millonarias desde Bruselas. Según los estudios científicos son muchos los efectos de los grandes puertos en las áreas urbanas cercanas, como son aquí Natzaret, Pinedo y el Grau, el Cabanyal y la Malvarrosa, que padecen una intensiva contaminación con impactos sobre la salud de la infancia y la ciudadanía urbana.

 

Está en juego lo que tanto gusta decir a nuestros gobernantes: el «cambio del modelo económico valenciano» y la imprescindible descarbonización de la economía. Sin embargo, el presidente Ximo Puig respalda esta expansión portuaria que a todas luces constituye un modelo económico caduco, injusto y altamente contaminante que externaliza y socializa sus inmensos costes socioambientales, locales y globales. Contrariamente a esta adicción a las grandes infraestructuras para el dumping de productos «baratos» que descapitalizan nuestro territorio y la economía valenciana, las políticas públicas han de favorecer el valor añadido valenciano: el conocimiento, las tecnologías verdes y los productos locales de calidad. En el 2018 solo el 0.64% del crecimiento del tráfico de contenedores del puerto era de exportaciones valencianas, y casi todas de grandes empresas multinacionales, mientras la importación de mercancías creció 20 veces más.

 

La autoridad portuaria exige ingentes inversiones de dinero público y privado despreciando el debate abierto y democrático. Nadie ni nada parece frenar el apetito devorador del lobby portuario/empresarial: playas borradas del mapa; un barrio entero encarcelado entre muros de cemento y asfalto; unos ecosistemas de huerta milenaria sepultados bajo el hormigón y los contenedores; un parque natural crónicamente menospreciado y enfermo; unas playas del Saler y unos fondos marinos de Sueca y Cullera erosionados; un aire urbano enrarecido por crecientes emisiones tóxicas; una desembocadura de río amputada. Y todo ello gracias a una generación de políticos valencianos que no ha defendido con valentía los intereses de la ciudadanía valenciana.

 

Se multiplicarán sinérgicamente los daños sociales y ecológicos, los causados por la ingente cantidad de gasoil quemado por 9.000 camiones/día, por los grandes buques repletos de contenedores movidos por el cancerígeno fuel sin refinar y el bunker fuel, por la construcción de una plataforma de 125 hectáreas robadas al mar con áridos de las montañas de la Serranía y la extensión mar adentro de la escollera; por la explosión del número de «cruceros» en una nueva terminal turística; por las operaciones peligrosas de más de 100 enormes petroleros/año de Exxon que malograrán las playas y la pesca.

 

La coartada para esta nueva ignominia contra la ciudad de Valencia, la economía valenciana y el territorio son los cantos de sirena de unos miles de «puestos de trabajo», a cambio de externalizar todos los males en la ciudadanía, la ciudad y la naturaleza. Es lo que el presidente del Puerto Aurelio Martínez denomina crecer a cambio de «un impacto razonable».

 

Por favor, abandonen el blanqueo verde (greenwashing). Ningún ajuste técnico «limpio», ninguna mejora en eficiencia por unidad de actividad portuaria, ningún ahorro minúsculo en distancias y tiempos de viaje para los camiones, ningún arrecife artificial con molinos eólicos y placas solares, ni las voluntariosas «buenas prácticas», pueden contrarrestar la magnitud de la tragedia en ciernes sobre la ciudad, el clima, la biodiversidad y la salud pública. Las medidas «compensatorias» son humor negro cuando se trata de males inconmensurables e irreversibles. Cualquier ajuste parcial resultará insignificante frente al gran crecimiento de los volúmenes de emisiones nocivas.

 

Resulta delirante y diabólica la idea de construir un túnel submarino de acceso norte para camiones, que no ahorrará en emisiones venenosas y destrucción ambiental. Las faraónicas obras y los continuos viajes de camiones empeorarán el aire y la salud urbana. El único ahorro real sería reducir drásticamente el volumen de tráfico de camiones y transferir las mercancías a accesos en tren, que tiene una huella socioambiental mucho menor.

 

Los apologetas desarrollistas del Puerto dan por inevitable el crecimiento del tráfico internacional de larga distancia, mortífero para los equilibrios climáticos. Sin embargo, la emergencia climática nos obligará a localizar nuestro consumo y producción como una estrategia imprescindible de precaución, responsabilidad y supervivencia.

El Puerto devora València
Partager cet article
Repost0
27 juin 2019 4 27 /06 /juin /2019 16:36
 MANIFIESTO  ECOFEMINISTA


  Rebel.lió / Extinció València    
                                     

 

Somos mujeres con los pies en la Tierra

Mujeres y hombres somos parte de la naturaleza. Somos seres terrestres de la Tierra. Nuestra identidad existencial primigenia es física, biológica y ecológica, además de social y cultural. Pertenecemos al excepcional mundo viviente de la Tierra. Nuestro único y común hogar es el terrestre, no tenemos un planeta B. Dependemos de complejos metabolismos físicos, biológicos y ecológicos íntimamente relacionados que hacen posible el mantenimiento, la regeneración y el florecimiento de la vida desde tiempos inmemoriales, que los humanos no podemos sustituir ni crear. Somos vulnerables y radicalmente ecodependientes.

Aceptamos la finitud del los bienes del planeta y la interconexión y dependencia entre los seres humanos y el resto de seres vivos.

El patriarcado industrial en su historia de cuatro siglos ha desarrollado tecnologías y artefactos dotados de colosales capacidades y poderes de transformación y destrucción del medio físico terrestre, en cuyos delicados equilibrios ecosistémicos han emergido evolutivamente los seres humanos como especie.

Las creencias antropocéntricas del progreso y la abundancia material ilimitada destiladas por la etnocéntrica y patriarcal cultura occidental moderna, son ajenas a la capacidad de carga y las necesidades bioproductivas del planeta. La Tierra ha dejado de encajar los golpes y los devuelve cada vez con más virulencia.

Nuestra situación actual de desastre climático y ecológico es de emergencia planetaria por afectar dramáticamente al conjunto de los humanos y no humanos, por ello la ecología ha de ocupar el centro de la política y las instituciones marcando las prioridades en todos los ámbitos de acción, individuales y colectivos, públicos, privados y comunitarios.

 

La dominación de las mujeres y la naturaleza van juntas

Las dominaciones de las mujeres y de la naturaleza parten del falso y arrogante supuesto de superioridad y separación de los procesos naturales y sociales que constituyen el sustento imprescindible para la reproducción humana y social.

La dominación patriarcal y la visión productivista de separación y apropiación de la naturaleza tienen la misma raíz imaginaria y simbólico cultural. Ambas parten de mentalidades que dicotomizan, separan jerárquicamente y simplifican la complejidad del mundo, que es dinámico, interconectado y multidimensional. Es artificial y arbitraria esta arrogante desconexión entre el mundo humano y el mundo natural de la Tierra, como lo son los códigos de género que establecen la separación entre el mundo privado de las relaciones domésticas y del cuidado, y el mundo público del individualismo y la competencia de la economía, el empleo y la política.

En nuestra historia cultural los dualismos separadores de las percepciones y prejuicios androcéntricos, antropocéntricos, etnocéntricos y especistas están muy entrelazados y se refuerzan mutuamente (hombre/mujer, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, razón/ emoción, humano/animal...). Las asociaciones simbólicas entre lo femenino, la naturaleza y las emociones, y entre lo masculino, la razón y la cultura, apuntalan las formas dominación y desigualdad patriarcal que padecen las mujeres. Desde los sesgos androcéntricos de las mentalidades patriarcales se invisibilizan y devalúan los trabajos reproductivos de los cuidados que diariamente realizan muchas mujeres en los espacios privados, públicos y comunitarios, como son el cocinar, limpiar, alimentar, a pesar de que constituyen una economía relacional que es sostén fundamental de la seguridad y el bienestar de las vidas humanas individuales y las sociedades. El dualismo generizado concibe el trabajo económicamente remunerado como “productivo” y desvaloriza los trabajos de sostenimiento y de cuidados del mundo doméstico como improductivos. Estas regulaciones patriarcales subsisten a través de normas sociales que siguen atribuyendo a las mujeres unas responsabilidades específicas en la esfera privada y orientan a los hombres a considerar como propia la esfera pública.

Nunca hemos dejado de depender de los bienes y servicios naturales y por ello no podemos someter el mundo natural a los intereses y libertades humanas sin límites. Muchos de los bienes ambientales de hoy ya no volverán a engendrarse. Nuestra situación colectiva de rebasamiento de los límites físicos de la biosfera hace que sean irrealizables muchas de las ilusiones modernas sobre una historia humana de creciente avance y mejora sin final en bienestar y progreso humano y tecnológico.


Hacer las paces con la Tierra, no la guerra

Como ecofeministas nos sentimos comprometidas con la Tierra y con los seres y ecosistemas de la misma. Defendemos los valores y las políticas guiadas por los cuidados compartidos y las relaciones cooperativas y fraternales hacia los humanos y hacia el resto de seres biodiversos y ecosistemas, en los espacios privados, públicos y comunitarios.

La acelerada degradación y contaminación de las fuentes y servicios vitales de la biosfera tiene como causa histórica principal el avance de un patriarcado industrial supremacista que coloca al hombre por encima de las mujeres y del mundo natural. Los valores antropocéntrismos y androcéntrismos hoy nos empujan a una tragedia socioecológica de dimensiones dantescas desconocidas en nuestra historia, sin vuelta atrás posible a causa de la pérdida de hábitats naturales, de extinciones masivas, de colapso climático y de sufrimiento, enfermedad y muerte de seres humanos y no humanos.

El industrialismo patriarcal de la globalización, que concentra el poder y la riqueza económica en élites masculinas, en varones heterosexuales de las clases dominantes, tiene consecuencias dramáticas que afectan conjuntamente a las mujeres, la naturaleza y los países y comunidades más empobrecidas.  Ante la inmensidad de los daños socioambientales diseminados espacial y temporalmente, el negacionismo práctico de las políticas de izquierdas y derechas sigue alimentando los mitos suicidas del crecimiento ilimitado en un planeta finito en materiales y cada vez más degradado. Apuestan por alargar los plazos de las políticas expansivas del crecimiento material de la producción y el consumo de recursos naturales de todo tipo y de cualquier lugar del planeta. Sus falsas “soluciones” y sus promesas irrealizables se desentienden de los problemas y retos ecológicos que socialmente son cada vez más percibidos.


La tragedia de la translimitación ecológica del patriarcado industrial

La guerra humana contra la naturaleza impulsada por el maridaje de gigantescos poderes industriales, científicos y tecnológicos, ha llegado hasta los límites extremos de estar dañando la capacidad autogeneradora de muchos de los ecosistemas vitales de la Tierra. Las incesantes demandas humanas consumen y transforman los bienes naturales en desechos y contaminantes de todo tipo colapsando los metabolismos y las capacidades biogenerativas y depurativas del planeta. El legado histórico de una industrialización basada en la quema de combustibles fósiles hoy trae consigo un presente y un futuro con caos climático, extinciones masivas y destrucción acelerada de ecosistemas globales y locales. Se empobrecen, enferman y dejan sin alimentos y sin recursos materiales básicos a innumerables personas en el mundo al tiempo que se destruyen los nichos y refugios ambientales para los humanos y el resto de seres biodiversos.

El modelo cultural y económico desarrollado a partir de la segunda revolución industrial se basa en un modelo uniformizador y expansivo basado en la extracción de todo tipo de materiales que abastecen el creciente metabolismo social humano. La producción de electricidad explota el peligroso potencial atómico de la materia. El modelo de movilidad se centra en vehículos motorizados y en una cultura energética del despilfarro generada a partir de la quema de combustibles fósiles (petróleo, el gas y el carbón). La globalización económica se sustenta en el creciente abastecimiento de recursos materiales de la Tierra que se dirigen a la producción y al consumo humano. La globalización expansiva intensifica la destrucción ambiental planetaria y la contaminación atmosférica causada por las emisiones de CO2 y de otros gases que contribuyen al calentamiento global. A mayor integración en la economía neoliberal globalizada mayor es también la destrucción y el desarraigo ecológico, cultural y existencial.

El nuevo régimen de mutaciones ecológicas y climáticas, la explosión vertiginosa de las desigualdades humanas y las consecuentes pérdidas de los refugios y el arraigo que daban las antiguas protecciones de los territorios y los modos de vida propios, son fenómenos que están relacionados en sus causas y arrasan todas las fronteras exponiéndonos a extinciones y migraciones nuevas y masivas de seres desamparados, humanos y no humanos. El sellado de fronteras a refugiados no podrá evitar la creciente llegada de migrantes exteriores e interiores abandonados por su propio país, tampoco lo harán las irrealizables políticas extra-terrestres de la globalización económica expansiva puesto que ya no hay planeta suficiente para ellas.

El rápido empeoramiento de la salud de la Tierra y de su atmósfera nos coloca colectivamente ante un atolladero histórico sin precedentes, la supervivencia y el bienestar de humanos y no humanos están en juego. Sus causas últimas no son naturales sino humanas, están en nuestros valores y hábitos arraigados de abundancia y derroche; en nuestros errores de comprensión y en nuestras endiosadas creencias antropocéntricas sobre la libertad y autonomía humana; en unas ciencias y tecnologías autolesionantes carentes de orientaciones éticas y de controles públicos y comunitarios; en nuestras ilusiones sobre el futuro, la riqueza, el bienestar y los derechos, exclusivamente centradas en los humanos y el presente.


No queremos igualarnos en la desigualdad y destrucción patriarcal

Sentimos un profundo dolor ante el actual avance de la muerte y deterioro de miles de especies vivas, ecosistemas y metabolismos de la Tierra. Como ecofeministas nos rebelamos contra las creencias faústicas que nos llevan al naufragio junto al resto de seres y comunidades vivientes.  Queremos revitalizar y crear nuevas y fraternas naturo-culturas prácticas en favor de la vida y el buen vivir, más holísticas y frugales, más encarnadas en necesidades cuya satisfacción se obtenga de intercambios no mercantiles con otros seres humanos.

