Una de las virtudes del trabajo parlamentario del Grupo Verde en el Parlamento Europeo es su defensa incondicional de los derechos humanos en el mundo, sin hipotecas ideológicas de ningún tipo. Hemos sido igual de implacables frente a Bush con Guantánamo que con los presos políticos de Fidel Castro en Cuba, contra la opresión de la ocupación en Palestina, o contra la represión de libertades en China, ya sea en Chechenya como en Guatemala, en Peru, en Irán o en Zimbabwe.
Con los países árabes sucede algo similar, debido a que están en juego los grandes yacimientos de petróleo y el gas en el Golfo y en el Norte de África, y también incide la política europea del "mal menor" al apoyar a régimenes autoritarios y dictatoriales árabes por el miedo de unas alternativas que consideran peores. La Unión Europea tampoco presiona más a favor de los derechos humanos en los países árabes por miedo al islamismo radical, y a menudo se razona macabramente que es mejor un estado autoritario que el riesgo de un gobierno que pudiera favorecer el terrorismo islámico. El resultado paradójico de todo ello, es una política europea contradictoria y cínica, con un doble rasero de medir que acaba desacreditando a los países europeos y afianzando en razones a los mismos fundamentalistas que se quiere combatir. Una cosa son las grandes proclamas y otra es la realidad del realpolitik europea y de los gobiernos estatales. China es un caso ejemplar, donde se expresan estas contradicciones en toda su intensidad.