COMENTARIO de Mara Cabrejas
En respuesta a la convocatoria del I Congreso Internacional sobre Sostenibilidad Curricular y Objetivos del Desarrollo Sostenible en la Formación Universitaria.
Organizado por los Decanatos de Ciencias Sociales, Magisterio y Filosofía y Educación de la Universitat de València.
Se celebrará en el Jardí Botànic de Valencia los días 6 y 7 de octubre de 2022.
Considero que la agenda y el compromiso con la sostenibilidad ecológica y social ha de reflejarse en la propia casa, en las prácticas cotidianas asociadas al mundo físico-natural y energético que son parte inevitable de la vida universitaria.
Han de superarse las declaraciones ceremoniales de principios para hacer florecer unos cambios reales bien concretos, coherentes y ambiciosos, que abandonen el reino de la insignificancia y la anécdota, que sean medibles y evaluables.
Incomprensiblemente la Universitat de València está a la cola en estos deberes colectivos que hoy son prioritarios, está a la cabeza de las prácticas y hábitos más corrosivos contra los bienes comunes de preservar y cuidar la salud de la comunidad universitaria, la ciudad metropolitana y los ecosistemas.
Resulta lamentable y carente de todo rigor, el hecho de que al tiempo que la Universitat de València en sus prácticas cotidianas instituye y fomenta la indiferencia y destrucción ambiental, biocida e insalubre para la comunidad universitaria y la ciudad de Valencia, a la vez pretenda liderar el aprendizaje de la sostenibilidad encorsetándolo en los contenidos curriculares y la carrera meritocrática de artículos, publicaciones y congresos .
Hoy nos encontramos ante el abismo de la hecatombe de los sistemas naturales y la biodiversidad, que son la fuente última de toda vida, salud y riqueza. Sin embargo, más allá de las declaraciones retóricas de principios abstractos en nombre de la sostenibilidad, la Universitat de València suspende radicalmente en responsabilidad ecológica, a pesar de la tragedia colectiva anunciada desde hace décadas por el mejor conocimiento científico disponible.
Cuanto más distancia existe entre los discursos y las prácticas, más grande es la infamia moral. El violento y anacrónico analfabetismo ecológico de la Universitat de València resulta bochornoso.
Nuestra época de emergencia crónica ante el colapso irreversible de los equilibrios ecológicos relativamente benignos para la vida y las capacidades bioproductivas de la Tierra, reclama con urgencia la responsabilidad y ejemplaridad ecológica, sobre todo por parte de las instituciones públicas académicas y científico-investigadoras.
La ejemplaridad pública ha de ir por delante cuando se trata de instituciones financiadas con el dinero ciudadano, no el cinismo ni la irresponsabilidad organizada.
En la Universitat de València, como ocurre en el resto de universidades, reina la desidia ecológica del cemento, el asfalto, el despilfarro energético, los residuos, y la producción intensiva de males socioecológicos; sin apenas espacio verde para los estudiantes, está sometida al imperio tóxico de los vehículos particulares y al efecto llamada de enormes extensiones de tierra tomadas como aparcamiento de acceso libre para coches y tubos de escape que contaminan el aire común y la tierra; edificios enfermos ajenos a la bioconstrucción, a los materiales naturales, a las obras y reparaciones no tóxicas de la construcción ecológica; grandes solares de asfalto sobre el suelo fértil para vehículos privados son ofertadas a estudiantes, técnicos y profesores como un bien "de calidad"; unas cafeterías, menús y máquinas expendedoras que son el reinado de la comida basura de pésima calidad cuyo origen es la agricultura químico-intensiva cargada de agrotóxicos que irradian enfermedad y muerte en humanos y no humanos (herbicidas, pesticidas, plaguicidas, nitratos, etc); inexistencia de menús ecológicos con alimentos locales, a pesar de la creciente producción ecológica de la agricultura valenciana; y un largo etcétera.
La simbiosis universidad-industria
y el sonambulismo científico/investigador
Hoy una tarea prioritaria de las universidades está en prestar nuevos servicios a los viejos socios industriales: investigar aquello que puede prometer beneficios económicos rápidos y suculentos mediante la autoridad del manto de “la ciencia”. Un nuevo aspecto de esta economía del conocimiento es la “asociación prescrita” entre la investigación pública del Estado y los particulares intereses de negocio y crecimiento económico. A esta férrea asociación entre las universidades y la industria no solo le interesan los investigadores, los proyectos de investigación y los candados privatizadores sobre los conocimientos fabricados, también captura equipos tecnológicos, laboratorios y financiación pública.
