Hay cinco datos indiscutibles:
1. El crecimiento físico de nuestras sociedades va a detenerse en un futuro próximo. El crecimiento económico depende de esta expansión física y se vuelve cada vez más inestable e imposible.
2. Hemos alterado el conjunto del sistema tierra de una forma irreversible, por lo menos para las sociedades humanas más complejas. Hemos traspasado todas las fronteras.
3. Nos adentramos en un periodo largo inestable de grandes crisis internas y externas.
4. A partir de ahora podemos vernos sometidos a colapsos sistémicos globales cada vez más frecuentes.
5. No se puede sostener la dimensión material de la economía industrial actual ni con las energías renovables ni con la menguante extracción y producción de los combustibles fósiles.
La naturaleza de la economía valenciana(y en general la española), desproporcionadamente orientada al turismo, los servicios, las importaciones de bienes de consumo y la agricultura intensiva, es especialmente vulnerable a los vaivenes globales que se aproximan por ser excepcionalmente dependiente y devoradora de recursos del extractivismo global.
Nunca volveremos al “normal”. Hoy lo más utópico es pensar que todo puede volver como antes. Esto no es pesimismo sino un duro realismo basado en los mejores datos. Los ilusos utópicos son los que piensan que se puede mantener el estatus quo. La época de finanzas fáciles y energía abundante y fácil se ha acabado para siempre. No volveremos a la senda de crecimiento sostenido basado en más y más deuda financiera y ecológica. Ya no salen las cuentas. Cuanto antes seamos realistas sobre nuestra situación mejor. Lo normal probablemente va a ser fenómenos desestabilizantes de gran intensidad como el COVID 19, o por motivos climáticos, financieros, bélicos, de forma no-lineal, con altibajos y sin periodos largos de estabilidad. Además, por las buenas o por las malas habrá que enfrentarse a un descenso energético que tendrá unos efectos grandes sobre la economía. Nuestros sistemas de infraestructuras y cadenas de producción que nos suministran todo se han hecho tan interdependientes y complejos que incluso unas pequeñas rupturas pueden provocar unos efecto dominó de grandes proporciones. La larga recesión económica en que adentramos no es coyuntural sino estructural.
Sufrimos un trágico bloqueo de aprendizaje: seguimos acelerando y subiendo los peldaños de la escalera del “Progreso”. Seguimos capturados por la negación de los límites físicos y el “fácil pensar”, sin embargo en el fondo sabemos que tenemos que bajar, de manera consciente y voluntaria o de manera impuesta y traumática.
Como ha dicho Dennis Meadows: “si creen que la economía está regida por “una mano invisible”, si piensan que la tecnología tiene la capacidad mágica de resolver todos los problemas de escasez física o si imaginan que una presencia divina va a bajar de los cielos para salvarnos de nuestra propia locura, es que viven totalmente indiferentes a los límites físicos.”
Estamos quemando los vagones de un tren que descarrila y va cada vez va más de prisa. El metabolismo de la sociedad y economía globalizadas cada vez es más vulnerable a causa de la complejidad técnica y de unas cadenas de suministro de recursos más frágiles y lejanos. Los bienes, seres y procesos naturales decaen, se arrasan, y se hace más difíciles y costosos de explotar, reduciéndose a la vez los beneficios económicos y retornos energéticos. En general hay unos rendimientos cada vez más decrecientes. Las recetas salvadoras puestas en las mejoras tecnológicas de más “eficacia” del modelo son contagiosas y crean adicción, un encierro que empeora el problema y del cual se hace imposible de salir. Los países “más avanzados” como Suecia, Finlandia o Alemania no son en absoluto más limpios sino consumen a un ritmo que haría falta 4 o 5 planetas para satisfacer su nivel de consume si se extendiera a todo el mundo.