En sociedades dotadas de leyes igualitarias para mujeres y hombres, la regulación patriarcal subsiste a través de normas sociales que atribuyen a las mujeres roles y responsabilidades específicas en el mundo privado y orientan a los hombres a considerar como propia la esfera pública. Como feministas queremos la disolución del patriarcado pero sabemos que la vida en el planeta no tendrá ninguna oportunidad si la igualdad entre mujeres y hombres no incorporara las exigencias de la sostenibilidad ecológica y social.

Pertenecemos a la minoritaria población humana (1/5 de la población mundial) que sobreconsume la inmensa mayoría de los limitados bienes naturales generando unas condiciones globales de crecientes injusticias, degradación y muerte ambiental. Puesto que el consumo de los países sobredesarrollados no puede mantenerse ni extenderse al resto sin que las capacidades bioproductivas de la Tierra se deterioren y colapsen, son inevitables los giros radicales que reduzcan nuestra huella de destrucción ambiental.

Nos negamos a participar en la fiesta destructiva del industrialismo patriarcal globalizado a través de nuestra incorporación en la producción, el consumo y los estilos de vida despilfarradores y extraterrestres. Optamos por la supervivencia y el disfrute de una vida larga y sana para el conjunto de la humanidad en un planeta limitado y herido, compartido con otras criaturas no humanas.

Ante la certeza del desastre climático y ecológico colectivo, no se trata de descubrir un nuevo mundo sino de reencontrar y enraizarnos en la Tierra que siempre ha estado bajo nuestros pies. Solo podemos sobrevivir dentro de los límites físicos de la biosfera. Es imposible y catastrófico continuar con el crecimiento ilimitado de la economía material y el mercado globalizado en un mundo finito en recursos materiales sin degradar y esquilmar muchos de los bienes biofísicos comunes más vitales para la humanidad, de los que los humanos dependemos y no podemos crear ni sustituir. Las salidas de emergencia del patriarcado industrial pasan por poner frenos a la expansiva economía dineraria y material.

En consecuencia, las aspiraciones feministas no han de limitarse a copiar los modelos masculinos de bienestar basados en la economía extractivista y la destrucción acelerada de los bienes y servicios naturales. No son realizables las metas feministas de reparto equitativo de recursos, poder y derechos entre mujeres y hombres, a costa de multiplicar la esquilmación de la diversidad de formas de vida. La conquista de derechos individuales y colectivos no ha de asociarse a una igualación imitativa de los estilos de vida y consumo derrochadores. No queremos una “igualdad de oportunidades” para participar alegremente en la destrucción del mundo viviente causada por una economía globalizada que explota a las personas y saquea los recursos naturales de cualquier parte del planeta. Rechazamos las conquistas de esta efímera igualdad liberal, estas solo pueden realizarse incrementando la enfermedad, la muerte y la extinción de multitudes de humanos y no humanos.

Las demandas feministas de igualdad con los hombres no han de encerrarse en el individualismo y la competitividad liberal de la “igualdad de oportunidades”. Las metas liberales de acceso a los recursos de todo tipo no son realistas por asentarse en el crecimiento inacabable de la economía material, como si acaso el planeta tuviera recursos infinitos. Esta expansión material de la producción y el consumo que somete al conjunto de la humanidad y a los seres vivos hoy nos lleva a un descarrilamiento ecológico terminal sin frenos de emergencia.

El feminismo liberal quiere una igualdad centrada en el mercado y por ello se acopla bien al interés empresarial por la “diversidad”. Sus aspiraciones de empoderamiento para las mujeres mediante la competencia individualizada, lejos de ser la solución son parte del problema. El feminismo liberal condena las discriminaciones que sufren las mujeres abogando por la “libertad de elección” individual y la competencia bajo la coartada meritocrática. Al concentrarse en el Norte global y enfocarse en la ruptura del “techo de cristal”, solo propician que un pequeño y selecto grupo de mujeres privilegiadas ascienda en la escala empresarial y en los puestos profesionales. En realidad no hace frente a las restricciones socioeconómicas y culturales que afectan a las mujeres, que levantan altos muros y convierten en inaccesibles las libertades, las elecciones y la puesta en valor de méritos y talentos individuales. Su objetivo no es en realidad la igualdad ni el abolir las jerarquías sociales sino el diversificarlas dando poder a algunas mujeres “talentosas” y reforzando al tiempo la estructura de desigualdad individualizada y meritocrática. Busca que unas pocas mujeres privilegiadas puedan alcanzar posiciones y sueldos similares a los de los hombres de su propia clase, sus beneficiarias son las mujeres que ya poseen ventajas sociales, culturales y económicas. Las demás quedan abandonadas.

En su romance individualista converge con los hábitos empresariales y sus corrientes neoliberales. Los objetivos del feminismos liberal son compatibles con las desigualdades sociales galopantes y también con la opresión patriarcal de otras mujeres. Da coartada al neoliberalismo y a las fuerzas sociales que apoyan el dominio de la globalización de la economía y de las finanzas globales, y al tiempo disimula lo regresivo, injusto y ecológicamente irrealizable de estas políticas del crecimiento material bajo un aura de emancipación y un barniz de “progresistas”. Es el feminismo de las mujeres con poder, que solo representa mejoras para el 5% de las mujeres. Confunde las metas colectivas del feminismo con el ascenso de mujeres individuales y convierte el feminismo en simple publicidad para la promoción individual, no para liberar a la mayoría de mujeres sino para elevar a unas pocas. Estas mujeres, cuando llegan a altos cargos directivos a su vez se suelen apoyar en mujeres subcontratadas y mal pagadas para la prestación de cuidados y el trabajo doméstico.

El feminismo liberal, al unirse al elitismo individualista del patriarcado industrial, en último término constituye una masculinización de la igualdad y de las mujeres que va en contra de la mayoría social y la mayoría de las mujeres y la Tierra. Su apuesta por la competencia individualizada dentro de las instituciones principales del patriarcado industrial globalizado carece de compromisos con otras formas de dominación y desigualdad humana que también recaen sobre las mujeres, como son las socioeconómicas, culturales, racistas, étnicas, religiosas, y aísla a las mujeres de las luchas sociales contra ellas. Es ajeno a las desigualdades y víctimas de la distribución de lesiones y riesgos ambientales. ¡No queremos romper los “techos de cristal” dejando que la gran mayoría de las mujeres limpie los vidrios rotos, se contaminen y enfermen!.


Las mujeres somos víctimas ambientales

Las consecuencias sociales del calentamiento global de la atmósfera y de la destrucción de hábitats y ecosistemas son desastrosas para el conjunto de la humanidad y afectan diferencialmente a las mujeres del norte sobreconsumidor y a las mujeres del sur global de las economías rurales de subsistencia. La marginación y desigualdad de las mujeres en nuestras sociedades patriarcales, la destrucción de la biodiversidad, y los dramáticos efectos naturales del calentamiento climático son procesos muy vinculados.

Todas las mujeres somos víctimas ambientales del avance del patriarcado de la globalización económica, más allá de las diferencias y desigualdades sociales existentes entre nosotras. No podemos escapar de las lesiones y amenazas ecológicas, nuestras vidas y nuestros cuerpos están afectados por las condiciones sociales de división y desigualdad y por los contextos medioambientales.

En las sociedades de sobreconsumo las mujeres somos víctimas específicas en la distribución de daños y peligros medioambientales. Estos operan a partir de las diferencias de nuestra particular anatomía corporal sexuada y a partir las posiciones que ocupamos en la desigualdad económica, étnica, edad, enseñanza, empleo, ... Padecemos la espiral del daño ecológico, presente en las formas patriarcales de producción y consumo, en los hogares y espacios domésticos de la economía de los cuidados, en los espacios públicos, privados y comunales. A esta feminización biocida de nuestras vidas se suman las agresiones a la salud de la sobre-medicalización y el sobre-diagnóstico que ejercen las prácticas sanitarias y la industria farmacéutica.

Un ejército imperceptible de sustancias contaminantes y venenosas hijas de los laboratorios industriales, las ciencias y las tecnologías, constituyen un cóctel que nos enferma sin apenas tener conocimiento ni defensa. Sus agentes destructivos se camuflan e invisibilizan adoptando numerosas formas, son orgánicos, químicos, atómicos, electromagnéticos, genéticos, y se reproducen, multiplican y mutan de maneras desconocidas e inciertas mediante infinidad de interacciones sinérgicas. Son actores cotidianos que intervienen en los contextos e intercambios sociales cada vez más artificializados, enfermos y peligrosos: domésticos, públicos, privados, comunitarios, laborales, de consumo, urbanos, rurales. Estos enemigos tóxicos están también presentes en los bienes más próximos, más imprescindibles y valiosos, como son los alimentos, el agua, el aire, la vivienda, la tierra, los medicamentos, los equipamientos materiales, objetos y artefactos con los que nos relacionamos cotidianamente.

También las vidas y economías de muchas mujeres y comunidades rurales del Sur global están amenazadas por la alteración climática y la alteración y pérdida de ecosistemas vitales, por depender directamente de los recursos biológicos locales para asegurar su sustento y bienestar. Los trabajos de las mujeres para generar medios de vida en las agriculturas de subsistencia dependen de la conservación y regeneración de los recursos biológicos locales y su diversidad. Sus naturo-culturas están ancladas en el uso múltiple y la gestión inteligente acoplada a los ritmos biogenerativos de los sistemas ecológicos. Gestionan la biomasa para la obtención de bienes básicos como el forraje, los abonos, los alimentos, el combustible, las plantas medicinales. Se trata por tanto de actividades de gran importancia por su valor ecológico, económico, cultural y social. La protección de la biodiversidad, los bosques y los árboles, son una importante línea de defensa contra él desastre climático y la degradación ambiental, por ello se puede decir que las mujeres son guardianas de la biodiversidad del planeta en muchas comunidades rurales.

La pérdida y degradación de los ecosistemas comunales y la biodiversidad local en manos del extractivismo, la privatización y el mercado globalizado, dañan las fuentes de recursos naturales de los que dependen directamente las mujeres, sus familias y comunidades en las economías rurales de subsistencia. Los riesgos climáticos y ecológicos son mayores para muchas mujeres pobres cuyos medios de vida y bienestar dependen del acceso directo a los recursos ambientales locales. A todo ello se suma el sometimiento y la discriminación patriarcal de costumbres y leyes que les deniegan las oportunidades y los derechos otorgados a los hombres, lo que les dificulta aún más el acceso a ayudas sociales y económicas de créditos y servicios.

Las mujeres más pobres en las economías rurales de subsistencia pierden el sustento básico de ellas y de la familia a su cargo cuando desaparecen los recursos ambientales locales de los que directamente dependen, como son las fuentes de agua, las tierras fértiles, los bosques comunales, la leña, el forraje para animales, las plantas medicinales o el alimento. Se convierten así en primeras víctimas y refugiadas ambientales. La escasez de agua, comida y tierras fértiles intensifica el resto de divisiones y desigualdades, favorece las hambrunas, las enfermedades y la muerte, los antagonismos sociales y el aumento de los conflictos violentos.

La capacidad general de mitigación y adaptación a las a las alteraciones climáticas depende del acceso a recursos sociales, como son los derechos de propiedad sobre tierras, el dinero, los créditos, las ayudas económicas, el nivel de autonomía, los conocimientos, la buena salud, la libertad, la movilidad personal, la seguridad alimentaria. Puesto que las mujeres constituyen el mayor porcentaje de las personas más pobres del mundo, con menos recursos y menos libertades y derechos, también son las más afectadas y en peligro ante las lesiones y amenazas climáticas.


La destrucción ambiental de las mujeres de la clase consumidora del norte global

En esta parte de la Tierra todos somos contaminadores y contaminados, somos simultáneamente víctimas y cómplices. En nuestras sociedades de consumo globalizado las mujeres somos víctimas y responsables. En general ocurre que los mayores consumos de los recursos y servicios ambientales vienen de los grupos humanos con más ingresos económicos, más urbanos y con mayores niveles de enseñanza. Sus patrones de sobreconsumo  se convierten en modelo de referencia y aspiración emulativa para poblaciones humanas más desfavorecidas, esto afecta tanto a mujeres como a hombres.

Son superfluas, dañinas y tóxicas para la Tierra y para nuestros cuerpos y vidas gran parte de las compras fomentadas por el cultura patriarcal de la expansión mercantil globalizada. Los habitantes del mundo sobredesarrollado, 1/5 de la población mundial junto a las élites de las sociedades del sur, mantenemos unos estilos de vida guiados por valores materialistas de riqueza y bienestar asociados a la abundancia y el despilfarro de los recursos ambientales cada vez más escasos y contaminados. Malgastamos energía, aniquilamos los espacios bioproductivos del resto de especies, contaminamos con venenos y basuras nuestros territorios y lugares más preciados y el resto del planeta.

Las mujeres sobreconsumidoras de Europa participamos en este agresivo saqueo de la naturaleza y de las sociedades del Sur global. Son muy grandes nuestros impactos sobre las mujeres del Sur debido a que los materiales y productos que compramos como consumidoras, proceden de ecosistemas y recursos naturales locales de los que dependen y son la fuente directa de sus medios de vida y revierten a ellas en forma de basuras entrópicas altamente tóxicas.  


La expansión urbanizadora enferma y mata

¿Por qué hemos de tolerar unos insípidos alrededores llenos de humos tóxicos, cemento y asfalto en medio de relaciones que no son por completo nuestras enemigas y no son del todo fatales? Las políticas desarrollistas de la expansión urbanística inacabable, con grandes bloques construidos de equipamientos, viviendas, rascacielos, urbanizaciones, ampliaciones de autovías y amputaciones de espacios naturales periurbanos singulares y tierras fértiles, atentan especialmente contra las mujeres y la vida. 

