Una triste observación sobre las recientes elecciones generales: ni el cambio climático ni cualquier otro grave problema sobre la creciente destrucción de los ecosistemas terrestres han asomado la cabeza seriamente en los debates electorales. Las propuestas sobre el medio ambiente en general han estado ausentes en la campaña electoral. No se ha dado a la opinión pública ni una sola propuesta socio-ecológica importante en campos como son la fiscalidad, la economía, el empleo, la energía, la vivienda o el transporte. Propuestas en cómo producir y consumir de forma más limpia no han formado parte del debate público y electoral. Todo lo contrario, en el calor de la campaña ha dominado un amplio consenso entre las diferentes formaciones políticas dominado por el discurso economicista, desarrollista y consumista, y compitiendo en fáusticas promesas benefactoras sobre más infraestructuras, más consumo, más subvenciones a las actividades industriales contaminantes, más devoluciones fiscales, más crecimiento, y todo a precios más bajos. Como si se tratara de la peste, los principales candidatos han huido de dar respuestas solventes, realistas y comprometidas ante el cambio climático.
Nada de este encantamiento político sin límites físicos y sin ética planetaria parece casual. En nuestras sociedades y en sus narraciones, valores e ideologías dominantes, de todo tipo y color, se sigue manteniendo como valor central el consenso cultural y político a favor del crecimiento sin límites. En general se suelen ver bien los principios y la acción ecologista en abstracto, o bien se tratan como un asunto exclusivamente sectorial encerrado en el contenedor del “medio ambiente”, pero siempre a condición de mantener los problemas ambientales alejados de compromisos que nos atañan directamente en lo concreto. La opinión pública suele apreciar las luchas de ONGs cuando defienden algún espacio natural amenazado, o cuando se trata de las denuncias de plataformas de afectados. Pero casi nadie decide su voto priorizando la salud de los ecosistemas que sustentan toda vida humana.
A pesar del claro avance cultural de la conciencia ambiental y la preocupación por la protección y el cuidado de la naturaleza, el llamado “medioambiente” sigue teniendo un lugar marginal en nuestras prioridades prácticas como ciudadanos, consumidores y productores. En otras palabras, en términos socioculturales y en términos políticos, al tiempo que se mete por la puerta el “problema ambiental” también se saca por la ventana. No se debaten opciones contrastadas entre partidos para enfrentarnos con el cambio climático a pesar de ser considerado ya como un gravísimo problema de escala global y local.
Pero cuando la Tierra necesita políticas verdes más que nunca, paradójicamente los partidos centran su discurso en la "mejora social" en radical desconexión con los sistemas vivientes. Se trata de una ideología socialmente muy exitosa que entiende que el bienestar general y particular se consigue a base de más y más consumo, más y más crecimiento. Son ya muchas y claras las señales de un próximo choque de trenes entre el consenso del sobre-consumo y los ecosistemas básicos. Hasta ahora, no hay instituciones ni cuerpos políticos en el escenario español para plantear un freno sustancial a esta feliz borrachera.