Nuestra contabilidad climática y ecológica ignora gran prate de nuestros impactos ambientales externalizados, es totalmente falsa, lleno de sesgos a favor de los países más ricos y a favor el consumismo excesivo. Hay una enorme cantidad de “emisiones a la sombra” o “fuga de emisiones”. 20% de las emisiones de España se producen en China y no se contabilizan. 70% de las emisiones de Francia ocurren fuera de sus fronteras. La ONU estima que 50% de las emisiones y el 90% de la pérdida de biodiversidad se produce en la economía extractiva global para los suministros de alimentos, materiales y productos de consumo.
La hiperglobalización ha conectado todos los riesgos globales críticos, sean financieros, energéticos, ecológicos o sanitarios, creando condiciones temibles de vulnerabilidad y cambios extremos. A los seres humanos nos urge colectivamente tomar tierra, reducir y simplificar. Vivimos en las nubes bajo los cantos de sirena prometeicos sin contacto directo ni consciencia sobre la irremediable coexistenta, la interconectividad, las formas de vida y los sistemas de la vida, el suelo, el aire, el agua, las plantas, los animales,….
El bucle paradójico en el que históricamente estamos atrapados, hace que cuanta más potencia y conocimientos tiene nuestra civilización, cuanto más complejidad técnica y más interconexión y aceleración comercial tiene, mucho más vulnerables se vuelve todo.
La enorme aceleración de la economía y el consumo de recursos naturales de los últimos 50 años se está acabando lentamente, ya estamos en una fase de productividad decreciente. Esto está atestiguado en cifras por unas tasas de retorno energético casi negativas. Estamos atrapados en una pinza energética de imposible salida sin una gran reducción de la escala material global del consumo extractivista de bienes y servicios naturales de la biosfera.
Presenciamos un choque frontal contra una pared termodinámica infranqueble que se acerca cada vez más rápidamente. Cada unidad de energía se extrae a un coste energético, económico y ambiental cada vez más grande. No hay suficiente capacidad ni potencia en las energías renovables para compensar un descenso rápido de los combustibles fósiles. No hay bastante energía fósil ni minerales accesibles y viables para desarrollar en masa urgentemente las energías renovables, de forma que puedan compensar el descenso pronosticado de la producción de energías fósiles.
La sostenibilidad ecológica en el tiempo no puede darse mediante un simple cambio tecnológico basado en la mejora en “eficiencia”, sin cambiar a la vez las mentalidades, los valores, la organización y metabolismos sociales crecentistas. El único camino posible para la sostenibilidad está en la suficiencia, no en la abundancia del “usar y tirar” y del “todo siempre”. Siempre han habido mejoras tecnológicas a favor de más eficiencia, pero en los últimos 50 años estos saltos en innovación tecnológica se han solapado con una explosión de consumo extractivista de bienes biofísicos vulnerables y escasos, de impactos antropogénicos por emisiones destructivas y residuos tóxicos. La Paradoja de Jevons en la economía nos recuerda que la adquisición de más eficiencia por unidad, suele significar más consumo global de recursos. Las soluciones de la “modernización ecológica” (desarrollo sostenible, economía verde, economía circular, desacoplamiento entre crecimiento económico y daños ecológicos, descarbonización, transición ecológica...) han ignorado totalmente el “efecto rebote” que se genera cuando una nueva tecnología para economizar la energía y los recursos acaba provocando un aumento del consumo general de dichos recursos.
Nunca ha habido un desacoplamiento entre crecimiento y deterioro ecológico en términos absolutos de los volúmenes totales de materiales. Un meta-análisis de 170 estudios académicos documentan que el desacoplamiento entre el crecimiento económico y la destrucción ambiental es un mito ideológico para disfrazar la creciente escala material de la economía en volúmenes totales.