Este neodesarrollismo urbanizador al servicio de las infraestructuras de la globalización económica crea espacios públicos anodinos, hostiles, insalubres y peligrosos para las mujeres. En ellos se destruye la convivencia y la escala humana, física y cultural que hace posible la vitalización de los espacios públicos, las relaciones comunitarias y la habitabilidad y salud de la ciudad. Este avance del urbanismo expansivo, fálico, agresivo y tóxico, es ajeno a las necesidades de mantenimiento y cuidado de la ciudad, pueblos y barrios. Contrariamente, los espacios públicos accesibles, amplios y seguros favorecen la salud urbana y el tejido comunitario mezclado, diverso y vibrante. 

Para las mujeres en general, el avance de los “no lugares”, donde dominan el cemento, el hormigón, los centros comerciales, las vías de tráfico, los humos y materiales contaminantes, las velocidades, comporta trágicas consecuencias en enfermedades y barreras sociales, en separación, división, aislamiento, anonimato, inseguridad, desafecto, fealdad, individualismo, indiferencia, miedo.


¿Alimentos con agrotóxicos? No, gracias

Las mujeres ejercen un papel fundamental en la alimentación fruto de la división patriarcal entre la esfera pública y privada. Los valores relacionales y reproductivos de la economía doméstica de los cuidados están asociados a la compra y el consumo de alimentos y a la preparación cotidiana de comida para nuestras familias, vecindades y comunidades.

¿Por qué hemos de tolerar unas dietas con cócteles de venenos flojos que lentamente nos enferman y matan?. Los límites máximos legales permitidos sobre residuos en los alimentos no se han establecido con márgenes de seguridad ni tampoco se han indagado la multitud de las complejas sinergias que pueden actuar. La ingesta diaria de sustancias agrotóxicas de origen tecno-industrial debilita nuestra respuesta inmunológica e incrementa nuestra vulnerabilidad a enfermedades de todo tipo y a riesgos cancerígenos, neurotóxicos e inmunológicos. En parte son muy desconocidos e inquietantes los muchos impactos causados por la exposición continuada a mezclas de pesticidas, herbicidas, plaguicidas, compuestos inertes y otros residuos agroquímicos presentes en los alimentos producidos por la agroindustria químico intensiva. Sus agresiones sinérgicas actúan sobre nuestros cuerpos y entornos de vida, sobre los ecosistemas y los metabolismos bioregenerativos, sobre bienes tan vitales como son el agua, las tierras fértiles, el aire, la biodiversidad.

Los cambios en los patrones de compra y alimentación de las últimas décadas hacia la comida precocinada, instantánea,  congelada, enlatada, exótica, fuera de temporada, afectan de lleno a los espacios públicos y domésticos. Al tiempo que se externalizan y mercantilizan los trabajos domésticos en cadenas de cuidados transnacionales nuestra alimentación se hace más amenazante y más dependiente del mercado, de la destrucción de los agroecosistemas y la biodiversidad y de la sobreexplotación animal. La globalización alimentaria está destruyendo hábitats, ecosistemas singulares y bosques con funciones importantes en la estabilidad climática, para reconvertirlos en cultivos de piensos animales. Este modelo agroindustrial provoca una gran sobreexplotación y sufrimiento de las mujeres del Sur global, especialmente para las mujeres más pobres y las comunidades indígenas.

La química del sistema agroindustrial implicada en la producción, transformación, transporte, comercialización y venta, está enfermando la Tierra y a los seres humanos a causa del uso masivo de pesticidas, herbicidas, antibióticos y otros productos fitosanitarios de síntesis. Ganaderos, agricultores y consumidores son eslabones de la agricultura químico-intensiva de las empresas multinacionales y de las tecnologías ambientalmente destructivas y contaminantes. Las mujeres somos primeras víctimas de un modelo tóxico de alimentación que nos afecta muy especialmente por utilizar muchos productos biocidas, que al ser liposolubles se absorben más por los cuerpos de las mujeres.

Es imprescindible el cambio de nuestros hábitos de comida para hacer las paces con nuestros cuerpos y la Tierra. Los cambios ecológicos en nuestra alimentación, como son el vegetarianismo, el veganismo y el consumo de productos ecológicos de producción local, implican cambios en las culturas domésticas de los cuidados y han de afectar a mujeres y a hombres. Defendemos el consumo de alimentos de la producción ecológica local, que elimina los insumos agrotóxicos y acorta los trayectos y las largas distancias de materiales y energía y hace posible el trato justo para las personas que trabajan el campo. Los largos recorridos favorecen la desconexión y la ignorancia sobre quienes, cómo y dónde se han producido y elaborado los alimentos.


La corrosiva cultura patriarcal del coche

Las mujeres son víctimas específicas de unas ciudades dominadas por la dictadura del coche particular: “un coche, un hombre”. Estas máquinas con motores de combustión de gasolina y gasòil enferman y contaminan el aire común, ocupan y degradan los espacios públicos, y agreden y dificultan tremendamente la vida cotidiana de mujeres.  

Las mujeres utilizan el transporte publico más que los hombres, necesitan espacios urbanos e itinerarios peatonales seguros y salubres. La peatonalización, la bicicleta, las restricciones al tráfico privado, la ampliación de los espacios públicos, las zonas verdes y el arbolado, la mejora del transporte público, del bus, el metro, el tranvía y el tren convencional, favorecen especialmente a las mujeres y su salud.


La enfermedad de la publicidad

La publicidad engañosa de las empresas reproduce los códigos de división y desigualdad de género y alimenta la adicción individual al consumismo y el mito del crecimiento indefinido mediante cultura de la abundancia, el “usar y tirar” y el “todo siempre”.

Los cambios sociales a favor de la sustentabilidad han demoler el muro patriarcal que separa la esfera privada de la esfera pública, han de afectar de lleno al espacio público y privado. El mundo de los cuidados domésticos, que se entrelaza con hábitos individuales y familiares de consumo privado, también constituye un espacio de cambio social.

La moda es una enfermedad de la mente. La manipulación publicitaria nos enajena y convierte a las mujeres en adictas a productos innecesarios y muy nocivos para las mujeres y el planeta. La publicidad mueve la espiral de necesidades materiales inacabables y extravagantes y esclaviza nuestros deseos. Dirige a las mujeres hacia un consumo de todo tipo de productos comerciales a la vez que oculta las condiciones sociales y ambientales de la producción de los mismos, que perjudican a las mujeres, comunidades y ecosistemas. Este encantamiento liberado de ataduras sociales y ecológicas colectivas coloniza nuestras formas cotidianas de vivir afectando a una gran variedad de actividades y bienes de consumo, como son los alimentos, los medicamentos, los cosméticos, la ropa, la limpieza, los electrodomésticos, el mobiliario, la vivienda, el coche ...


La lucha anti-patriarcal de los derechos animales

El sufrimiento animal también es nuestro sufrimiento. Las gigantescas dimensiones de la crueldad y sobreexplotación organizada presente en nuestras relaciones con los animales no humanos es una expresión más de la violencia patriarcal que se ejerce contra las mujeres y los ecosistemas del planeta. Un monumental campo de concentración “Auschwitz" se oculta detrás de nuestras formas cotidianas de alimentarnos, vestirnos y divertirnos.

Son numerosas y están muy enquistadas las manifestaciones del machismo especista. Se expresan por ejemplo en la tortura animal de las actividades festivas de los espectáculos taurinos; en las tradiciones masculinas de la caza “deportiva”, que persigue y da muerte a animales libres en sus hábitats silvestres; en la producción intensiva de la ganadería industrial; en el maltrato de los animales domésticos integrantes de nuestras familias a menudo asociado a la violencia machista contra las mujeres.

Son despiadados y moralmente bochornosos los regímenes de las modernas granjas industriales de la ganadería intensiva. En cifras absolutas exceden en mucho a cualquier otra forma de sobreexplotación animal. Animales dotados de los mismos órganos sensoriales que los humanos, como los cerdos, gallinas, pollos, terneros, ovejas, vacas, se crían, engordan y sacrifican prematuramente a gran escala y bajo brutales condiciones artificiales de dolor, crueldad y tortura. Bajo las presiones del balance económico coste-beneficio y las ganancias malviven en espacios de encierro y hacinamiento, vacíos, insalubres, mecanizados y antinaturales, sin tener las posibilidades de libertad y los placeres de la vida salvaje, para finalmente convertirse en “carne” para alimento humano. A menudo se les niega que desarrollen y ejerciten sus instintos y capacidades naturales individuales y de especie, como es el bienestar físico y social dentro del grupo. Se les impide darse la vuelta, levantarse, acicalarse, estirar los miembros, tumbarse. Son muy cortas y miserables las vidas de millones de seres sintientes con subjetividad propia, capaces de sufrir dolor y dotados de intereses y necesidades de bienestar y vida, que acaban convertidos en productos comerciales abundantes y “baratos”.

Detrás de la cultura de la producción ganadera de carne también se esconden grandes impactos ambientales destructivos sobre territorios, ecosistemas y biodiversidad.

Queremos modelos de convivencia alternativos orientados por las exigencias de una justicia ampliada no especista y el abolicionismo de la explotación animal instituida y legal, en los que los animales no humanos no sean considerados ni tratados como simples cosas, propiedades o materias primas. En dos siglos de historia el movimiento animalista ha cuestionado la herencia del imaginario masculino etnocéntrico de occidente, fuertemente antropocéntrico y especista, que devalúa y naturaliza a las mujeres y percibe a los animales no humanos como "inferiores", estableciendo el libre derecho de usarlos para fines exclusivamente humanos.

Reconocemos que los animales tienen derechos universales inviolables que no deben suspenderse, como el derecho a la vida o a no ser maltratados o torturados. Estos derechos han de acompañarse de derechos positivos, particulares, variables y relacionales, dependiendo de los individuos, la especie y las circunstancias en las relaciones humano-animales. Estos derechos animales comportan deberes y obligaciones particulares para los humanos y constituyen un sistema de protección para no ser maltratados ni sacrificados de mil maneras al servicio de las utilidades humanas.

Junto al bienestarismo que alivie las condiciones prácticas de vida de los animales defendemos los derechos animales inviolables. Estos reconocen su valor intrínseco atendiendo a sus capacidades y complejidad de conciencia y subjetividad, propias de cada especie. Los derechos de los animales individuales, que son aplicables a los seres con experiencia subjetiva del mundo e intereses, incluyen el derecho a un entorno seguro y saludable. Los animales salvajes son componentes vitales de la salud ecológica de los ecosistemas y han de tener derechos reconocidos a la soberanía territorial sobre sus espacios ambientales.

Estamos orgullosas de que millones de mujeres protagonicen la defensa de los derechos animales en los movimientos animalistas y ecologistas que luchan contra muchas formas de explotación animal, como son la caza, las granjas industriales de explotación animal y la destrucción de los hábitats de las especies silvestres. Muchas mujeres son fuente y vanguardia de culturas anti-especistas que se oponen a la herencia cultural machista dominante insensible hacia el dolor de los seres vivos no-humanos, como son las prácticas del cuidado y la protección de animales domésticos y de animales abandonados y maltratados.


Las mujeres como la naturaleza son productoras y cuidadoras de vida

El compromiso con la biodiversidad obliga a dejar espacio ecológico para la continuidad y salud de otras especies y ecosistemas, para otros seres humanos y generaciones futuras. Cualquier estrategia de mejora de la condición de las mujeres debe apoyarse en el protagonismo, los conocimientos y las habilidades de las mismas. En la mayoría de las culturas y grupos humanos las mujeres son cuidadoras de los otros próximos y son guardianas de aprendizajes de conservación de la biodiversidad y sus fuentes regenerativas.

Necesitamos nuevos valores, saberes, tecnologías y maneras locales de organización, en sintonía con las necesidades ecológicas del mundo. Estas metas también han de integrarse en las aspiraciones igualitarias de los feminismos. Son posibles nuevos aprendizajes de formas de relación más cooperativas y simbióticas con los otros humanos y no humanos.

Muchas de los culturas y valores femeninos que a menudo han sido un precipitado de las condiciones de dominación masculina pueden revalorizarse y ayudarnos colectivamente. Las culturas prácticas orientadas por los cuidados hacia los otros próximos, la casa, la familia y la comunidad, hacia humanos, animales, plantas, objetos y artefactos, pueden servirnos para reciclar muchas de las erróneas y abstractas creencias modernas sobre el progreso material humano indefinido y sobre el individuo soberano, racional y omnipotente. Es decir, un arquetipo viril ideado falsamente como aislado y desenraizado, sin ningún lugar ni atadura social, física y ecológica, sin ninguna constricción comunitaria y medioambiental.

Muchas naturo-culturas femeninas que renacen desde muy diferentes espacios sociales y culturales, revitalizan tácita o explícitamente los valores ambientales y actúan de obstáculo contra el individualismo posesivo dominante en los espacios públicos masculinizados. Son micro-culturas resistentes de creación, cuidado y donación, que a menudo surgen de valores y conocimientos prácticos que mezclan razón y emoción, cuerpo y contexto. Estas percepciones y aprendizajes naturo-sociales que son accesibles a mujeres y a hombres, están depurados de abstracciones que separan, idealizan, jerarquizan y violentan nuestros substratos relacionales, biofísicos y emocionales. Sus disposiciones cognitivas, morales, emocionales y sensitivas impulsan relaciones de solidaridad y de apoyo mutuo persiguiendo fines prácticos, resolviendo problemas desde lo concreto, desde el suelo local del vivir diario, desde las necesidades humanas más básicas y comunes, como pueden ser la nutrición, la higiene, el cuidado, el afecto, la seguridad, la salud, el cobijo.

Estas culturas femeninas alimentan muchas micro-relaciones prácticas orientadas bajo principios y valores alternativos al individualismo social y ecológicamente desencarnado: la compasión, el sacrificio, el amor, la reciprocidad, el reconocimiento y cuidado del otro particular. Son pautas renacidas de un "modelo femenino" de relacionarse con el mundo cercano que es  producto social y cultural construido en los contextos patriarcales de socialización diferencial. Se trata de ideas y de saberes prácticos, de percepciones, apreciaciones y sentimientos de empatía guiados por solidaridades, principios morales y métodos intuitivos de resolución de problemas cotidianos, bien alejados de los principios y valores abstractos y universalistas que no tienen los pies en la Tierra.

