¿Existen los lobbies “buenos” y los lobbies “malos”?
A propósito del estelar papel que realizan los influyentes y opacos actores económico-políticos llamados lobbies, el pasado 17 de marzo se emitió “El Lobby Feroz” en el programa televisivo de “Salvados”. Su presentador Jordi Evole abordó el debate sobre las actuaciones de numerosos grupos de interés que influyen la política europea al margen de mínimos criterios de transparencia, y en medio de un gran desequilibrio de fuerzas entre los lobbies que defienden los intereses comunes de la ciudadanía y los que defienden otros intereses particulares de cualquier otro tipo. Lo cierto y real es que se da una fuerte presencia de la influencia de los lobbies en la política europea y en concreto en el Parlamento Europeo, inundado como está por un ejército de lobbistas defensores de intereses industriales y comerciales de todo color que ejercen su trabajo de presión mediante muchas fórmulas, a menudo tan variadas como exitosas.
Mi participación en dicho programa televisivo ha sido en el papel de portavoz de los “lobbies buenos”, que aunque habitualmente son muy minoritarios en presencia, recursos y fuerza, también existen, están ahí y trabajan en condiciones de leonina asimetría y marginalidad alrededor de la agenda de las decisiones políticas y legislativas. Participo en el trabajo de presión e influencia que ejercen las organizaciones cívicas y consumidores que hacen defensa de los bienes y servicios del “interés común” frente a los intereses sectoriales perseguidos por los “lobbies industriales o comerciales”. La falta de transparencia y el enorme desequilibrio de fuerzas entre los lobbies malos y los buenos daña enormemente la credibilidad y legitimidad democrática de las instituciones europeas.
¿Y el interés común?
La frontera existente entre los lobbies malos y buenos es crucial, y no ha de pasar desapercibida ni debe ser borrada, a no ser que queramos naufragar y perder toda brújula de orientación en la búsqueda de avances en bienestar y mejora colectiva. Aunque curiosamente, esto fue puesto en duda por alguna de las afirmaciones del eurodiputado socialista participante en el programa de Salvados, quien sentenció que “el interés común es muy diferente según desde donde se mire”. Esta actitud de negación de la existencia de una clara línea de demarcación entre ambos tipos de lobbistas solo puede contribuir a una mayor confusión y manipulación social. Contrariamente, es de necesidad y salud democrática el que exista una visibilidad y un re-equilibrio de fuerzas que haga posible la existencia de muchos más lobbistas en favor del interés colectivo.
Esto se contrapone radicalmente a la falsa idea de que en nuestras sociedades plurales, llenas como están de desigualdades y divisiones sociales, solo se dan intereses particulares en lucha y competencia para conseguir ventajas comparativas. Bienes comunes y colectivos tan fundamentales y básicos, como son la salud, los derechos humanos, la libertad de expresión, el acceso a la cultura, los derechos digitales, la biodiversidad, el bienestar animal, la igualdad social, la igualdad entre mujeres y hombres, la protección ecológica de los sistemas vivientes que mueren aceleradamente,... todos son ejemplos de problemáticas que dañan bienes y servicios colectivos. El “interés común” tiene su lugar y existencia propia, separada de otros intereses y aspiraciones particulares, y puede estar amenazado o lesionado por el predominio de los intereses sectoriales y particulares. No ha de ser suplantado por los intereses particulares, y frente a las políticas neoliberales extremas y las fuerzas económicas transnacionales se hace más urgente su reconocimiento y defensa.
Se hace necesaria la existencia de lobbies fuertes en favor del “interés común” como contrapeso y freno al dominio ejercido por los distintos lobbies de intereses comerciales, particularistas o nacionalistas. Es verdad que los debates y la construcción de las opiniones políticas en sociedades tan plurales y desiguales como las nuestras están atravesados por numerosos conflictos de intereses, poderes, valores y creencias en confrontación. Pero la consideración del “interés común” no puede eliminarse de tajo en nombre del “todo depende desde donde se mire” ni del fuerte relativismo propio de la cultura posmoderna reinante.