Para intentar mitigar y adaptarnos en lo posible a los muchos impactos de la emergencia ecológica y climática, y a las peores consecuencias socioecológicas, la prioridad es dejar de hacer muchas de las cosas malas, incluso antes que hacer cosas benignas y ecológicamente buenas. Tenemos que abandonar las políticas públicas de las grandes infraestructuras, como son las autovías, grandes urbanizaciones, la ampliación de puertos, aeropuertos…Más importante que gastar dinero en el lavado de cara verde que alarga por algún tiempo más los plazos del maldesarrollo crecentista es dejar de gastarlo en la economía negra tan destructiva como suicida. En gran parte la sosteniblidad exige gastar menos. Sin embargo la gran mayoría de las obras públicas sigue invirtiendo en la insostenibilidad y el descarrilamiento colectivo de nuestras sociedades y el resto de formas de vida. No es sobretodo una cuestión de más coches eléctricos sino menos coches. No es cuestión de más placas solares, que sí hace falta, sino consumir mucho menos energía. No es cuestión de reciclar la cápsulas de café de aluminio sino hacer el café sin cápsulas desechables como se hacía antes. No es cuestión de comprar más ropa “sostenible” sino de comprar menos ropa y comprar menos de todo.
La transición a 100% energía renovable es imposible, y en el corto-medio plazo la eventual electrificación renovable de incluso el 25-30% de la energía con renovables que ahora son menos el 5%(la Agencia Internacional de la Energía afirma que en el 2030 76% de la energía procederá de fuentes fósiles comparado con el 81% actual) ,implicaría un aumento del impacto ambiental y climático destructivo en los próximos 10-15 años. La mayoría de la economía industrial y transporte por carretera, mar y aire no tiene recambio tecnológico en los próximos 15-20 años que es el periodo en el que precisamente hace falta reducir masivamente las emisiones y nuestra huella de destrucción de los ecosistemas, que no son exactamente lo mismo. Además, si seguimos con la actual economía global extractiva con la consiguiente caida libre de los valores de biodiversidad, agua, suelo y recursos de poco servirá ecológicamente aumentar la capacidad de generación de renovables.
Estamos colectivamente en un atolladero histórico si prestamos atención a las necesidades de energía fósil barata y abundante que ha sustentado el despliegue de la sociedad industrial desde hace dos siglos. Por un lado han caído en picado las inversiones para la extracción de petróleo y gas (un 33% en el último año) y por otro lado se da un lento y difícil crecimiento de las energías renovables (que actualmente solo representan menos del 5%- el solar el 1%- de la energía mundial). Este choque de trenes entre la falta de oferta y una demanda insaciable de energía se agrava aún más en medio de la actual depresión económica provocada por la pandemia del virus Covid19 y el paulatino hundimiento financiero del sector de hidrocarburos por no tener yacimientos rentables para explotar. No hay manera de esquivar la decadencia obligada del consumo energético y en consecuencia del modelo expansivo de producción económica y consumo material. Al no haber energía fácilmente disponible es muy probable que haya finalizado el periodo de crecimiento de la economía material que sustenta la modernización y el desarrollo globalizado y expansivo. No podrá reemplazarse la energía fósil por otras fuentes energéticas renovables sin una gran reducción de la escala material global del consumo extractivista de bienes y servicios naturales de la biosfera.
Cuando la cantidad disponible de recursos y de energía ya no permite mantener unos muy altos niveles de complejificación, las sociedades cada vez piden más préstamos biofísicos del futuro y se alimentan del pasado, enrocándose en la continuidad de unas pautas sociopolíticas y técnicas, que se hacen cada vez más inviables y son parte del problema al abocarnos más deprisa hacía la implosión.
La tecnología solo sirve si hay giros radicales que establezcan topes al consumo global desde los valores de la suficiencia y la conservación como se ve en las distintas leyes climáticas como la valenciana. http://www.davidhammerstein.com/2020/07/la-ley-climatica-valenciana-no-toma-en-serio-la-emergencia-climatica.html
Irremediablemente estamos metidos en un proceso de desglobalización y re-localización de la economía. Esto exige unos grandes cambios financieros, institucionales, energéticos, laborales y alimentarios, entre otros. Habrá grandes tensiones, conflictos y problemas de todo tipo porque la enorme tortilla de una gran transición social no se hace sin romper bastantes huevos.
Tenemos una elección. Podemos prepararnos para una austeridad material más justa, democrática y soportable o podemos seguir perdiendo un tiempo precioso esperando a la dura pedagogía de la catástrofe que viene.