 

Saberes situados y de acceso abierto para el buen vivir

Aunque no es posible ponerse a salvo fuera de la Tierra, la respuesta de las élites oscurantistas ante el naufragio inevitable del Titánic de la civilización industrial globalizada es alejarse más y más en sus botes salvavidas mientras suena la música y sigue la fiesta. Al tiempo que prometen fortaleza y suelo seguro para los suyos se desentienden del resto de los náufragos del planeta, de las masas de refugiados y de las metas colectivas. Han dejado de asociar la modernización globalizadora con las metas comunes del progreso, la emancipación, el reparto de la riqueza, la racionalidad, y apuestan por la desregulación desembarazándose de los lastres de las solidaridad que ayuda a amortiguar las caídas.

Desde los años ochenta mucha gente comprende los grandiosos peligros inherentes a los saqueos y abusos ecológicos de las relaciones humanas con la Tierra. Como contrapeso de las tendencias exterministas de las instituciones más importantes de nuestras sociedades necesitamos nuevos saberes y valores más humildes, situados, parciales y cooperativos, en sintonía con las necesidades ecológicas del mundo y los mejores conocimientos disponibles aportados por las ciencias. Esto también ha de ser una prioridad para las metas igualitarias de los feminismos.

La sabiduría ecofeminista es parte de la conciencia social, el temor y la alarma sobre los límites naturales y se enfrenta a la crisis de sustentabilidad y a las mentiras divulgadas por las élites masculinas de la globalización. Exigimos que las élites gobernantes digan la verdad sobre la tragedia de nuestra situación colectiva y dejen de ocultar algo fundamental: que no hay planeta suficiente para cumplir sus promesas de mejora en riqueza y vida confortable.
 
Desde sus diferentes lugares sociales, públicos, privados y comunitarios, las mujeres desarrollan prácticas alternativas a las formas individualizadas de interacción impersonal y jerárquica de las organizaciones burocráticas y de la racionalidad instrumental depurada de valores substantivos. Son posibles nuevos aprendizajes de formas de relación más simbióticas con los otros humanos y no humanos. Dado que no existe conocimiento por sí solo sin mundo compartido y sin una fuerte vida pública, los hechos solo pueden ser percibidos y robustos si existe una cultura común, una vida pública decente y unas instituciones confiables. Frente al drama climático y ecológico no es posible la indignación social si se sigue incitando a la gente al escepticismo y a la desinformación, a desconfiar de las verdades sobre hechos socioambientales masivos, como son los relacionados con la desestabilización climática en curso. No se trata de reparar déficits de racionalidad sino de tejer prácticas comunes de adaptación realista frente a los retos ecológicos.

Los conocimientos, las ideas y las tecnologías han de distribuirse en origen mediante formas de acceso abierto sometidas a restricciones sociales y ambientales. El acceso abierto y sin propiedad intelectual privatizadora ha de someterse a regulaciones sobre el conocimiento y las tecnologías que prioricen los fines sociales de acceso equitativo y ecológicamente responsables. Esta difusión social de los conocimientos constituye un pre-requisito de la descentralización organizativa, la relocalización y la reducción de la escala física del metabolismo social y del consumo de recursos materiales y energía. Frente a la propiedad privada, las formas participativas de propiedad, autogestionadas y descentralizadas, favorecen la reducción del extractivismo de recursos ambientales y energía.

El acceso al conocimiento no implica solo un enriquecimiento de nuestras mentes individuales, significa también el acceso a los medios colectivos de creación de riqueza, a la capacidad de compartir y remezclar, y en el proceso podemos aprender y crear nuevos conocimientos y percepciones colectivas. No solo somos propietarios de las ideas, las heredamos, las compartimos, las hibridamos y mezclamos, y en el proceso, colectivamente creamos nuevas ideas. Impedir la privatización de las patentes y el copyright y los candados al acceso libre a los conocimientos y las tecnologías, hoy son maneras de facilitar el intercambio justo los cuidados sobre las fuentes de reproducción y pre-distribución de la riqueza de la Tierra.

Frente a la publicidad personalizada y territorializada de las redes digitales, reproductora de normas patriarcales rigoristas que potencian el auto-odio y rechazo de las mujeres hacia sus propios cuerpos y vidas, se hace necesaria la gobernanza pública-cívica democrática y comunitaria y la protección de los datos personales sin explotación comercial.

La mercantilización de los datos personales de las mujeres, el acceso abierto y la gobernanza de los datos personales por las plataformas digitales, están dominados por el machismo mercantil. Sus códigos normativos de género se difunden por las redes sociales reproduciendo la opresión patriarcal y la tiranía del consumismo sexista. Las mujeres necesitamos recuperar el control y la soberanía de nuestros datos personales y privados que han sido secuestrados por las multinacionales digitales en contra de los intereses de las mujeres y la Tierra.

 

Aterrizar en lo terrestre y recomponer la política común

Las estructuras materiales de la economía globalizada extractivista están dominadas por élites masculinas y por los dualismos perceptivos separadores y jerárquicos de las mentalidades patriarcales. El urgente aterrizaje en lo terrestre y la recomposición de la política común han de girar sobre los procesos de regeneración de la vida. Los “valores femeninos”, asociados históricamente en nuestras sociedades patriarcales a las mujeres, han de redignificarse y servir de brújula para cambiar el rumbo de las sociedades masculinizadas basadas en el crecimiento, la aceleración, la homogeneización, el individualismo posesivo y el despilfarro.

No hay un mínimo realismo ni un día después en unas políticas planetarias prometeicas que olvidan la escasez y el agotamiento de los recursos naturales y carecen de planes de duración. No hay racionalidad en la extraña manera de conocer, trascendental, separada, desde lejos y desde ninguna parte, que apuesta por la continuidad de unos caducos y suicidas planes globalizadores que nos lanzan a un planeta con un aumento de temperaturas de 3,5 grados y nos fuerzan a ser partícipes de la sexta extinción sin apenas quererlo ni darnos cuenta.

Debemos de abandonar cuanto antes las ilusiones de desconexión ambiental de cuatro siglos de terrícolas humanos, que incapaces de advertir sus errores, han motivado una gigantesca transformación modernizadora en el mundo entero. Muchos de los desprecios patriarcales a los valores asociados a las mujeres son resultado de esta mudanza histórica de la modernidad occidental, que convierte en grotesca cualquier forma de apego y seguridad a antiguos suelos primordiales.

Son contraproducentes los intentos de vuelta a las fronteras nacionales, regionales, étnicas o identitarias y a sus viejos terrenos de disputa. Tampoco tiene sentido continuar la globalización físicamente imposible. Nuestra condición terrestre nos obliga a luchar contra el déficit de representación cultural de la misma para conocer las características que la componen. Ya no nos sirve la heredada clasificación de separación entre los seres humanos y los no humanos y ecosistemas. El urgente aterrizaje en la Tierra nos obliga a retomar descripciones de muchos terrenos de vida que se han vuelto invisibles en nuestras relaciones, creencias y valores, su lista es larga y difícil de elaborar, puesto que los agentes humanos y no humanos, animados y actuantes, que componen la realidad de las comunidades terrestres, tienen relaciones y cada uno su propio recorrido, necesidades e interés, y de ellos dependen a su vez otros seres y comunidades terrestres.

Tenemos que redirigir la atención hacia lo terrestre viviente y material para poner fin a la desconexión autista de los actores humanos y sus miopes mentalidades de separación de los “recursos naturales” que paraliza a las fuerzas políticas de izquierdas y derechas desde la aparición de las amenazas ecológicas y climáticas. Hemos de pasar de las categorías de libertad humana y de producción a las de conservación, generación, ecodependencia y ecojusticia. No hay organismos de un lado y medio ambiente del otro puesto que somos terrestres todos los seres vivientes de la Tierra. Todos, humanos y no humanos, son agentes que participan plenamente en la génesis de las condiciones químicas, bioquímicas y geológicas del planeta.

Aterrizar obliga a salir de las inútiles ilusiones de las mentalidades modernas sobre una supuesta naturaleza exterior, alejada, indiferente y mecánica. La vuelta a lo terrestre no tolera el negacionismo ni los desarraigos ecológicos y climáticos, contrariamente necesita de actitudes encarnadas que reconozcan muchos de los territorios y muchos de los actores variopintos del mundo, aunque estos se hayan vuelto muy invisibles siempre intervienen en las condiciones de nuestra existencia, en las tramas, asociaciones e intercambios del mundo y las sociedades humanas. La comprensión no separadora, ni mecanicista ni reduccionista de naturaleza ha de redirigirse hacia lo terrestre, no hacia la fuga de la expansión globalizada o hacia un inviable universo exterior.

Durante los pasados 70 años de gran aceleración económica todo se ha metamorfoseado por las fuerzas de la modernización y el crecimiento del mercado, gracias al petróleo el reino de la economía se cree capaz de prescindir de todo límite material. La economía y el desarrollo hoy siguen prolongando e intensifican la oposición y los conflictos con el mundo viviente, la equidad social y justicia inter-especies e inter-generacional. A pesar de las rivalidades y diferencias políticas entre las izquierdas y las derechas, coinciden en que solo cuentan los humanos, y por ello son incapaces de ver y de otorgar reconocimiento y valor a los otros sujetos multidiversos, por ello son impotentes a la hora de idear un horizonte común de continuidad. La ecología entonces puede entenderse como una llamada a cambiar de dirección y a caminar hacia lo terrestre, el único lugar donde pueden engendrarse las metas ecofeministas de bienestar, equidad y justicia intra-humana, inter-especies e inter-generacional.

No existe planeta compatible para llevar adelante los planes modernizadores guiados por la adicción a lo ilimitado. No hay lugar donde albergar la globalización expansiva y en ella nadie puede encontrar arraigos y hogar seguro. Para los habitantes del mundo sobredesarrollado son muchos los cambios y la magnitud de las responsabilidades ante el abismo ecológico y climático. Tenemos que abandonar cuanto antes nuestras actitudes de negación y retraso del aterrizaje en la Tierra, que buscan prolongar durante un tiempo más los peligrosos sueños modernizadores. Tenemos que cambiar la totalidad de nuestras vidas extravagantes y sobreconsumidoras de recursos ambientales cada vez más menguantes y devastados. Las promesas del bienestar ya no son realizables mediante la expansión de la economía material La ecología recompone la política introduciendo un mayor realismo geo-social y bio-social mediante nuevas percepciones, preocupaciones, actores y prioridades, que no nos obligan a separar y elegir entre salarios y especies. El nuevo eje público de lo terrestre ha de abrirse camino con fuerza contra todas las formas de negacionismo, prestando atención responsable y objetiva a las consecuencias y posibilidades de nuestro aterrizaje.

Los dramas humanos y ambientales de la inestabilidad climática y la crisis ecológica global son ya parte de nuestra existencia presente. No podemos escapar de ellos ni tampoco existen soluciones individuales. No podemos protegernos buscando nichos y refugios cada vez más inexistentes y contaminados. Es urgente volver a enraizarnos y aterrizar en la Tierra y para ello es prioritaria la acción colectiva coordinada, local y transnacional, que implique a todos los gobiernos e instituciones, públicas, privadas, comunales y domésticas. Ya no valen las respuestas sectoriales marginales y desconectadas al uso, como son las que demandan que las "soluciones" vengan de las tecnologías y los expertos; de la gente; de la educación; del mercado; de las leyes; de los gobiernos o del Estado.

No hay escapatoria mediante las huidas hacia delante de la globalización, ni tampoco las hay en las huidas hacia atrás del encierro nacional y local, ambas tienen en común que rechazan aterrizar en el mundo. Las nuevas cartografías para orientar con urgencia el aterrizaje de las políticas han de seguir direcciones aún no trazadas, y para ello han de servirnos nuestras capacidades organizativas, científicas y tecnológicas. Ante la emergencia climática y ecológica han de abandonarse las peligrosas recetas neoliberales globalizadoras de liberarse de toda restricción y de abandonar las metas de un mundo común compartido. Las salidas no pueden venir del sálvese quien pueda que apuesta por seguir prolongando y acelerando el vector modernizador del desarrollo y la globalización económica, donde se desvanece cualquier horizonte relativamente benigno con metas compartidas y comunes.

Las nuevas orientaciones que necesitamos tampoco pueden venir de la huida hacia atrás y el encierro en lo local, que buscan viejos arraigos y seguridades al tiempo que rechazan la fraternidad y la realidad compartida de las restricciones que imponen los dramas ecológicos. El aterrizaje en la Tierra desborda las identidades nacionales, significa repolitizar nuestra común pertenencia a la Tierra, pero sin que sea absorbida por la división de fronteras estatales, el aislamiento violento de la homogeneización étnica, el patrimonialismo y la nostalgia de un modo de vida único considerado “auténtico”.

Sabemos que debemos dejar de definir lo social humano y las relaciones entre mujeres y hombres de forma separada del mundo viviente de nuestra casa planetaria común. Sería un gran error repetir las trayectorias del pasado y creer que debemos elegir entre la cuestión social y la cuestión ecológica. Ahora se trata de cohabitar. Lo terrestre y su desestabilización constituye un nuevo actor político de envergadura que ha de dejar de ser decorado y telón de fondo para convertirse en agente y protagonista central de la vida pública para humanos de la Tierra, no “sobre” la Tierra.

Las metas y prioridades de gobiernos, instituciones y leyes de todo tipo han de reconocer con urgencia la incómoda verdad de la catástrofe ecológica y climática causada por el avance del patriarcado industrial expansionista y globalizado, tal y como informan los mejores informes científicos disponibles desde hace décadas. Las prioridades puestas en un horizonte común y compartido han de darse en todas las escalas de gobierno y regulación (municipal, regional, estatal, europea, internacional y transnacional). Este renacimiento ha de abandonar las actuales prioridades puestas en el mercado, la economía dineraria y el crecimiento de la producción y el consumo material, que también son nocivas para las mujeres del mundo. Ya no son realistas ni realizables las metas de seguir creciendo en consumo y degradación de los recursos naturales finitos cada vez más escasos y devastados. 

