Phillipe Lamberts, miembro de la dirección del Partido Verde Europeo, ha manifestado recientemente que es equivocada la estrategia de alianzas con la extrema izquierda practicada por Los Verdes en España y en Italia. También José Maria Mendiluce, cuando se presentó como cabeza de lista de Los Verdes a la alcaldía de Madrid, fue también muy crítico con la política de alianzas con partidos como Izquierda Unida, y contrariamente, apostaba por Los Verdes con una clara y netamente diferenciada identidad propia. Su idea de crear una "tercera izquierda" tal y como titulaba un pequeño libro escrito con Daniel Cohn-Bendit, apuesta por una tercera vía que marque equidistancia con la izquierda tradicional de tinte comunista (estatalista, economicista y productivista) y la izquierda socialdemocrata (economicista y productivista).
La singularidad antiproductivista
Conviene recordar que el espacio verde, desde su emergencia histórica, no obedece a los parámetros tradicionales de la izquierda. Su identidad política es nueva y singular, y no puede ser entendida exclusivamente bajo las ideas que separan y caracterizan a la izquierda y la derecha. Izquierdas y derechas, con actores y políticas reales e históricas, ambas parten de un mismo y común consenso productivista a favor del crecimiento ilimitado de la economía, de la producción, y del consumo, y basado en la creciente extracción y destrucción de los recursos biofísicos, y el desprecio hacia los ecosistemas, la biodiversidad, las especies, y los animales no humanos.
Es decir, la filosofía política común de la izquierda y la derecha defiende una peligrosa y anticientífica idea sobre el bienestar y sobre la riqueza y la mejora humana, ya que parte de la desconexión y el dominio humano sobre el conjunto de los sistemas vivos y la biosfera terrestre. No protegen con políticas prácticas los valiosos bienes y servicios ambientales, ni reconocen la condición de escasez y fragilidad de la naturaleza, ni las necesidades absolutas para su salud, regeneración y continuidad. Pero sin embargo, la preservación de la integridad de los bienes y servicios ambientales es esencial para la salud y la supervivencia de la humanidad, y también es condición previa para cualquier forma de reparto y justicia social. Contrariamente, el espacio verde y su agenda de cambio parte de un radical cuestionamiento de este insensato consenso productivista practicado al unísono por la izquierda y la derecha, que niega el valor central e inevitable de los sistemas vivientes del planeta.
La identidad verde: ecología y equidad van juntas
Los partidos verdes son la única fuerza política realmente novedosa que ha emergido desde hace décadas al cuestionar la viabilidad de actual modelo de producción y consumo. Este nuevo espacio político tiene un carácter propio y singular, y no puede ser encajonado bajo las anquilosadas ideas de la izquierda. La política verde conecta a la vez la protección de la naturaleza con las exigencias de justicia y de derechos humanos y sociales. La novedad y singularidad histórica del programa verde a favor de la vida y la equidad, conjuga algunos de los valores tradicionales de la izquierda, como son los de la justicia social mediante la distribución igualiaria de los recursos, con las necesidades de protección y cuidado del mundo viviente al que pertenecemos. Esta inevitable interdependencia entre lo ecológico y lo social, marca y convierte en singular y diferente al espacio verde, y por ello, supera enormemente el tradicional y anacrónico eje productivista que atraviesa por igual a las izquierdas y a las derechas.
Esta singular identidad socioambiental del espacio verde explica el hecho de que puede atraer transversalmente a votantes muy variados, y que pueden venir desde lugares bien distintos a los del viejo contenedor de la izquierda comunista. El comentario de Lamberts en contra de las alianzas con la extrema izquierda en España no es una crítica al contenido ideológico o programático de los partidos verdes. No se trata de saber si los partidos verdes son más o menos izquierdas, ya que sencillamente estas no son las señas de identidad que centralmente definen y diferencian al espacio verde y a los partidos verdes. Lo nuevo y lo diferenciador está en que el programa y la política verde cuestiona a la vez las injusticias sociales y la necedad de los fundamentos productivistas propios de la izquierda y la derecha.
