Estamos atrapados en la falaz y persistente idea de que el crecimiento y el bienestar de una sociedad humana son la misma cosa. Aunque contrariamente a este espejismo el crecimiento económico y financiero se han convertido en enemigos de la misma prosperidad de las personas y de todo el mundo viviente. Incluso muchas de las promesas de abundancia e igualdad en el mundo digital han resultado ser unas renovadas versiones de viejos modelos distópicos de extracción y dominio industrial.
Muchos de los negocios de las grandes empresas multinacionales se dedican básicamente a actividades extractivas de bienes y servicios, tanto materiales como inmateriales, convierten nuestro dinero relacionado con la economía real de intercambios en simples precios de acciones bursatiles inmateriales. De hecho, esta "minería financiera" acaba exprimiendo el mundo social y natural, bien reales y encarnados, para hinchar artificialmente la burbuja y el valor de sus acciones (a veces incluso mediante la re-compra de las acciones por la propia entidad financiera). Se generan así unas ganancias fabulosas a costa de menospreciar y depreciar tanto el valor del mundo biofísico real como el valor del trabajo humano. De hecho, hay en el mercado mundial mucho más dinero financiero especulativo en circulación que dinero anclado localmente en bienes materiales y mano de obra. Como dice Douglas Rushkoff “las grandes multinacionales son como personas muy obesas, chupan el dinero de nuestra economía y lo almacenan en la grasa del altos precios de sus acciones. Esto no es un negocio; es la extracción de valor.” La indeseable consecuencia es que se asigna un precio y un valor monetario a todo al tiempo que vacían de valor y no dan valor a nada entre nuestros bienes comunes comunitarios y globales más preciados.
Nuestro sistema monetario global está fundamentalmente basado en la desconexión con el mundo social humano y el mundo viviente cada vez más esquilmado y contaminado mediante la inflación de acciones bursátiles especulativas y de pagos de deudas a los bancos con bastante más dinero que el que se ha prestado. Dando vueltas en esta noria irracional los países y la ciudadanía se ven obligados a orientar sus economías casi totalmente hacia el crecimiento crematístico especulativo en lugar de dirigirlas hacia actividades realmente encarnadas en el mundo socioambiental que habitamos y hacia el bien común social, cultural y ambiental. Las consecuencias son devastadoras al aumentar la desigualdad social y acelerar aún más el empeoramiento del estado de los sistemas naturales necesarios para la habitabilidad humana y convivencia pacifica de nuestras sociedades.
¿Es la economía colaborativa la economía del bien común?
Algunos ejemplos globalizados de la a llamada “economía colaborativa” como puede ser las iniciativas Arnbnb (de alquileres turísticos) y Uber (de viajar en coches particulares), o de actividades similares, pueden parecernos a primera vista unas buenas innovaciones para avances positivos de cooperación y redistribución, pero no lo son tanto. En realidad se tratan de ejemplos extractivos donde unos cuantos ganan y la mayoría pierde porque multiplican el valor del dinero de forma lineal, globalizada y abierta sin retorno al tiempo que también parasitan la vitalidad de los tejidos socio-ecológicos reales comunitarios que irremediablemente nos constituyen y habitamos. A medio o largo plazo tampoco crean estructuras sociales y económicas estables. Como los sistemas vivientes, entre los que se incluyen necesariamente las sociedades humanas, para operar para su supervivencia, bienestar y florecimiento deben constituir circuitos circulares de intercambios de materiales, energía, gente, tecnología, dinero y residuos. En suma, estar enraizados localmente con objetivos del bien común comunitario. El mero hecho que un modelo de negocio o un modelo social quiere compartir recursos colectivamente no significa que que protege nuestros bienes comunes más apreciados como el agua, el aire o el suelo. Solo es posible si en nuestra escala valores se impone una jerarquía de unos indicadores del bien común social y natural por encima de los beneficios económicos y el consumo. Favorecer el uso del coche particular, aunque sea compartido o fomentar el turismo masivo, aunque sea en casas particulares, no son objetivos compatibles con la defensa de los bienes comunes, tanto a nivel social como ecológico.
El mero hecho de que un modelo de negocio o un modelo de actividad humana quiera compartir recursos con otros, colectivamente, incluso mediante fórmulas participativas y democráticas, no implica necesariamente un avance en el reconocimiento, la mejora y preservación de los bienes comunes fundamentales para la vida social y para la biodiversidad viviente en general.
La economía colaborativa que se construye con exigencias y condiciones de responsabilidad ambiental y social para el cuidado de nuestros bienes comunes más apreciados será posible en una economía de los bienes comunes si también damos un giro radical a nuestras prioridades y a nuestra escala de valores y aspiraciones. Se impone con ello unos nítidos principios socio-ambientales y una jerarquía en los indicadores del bien común, por encima de los grandes beneficios económicos y aumento del consumo material, porque la escala física de nuestra economía y nuestros estilos de vida sobreconsumidores sobrepasan peligrosamente la menguante capacidad de carga de los ecosistemas.
A otro nivel, los simulacros digitales de comunicación entre personas, como las redes sociales de Google, Facebook y Twitter, a menudo nos parecen más importantes que el mundo real pero no lo son. Aparte de fortalecer la alienación y separación de las personas con su entorno social y natural, suelen aumentar la extracción y mercantilización de datos inmateriales y de bienes materiales. Incluso, el acceso abierto y los datos abiertos pueden favorecer una mayor concentración empresarial y digital. Hoy la definición oficial de toda acción europea de la UE es mercantilizada como “Digital Single Market” (Mercado Único Digital) cuando lo que hace falta es un “Digital Single Commons” (Pro-común único digital) que favorece la decentralización, el control comunitario democrático y los fines socio-ecológicos de las redes.
Pero entonces¿como puede volverse el mundo digital al servicio de la única realidad existente, inevitablemente entretejida material y ecológicamente?¿Como podemos acelerar la necesaria salida de una economía extractiva (tanto de materiales como de dinero y de datos de la economía real local) y basada en el crecimiento infinito (un principio miope y catastrófico en un planeta cerrado, finito y escaso en materiales) para la transición hacia una economía austera físicamente pero culturalmente abundante que fomente a la vez el cuidado de las comunidades locales y los sistemas vivos?
Existe una diferencia fundamental entre hacer del mundo un lugar mejor y solo hacer un “menor daño”, en este caso aminorando ligeramente los males creados por una economía dominada por la trampa del crecimiento inacabable y cuyo resultado neto de la actividad es negativo. Se trata de un dilema que no se puede resolver como si se tratara solo de una opción lógica, teórica y abstracta, y tampoco es resoluble mediante un deber ser de principios morales generales y racionales, las salidas de este atolladero han de estar insertadas en opciones prácticas, encarnadas socialmente, física y ecológicamente. Esta habilidad práctica y sus guías de orientación han de estar incrustadas en las exigencias de una condicionalidad ecológica y social.
Ante cualquier proyecto de acción de economía colaborativa se han de poder adoptar decisiones acordes con interrogantes como estos : ¿la comunidad donde vivo será más democrática, justa y solidaria? ¿los beneficios de la iniciativa económica será repartido equitativamente entre los participantes directos y la comunidad? el suelo donde vivo ¿será más sano y rico? ¿El agua que fluye en el río cercano estará más poblada de vida y estará más limpia? ¿el aire de mi ciudad será menos nocivo, más puro y respirable? ¿ Se fomentará una cooperación Norte-Sur positiva y significativa?
DAVID HAMMERSTEIN