Ecologizar y feminizar enraizando nuestras formas de vivir

El compromiso ambiental exige despatriarcalizar y descolonizar. Sus cambios no han de detenerse ante los espacios domésticos del cuidado ni ante los espacios públicos de la economía globalizada, el individualismo posesivo del dinero, el mercado, el empleo y la política. Cambiar la esfera pública o cambiar la vida privada constituyen un falso dilema, ni una ni otra por separado son suficientes ante la crisis ecológica global y el calentamiento climático. La agenda ecofeminista de cambios obliga a cambiar las prioridades productivistas del consumo familiar y de la producción.

Ante la emergencia ecológica y climática no hay otro futuro que el de una metamorfosis social que abandone la desmesura y el dominio de las racionalidades masculinas instrumentales. Este renacimiento ha de fundarse en los valores de suficiencia, frugalidad, equidad, autoconstrucción, solidaridad y respeto de los límites ecológicos, para que pueda ser posible el cuidado reparador e igualador hacia los otros seres humanos y no humanos. Este reto no solo afecta al presente de la humanidad en su conjunto, también atañe a nuestra responsabilidad hacia los seres del futuro, humanos y no humanos. Las nuevas generaciones sufrirán las consecuencias de nuestros comportamientos de hoy y padecerán inmensos descuentos en sus oportunidades de bienestar y vida.

Para poder frenar con relativo éxito las expansivas perturbaciones exterministas de la globalización y la privatización, un requisito de la localización es la pre-distribución local de la fuentes materiales regenerativas de la riqueza. En la esfera pública esto supone gestionar la reproducción de los bienes y servicios de los ecosistemas mediante regulaciones institucionales y mediante la implicación de la gente en el trabajo de reproducción de los bienes comunes y lo público. Este requisito local de pre-reparto de la riqueza se opone a que su control continúe estando en manos de las empresas centralizadas globales y el mercado. En la localización y la descentralización participativa de las fuentes y los medios de producción pueden darse muchas formas posibles de hibridación entre lo público, lo comunal, lo privado y la economía de los cuidados. Esto nos ayudaría a aterrizar guiándonos por el principio de precaución. Este aprendizaje por antelación interroga donde vienen las producciones y productos del mercado, cómo se han procesado, cuáles son los daños y peligros socioambientales generados y su distribución social.

Los partidos políticos de izquierdas y derechas suelen hablar de impuestos y redistribución de los ingresos del Estado, pero no hablan de la esfera bioproductiva de la pre-distribución, tampoco hablan de las estructuras y los procesos sociales del conocimiento, las ciencias, la producción y la propiedad, que son precisamente lugares donde los cambios de rumbo pueden estar más influidos por las mujeres. Pero lo más importante por hacer no solo es la redistribución social de las rentas económicas mediante impuestos y los servicios públicos, lo prioritario es la pre-distribución de la fuentes de riqueza, lo que a su vez posibilita la descentralización, la localización de la economía social y material y la autolimitación. Esto puede favorecerse cuando se cambian las actuales estructuras de propiedad masculinizadas a favor de la participación y el acceso, que permitan una mayor implicación de las mujeres y las comunidades en la economía.

El decrecimiento y la austeridad voluntaria, la suficiencia, la equidad, la relocalización material y el aterrizaje de la economía en la ecología de la Tierra, son antídotos necesarios contra la racionalidad patriarcal conquistadora del industrialismo, individualista y mecanicista, desencarnada de nuestros inevitables vínculos y dependencias terrestres.

 

                                        
            Rebel.lió / Extinció
          XR-València    

               Valencia, 8 de marzo 2019

 

 

 


     
                                                                                  

 

 

 

 

 

 

 

Partager cet article
Repost0
27 juin 2019 4 27 /06 /juin /2019 16:22
Ecologismo y veganismo juntos contra la ganadaría y el carnismo

 

Los caminos de ecologistas y de animalistas se entrecruzan cuando se trata del sistema alimentario. Desde los colectivos ecologistas y el ecologismo en general, han de abandonarse los argumentos “straw man”, es decir, los que primero crean un falso enemigo para después poder emplear la artillería y derribarlo, como ocurre a menudo con el vegetarianismo, el veganismo y el animalismo. Las luchas y discursos ecologistas sobre el modelo agroalimentario, han de decir claro y fuerte: que para la Tierra y el resto de la humanidad es prioridad ecológica el dejar de comer los cadáveres de animales no humanos provenientes de las actividades ganaderas. El abandono y la reducción de la popular cultura del carnismo es una parte central de los cambios urgentes a favor de la preservación de la habitabilidad ecológica de la Tierra.

 

En suma, desde el tejido ecologista se han de poner en valor los planteamientos animalistas, veganos y vegetarianos en relación a la alimentación y la producción agroalimentaria. Han de ganar la visibilidad y el protagonismo que merecen. La crítica ecológica a la cultura del carnismo en parte va de la mano con las demandas que hace el veganismo y el anti-especismo en nombre de los "derechos animales". Convendrá entonces reconocer lo que en ello hay de avance cultural ecológico en beneficio del conjunto social, cuyos empleos y rentas en su mayoría provienen de actividades económicas que no son las del sector agroganadero.

 

El artículo publicado el 25/03/2019 firmado por las Ramaderes de Catalunya: "Carta abierta a los colectivos feministas que hicieron el manifiesto del 8M en Catalunya: una invitación al diálogo" (https://www.eldiario.es/tribunaabierta/Carta-colectivos-feministas-manifiesto-Catalunya_6_881621853.html) se dirigía a todos los colectivos y personas que elaboraron el manifiesto feminista de Cataluña 8Marzo de este año 2019. La respuesta pública por parte de feministas antiespecistas no se hizo esperar (15/5/2019 https://www.eldiario.es/caballodenietzsche/feminismo-antiespecista_6_887221272.html).

 

En dicha carta las ganaderas Ramaderes de Catalunya interpelaban críticamente el manifiesto feminista de Cataluña del pasado 8 de marzo por apoyar el veganismo antiespecista y por sentirse excluidas como ganaderas y mundo rural. Cuestionan la inclusión del veganismo antiespecista en las aspiraciones feministas por considerar que significa excluir de la lucha feminista a todo un entorno rural y a las luchas feministas que ahí se dan. Entienden que las explotaciones de la ganadería extensiva son parte irrenunciable del mundo rural y afirman falsamente que la alimentación vegana que propone el antiespecismo se basa en el actual modelo capitalista globalizado. Estas ganaderas reclaman la inclusión de la ganadería extensiva en las reivindicaciones feministas y afirman que los planteamientos veganos vienen del mundo urbano alejado del mundo rural. Incluso niegan las formas de explotación que sufren los animales no humanos en las prácticas de la ganadería extensiva.

 

Estas ganaderas hacen una aguerrida defensa de un sector económico particular, que a su vez es su forma de negocio y medio de vida: el de la pequeña ganadería extensiva. Los argumentos que emplean caen la tentación de confundir y suplantar los intereses antipatriarcales del feminismo por los particulares de una actividad económica como es la ganadería extensiva. Hacen una disimulada defensa del propio interés económico asociándolo indebidamente a ideas esencializadas de "feminismo" y de "mundo rural". Tratan estos términos como si fueran trascendentales normativos sobre lo que es o ha de ser "el feminismo", o sobre lo que es o ha de ser el "mundo rural".

 

El contenido del artículo en cuestión es muy agresivo al tomar el veganismo antiespecista como un enemigo a abatir mediante trampas ideológicas e incoherencias teóricas de bulto en el análisis. Hace una lectura interesado del "feminismo", como si acaso los feminismos se redujeran a uno o como si se asociaran automáticamente al hecho de que sean mujeres las protagonistas titulares de las explotaciones ganaderas. Desde el obvio conflicto de interés en el que están situadas estas ganaderas, hacen una defensa pública esencialista, idealizada y purificadora de las muy variadas prácticas que se esconden detrás del nombre de "ganadería extensiva". A su vez, esta es vista como si fuera parte indispensable de un "mundo rural" auténtico. Solo perciben maravillas y ganancias ambientales en la "ganadería extensiva” a la vez que callan las evidencias sobre sus daños ecológicos y sus lesiones a los derechos animales.

 

Desde los colectivos ecologistas que opten por ser autónomos e independientes de otros intereses y fuerzas sociales, económicas y políticas, conviene reflexionar críticamente sobre las realidades aludidas con el nombre de "ganadería extensiva” y con otros conceptos asociados, como por ejemplo es el de la "agroecología". A menudo estos términos se suelen usar homogeneizando las realidades prácticas a las que remiten, que pueden ser muy diversas, plurales y antagónicas. Pueden servir para ocultar la variedad de realidades socioambientales, políticas y legales, que hay detrás de tales denominaciones genéricas uniformadoras.

 

Si se emplean estos conceptos para dar forma a las aspiraciones ecológicas de cambio, conviene no convertirlos en mantras sagrados, fijos, intocables e incuestionables. Mejor contar con criterios objetivos claros que puedan identificar las prácticas ganaderas que se incluyen y las que se rechazan con tales denominaciones. El uso de abstracciones omniabarcantes e imprecisas puede servir de coartada engañosa para prácticas ganaderas que estén muy alejadas o se opongan al sentido original de tales términos. Conviene no eludir las definiciones claras y distintivas y el establecimiento de criterios precisos a la hora de identificar y diferenciar las prácticas ganaderas.

 

Nuestra identidad terrestre fundamental, ecológica y social, hoy pone por delante la difícil y urgente tarea de adecuar y armonizar las necesidades del conjunto social humano con las de los maltrechos ecosistemas, sus metabolismos y biodiversidad. Los fines ecologistas están en los intereses ecológico-sociales del conjunto social, sin subordinarse ni privilegiar los intereses de una particular actividad económica sectorial, como puede ser la ganadería extensiva. Por ello las reivindicaciones ecologistas no han de convertirse en correa de transmisión de intereses económicos particulares, como pueden ser los del sector económico de la ganadería extensiva. Es decir, en respuesta a los muchos males ecológico-sociales asociados a las formas de producción y consumo de la ganadería industrial, las necesidades socioecológicas no necesariamente pasan por los intereses de la "ganadería extensiva" como solución única para todo momento y lugar.

 

El vegetarianismo y el veganismo son alternativas a los antiecológicos hábitos del consumo cárnico y a la producción de la ganadería industrial. Socialmente y culturalmente cada vez hay más gente que opta por patrones alimenticios sin proteína animal, por motivos de salud, de derechos animales o ecológicos. Desde el tejido ecologista y sus luchas y reivindicaciones, no es sensato callar, devaluar o censurar las opciones vegetarianas y veganas para priorizar los cambios con un único carril: la "ganadería extensiva". Son muchos los estudios que aportan evidencias empíricas en favor del vegetarianismo y el veganismo a la hora de favorecer la salud del conjunto humano y la ecología.

 

Poner por delante el conjunto socioecológico y no un particular sector económico, resulta obligado si tenemos en cuenta nuestra condición planetaria privilegiada de "estómagos llenos" en sociedades sobredesarrolladas. Sin caer en la trampa metonímica de sustituir el todo (el conjunto humano-ecología) por una parte (la "ganadería extensiva"), los colectivos ecologistas han de reconocer el gran valor ecológico presente en los cambios alimenticios, culturales y valorativos asociados al vegetarianismo y veganismo. Esta nueva cultura socio-natural y sus patrones alimenticios pueden ser los más solidarios y justos con la gente y con la Tierra si vienen de formas locales de agricultura ecológica. Aunque obviamente esto no les venga bien a los negocios de las explotaciones ganaderas de cualquier tipo, extensivas o intensivas.

 

Pueden tejerse numerosas alianzas entre ecologistas, animalistas y feministas antiespecistas. El mundo ecologista en su diversidad, no ha de empeñarse en arrinconarlas y ha de dejar de buscar el polvo y las piedras en los zapatos de animalistas y veganxs, como tristemente han hecho las Ramaderes de Catalunya en su interpelación pública del manifiesto feminista del 8 de marzo. Son infructuosos, incoherentes y debilitadores estos intentos de invalidar la gran fuerza de muchas propuestas y protestas animalistas, que son universalistas e inclusivas en lo que tienen de mejora y bienestar conjunto, para humanos y no humanos. Son posibles y deseables las coincidencias entre ecologistas y animalistas, puesto que el veganismo y el vegetarianismo adoptan posiciones y metas ecológicas en los cambios alimenticios, más allá de que lleguen a ellas por diferentes motivaciones, como por ejemplo son los sentimientos y las racionalidades morales sin prejuicios antropocéntricos y especistas.

 

Es un gran desatino intelectual, político, cívico y estratégico para cualquier grupo que se considere ecologista, el poner la "ganadería extensiva" como meta única alternativa a los horrores ecológicos implicados en la ganadería industrial. Contrariamente, si ponemos los pies en una Tierra cada vez más contaminada e inhabitable, las aspiraciones ecológicas de máximos están en el abandono de la producción ganadera y del consumo de carne. Aquí las alianzas entre ecologismo y animalismo son obligadas, una asignatura pendiente.