El espacio verde no está encerrado en la botella de la izquierda
Una consecuencia colateral no buscada de una autodefinición homologada con la izquierda, es que paradójicamente funciona como una llamada a no dar la confianza ni el voto a los partidos verdes. Es decir, si ante la percepción social y ciudadana los discursos verdes se empeñan en encajonarse públicamente en la identidad de izquierdas, con ello no ponen por delante aquello que realmente son, aquello que les singulariza y diferencia netamente del resto de partidos de izquierdas, y con ello, lo que realmente acaban comunicando es que no añaden nada nuevo, ni singular, ni diferente.
¿Que razones encontrarán entonces los ciudadanos electores para decidir dar su apoyo a los partidos verdes si estos se definen así mismos de izquierdas al igual que lo hacen las izquierdas productivistas? Esta dinámica es perversa y contraproducente para la emergencia de las fuerzas políticas verdes, y además se refuerza y empeora con las premeditadas tácticas de confusión social y electoral empleadas por parte de algunos partidos la izquierda, empeñados como están en vampirizar las siglas y el logotipo verde a cualquier precio. Resulta muy ostentoso y fraudulento el caso paradigmático de Izquierda Unida, que desde hace años viene añadiendo sistemáticamente la palabra y el logo verde a su nombre y siglas, para así poder confundir y atraer al votante verde.
El abuso de autodefiniciones de izquierda
En definitiva, no tiene demasiada sensatez el abuso de las autodefiniciones "de izquierdas" si a la vez no se marcan claramente las enormes diferencias que nos distancian "en verde" del resto de las izquierdas. Lo cierto y real, hoy día y en términos históricos, es que las políticas y programas de la izquierda parten de los supuestos desarrollistas que aceleradamente esquilman el mundo viviente por cada rincón del planeta. Y por tanto, el definirse centralmente como de izquierdas no debería constituirse en el parametro central que de identidad al espacio verde, ya que además de desanimar al votante verde, no aclara en nada la orientación que ha de tomar la política y la agenda verde en lo concreto.
El declararse de izquierdas, aunque sí puede ser la ideologia y la marca de identidad central de nuestros coyunturales aliados electorales, en cambio no ha de ser la bandera pública central de los partidos verdes. La idea es sencilla: los partidos verdes no deberían encerrarse en las categorías tradicionales y a menudo muy zombis de la izquierda productivista realmente existente, ya que esto va contra la propia realidad y acción estratégica de la política verde. Y también resulta contraproducente por la confusión social y los errores de análisis que se crean, al hacer pensar que el espacio verde es solo un subconjunto de la izquierda, y que en consecuencia, sus mensajes solo se han de dirigir a movilizar a los votantes de izquierdas.
Los variopintos votantes verdes
Además, en términos de racionalidad estratégica y electoral, conviene no encasillarse en una parte del espectro ideológico de la izquierda. Para poder despegar y crecer social y electoralmente no tiene sentido copiar los discursos dirigidos a los votantes "de izquierdas", ya que esto significa no reconocer que la dimensión transversal e interclasista de las opiniones a favor de medioambiente tiene la potencialidad de atraer votantes de un amplio abánico ideológico. Es decir, mucho mejor es llamarse verde "a secas", sin más adjetivos que encojan el potencial de apoyos que pueden recibir las propuestas verdes. Para defender como verdes los derechos humanos, la justicia distributiva y la justicia de reconocimiento cultural, no es necesario llamarse de izquierdas, y con ello pedir a la vez e implícitamente el voto a otras fuerzas políticas también percibidas como de izquierdas.