El lobby feroz
La tarea de poder discriminar entre lobbies buenos y malos se hace necesaria y urgente. La fuente de financiación de los lobbistas y la finalidad específicamente política buscada es determinante para saber quien es quien en el semioculto mundo de los lobbies.
Resulta central el hecho de que un lobby sea financiado por una empresa determinada o por sector industrial que realiza una influencia política con la exclusiva finalidad de incrementar las propias ganancias económicas o de reforzar su cuota y lugar predominante en el mercado. Los principales lobbies industriales representan los intereses económicos de las grandes empresas que copan gran parte del negocio actual en cada campo de actividad (como por ejemplo son: Microsoft, Telefónica, Gas Natural, Coca Cola, Nestlé, Shell, Bayer, Monsanto...). Estos lobbies industriales luchan ferozmente en contra del cualquier cambio en el estatus quo legal que pudiera afectar o perjudicar su modelo de negocio, o que permitiera la entrada de nuevos competidores en el sector propio.
El talonario, el cóctel y las puertas giratorias
Los lobbies de las grandes industrias ejercen un impacto enorme sobre las leyes europeas que rigen ámbitos fundamentales de las sociedades. Con un talonario muy generoso las grandes empresas organizan para los legisladores europeos eventos de todo tipo, como son los cócteles, las cenas, los seminarios, los viajes, las exposiciones, los libros y panfletos, las enmiendas y proposiciones de ley... Un ejercito de sus “expertos”, “oradores” y “representantes” inundan los pasillos, las comisiones y oficinas de las instituciones europeas. Además, también hay ejemplos de presiones ilícitas, sobornos y financiaciones políticas.
Ya se ha convertido en algo demasiado común el bochornoso espectáculo de “las puertas giratorias”, que consiste en que muchos eurodiputados y altos funcionarios de la Comisión Europea trabajan directamente como lobbistas industriales antes, durante y después de sus carreras institucionales y políticas. En confrontación con los los lobbies del interés común hay diversas tipologías de lobbies, como las señaladas a continuación.
Leyes de copiar y pegar
Puede que donde más se puede percibir la gran efectividad de la mano negra ejercida por los grandes lobbies empresariales es en las nuevas iniciativas legislativas y en las mismas enmiendas presentadas a las proposiciones de ley por parte de muchos eurodiputados. Mediante el simple ejercicio de “copiar y pegar” al pie de la letra lo ya previamente redactado por los lobbistas industriales, los eurodiputados firman enmiendas poniendo en su nombre lo que en su origen son propuestas legislativas e intereses empresariales. Y así ocurre a menudo que las formulaciones redactadas por la misma industria directamente acaban convirtiéndose en la misma letra de la ley finalmente aprobada, llegando así a formar parte del derecho y las decisiones comunitarias, sin que nunca pueda conocerse por parte de la ciudadanía europea el verdadero origen de los textos y la legislación que rige nuestras vidas.
El catastrofismo económico de las grandes empresas
Pero para enredar más y hacer más opacos los intereses sectoriales en juego, ocurre que los lobbies de las grandes multinacionales también buscan añadidos de legitimidad utilizando para su particulares intereses los argumentos retóricos de “interés común”. En este mar de confusión de discursos sobre los intereses generales servidos como si fueran evidentes resulta habitual escuchar la letanía de la defensa del crecimiento económico, la competitividad y el empleo. Estos cantos de sirena buscan dosis añadidas de dignidad y credibilidad haciendo apologías en nombre de valores adscritos al campo de los intereses generales, como son los de la seguridad en el suministro de servicios energéticos, alimentarios o de comunicación, o en nombre de la innovación, y en campos tan diversos como como son la salud o las tecnologías de la comunicación.
