22 juin 2009
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El proyecto de una Europa unida es aún una idea utópica. Como muestra, una pequeña apreciación: hoy resulta bastante atrevida la democrática idea de que la mayoría de la ciudadanía europea se pudiera identificar con unas instituciones y con un espacio políitco europeo al mismo nivel que su conexión con sus patrias nacionales. El sentimiento ciudadano de pertenencia a Europa es muy débil, y no solo por unos obvios motivos históricos, culturales o lingúísticos.
Los gobiernos de los estados miembros de la Unión Europea se resisten a soltar los amarres y la capacidad de gobernabilidad en favor de nuevas instituciones supranacionales, y con ello permitir los inicios de un marco político realmente europeo. Realmente no quieren que haya elecciones europeas transnacionales en las cuales se eligiera, por encima de los debates y candidaturas nacionales, al Presidente de la Comisión Europea y a un buen porcentaje de eurodiputad@s. Los gobiernos se aferran así al sistema actual "inter-gubernamental" de toma de decisiones en la UE, que prima a un Consejo de Ministros donde la transparencia de las decisiones importantes brilla por su ausencia. La armonización de los mercados culturales y ecconómicos dista mucho de ser una realidad, y también la armonización social sigue siendo un sueño del futuro.
Por ejemplo, los estados miembros de la UE se resisten cada vez más a que haya un mercado europeo de telecomunicaciones y audiovisual sin trabas, y que pudiera favorecer la creación de una opinión pública europea y una cultura ciudadana más integrada. Son muy potentes las inercias que entienden la UE como un simple espacio de negociación y acuerdo entre los gobiernos de los estados miembros, que a puerta cerrada hacen la defensas numantinas de sus prioridades e intereses particulares.
El viejo mundo nacional que muere no deja emerger al nuevo mundo supranacional de la Unión Europea, que se resiste a nacer. Al colocar los metas europeas tan altas en los discursos y en las huecas retóricas a las que nos tienen acostumbrados los líderes políticos, la realidad en cambio aparece muy distante e insuficiente comparada con las ambiciosas proclamas de integración europea de bastantes portavoces políticos. Por el contrario, las posturas eurocríticas y nacionalistas de muchos de los líderes de Europa oriental debilitan gravemente todo el proyecto. En este purgatorio real, y tan alejado de la Europa política declarada, crece la frustración euroescéptica y aumentan los reflejos nacionalistas y xenófobos, para ellos Europa se convierte es un perfecto chivo expiatorio causante de todos los males.
Pero a pesar de ser muy críticos con muchos de los derroteros de esta Europa insuficiente y embrionaria, no pueden despreciarse los logros actuales de la Unión Europea en el terreno de la democracia, la paz y solidaridad, la legislación compartida, y el diálogo permanente. La necesidad de una Europa unida, social y ecológica, puede parecer una utopía aún lejana, pero la misma persecución de este sueño ya ha dado unos frutos muy importantes que tendremos que defender con todas nuestras fuerzas.