Las universidades y la investigación vienen sufriendo profundas redefiniciones de las antiguas funciones declaradas de ser lugares de “libre enseñanza e investigación”. Están en vía de extinción los lugares "protegidos" en los que podía florecer una relativa autonomía científico-investigadora. Los nuevos criterios de confiabilidad científica ponen en cuestión el hecho de que el logro científico dependa de la evaluación de los propios colegas científicos competentes en un surco intelectual específico. Se ha roto el antiguo ethos de una comunidad científica caracterizada por la lentitud del debate crítico abierto, la objeción racional y la interrogación sobre las proposiciones científicas puestas a discusión y falsación. Ahora triunfa la métrica acumulativa de publicaciones.
Llegar a ser investigador/a y hacer carrera obliga a someterse a esta simbiosis universidad-industria, nadie puede sustraerse a la gran movilización de medios que hace prevalecer este matrimonio. En todas partes se abren paso los valores economicistas, mecanicistas y productivistas de la flexibilidad, la excelencia, la innovación, la competencia, que tácitamente también quieren decir la eliminación de todos aquellos y aquellas que no se adaptan y no hacen lo necesario.
Este sonambulismo científico-investigador hoy refuerza un aspecto de la cultura científica heredada del siglo XIX que establece que si se cede a la “tentación” de prestar atención a aquello definido como el afuera de las prácticas científico-investigadoras, se condena la tarea investigadora. El científico sonámbulo es casto, evita la tentación de escuchar las cuestiones “subjetivas” y sociales del reino de las creencias y valores extra-científicos que desorientan sobre lo que es "verdaderamente" importante. Este sonambulismo ejerce un desprecio cultivado hacia los que enredan con interrogantes impertinentes que les hacen perder el tiempo y siembran la duda y la inquietud. Entregados como están en la prioridad de producir “huevos que resulten de oro” para los beneficios industriales cortoplacistas, no es esperable que este sonambulismo despierte en respuesta a los muchos estragos socioecológicos asociados a las propias prácticas científicas. Lo único que hasta ahora ha podido reunir a científicos/as de campos de conocimiento y paradigmas muy diferentes son los muros de separación levantados contra las opiniones, las creencias y los valores sociales y éticos que se definen como irracionales, subjetivos, influenciables, prisioneros de las ilusiones y apariencias.
Hoy el “verdadero" oficio investigador ha de ser sonámbulo. Los aprendices académicos e investigadores son formados para volverse sonámbulos que no deben despertar ante las controversias y los asuntos sociales que nos conciernen colectivamente. El tenaz entrenamiento que reciben les empuja a dedicar su tiempo a hacer avanzar la universidad en la carrera de la "excelencia y la innovación". Este sonambulismo científico-investigador exige asertividad para no vacilar a la hora de distinguir entre aquello que ha de importar y aquello que ha de ser desechado por considerarse ajeno, secundario o anecdótico.
Aunque los asuntos “sociales” incomodan mucho ya no son desterrados a la manera de las antiguas cuestiones teológicas y metafísicas, ahora se eliminan de forma oblicua y tácita. La demarcación de las cuestiones sociales “peligrosas” se ha ampliado con la creciente visibilidad de las maltrechas relaciones entre los metabolismos humanos y las entidades materiales y seres no-humanos, sus asociaciones y conflictos. Se tratan como “enemigos” a los que insisten en que los científicos/as se formulen preguntas incómodas sin tener el hábito fóbico de desecharlas automáticamente por verse inapropiadas. Se ven peligrosos los que les piden cuentas sobre aquellos asuntos colectivos que se definen en nombre de la racionalidad de la ciencia. Este ethos normativo del científico sonámbulo es fóbico porque separa y rechaza tajantemente aquellas cuestiones que define previamente como "no científicas". Este sonambulismo que necesita que lo que no puede contar no cuente, siempre está encaramado en un techo por el que deambula sin vértigo, sin miedo ni vacilación, sin hacerse preguntas que lo perturben y distraigan de las “nobles” tareas científicas.
Despertar al sonámbulo sería como matar al científico-investigador. La carrera meritocrática de la investigación sonámbula suele desechar los incómodos asuntos sociales mediante la pedagogía de las sonrisitas, las advertencias apenas veladas, o los rumores burlones a propósito de este o de aquel científico/a que “no tiene madera”. Ante la evocación de que los investigadores puedan hacer sus propias preguntas y tener el coraje de dejar de ser indiferentes ante los problemas más graves y las causas comunes, este sonambulismo conformista incrementa la rivalidad agresiva, el apego a ideales abstractos y la prostitución intelectual.
Virginia Woolf diagnosticaba como “prostitución intelectual” la docilidad de aquellos que, sin verse obligados como lo son otros asalariados, aceptan pensar y trabajar allí donde se les dice y como se les dice.
Mara Cabrejas
Profesora de Sociología de la Universidad de València
mara.cabrejas@uv.es
ovejascabrejas@gmail.com