 

Aunque la pequeña ganadería extensiva en general puede acarrear menos daños socioecológicos que la ganadería industrial, no se han de desestimar las muchas concreciones particulares de las actividades reales a las que nos referimos con la palabra "ganadería extensiva". Conviene recordar que la "ganadería extensiva", al igual que la "agroecología", refieren a actividades productivas que carecen de una regulación legal pertinente en nuestro país. Este vacío político y legal en la definición y protección de lo que ha de considerarse ganadería extensiva y agroecología ha de cuestionarse, puesto que abre la puerta a numerosos engaños y fraudes sobre las condiciones reales de producción. Los productores ganaderos y los sindicatos agrarios constituyen un fuerte lobby de presión política precisamente para que continúen desreguladas estas actividades económicas, haciendo posible que tales denominaciones puedan usarse perversamente para beneficiar a prácticas agroganaderas propias de la ganadería industrial. Al estar motivados por las prioridades economicistas se oponen al establecimiento de criterios legales estrictos que regulen específicamente las condiciones que han caracterizar las actividades de la "ganadería extensiva" y la "agroecología". Ocurre a menudo que detrás de la consideración de "ganadería extensiva" suelen esconderse prácticas ganaderas muy variadas y dispares, con muchas zonas opacas y grises, mixtas e intensivas, en piensos, pastoreo, engorde.

 

Aunque la ganadería extensiva en general pueda ser ecológicamente menos dañina que la intensiva, no necesariamente es mejor que el veganismo defendido por los colectivos animalistas antiespecistas. Además, cualquier pretensión de suplantar la producción de la ganadería intensiva por la extensiva carece de todo realismo debido a la colosal escala implicada en la producción de la ganadería industrial y el consumo que abastece. Sería una hecatombe para los bioterritorios y para los menguantes y enfermos ecosistemas y la biodiversidad.

 

Desde el ecologismo ha de abrirse paso un sabio hermanamiento entre ecologistas y animalistas. Este acercamiento podría comenzar con el reconocimiento de que los fines bienestaristas establecidos en la letra de la legislación, el llamado "bienestar animal", solo son insuficientes avances de mínimos, no de máximos. Como nos recuerdan las denuncias animalistas, el bienestar animal permite entre otras muchas cosas: la sobreexplotación animal y la amputación radical de biografías y vidas individuales bajo los imperativos del rendimiento en beneficios económicos a corto plazo. Los mínimos legales establecidos en favor del "bienestar animal" son compatibles con arrebatar tempranamente la vida de una criatura, que es el bien más preciado de cada animal y constituye el interés individual más vital y arraigado instintivamente en favor del disfrute de una vida larga, digna y saludable, acorde con las características de cada especie e individuo.

 

Poco o nada tiene que ver el "bienestar animal" con las metas planteadas desde la potente filosofía política, ciudadana y moral de los "derechos animales". Estos otorgan un valor intrínseco a cada individuo animal nacido en el caso de animales sintientes dotados de complejas capacidades cognitivas y de experiencias subjetivas. El paradigma de los derechos animales, al contrario que el del bienestarismo, se opone a la consideración cosificadora, especista y antropocéntrica de los otros animales. Manifiesta un radical rechazo moral a que los animales sintientes sean tratados como simples recursos esclavos al servicio de utilidades humanas de todo tipo, o como simples cosas, o como propiedades que dan todos los derechos a sus dueños. La perspectiva de los derechos animales desde hace décadas se elabora y apuntala desde el plano intelectual y académico los mejores conocimientos científicos multidisciplinares disponibles, es alimento que da fuerza y coherencia a las luchas sociales animalistas. Por tanto, las demandas bienestaristas presentes en las normativas legales, tan bien acopladas como están a los intereses crematísticos en el actual contexto de la globalización económica expansiva, no han de tomarse como aspiraciones de máximos, ni tampoco han de ser la base argumentativa para las protestas y los cambios.

 

En este sentido, desde el ecologismo pueden jerarquizarse los cambios buscados reconociendo el gran valor del vegetarianismo y veganismo, o del feminismo antiespecista, dándoles el protagonismo que merecen como parientes próximos que son al hacerse portavoces de las necesidades socioecológicas más urgentes. Al tiempo también se pueden reconocer las relativas ventajas ecológicas y bienestaristas de otras ganaderías frente a la ganadería industrial, como pueden ser la ganadería extensiva, la ganadería ecológica de montaña, o la agricultura regenerativa que utiliza animales para cerrar ciclos de materiales y energía reciclando los desechos agrícolas vegetales.

 

Desde el movimiento ecologista, mejor será aceptar las coincidencias parciales y los solapamientos entre el movimiento ecologista y el animalista en materia agroalimentaria, también las brechas y los desacuerdos concretos donde los haya en otros terrenos. Mejor dejar atrás la infundada y arrogante posición de superioridad en nombre de la "ganadería extensiva" como solución única. En este camino podrán multiplicarse las sinergias ecologistas-animalistas-feministas, como las que pueden darse en las luchas contra la sobreexplotación ecológica y animal de la ganadería industrial y contra el carnismo.

 

MARA CABREJAS
Profesora de sociología de la Universitat de València
mara.cabrejas@uv.es

 

Partager cet article
Repost0
26 juin 2019 3 26 /06 /juin /2019 17:22
La falsa reducción de CO2 en España

David Hammerstein
 

LEVANTE-EMV
24.06.2019

España logra reducir las emisiones de CO2 un 2,2% en el 2018», así suelen contarlo los titulares de prensa. Esta «buena noticia» sobre una leve reducción de nuestra huella destructiva sobre la atmósfera se atribuye principalmente al sector eléctrico. Se nos dice entonces que después de un buen año de lluvias el mix eléctrico ha tirado más de la energía hidráulica y de las renovables.

 

Pero esta bajada de emisiones es rotundamente falsa y además, es imposible. En el 2018 la economía española creció un 2,6% y el consumo creció un 2,4%. Si en este contexto de crecimiento de la economía material realmente hubieran bajado las emisiones de CO2 estaríamos ante un relativo desacoplamiento entre los ritmos de las emisiones de los gases climáticos y los del crecimiento económico. Pero es engañosa esta supuesta disociación entre los incrementos del Producto Interior Bruto (PIB) y las emisiones contaminantes. La razón de ello está en la trampa contable con la que operan los cómputos oficiales, que sistemáticamente eliminan una parte importante de las fuentes de emisiones tóxicas climáticas de la economía española: las generadas a lo largo del ciclo de vida de los materiales y productos de consumo, que abastecen nuestra economía expansiva y globalizada. Estos materiales vienen de cualquier parte del mundo, se extraen, se transforman, se trasladan, se importan, se consumen y se excretan como residuos a lo largo de todo el proceso económico.

 

Nuestras sociedades opulentas tienen una parte oculta muy grande e invisibilizada. Tenemos una «ecología-en-la-sombra» porque explotamos y degradamos recursos naturales alejados y fuera de nuestros territorios mediante una deslocalización de muchas actividades de nuestra economía «sucia» hacia el Sur Global.

 

El maquillado instituido en el diagnóstico de las emisiones de CO2 constituye un sesgo premeditado practicado por gobiernos, expertos e instituciones de todo tipo para reducir como sea las escandalosas cifras de emisiones tóxicas causantes del drama del sobrecalentamiento climático de la Tierra. Así se quiere aparentar que se dan «mágicas» reducciones de las grandiosas cifras de nuestra economía consumista en guerra contra la Tierra, la biodiversidad y el mismo futuro humano.

 

Los datos manipulados sobre las emisiones de CO2 de nuestras economías también excluyen la masiva economía turística y comercial, como son los vuelos internacionales y el transporte marítimo de mercancías, cuyas sustanciales y crecientes emisiones siguen invisibilizadas en tierra de nadie. No son computadas en las cifras oficiales las emisiones de CO2 de zonas eminentemente turísticas y comerciales, como es el caso de València.

 

Según los estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI) se estima que cada subida de un 1% en el PIB mundial está asociada a un aumento medio de un 0,4% en emisiones globales de CO2. Es decir, trasladándolo al caso de España habría que reconocer que las emisiones de España en el 2018, no solo no se redujeron sino que aumentaron en más del 1%. La Comunitat Valenciana, con una subida del PIB en el 2018 del 2,1% habría tenido un aumento de emisiones de CO2 del 0,8%. Esta desgraciada tendencia de aumento de los daños climáticos de nuestra economía es coherente con las previsiones del FMI para el 2019. Estas estiman un incremento del PIB mundial en un 3,3%, que también se acompañará de un crecimiento global de las emisiones tóxicas de un 1,4%. Muy mal va la «lucha contra el cambio climático».

 

Recientemente, un estudio de la ONU (https://rmr.fm/informes-especiales/informe-cientifico-de-panel-de-onu-alerta-sobre-devastacion-ambiental-historica/) ha confirmado que la mayoría de las actividades extractivas mineras, agrícolas y forestales se llevan a cabo en el Sur Global y representan el 50% de las emisiones globales de CO2, que a su vez son causantes de más del 80% de la pérdida de biodiversidad del planeta. Se trata por tanto de factores muy determinantes en el empeoramiento de las cifras claves sobre nuestra enfermedad climática, como son los niveles de emisiones a escala mundial y como es la concentración de CO2 en la atmósfera global. Precisamente son las estadísticas climáticas españolas y europeas, maquilladas y edulcoradas, las que esconden la realidad de los impactos acumulados procedentes de esta economía extractiva global.

 

Por ejemplo, consideremos el transporte por carretera. Las emisiones de los coches y camiones en España y en la Comunitat Valenciana subieron el 2,7% en el 2018, lo que constituye una muy mala noticia. Sin embargo, el crecimiento de las emisiones del parque de vehículos y de la industria automovilística sería aún mucho más dantesco si los indicadores y las cifras de contaminación atmosférica incluyeran también las masivas emisiones implicadas en el ciclo extractivo y de producción de piezas, como son las planchas de acero, aluminio y hierro, o de las baterías en sus componentes importados de Asia para los vehículos que luego se montan aquí o se importan. Hay que tener en cuenta que para estos procesos industriales casi toda la minería, la siderurgia y la fabricación que se hace en China, India y otros países, se alimenta de la quema del carbón y sus enormes consecuencias en males climáticos no son registradas en nuestros cómputos «nacionales» de CO2 español a pesar de importar masivamente estos productos y materiales. Se podría decir lo mismo de otros muchos productos importados, como los que provienen de los sectores de alimentación, textil, teléfonos móviles y ordenadores, cuyas emisiones reales de CO2 están simplemente desaparecidas del registro y la contabilidad de los países ricos. Mientras que muchos son los gobernantes que se congratulan de lo «limpios», «descarbonizados» y «verdes» que son sus países del Norte, las falsedades contables de este «nacionalismo metodológico» descuentan indebidamente la base material subcontratada de nuestro insaciable consumismo.

 

En suma, hay que decirlo fuerte y claro: España no está reduciendo sus emisiones climáticas sino que las está aumentando. Este engaño social orquestado busca alargar los plazos temporales del crecimiento material inacabable, al tiempo que quiere calmar a una ciudadanía cada vez más sensible y preocupada frente a la emergencia climática.


Las élites políticas y económicas siguen negándose a admitir realidades cada vez más palpables: que nuestras sociedades de consumo son la causa principal del colapso ecológico y climático. Un primer paso imprescindible que han de dar las autoridades políticas es decir la verdad sobre nuestra trágica situación climática.

DAVID   HAMMETSTEIN

Partager cet article
Repost0
28 mai 2019 2 28 /05 /mai /2019 00:01


by David Hammerstein


“… the main lesson to be learned from the collapses of past societies
is that a society's steep decline may begin only a decade or two after
the society reaches its peak numbers, wealth, and power.”
Jared Diamond, Collapse 1


One of the fallacies in our unrealistic thinking about the future is the
idea that renewable energy can substitute the fossil fuels that have
been the basis of economic growth over the last two centuries. The
“100% renewables” slogan suggests that all we have to do is change
energy technologies in order to go on with business as usual. This
techno-optimist marketing spin reinforces a certain social
complacency, leading us to grossly underestimate the great
challenges that a real energy transition would pose. The global
collapse of our environment and our climate demands much more
than a change in our energy production model. It requires us to
question the basic premises of our extractive models of agriculture,
industry, tourism, transport and construction. 2


A simple ’tech-fix’ approach to renewables is promoted to avoid
structurally challenging the basic premises of our growth-dependent
and extractive economies that cause most of the current lifethreatening
climate disorders and extinctions. We can only approach
100% renewables in a socially fair and environmentally sustainable
world if we substantially reduce our use of energy and resources by
shrinking our physical economies, especially among the wealthiest,
most consumerist 20-30% of the global population. This de-growth of
our economies is not possible only by means of technical efficiency
measures. It requires major political change and state regulations in
favor of sufficiency and the preservation and regeneration of the
global natural commons. This is a daunting task. 3


Today, solar energy and wind energy represent only around 2% of
our global energy mix, while fossil fuels supply over 80% of our
energy needs. A rapid substitution of fossil fuels by these renewable
sources would demand a war-like mobilization of people and financial
means that today is nowhere to be seen on the political horizon. Our
energy transition has not even begun in earnest while our window of
opportunity for slowing catastrophic climate change is rapidly closing.
Today 98% of global trade, 100% of aviation, 99% of vehicles, 99% of
construction, over 90% of agriculture and the vast majority of
household heating are powered by fossil fuels. The increase of
renewables, which is around 5% of current energy production (mainly
hydroelectric power and biomass), is almost exclusively focused on
electricity, even though electricity only represents 18% of global
energy use. The other 82% is used mainly for heating, transport,
industry and agriculture, among other activities. In total contradiction
to what is now needed, global energy demand grew 2.1% in 2017
while CO2 emissions rose 1.4% amidst growing and more desperate
calls for drastic CO2 reductions from the scientific community.4,5
To be realistic about our energy crunch, we must first exit the denial
consensus. Due to ecological constraints, our present growth-driven
and expansive economy based on cheap fossil fuels cannot be
maintained. We are living the beginning of the end of a historical
anomaly of sustained economic growth based on access to
abundant, easily accessible fuels and other raw materials. But it is
precisely this economic growth that has facilitated the growth of
liberal democratic societies and the consolidation of individual
freedoms and human rights. The structural lack of sustained global
economic growth, coupled with climate change, resource scarcity and
ethnic conflicts are stressing our democratic liberal societies. These
situations are increasingly exploited by extreme right-wing
authoritarian and populist movements.


