Países como España se presentan como “verdes” mientras deslocalizamos gran parte de nuestro humo contaminante a China donde las emisiones de CO2 han crecido más del 200% en los últimos 20 años. La gran fábrica del mundo que son China y otros países de Asia, son nuestros “refugios de CO2” o nuestras “emisiones a la sombra”. Mientras el comercio mundial y sus cadenas de suministro de productos dominan nuestra economía, con respecto a los efectos climáticos, solo nos responsabilizamos de nuestro patio trasero “nacional” con un césped bien recortado. Sí, la trampa está en un método selectivo de cálculo. El truco del almendruco.
Según un estudio de la Universidad de Castilla-La Mancha, alrededor de la mitad de las emisiones contaminantes de lo que consumimos en España ocurren fuera de nuestras fronteras, y se encuentran “desaparecidas” de nuestras estadísticas “prometedoras” de lucha contra el cambio climático. Estos insumos y componentes importados para la fabricación de cualquier producto en España, provocan una cascada de emisiones contaminantes y pérdida de biodiversidad por todo el mundo, de las que apenas hablamos.
¿Cómo es posible que nuestros líderes políticos no paren de hablar de “descarbonización” si globalmente, según los datos oficiales, se está quemando más carbón que nunca? ¿Por qué saca pecho la Unión Europea como “líder en la lucha contra el cambio climático”, si casi todos los datos de emisiones internacionales señalan que estamos a años luz de frenar el creciente caos climático? Vivimos en una economía muy globalizada, pero en cuestiones de clima aplicamos un nacionalismo metodológico extremo para tratar de esconder nuestras vergüenzas.
En los últimos 20 años las emisiones de CO2 han bajado en la UE alrededor del 20% mientras que globalmente, el dato clave, las emisiones han crecido más del 40%. Pero nos lavamos las manos de cualquier responsabilidad sobre nuestro consumo masivo procedente del comercio internacional.
Los nuevos coches europeos de “zero emisiones” se montan con componentes llenos de contaminación acumulada de combustibles fósiles que no se contabilizan. La importación masiva de piensos para animales y fertilizantes nitrogenados son unas potentes bombas de impacto climático y ambiental sin que aparezcan sus emisiones en nuestros números tramposos sobre la alimentación.
El extractivismo global también alimenta todo nuestro consumo. Un estudio de la ONU ha confirmado que la mayoría de las actividades extractivas mineras, agrícolas y forestales se llevan a cabo en el Sur Global y representan el 50% de las emisiones globales de CO2 que, a su vez, son causantes de más del 80% de la pérdida de biodiversidad del planeta. Se trata, por tanto, de factores muy determinantes en el empeoramiento de cifras claves sobre nuestra enfermedad climática, como son los niveles de emisiones a escala mundial y como es la concentración de CO2 en la atmósfera global. Precisamente, son las estadísticas climáticas españolas y europeas, maquilladas y edulcoradas, las que esconden la realidad de los impactos acumulados procedentes de esta economía extractiva global.
Sorprendentemente, tampoco se cuentan en los cómputos españoles de CO2 ni los miles y miles de vuelos internacionales que llegan o salen de España ni la enorme contaminación de buques y cruceros que llegan a nuestros puertos.
La opaca externalización de nuestras emisiones contaminantes al comercio y extractivismo exteriores apunta hacia un problema profundo en nuestra definición de qué es la “sostenibilidad ambiental” y cómo debe ser una lucha eficaz contra la emergencia climática y ecológica. La única forma de frenar la progresiva pérdida de habitabilidad del planeta es reducir nuestra huella física sobre los ecosistemas y el clima. Esto significa que se reduzca bastante el volumen de productos y materiales que fluyen por el metabolismo biofísico de nuestra economía global. O sea, que haya menos extracción y comercio de minerales, combustibles y productos de todo tipo, especialmente entre la población más pudiente del mundo que son las mayorías sociales en la Unión Europea. Exige también que haya bastantes menos buques con contenedores surcando los mares y muchos menos aviones llevando millones de turistas. Al obviar y esconder mediante trampas matemáticas los flujos reales de las cadenas de suministro globales, las economías más ricas, países como España, refuerzan la idea engañosa de que con la instalación de unas placas solares y la compra de coches eléctricos “frenamos el calentamiento global y salvamos el planeta”.
La misma presidenta de la Comisión Europea lo ha admitido: "no tiene sentido que reduzcamos nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, si aumentamos la importación de CO2 del exterior".
Sin embargo, por ahora no existe ninguna medida eficaz para corregir este sinsentido. La Comisión Europea estudia propuestas de unos mecanismos de control de CO2 en fronteras, pero serían unas fiscalidades muy débiles y no tendrían vigencia hasta el año 2026.
Haría falta un fuerte impuesto/arancel a las emisiones de CO2 y la destrucción ambiental en las fronteras de la UE, pero esta nueva fiscalidad, en ausencia de grandes medidas de reparto social dentro y entre países, causaría una mayor carestía y aceleraría mucho una desglobalización de la economía no deseada por las grandes multinacionales europeas. Como en otras cuestiones ecológicas, lo imprescindible para un futuro más seguro es, hoy en día, prácticamente imposible políticamente por una relación de poder desfavorable y una cultura dominante consumista e insensible ante la extrema gravedad de lo que se avecina.