A pesar de tanta inflación retórica, la triste realidad es que las grandes empresas solo buscan construir altos muros alrededor de su forma de ganar dinero y sus cuotas de negocio. Muy a menudo pregonan futuros imaginarios de catastróficas consecuencias económicas ante la posible existencia de iniciativas para una mayor regulación europea en favor de los intereses comunes, como son los de la transparencia, la participación cívica, la salud, los consumidores, los derechos de protección ecológica, o las exigentes normas reguladoras que garanticen derechos sociales fundamentales.
Radicalmente diferente es la presión política ejercida por un grupo financiado por fuentes sin ánimo de lucro y sin un interés comercial directo o indirecto. Un lobby de “interés común”, como son la mayoría de las ONGs, defiende la extensión de derechos fundamentales y bienes comunes culturales, sociales y ambientales. Al mismo tiempo estos “lobbies buenos” también suelen incluir en su agenda unas metas económicas compatibles con el bienestar conjunto, la innovación tecnológica y la creación del empleo, pero siempre supeditadas a los valores e intereses generales, que nunca pueden reducirse ni equipararse al simple cálculo crematístico de ganancias económicas.
Los lobbies particularistas de la pesca, el tabaco o el carbón
También hay lobbies “nacionalistas” o “regionalistas” que se arrogan de representar y proteger los intereses específicos de un conjunto de población, por ejemplo, de Galicia, Canarias o Extremadura. Pero veremos que estos poco o nada tienen que ver con el interés común o público.
Es de lo más habitual el hechos de que se fraguen poderosas alianzas entre los lobbies nacionalistas y los lobbies industriales. Por ejemplo, mientras que los lobbies del “interés común”, que incluyen a ecologistas y pescadores artesanos, defienden unos límites estrictos mediante un legislación restrictiva que evite la sobre-pesca y la destrucción de los ecosistemas marinos, para con ello detener el avance hacia la escasez y esquilmación de recursos alimenticios vitales, a la contra se enfrenta una alianza de intereses entre el lobby de los grandes armadores como Pescanova y el “lobby gallego”, a la que se suman los partidos de todo color político que cuestionan sistemáticamente todas las iniciativas en legislación y normativa europea que avanzan en la restricción y control de la pesca. La alianza entre lobbistas industriales y nacionalistas convierte a lobbies muy localistas en férreos defensores de algunas actividades industriales, lo que a su vez empuja a casi todos los representantes políticos españoles a defender las subvenciones europeas al cultivos tan dañinos como so los del tabaco, en nombre de los “intereses nacionales”, mientras que las asociaciones ciudadanas en defensa de la salud pública, en su trabajo de influencia como lobbistas del interés común, contrariamente consideran que las subvenciones y el escaso dinero público no debe dirigirse a fomentar a un gran enemigo de nuestra salud.
Otros ejemplos emblemáticos se pueden señalar. Algo muy similar ocurre con los potentes lobbies “regionalistas o nacionalistas” que luchan en favor de mantener las gigantescas subvenciones a la minería del carbón en zonas de León, Asturias y Aragón y a su quema en centrales térmicas para generar electricidad. Son muy dispares los actores sociales que se suman al unísono a este lobby en favor de un combustible fósil que nos trae la ruina colectiva y planetaria por sus efectos contaminantes sobre la atmósfera, la biodiversidad y nuestras propias condiciones de vida y futuro. Un gran conglomerado de actores sociales se pone al servicio de los lobbies industriales, formado por partidos de izquierdas y derechas, empresarios mineros, sindicatos, gobiernos regionales, gobierno nacional. Todos unen sus fuerzas dando forma al lobby malo: “pro-carbón”.