Major political, economic and cultural shifts towards sufficiency,
self-contention, sharing, social equality and redistribution of
wealth need to take place to avoid violent societal collapse.
Nevertheless, we can still try to mitigate or prevent this crisis. We
need to consciously slow down and re-orient our economies toward
re-localization of production and the regeneration of communities
and nature. If we start now, the down-scaling of our economies can
be done in a relatively organized and fair way, with relative social
acceptance.

 

Major political, economic and cultural shifts towards
sufficiency, self-contention, sharing, social equality and redistribution
of wealth need to take place to avoid violent societal collapse
.

 

If we maintain our present expansive course we might very well be
condemned to an abrupt and chaotic economic stagnation that
protects the privileges of the most powerful and locks out the
majority of the population by means of violence and repression.
Most political leaders have placed all their money on one very
improbable bet: the world economy will continue to grow indefinitely
thanks to some miraculous technological inventions that have yet to
be invented. This flies in the face of overwhelming scientific evidence
of humanity’s tremendous overshoot of the Earth’s carrying capacity.
Our leaders cannot act responsibly because they cannot escape their
world view of never-ending global competition, extraction and
economic growth that is impossible on a finite planet. They are
ideological prisoners of a diabolical pact: in exchange for a few
generations of intense economic growth with relative social wellbeing
and democratic freedom, we shall all be forced to accept some
form of autocracy in the context of environmental demise and
scarcity.


The energy transition to confront climate change is not mainly about
increasing renewable energy production but about quickly reducing
CO2 and other greenhouse gases: it is not principally about doing
good things but drastically and urgently reducing the bad. More
renewables does not necessarily mean less use of oil or gas nor less
ecological destruction of our life support ecosystem. More electric
cars does not mean less oil consumption by conventional cars, more
organic food production does not mean less use of pesticides by
intensive agriculture, more recycling and re-use does not mean less
resource extraction. A “circular economy” that does not reduce the
total volume of resource extraction can create an illusion of
sustainability as explained by the “Jevons paradox”. 6  To make a
difference, renewables must substitute fossil fuels quickly and to the
greatest degree possible, while overall energy and resource
consumption must be reduced drastically. This is a monumental task
that most politicians would say is totally unrealistic. But today’s
political realism has little to do with the needs of our future social-ecological
well-being. No political negotiation is possible with the enviornmental red-lines of physics, chemistry and biology.


 

More electric cars does not mean less oil consumption by
conventional cars, more organic food production does not
mean less use of pesticides by intensive agriculture, more
recycling and re-use does not mean less resource extraction.


 

Any positive energy transition also needs to take into account in its
cycle of life and value chain the preservation of biodiversity, fertile
soil, rivers, forests, oceans and aquifers. The production and use of
energy in industrial, agricultural and urban extractive activities
contributes heavily to the destruction of our basic life support
systems. It would be a horribly pyrrhic victory to finally achieve
plentiful, cheap renewable energy while our systems of life-support of
water, soil and biodiversity are fatally depleted and over-used in the
very process of constructing an energy transition.

 

Relative decoupling of economic growth from CO2 emissions is also a
false path. Today there is no decoupling of economic growth from
environmental destruction in absolute terms 10  and even the relative
disassociation of economic growth from the growth of CO2 emissions
is usually a statistical manipulation that does not count the emissions
produced or accumulated in imported materials, products and
services from every corner of the Earth. 7


The EU and the Tragedy of the Energy Anti-Commons


Climate change and many other ecological problems caused by the
use of fossil fuels are an example of the tragedy of the commons,
because the essential common resources of air, water, soil and
biodiversity are under-regulated, over-used, over-extracted and overexploited.
These problems are also paradoxically an example of a
tragedy of the anti-commons, because they are caused by unbridled
and intensive enclosure, extraction and privatization of common
resources. The influence of enormous energy companies on the EU
and its member states through corporate regulatory capture,
revolving-door corruption and strong lobbying strategies prevent
stronger regulation of our climate-energy commons and protect the
private rights of companies with dominant positions over key energy
infrastructures and services. Today there are still legal barriers to the
blooming and dominance of community-based or municipal
renewable energy.


While large, centralized energy companies are starting to invest more
and more in renewable sources, they are often not best suited for
alleviating our social-ecological dilemma, primarily because they have
little incentive to reduce overall energy consumption or to prioritize
the social engagement of local communities in their commercial
operations. The more energy they sell and the more energy is
consumed, the more profits they make. The more centralized and
rigid their physical and governance infrastructures are, the more
vulnerable and less resilient they are to crises.

 

Climate technologies that can play an important role in energy
transition are often not shared as quickly with countries in the Global
South as they could be. This is partly due to intellectual property
protections and a resistance to sharing know-how. In this conflict, the
EU fights to enclose climate technology knowledge, which should be a
common good, within United Nations forums (for example, the Paris
Climate Talks in 2015), giving priority to European private industrial
interests as opposed to calls from the Global South for more
affordable access to climate-friendly technologies.

 

There is a surprising over-confidence that the same centralized
energy model that got us into this mess is also going to get us
out of it.


In general, despite some recent positive legal change, the EU’s energy
strategy has been oriented primarily toward big energy companies
promoting large gas pipelines, giant energy infrastructures, and
modest CO2 reductions (still light years away from fulfilling global
climate needs). Despite the fact that more and more Europeans are
producing their energy locally or at home, most proposed European
market regulations and budgets have not prioritized community controlled
or self-produced renewable energy, they have not offered
sufficient financial support for community energy and they have not
sufficiently defended the right to re-sell electricity among prosumers
(at once producers of energy and consumers). EU policies have not
sufficiently supported community-based feed-in tariffs or micro-grid
infrastructures to support local renewables. Little has been done to
eliminate massive direct or indirect subsidies to large gas, coal and
nuclear projects.


There is a surprising over-confidence that the same centralized
energy model that got us into this mess is also going to get us out of
it. Instead it should be evident that without major social change in the
relations of power between large energy companies and the
common good, there will be no paradigm shifting energy change in
favour of equality, democracy and a radical reduction of emissions. A
much larger part of the EU energy budget should be earmarked for
community renewable projects and compatible infrastructures, with
broad citizen participation. This would help optimize resilient and
more flexible energy supply costs through more efficient, short, and
visible distribution loops while promoting flexible local energy
autonomy. With this approach the EU would “commonify” a
decentralised energy system as opposed to the current principal
strategy of commodifying a centralised one.


The commons approach points at a number of problems and
principles concerning renewables and the fight against climate
change. In order to mitigate and adapt to climate disorder we need to
focus on social and political strategies that prioritize solidarity,
sufficiency and limits. The natural commons is both the source and
the sink of our energy model. No one can claim ownership of the sun,
the wind, the sea or the air. While it belongs to no one, we need to
strongly and democratically regulate its use in a socially equitable
matter with the aim of maintaining a sufficient level of sustenance of
human and natural life.


 

For a successful and rapid transition of our catastrophic energy
model, we need strong political promotion of non-profit,
decentralised, citizen-owned distributed energy systems that
prioritise both consumer and climate profits over extractive
private profits based on more consumption.

 


In the context of global climate collapse, much greater energy
sobriety is a prerequisite of energy justice. Considering the finite
carrying capacity of our climate and biodiversity commons, there is no sustainable
way of alleviating energy poverty of people globally without at the
same time alleviating energy obesity in wealthier countries of the
North. When energy is governed as a common resource that is
pooled by a community that governs semi-autonomous
infrastructures, resilient sufficiency coupled with efficiency can take
priority over expansion, growth and profits. Local stakeholders
usually have very different interests from corporate shareholders.
Large, centralised and privatized energy technology is often not
appropriate for the real needs, the human scale of democratic
control of a visible, circular and resilient local economy. In contrast,
commons-based renewable energy is usually dimensioned to satisfy
basic social needs that respect bioregional limits, boundaries and
universal sharing.


Appropriate energy technology and knowledge developed with public
money also needs to revert back into the regeneration of the energy
commons by local communities (and with the Global South) through
open source technology transfer or socially responsible licensing
instead of being patented and privatised by private companies.
Personal data on energy consumption and habits also need to be
governed as a commons by local communities and municipalities
without data commercialization or marketing by digital platforms.
For a successful and rapid transition of our catastrophic energy
model, we need strong political promotion of non-profit,
decentralised, citizen-owned distributed energy systems that
prioritise both consumer and climate profits over extractive private
profits based on more consumption. This means lower energy
demand, greater social acceptance of new renewable installations
and a new cultural paradigm that breaks with big centralized market
lock-ins we have today, wherein most citizens cannot even imagine
receiving energy other than from large multinational corporations.
This means turning public investments upside-down with a major
shift toward localization. Instead of investing in giant centralised
interconnecting power lines, the priority should be aiding the
installation of community micro-grids where prosumers, producers
and consumers are allowed to share, sell and buy community-based
electricity production. This paradigm shift favours demand
management, much greater citizen consciousness of saving energy
and the building of flexible resilience. This must happen in the face of
future social-ecological chaos and impending climate breakdown by
investing in pooled district heating, renewable energy storage and
increased local autonomy.8


We need the application of an EU energy subsidiarity principle on all
levels of EU policy. This would mean that EU financing would be
conditioned to support fluctuating renewable energy installations as
close to the energy consumers as socio-economically possible. Large
interconnecting power lines should only be built after implementing
local and regional intelligent energy systems for fluctuating renewable
energy. Majority citizen/municipal ownership of all new energy
facilities should be supported by EU, national and local funding and
legislation. The EU´s trade, international cooperation and external policies should also support the same principles of the renewable energy commons globally.


The EU’s new “Clean Energy Package” approved in spring 2019 now
recognizes citizen energy communities as an essential part of the
energy transition. Now it is crucial that the rights of individual citizens
or citizens collectives are actively supported institutionally on all
government levels for producing, supplying and consuming
renewable energy without any discriminatory treatment in favor of
large private energy companies.9


The renewable energy commons is part of a larger strategy that at
once regenerates communities and the living world through
democratic governance, local control and common good values. The
global multiplication of these energy commoning initiatives can play a
key role in building the resilience, know-how and cooperation we
desperately need to face the enormous social-ecological challenges
of the coming years.

 

1. Diamond, J. Collapse: How Societies Choose to Fail or Survive
(Penguin, 2011).
https://www.penguin.co.uk/books/24872/collapse/9780241958681.html
2. Global Resources Outlook 2019, UN International Resource Panel.
http://www.resourcepanel.org/sites/default/files/documents/document/media/unep_3. ‘Green New Deal’?, qué ‘Green New Deal’?, Luis Gonzáles Reyes,
CTXT Magazine, April 3rd, 2019:
https://ctxt.es/es/20190403/Firmas/25368/green-new-dealtransicion-
ecologica-smart-cities-luis-gonzalez-reyes.htm
4. World Energy Investment 2018, report, International Energy
Agency. https://www.iea.org/wei2018/
5. Renewables 2018 Global Status Report, Renewable Energy Policy
Netork for the 21st Century. http://www.ren21.net/wpcontent/
uploads/2018/06/17-
8652_GSR2018_FullReport_web_final_.pdf
6. Polimeni, J. M., Kozo, M., Giampietro, M., Alcott, B. The Jevons
Paradox and the myth of resource efficiency improvements
(Earthscan, 2008)
7. Raworth, K. Doughnut Economics: Seven Ways to Think Like a 21st-
Century Economist (Random House Business, 2017)
https://www.penguin.co.uk/books/110/1107761/doughnuteconomics/
9781847941398.html
8. Wolsink, M., Hevelpund, F. et al. Local Communities and Social
Innovation for the Energy Transition, Workshop Booklet, Joint
Research Centre of the European Commission. 2018
https://www.researchgate.net/profile/Maarten_Wolsink/publication/329813977_Local_
Joint_Research_Centre/links/5c1bddb8299bf12be38ee546/Local-
Communities-and-Social-Innovation-for-the-Energy-Transition-
Workshop-Booklet-Event-Organised-by-the-European-Commission-
Joint-Research-Centre.pdf
9. Community Energy Coalition / Energy Cities, Unleashing the Power
of Community Renewable Energy, 2019 http://www.energycities.
eu/IMG/pdf/community_energy_booklet_2018_en.pdf
10. Hickel, J., Kallis, G. (2019) Is Green Growth Possible?, New Political
Economy, April 2019
https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/13563467.2019.1598964

Partager cet article
Repost0
23 mai 2019 4 23 /05 /mai /2019 17:53

The commons needs Europe and Europe needs the commons

We are living a virtual divorce between the principle of reality and the principle of imagination. Our societies are in the midst of such an intense, obsessive individualized determinism and fatalism oriented toward the market and economic growth that we are incapable of even imagining any alternatives to our major social and environmental problems. Almost all of our present utopias and even our ideas of good and bad are enclosed within the illusion of autonomous rational individuals making individual choices in which the usual indicator of success is mainly found in dull digital “likes”, shiny marketplace charisma and stark numbing consumerism.
As Byung-Chul Han has observed our massive obsession with digital screens has closed us off more and more within ourselves: “The digitalization of the world, which amounts to total humanization and subjectivation, makes the earth disappear completely. We cover the earth with our own retina, and in doing so we become blind to what is different.”

 

Our liberal democratic ideas of human rights have become intimately entwined with this fixation of “free” individual election of what to buy or, in other words, how to live. Our identities are often moulded by shopping and psychological self-realization in a world full of price-tags with the absence of any intrinsic value. This exhibitionist narcissism that feeds our egos has been put on steroids by digital social media to which we have surrendered our personal, even intimate, biographies to such a point that often we can´t even imagine a collective/political “we”. We even consider our individualized, emotional use of twitter, Facebook and Instagram as “freedom” when we are more controlled, marketed and herded than ever.

