“Carbón limpio” parece una evidente contradicción en términos. “Captura y Secuestro de CO2” suena a una siniestra operación mafiosa. “Almacenar a la contaminación” sugiere (y es!) un enorme vertedero donde se acumulan los gases sucios. Es parte de un gran ejercicio político-científico en marcha financiado con dinero público para salvar los muebles a las grandes plantas térmicas que queman carbón y lavar la imagen maltrecha a uno de los principales culpables del cambio climático. Dicen algunos tecno-optimistas, que suelen estar a sueldo de las empresas de los combustibles fósiles, que por fin han encontrado la poción mágica para la eterna juventud del modelo vigente de grandes centrales térmicas de carbón. Lo que está en juego es la continuidad, sea como sea, de la producción de energía muy centralizada y socialmente concentrada en pocas manos.
El Gobierno Español ha anunciado diez lugares para el almacenamiento subterráneo de CO2 procedente de centrales térmicas con una subvención de 70 millones de euros y ha decidido dedicar 100 millones de euros más para impulsar iniciativas experimentales de atrapar los malos humos de las térmicas. Con estas inversiones a costa del contribuyente se podrá mantener con actividad a las cuencas mineras y seguir quemando carbón a toda pastilla sin remordimientos ambientalistas. Se consigue el mejor de los mundos posibles: primero ensuciamos, después limpiamos y todos contentos. Si es tan buena idea uno se pregunta porque no se financia con los beneficios históricos del carbón y petróleo, o de capital privado de riesgo.
Como habrá sospechado el lector la operación de blanquear el carbón no está ni mucho menos clara. La tecnología de captura y almacenamiento de CO2 sigue siendo una promesa y no una realidad factible. Según los cálculos más optimistas (Organización Internacional de la Energía) no puede ser viable hasta después del 2020 o incluso el 2030. Hoy en día no es comercialmente viable en ningún lugar del mundo y incluso siguen habiendo dudas científicas sobre su grado de eficacia en reducir la emisiones entre el 10 y el 40%. El proceso de separar y capturar el CO2 de las chimeneas no es un proceso fácil, ni barato, ni energéticamente neutro. Se exige el consumo de aún más cantidad de energía sucia para separar y comprimir los gases contaminantes y después transportarlo a su destinos subterráneos. También hay una creciente inquietud sobre el relleno del subsuelo con gases contaminantes, cuando cabe la posibilidad de fugas, especialmente en terrenos inestables.
Dicho lo anterior, debo declarar que no estoy en contra de investigar esta tecnología, siempre y cuando se haga de forma comedida y con precaución, sin perjudicar a los recursos dedicados a las energías renovables y la eficiencia energética que deben tener la prioridad al recibir dinero público. En ciertas partes del mundo, como en China, se seguirá quemando, por desgracia, cantidades ingentes del carbón, unas posibles medidas de mitigación podrían ser de utilidad. Al mismo tiempo insisto en que “más vale prevenir” que seguir con el chip puesto de soluciones “al final de la tubería”.
No nos cansaremos en decir que no existen unas panaceas técnicas para luchar contra el cambio climático. Solo unos cambios profundos en como vivimos, producimos y consumimos pueden dar la vuelta a este mal civilizatorio. En contraste el optimismo entorno a la tecnología de “captura de CO2” alimenta creencias fatales para el futuro del planeta. Por un lado refuerza la idea de que hay una fácil reversibilidad de los desastres que creamos, es decir que podemos devolver el genio a la botella una vez que haya salido y por otro lado se empeña en prolongar la terrible agonía de la era del carbón y quita fuerzas a la incipiente y prometedora revolución solar.