La política ambiental de los chinos se puede resumir en “desarrollo primero, medio ambiente después”. La realidad es que ni los 1.300 millones de chinos ni los ecosistemas del planeta pueden permitirse tal lujo. Igual como la mayoría de los países del Sur el Gobierno Chino considera la protección ecológica como una responsabilidad de los países industrializados del Norte, ya que estos todavía tienen unos niveles per cápita de contaminación por encima de países como la China y los países ricos son los grandes culpables históricos de los grandes problemas ambientales. Pero este fácil recurso retórico no quita de los daños graves irreversibles que países como China inflingen en los sistemas naturales que dan soporte a la vida. Frente a la explosión del volumen de las cargas destructivas la Tierra no distingue entre Chinos y Europeos o Americanos; ni los criterios sociales ni ideológicos cuentan sino los biofísicos.
La China se ha convertido ya en el primer contaminante mundial de CO2 y según algunas proyecciones de la Agencia Internacional de Energía antes de 20 años superará las emisiones de CO2 de todos los países industrializados de la OCDE juntos. Esta grave situación ambiental es empujada por el actual “boom urbanístico” chino que está en el proceso de urbanizar nuevas tierras para asentar más de 400 millones de personas en los próximos 25 años, la mitad de los edificios construidos en el mundo serán chinos.
La situación hídrica de China es muy grave: la mayoría de los ríos están severamente contaminados, los niveles freáticos caen año tras año mientras el desierto avanza a marchas forzosas, se pierden grandes áreas de tierra fértil y centenares de ciudades sufren restricciones en su suministro de agua. Mientras su futuro seguridad alimentaria está en duda por la falta de grano y la explosión consumista que incluye un gran aumento en el consumo de carne.Su producción energética depende todavía del carbón en el 70% y millones de nuevos coches en la calle cada año alimenta una demanda insaciable de petróleo importando. La contaminación atmosférica y química es atroz y afecta gravemente la salud y el bienestar de los habitantes de muchas ciudades como Beijing. Pero a menudo se producen situaciones ambientales aún más graves lejos de las grandes capitales y de la mirada de la prensa occidental.
La solución no pasa solo por un mayor gasto ambiental o la adopción de tecnologías más limpias y más eficientes. No existe una salida técnica fácil. Poder domesticar a la enloquecida economía china implicaría un cambio político profundo que hoy no se vislumbra en el horizonte. Sin mayores grados de libertad de expresión y el derecho de organizarse y sin un sistema judicial más honesto e independiente difícilmente se dará la vuelta a la enorme impunidad biocida china que amenaza la habitabilidad de su país.
El régimen chino dedica abundante retórica a la cuestión ambiental, especialmente para apaciguar las preocupaciones occidentales ante la celebración el año que viene de las Olimpiadas en Beijing, pero existe un abismo entre lo dicho y lo hecho por parte de las autoridades chinas. La inactividad oficial frente el galopante deterioro ecológico está creando una creciente frustración popular que se refleja cada año en miles de protestas ambientalistas que suelen ser reprimidas por la policía, a menudo con muertos, heridos y detenidos. Una protección ambiental eficaz exigiría la existencia de información y datos fiables, accesibles y transparentes que chocaría frontalmente con el quehacer vigente del poder establecido. Requeriría la posibilidad de denuncia legal y en la prensa por parte de organizaciones cívicas. Sin luz y taquígrafos no habrá un cambio ambiental creíble en la China. Las libertades democráticas no garantizan en absoluto la sostenibilidad ambiental pero en el caso de China un mayor espacio cívico libre es imprescindible para, por lo menos, sacar los problemas a la superfície.
El supuesto “milagro chino” tiene los pies de barro o más bien es un “tigre de papel” causa del probable efecto económico combinado de sus crisis ambientales alimentada por un sistema político fosilizado y corrupto. Ni su economía es tan boyante (muchos expertos ya rebajan a la mitad sus cifras reales de crecimiento) ni su totalitario gobierno es tan estable para resistir las consecuencias naturales y populares de varias décadas de un “maldesarrollo” salvaje que ha ignorado a todos los límites biofísicos y ha silenciado a todas las voces discrepantes. La gran crisis socioambiental china está anunciada y no tardará en producirse. Nadie quedará a salvo de sus consecuencias.
David Hammerstein