Esto no quiere decir que las coaliciones con otras fuerzas políticas llamadas de izquierdas carezcan de sentido, claro que lo tienen, sobre todo si el mercado de los potenciales aliados electorales es escaso, y "las habas" de posibilidades de llegar a acuerdos están muy contadas. Lo que resulta políticamente insensato es hacer alianzas sin diferenciación del resto de los aliados de izquierdas, o repitir los lemas y los tics tradicionales de la izquierda (o de los nacionalistas), puesto que el coste político es la invisibilidad y la pérdida de las señas de identidad propia como verdes. Es verdad que las posibilidades de elegir aliados son a menudo muy limitadas en España, y que para poder influir en la política real, el ir en solitario a las elecciones puede garantizar la marginalidad o la total exclusión política. Nuestra fundamental identidad verde no ha de excluir un pragmatismo táctico abierto a plurales alianzas electorales.
¿Es Izquierda Unida un partido de "extrema izquierda"?
Volviendo al comentario hecho por Phillipe Lamberts. Las alianzas con la "extrema izquierda" a las que hace referencia responde al peligro de la confusión e indistinción electoral a ojos de la ciudadanía y la percepción social mayoritaria. Lamberts, con este comentario no está definiendo de forma analítica y descriptiva a partidos como Izquierda Unida ni a los comunistas italianos, ya que está claro que sus programas no son propios de una izquierda radical, sino que son socialdemócratas, y escasamente revolucionarios.
Entre el electorado español, IU suele ser percibida como el partido parlamentario que está más a la izquierda. El PSOE es socialmente percibido como de "izquierdas" moderada, y a su izquierda está IU, que socialmente es vista como "izquierda" radical. Pero la percepción social, a menudo poco o nada tiene que ver con las posiciones y actuaciones políticas reales.
Fuera del campo de as percepciones sociales, la verdad es que en todo caso, los verdaderos "radicales" somos los verdes, puesto que priorizamos el desafío al férreo consenso del productivismo y sus proyectos de desarrollo impulsados alegremente por la izquierda y la derecha, por actores públicos y privados. Es decir, el espacio verde no se circuscribe solo a los términos clásicos del eje Izquierda-Derecha ya que su singularidad está en la posición ambientalista que ocupa en el eje Productivismo-Supervivencia.
El doble eje: Izquierda-Derecha y Productivismo-Supervivencia
El simple hecho de declararse de izquierdas (dentro del eje Izquierda-Derecha), es insuficiente puesto que no aclara en nada cual es la posición adoptada en el intercambio con los sistemas vivientes amenazados (dentro del eje Productivismo-Supervivencia). El lugar adoptado en las dos escalas de posicionamiento político: Izquierda-Derecha y Productivismo-Supervivencia, es necesario para delimitar la identidad política en la que se está. El que los partidos verdes se situen a "la izquierda", responde más bien a una realidad de hecho en su práctica política y programática, y creada por la misma acción política verde que incorpora la preocupación igualitaria y solidaria junto a su compromiso ambiental, y por ello no responde a una identidad esencial y totalizadora, ni a simples proclamas retóricas realizadas desde principios absolutos y aprioris esencialistas. La autodefinición de ser de izquierdas, tampoco debe circunscribirse a discusiones ideológicas puramente teóricas, tan queridas en países como Francia.
Los partidos verdes pueden obtener unos mejores resultados electorales si no se encasillan en un estrecho campo ideológico de ideas y principios platónicos esencialistas. El gran apoyo obtenido en las recientes elecciones europeas por la candidatura verde en Francia, se ha dado a pesar y gracias a que el cabeza de lista: Daniel Cohn-Bendit, es considerado por muchos como un libertario-liberal con ideas muy contrapuestas a las de la izquierda radical autodenominada "anticapitalista", y además es también visto como un europeísta que busca formar mayorías a favor de una europa federal. Cohn-Bendit, con una candidatura bastante diversa y variopinta ha podido atraer votos de muy diferentes sectores sociales, desde ambientalistas, altermundialistas, ciudadanos contra la corrupción, y hasta de viejos rockeros de clase media.