 

Here there are no possible politics of the common collective good; only the sum of individual, autonomous, self-serving human subjects in a frenetic hunt of fleeting, unstable emotional satisfaction and unlimited material gain. We are continuously sermonized that “all the problems are in your head and the solutions are there too”. Nothing else seems to have value nor voice nor worth. Our accelerated mental and physical pace tends to leave little time for community, reflection and contemplation which are prerequisites for collective political action in defence of the social and natural common good. Time is atomized by the eternal present of many short-lived, superficial experiences, often digital, that usually exclude patient ponderation of the present or reflective dialogue about the future. This individualized caging of choices that encloses our imaginations and separates us from “otherness” also tends to marginalize collective political action, community involvement or what can be considered “moral multiplication”.

 

Shockingly we are approaching probable ecological and social catastrophes without any clear collective alternatives on our political agendas and our moral imaginations are usually blank. We are running toward the cliff as if we were oblivious to the impending fall. What is offered by our liberal elites, the media and our institutions is just more of the same “growth, global competition and buying power” with some minor techno-fix “green” tweaks and loud, usually incoherent rhetoric about enlarging individual rights for women, without any significant structural changes to our profit dominated, extractive economies and growth-oriented political priorities. The consideration of underlying causes of major problems has become taboo in our dominant political culture.

 

Only worse. In the context of this “there is no alternative” mantra we are losing the capacity to apply a morally inclusive perspective to others and to nature. This adiaphoria or moral indifference can be seen in the callous, fearful response by a large segment of Europeans to the waves of immigrants who are seeking refuge, a rise in nationalist populism and in the suicidal consumerism that expresses a lack of practical sensibility toward other living species, and to nature in general. This highly selective moral sensitivity toward otherness, be it people or nature, responds to the same perceived goals of short-term self-interest, personal security and the dominant narrative of personal financial gain at any cost. In general, empathy seems to be losing ground.

 

Contrary to the tragically impossible “the sky is the limit” frenetic spin of commercial globalization, the imagination of the commons, is about a realistic “landing” in concrete territories/communities with rules, relationships and more solid connections compatible with visions of universal health, global ecological well-being and equality. Unfortunately, these inclusive futures have practically been pushed off our political and personal agendas.

 

We tend to be immersed in varying degrees of cognitive dissonance or contradictory “double-binds” in which our daily life and institutional priorities have little to do with our declared moral values. Due to the atrophy of our social imaginations a wave of pessimism concerning the future has engulfed us. Beyond the false panaceas of techno-fixes and scientific miracles or the obsession with individualized media reality-show case-studies, there is little social debate about how we should organize and live differently in the future. There is also a worrisome and unsubstantiated over-confidence that the relative institutional, social and economic stability we have experienced in Europe over the past 60 or 70 years thanks to cheap and easily accessible fossil fuels and other raw materials extracted from the Global South will continue indefinitely into the future. Amidst today´s volatile, insecure economies many “progressive” and left Europeans look back with nostalgia at the baby-boom generation of life-long job stability, social safety nets, sustained economic growth and upward mobility but at the same time they sense that there is no going back.

 

In this context there are two dominant options in our political landscape that seem to be starkly different. On one hand we have various degrees of reactionary populism led by Trump, Orban, Bolsanaro, Brexit and on other hand we have “progressive” globalized liberalism represented by most of our liberal and traditional “left” politicians. Reactionary populism plays the card of a delusive return to national sovereignty in face of the loss of national control caused by globalization along with a toxic cocktail of privatization, xenophobia and a glorification of “traditional values”. On the other hand, “progressive” neoliberalism combines a defence of globalized free trade, economic growth and further extraction of our natural world with a defence of formal human rights(including women, LGTB, immigrants, ethnic minorities and civil liberties in general), often in a narrow exercise of “identity politics” based on equal opportunities in the market, meritocracy and non-discrimination that garner significant support from the political left. But this exclusively individual rights approach to feminism, gay rights, ethnic/national minority rights in the context of our cut-throat global market economy is perceived by a some Europeans that support right-wing populism as threatening campaigns to gain a bigger piece of the economic pie for small minorities of certain groups. The liberal approach to individual rights does not commit to any structural changes in favour of social equity nor any greater democratic community self-defence to control the excesses of the globalized economy. Both dominant camps depend on an unwavering commitment to continuous unlimited growth with greater material and immaterial extraction to carry out their programmes. The globalization camp does propose some weak technological adjustments or misleading “decoupling” (more material growth with relatively less impact) proposals to deal with climate change while the right populist camp just tends to ignore or deny evidence of ecological collapse.

 

Both of our majority political narratives accept a value system based on the amount of money and material resources extracted and spent by the private sector and the labor market. Both are of the opinion that the principal debatable questions are how much the state should tax private profits and how the state can afterwards redistribute more or less this income. They are both focussed on increasing the size of the economic pie, not on the ingredients nor the relational mix, nor even how the ownership of the pie is cut up and pieces are distributed. Most importantly, both proposals are not viable on a finite deteriorated planet with the less and less margin for economic growth based on cheap resources, cheap credit and cheap labour power.
Populist right-wing movements also cynically exploit and criticize the tremendous power of global industry and finance that has grown far above and beyond the autonomy of both our national governments as well as weakening the capacity of organized citizen control and accountability. This has fueled a sense of powerlessness, frustration and disaffection from democratic institutions that will not be solved by their chauvinistic calls for a return to national sovereignty but instead by supporting translocal policies on a European level that help strengthen community-based peer-to-peer economies, cultures and social organization.
Despite the terrible scientific warnings about climate breakdown and the coming collapse of our social, food and energy systems we remain paralyzed by the inability to even consider that our collective near future could be very different from the model of relative prosperity and social improvements we have experienced in the last 60 years that has also paradoxically driven us into our present systemic predicaments. Our narrow minded political and cultural elites cling firmly to the status quo of our exploitative growth model as the only means of maintaining a fragile social peace. But from increasingly worrisome environmental indicators and recent social unrest around the world we can already realize see that our current extractive, growth model is soon approaching its expiry date.

 

The problem is not finding a new spin to try to sell the same policies with a shiny wrapping. . Instead, we are referring to a substantive shift in politics and morality from almost uncritical support our present top-down state-market collusion to a determined incremental support and defence of the social, cultural and natural commons based on community control, horizontal democratic processes and a decentralization of a large part of our economies. This means a major social-ecological revolution where material growth is progressively substituted by equality, sharing and caring.

 

How can an alternative be built outside of today´s two dominant options that often moves many people to choose the lesser evil? How can we promote imaginative pro-commons politics that dares to desire what does not yet exist by thinking and building alternatives outside the box?

 

The commons approach attempts to confront what is basically a two pronged challenge: de-constructing the false sense of abundance that is driving our extractive destruction and overcoming the absurd artificial scarcity of abundant cultural/scientific/technological knowledge, enclosed by patent and copyright monopolies, that could be shared globally with great social and environmental benefits.

 

One solution as proposed by George Monbiot is to shift resources from the state and the market into the commons or, in the words of Kate Raworth, “pre-distribution” of material/immaterial resources to go beyond traditional “end of the pipe” redistribution of wealth by means of taxes for public services. The crucial previous questions usually sidelined by our elites are “who will supply my electricity, my food or who will make my soup or take care my elderly family members”. The commons is about progressively liberating territories from the state-market growth obsessed duopoly into a caring, common good economy centred on households, cooperatives, small businesses, neighbourhoods and civil society. Here the role of the state should be diminished but instead progressively transformed.

 

While the commons is far from a panacea nor a utopian all encompassing paradigm, commoning based on sharing, reciprocity and exchange in local communities is one way of strengthening collective identities without resorting to nationalism. At the same time commoning on the ground builds alternatives to the dominant egotistical mental infrastructures that are crippling our ability to build a different future. The commons movement can offer some important responses to the illnesses of narcissistic consumerism, moral indifference, growth obsession and the shrinking of our moral imaginations. Despite their small-scale often marginal nature, commons initiatives in the spheres of local democracy, land-trusts, open internet governance, renewable energy, food cooperatives, nature stewardship, collaborative science, co-housing and open culture, among many others, can be both a showcase and a vanguard of alternative community values. It is one positive way of being the change we want.

 

The commons recognizes a very different value that is both well-suited for responding to the loss of control of local communities by the economic globalization and to organize the material de-growth imperiously needed in the face of our ecological/climate emergency. Though it may not be monetised the commons constitutes a significant part of societal well-being represented by collaborative co-creation and peer-to-peer governance in academic research, energy production, nature protection, health, creative sectors, drug development, and digital innovation. Unfortunately, the value of the commons is largely ignored by most policymakers and institutions, resulting in the atrophy of such social and environmental value-creation or, even worse, its appropriation by large investors and corporations.
Across Europe and the world, more and more people are co-governing and co-creating resources. Whether in small local initiatives or in larger networks, new civic and economic structures are moving beyond the rigid dichotomies of producer and consumer, commercial and non-commercial, state and market, public and private, to construct successful new hybrid projects. The commons use voluntary social collaboration in open networks to generate social-environmental value, in ways that large markets and exclusive private property rights do not and cannot. Sometimes local commons initiatives are sparked by the hardship created by economic crisis, or in response to political powerlessness, or just fuelled by the need for social-ecological connectedness.
Michel Bauwens calls for pro-commons policies because the “market has to be transformed to serve the commons, from the extractive to the generative model, from an entre-preneurial model ('taking in between') to a entre-donneurial model ('giving in between': how can we create livelihoods that sustain commons and their contributors); and a 'partner state' which creates the right frameworks so that every citizen have the same potential to contribute and use the commons.” Commoning is about departing from extractive, high-accumulation capitalism and prioritizing the common good goals of global solidarity, environmental responsibility and inclusive local cultures.
Fortunately, the seeds of commons oriented bottom-up change are already being sowed in projects in energy, food, science, transport, education and internet, among others. But small localised examples are, of course, not enough, and they are usually unable to compete with giant extractive business models that are nurtured by laws, protected by massive lobbies and subsidized directly or indirectly by the state. This means the commons has to become a factor in changing institutions, and that a “new politics” needs to emerge to take into account new transformative demands. This is an urgent but daunting task.
Today´s politics is about the globalization of extraction and production; the commons is usually about the localization of our physical economies. Politics sees value in GDP, patent driven “innovation” enclosure, stock-market shares and global trade figures while the Commons sees value in community and social cohesion, sustainable ecosystem governance, peer to peer cooperation and open access. Whlie the commons stresses horizontal democratic processes for the sustainable governance and stewardship of resources, communities and social value, most politics is about legitimizing highly hierarchical institutions, commodified extraction of all kinds of material and immaterial value and increasing competitiveness in a globalized economy. The commons is about sharing what is light (knowledge and design) globally and producing what is heavy locally while our dominant political sphere is about enclosing cultural and scientific know-how for profit at home while outsourcing/externalizing the exploitation of people and nature to every corner of the world.

According to a 2015 report published by the European Committee of the Regions, a “commons-based approach means that the actors do not just share a resource but are collaborating to create, produce or regenerate a common resource for a wider public, the community. They are cooperating, they are pooling for the commons”.ii This means helping people and communities to generate and regenerate urban, cultural, and natural commons as active citizens, producers, designers, creators, care-takers, local organic farmers, and renewable energy promoters. It also means embracing an open knowledge economy while promoting the Internet as a digital commons based on open standards, universal access, flexible copyright rules, decentralised internet infrastructures, and democratic governance. This also means changing existing EU public procurement, services and competition rules in order to support regional-municipal public-civic initiatives for decentralized energy, local organic food production, community knowledge governance, open culture programmes and cooperative housing. To defend the commons we also need EU laws to radically limit the power of giant digital and financial platforms that gentrify and over-extract value from our cities.
We are speaking of turning things upside down. Today in the EU and its member states an enormous labyrinth of laws, budgets and cultural narratives tend to reinforce a socially polarized centralized, globalized and financialized approach to how we organize our societies. In contrast, commons oriented political proposals aim at radically limiting the activity of globalized extractive and polluting businesses and shifting support for decentralized regional, municipal and community governed social economic activities. These would be policies of decentralized community resilience globally, including turning around EU development and trade programmes, in face of future immigration, climate and financial instabilities.
Within the EU this means a major shift in priorities toward facilitating, financing and legislating for small-scale often municipal-driven commons initiatives, public-civic partnerships and peer-to-peer cooperatives for supplying food, energy, culture and all kinds of services. New bottom-up policies would strengthen community identities on the ground as a practical counter-weight to widespread feelings of powerlessness in face of neoliberal globalization. A myriad of small projects rooted, owned and regenerated in neighbourhoods across Europe could be inspirations for reinvigorating a European project that is usually identified with distant elites, giant industries and globalized players. For our democratic processes it means complementing representative democracy with novel forms participatory democracy such as sortition, citizens conventions, digital legislative participation and greater transparency.
But are the commons and politics a contradiction in terms?
Many commons initiatives often just want to be left alone. Often commoners correctly see the political sphere as much more a part of the problem than as a part of the solution, as a promoter of barriers as opposed to a partner. The EU is considered as a far away, complicated bureaucracy that is almost impossible to negotiate through. Sometimes in local commons projects we see a mixture of just plain disinterest and a feeling of moral superiority that one´s localized, on the ground project is the embodiment “of the real change I want”. On the contrary, we desperately need to overcome this “stop the world I want to get off” attitude in order to radically upscale local food production, community controlled energy, localized internet services, peer-to-peer social services, co-housing and open cultural and scientific knowledge.
But in some commons initiatives there is genuine concern beyond “not in my backyard” priorities about the state of the world´s pressing social-environmental problems. There is a need to network and politicize local initiatives with a common good discourse. The commons need to come “out of the local closet” and demand that state institutions support and prioritize in laws and budgets commons based solutions for health, energy, food, culture and transport. While millions of citizens have inspired a multiple of community and municipal based regenerative responses, strong effective transnational and translocal networking for new citizens based politics has yet to be formed.
Looking beyond the total dominance of market and the state, the commons can offer Europe and the world some important political responses to moral indifference, the lack of meaning and the death of our social imaginations.
Don´t mourn commonify.
Partager cet article
Repost0