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Los Verdes

11 novembre 2018 7 11 /11 /novembre /2018 19:48
El silencio de las abejas y los agrotóxicos

Para la gran mayoría de las personas los insectos son plagas.  Es muy chocante que ignoramos su imprescindible importancia para la vida. Según el gran biólogo E.O. Wilson: “Los insectos son las pequeñas cosas que gobiernan el mundo. Si toda la humanidad desapareciera, el mundo se regeneraría y volvería al estado de equilibrio que existía hace 10.000 años. Sin embargo, si los insectos desvanecen, el medio ambiente colapsaría”. Ahora mismo estamos en medio del desvanecimiento de los insectos y el silencio atronador de las abejas es solo uno de los indicadores fatídicos más evidentes.

Según unos grandes estudios científicos de campo llevados a cabo en Alemania y en Francia la mayoría de las poblaciones de insectos voladores están cayendo en picado. Podemos comprobar la evidencia anecdótica en la relativa limpieza de los parabrisas de los coches que viajan por la noche, que hace 20, 30 o 40 años acumulaban una gran cantidad de insectos que quedaban pegados al cristal. A consecuencia de este silencioso holocausto de insectos centenares de millones de pájaros se mueren por carecer de alimento. En muy pocas décadas se está rompiendo fatalmente los delicados y sensibles equilibrios de unas cadenas tróficas moldeadas a largo de decenas de miles de años.

 

Parte del altísimo precio ambiental de los alimentos que comemos cada día nos hace partícipes de una cruenta y macabra guerra química preventiva en contra de “las pequeñas cosas que gobiernan el mundo”. Con un sinfín de pesticidas y herbicidas la agricultura industrial está organizando una masiva guerra preventiva, que ni es selectiva ni precisa ni circunscrita a un espacio concreto. Las armas de destrucción masiva son unos pesticidas muy potentes que se usan de manera profiláctica, es decir son inespecíficos “por si acaso, matamos todo”. No se aplican directamente a las plagas sino a todo el campo, tampoco se utilizan después de constatar una plaga sino antes. Incluso se aplican estos agrotóxicos a las semillas antes de ser plantadas. El daño colateral es la muerte de un complejo entramado de insectos que son esenciales para el sustento de la vida.

 

El tipo de pesticidas que están matando a las abejas son denominados “neonicotinoides”, que actúan afectando al sistema nervioso central de los insectos. Se tratan de formulaciones químicas muy sofisticadas que también se aplican a la semilla y penetran en la planta durante su crecimiento extendiéndose por la raíz, el tallo y las hojas. Poseen un efecto residual largo en el tiempo, es decir su impacto es duradero y acumulativo. Estas semillas y las fumigaciones no solo matan, desorientan y enferman a las abejas productoras de miel sino también dañan a una multitud de abejas y avispas silvestres que son claves en la labor de polinización de las plantas de los bosques, las riberas de ríos, los prados y las zonas húmedas. Constituyen, junto a otros insectos voladores, unos eslabones imprescindibles para la reproducción de la vida.

 

En Europa alrededor de 37% de las poblaciones de abejas productoras de miel están en declive y en general el 40% de los polinizadores silvestres se enfrentan a la extinción. El 75% de los alimentos que comemos depende de su polinización. Todo esto sucede con la sinergia compleja de los estragos del cambio climático, la gran pérdida de hábitats naturales y los efectos sinérgicos de contaminantes de todo tipo.

La Unión Europea ha prohibido tres de los pesticidas (el “tiametoxam”, hecho por Syngenta, y la “clotianidina” y el “imidacloprid”, fabricados por Bayer) que matan a las abejas, aunque según muchos estudios puede ser solo la punta del iceberg. Esta prohibición de la UE es una acción excepcional, es la excepción que confirma la regla contraria. La triste realidad es que ni nuestra salud ni la naturaleza están siendo protegidas adecuadamente por las autoridades europeas y estatales. Se han autorizado centenares de pesticidas y herbicidas en la UE con bastante facilidad y sin mínimas garantías en sus efectos en riesgos y daños, siempre basándose en estudios muy sesgados y nada transparentes hechos por las mismas industrias que los fabrican. La UE no tiene la capacidad ni medios para acometer estudios propios e independientes. Además, en muchos casos los mismos reguladores y los mismos políticos están contaminados por los conflictos de interés de las “puertas giratorias” y los lobbies feroces de la industria química y de agro-tóxicos. Un ejemplo sangrante lo tenemos cerca de casa: la última Ministra de Medio Ambiente y Agricultura en los gobiernos de Rajoy era una exdirectiva de la empresa agroquímica Fertiberia.

Nosotros mismos somos las cobayas en un gran experimento agroquímico y dar la marcha atrás en lo posible es urgente. De hecho, en el 2017 se vendió en España más pesticidas que nunca.

Los pequeños agricultores también están entre la espada y la pared. Se enfrentan a una competencia feroz de todo el mundo que suele utilizar métodos aún más tóxicos que los de aquí con aún menos control. También sufren de una drogo-dependencia de la productividad agrícola  de la industria química, que crea un círculo vicioso del cual es muy difícil de salir sin mucho apoyo de los consumidores y las administraciones públicas a favor de un cambio radical del modelo agrícola. Para salir del actual atolladero tóxico es imprescindible que la ciudadanía entienda que no existen alimentos “buenos, bonitos y baratos” y que la mayoría social de este país tiene que estar dispuesta a pagar más para unos productos agrícolas mucho más compatibles con la salud ambiental y el sustento digno de los agricultores.

Las soluciones son múltiples pero principalmente políticas. Dada la grave situación actual el necesario cambio cultural y del consumo seria demasiado lento sin unas iniciativas políticas de envergadura. Hace falta una acción reguladora contundente con muchas más prohibiciones de pesticidas y herbicidas. Han de aumentar las ayudas públicas a la agricultura ecológica local y periurbana con controles más estrictos de las importaciones agrícolas. Hay que potenciar también el control biológico de plagas tanto sobre las cosechas como con medidas radicales para la conservación de los hábitats de los insectos y aves. Necesitamos además regulaciones e importantes inversiones institucionales en una ciencia agrícola y ambiental pública e independiente de los conflictos de interés industriales. Otro reto es poner coto al poder de los lobbies agrotóxicos mediante unas nuevas leyes de transparencia y conflictos de interés de nuestras autoridades.

 

Estos son unos imperativos realistas a favor de la preservación de nuestra existencia en un planeta habitable y biodiverso donde se pueda vivir dignamente.
 
DAVID HAMMERSTEIN

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