El declararse ser muy de izquierdas (o ser de derechas), hoy apenas aclara nada sobre el terreno y los problemas concretos a los que nos enfrentamos, y tampoco da pistas sobre cuales han de ser las soluciones que se necesitan y por las que optan. Por ejemplo, el afirmar que se es muy de izquierdas, no quiere decir que se esté en contra de la minería extractiva de carbón a cielo abierto que destroza montañas y biodiversidad; tampoco aclara nada sobre que hacer con una peligrosa y contaminante fábrica química, o con una planta térmica. Ser de izquierdas, tampoco quiere decir que se defiendan unas medidas fiscales que penalicen y desanimen la producción sucia y contaminante; y tampoco significa que se esté a favor de unas ecotasas aplicadas al consumo individual destructor del planeta, y puesto en práctica por los estilos de vida de la gran mayoría de la población de nuestros países "ricos y desarrollados".
En definitiva, el viejo debate izquierda-derecha confunde socialmente y aclara muy poco sobre el que hacer en el terreno práctico. Interesa cada vez menos a nuestro electorado potencial, y dice poco o nada sobre el central conflicto entre productivismo y sostenibilidad, entre el desarrollo y la supervivencia, es decir, sobre las opciones y retos fundamentales que hoy atraviesan a las sociedades del Norte y del Sur, y que cuestionan radicalmente a toda la civilización industrial y tecnológica. Por tanto, lo que interesa y urge es aclarar quien es quien, pero no sobre nominalismos retóricos y lenguajes identitarios zombis, anticuados, y ciegos con el presente, sino sobre opciones y propuestas concretas de acción política (sobre la creación del empleo, sobre la renovación económica, sobre el modelo de agricultura y urbanismo, sobre la defensa de un tejido social cohesionado a partir de necesidades y derechos básicos, sobre la lucha contra el poder de los lobbies industrilales y los monopolios...). Lo que ya no interesa son las grandes proclamas contra el capitalismo, o a favor de la lucha de clases, o las nacionalizaciones estatales.
Pragmatismo situado y práctico
Contrariamente, los partidos verdes tenemos un discurso y una agenda de trabajo situada y encarnada en la acción concreta y práctica, y desde la óptica biofísica y energética. Ante el gigantismo creciente de los daños y amenazas, los cambios son más urgentes que nunca, y no podemos desaprovechar las oportunidades que se presentan, aunque los avances a conseguir sean muy parciales e insuficientes, y a menudo en medio de contratiempos y muchas dificultades. Cuando muchos de los daños socioambientale son irreversibles e irreparables, y cuando lo que está en juego son los primordiales valores de vida, locales y globales, humanos y de la biosfera, se trata por tanto de los valores prioritarios, fundantes, y condición del resto de valores emancipatorios. Entonces, el tiempo adquiere un carácter político nuevo, y por ello ya no podemos esperar a la llegada de una visionaria y utópica situación ideal, romantizada y revolucionaria, para comenzar a incidir sobre las realidades concretas en las que estamos inmersos.
Como verdes, nuestro pragmatismo radical se funda en la urgencia de cambios en todos los órdenes sociales, y por tanto ya no tiene sentido la pregunta de que es lo primero a cambiar, si las instituciones o la vida personal. También carece de sentido el pensar que hay una primera y principal contradicción: la existente entre el trabajo y el capital. Ante la urgencia de la transición hacia formas ecológicas de vida, nuestra responsabilidad con la acción práctica es prioritaria, y esto no encaja con los estructurales y abstractos marcos ideológicos de una izquierda radical que reclama como prioridad y condición primera un cambio global en las relaciones sociales en torno al trabajo y la economía. Estas posiciones, como son la defensa numantina del estatalismo o el economicismo muy propio de la izquierda, están ancladas en un programa de máximos y en unas políticas del no a todo, que desprecian con ello las propuestas que buscan cualquier pequeño avance concreto o parcial, por ser consideradas reformistas y continuistas al servicio del poder y del sitema. Ante su falta de realismo y su inconsistente teoría de cambio social y de acción histórica, arrastran una crónica carencia de estrategias prácticas y de imaginación que pudiera impulsar cambios y avances tangibles en el presente. Socialmente, cada vez interesan menos por su incapacidad de dar respuesta a los problemas socioambientales concretos y palpables que nos accechan por todos los lados.
David Hammerstein