Son numerosos los casos de problemáticas y alianzas de actores sociales que desembocan en poderosos lobbies contra el interés común, que como en el caso del carbón, dañan directamente los intereses colectivos y el bien común bajo el manto de los intereses regionales y del beneficio económico de empresas particulares pero ahora concebidas como “nacionales” o “de los nuestros”. Unos ejemplo actual es el lobby a favor del peligroso “Fracking” or fractura hidráulica que busca sacar el gas del subsuelo con cócteles de sustancias químicas que son una gran amenaza para los acuíferos. También resulta emblemática la variada argamasa de actores sociales, económicos y políticos que se une conformando los llobbies que buscan la aprobación y subvención europea a la construcción de muchas grandes infraestructuras, tan despilfarradoras de recursos escasos como innecesarias y dañinas, como son los grandes puertos de Granadilla o de Pasaia, o como son los aeropuertos de Ciudad Real o de Castellón), entre otros muchos ejemplos.
Los “campeones nacionales” españoles
En Bruselas, el llamado “interés español”, o esa abusada metafísica de la “marca España”, consigue adoptar la forma de lobbies de presión en favor de los “intereses nacionales”, aunque en la práctica real suele significar algo bien distinto a lo lo proclamado: una defensa a ultranza de los negocios de algunas cuantas empresas que son así consideradas como “campeonas nacionales” de todo un país y toda una sociedad, como son Telefónica, Endesa, Gas Natural, o el Banco BBVA. Algo parecido sucede con la defensa casi unánime de la bárbara y cruel “fiesta taurina” percibida perversamente como la “fiesta nacional” ante las muchas críticas de la ciudadanía europea. Esta malentendida idea del "nacionalismo español" es capaz de movilizar a toda una orquestada acción lobbista, pero difícilmente puede coincidir con el interés general, ni el de la sociedad nacional particular ni el de la sociedad europea.
¡Bienvenidos los lobbistas del interés común!
La defensa de la salud y supervivencia humana en el planeta nos ha de obligar a proteger y reparar los bienes comunes más valiosos y necesarios, como pueden ser el aire, el agua, el mar, las tierras fértiles, la biodiversidad. Ante la actual situación de dramática emergencia ecológica que nos afecta local y globalmente, y que genera numerosos riesgos y desigualdades en el acceso a recursos y servicios naturales básicos, la protección y defensa de la salud o de la ecología en un planeta limitado, frágil y cada vez más degradado, es hoy día parte inevitable del “interés general”.
Por tanto, se hace urgente y necesario el trabajo de presión y los “lobbistas buenos” defensores de estos bienes comunes tan amenazados. Sus campos de problemas y de posible actuación son numerosos y variados, como pueden ser: la defensa de fuertes normas restrictivas sobre las sustancias químicas tóxicas; la defensa de unos objetivos ambiciosos para la reducción de las emisiones contaminantes a la atmósfera, las que son producto de la combustión de la gasolina en los coches o las que salen de las chimeneas industriales; la defensa de un etiquetado claro sobre los componentes nocivos presentes en los alimentos y productos comerciales si realmente ponemos por delante los bienes de interés común, como son la defensa de la salud humana y de la Tierra; la defensa del acceso abierto de los datos de investigación médica y de los resultados científicos financiados con dinero público, y en contra de la privatización y ocultamiento de las investigaciones y datos científicos por parte de las multinacionales farmaceúticas …
La desproporción entre los lobbies feroces y los “lobbies buenos”
Toda la acción de influencia y efectividad de los lobbies se mueve en un campo atravesado por una desigualdad fundamental: por cada lobbista del "interés común" se multiplican por cien los lobbistas que representan a los intereses particulares y comerciales, que son los que están cargados de recursos y medios para ejercer con éxito su trabajo de influencia.
Por tanto no son suficientes las medidas de más transparencia y control en el trabajo de presión que ejercen alrededor de las instituciones políticas. Sin un mayor protagonismo de los “lobbies buenos” con un reequilibrio de fuerzas entre los lobbies industriales y los lobbies ciudadanos del bien común, la Europa democrática, social y ecológica que queremos se alejará más y más de nuestro horizonte.
DAVID HAMMERSTEIN