Irresponsabilidad moral y retórica ante el cambio climático
Pocas veces ha habido una separación tan nítida entre las palabras de preocupación oficial y la enorme irresponsabilidad expresada en los hechos. Según nos dice el Sr. Zapatero se han encendido "todas las luces rojas" y el cambio climático ya está aquí con sus temibles consecuencias para todos, y afirma que será "inflexible y firme" en su lucha contra el efecto invernadero y el cambio climático. También todo Ministro y político que se precie corre para reunirse con Al Gore ante las fotos de la prensa y asisten con devoción a la proyecciones de "La Verdad Incomoda". Junto al mundo científico, la clase política y nuestros gobernantes parece que ya reconocen los malos tiempos que se avecinan si no se modera y frena la destrucción de los equilibrios vivos de nuestro clima planetario. Por un lado nos dicen que van a intentar paliar con firmeza el calentamiento de nuestro clima terrestre, lo que obliga a la urgencia y a la profundidad en los cambios estructurales pendientes en las políticas energéticas, en la industria del carbón, del gas y del petróleo, pero por otro lado, todo parece quedarse en meros fuegos artificiales cuando se trata de medir las palabras con políticas prácticas reales. Más allá de este folklore de las declaraciones públicas, las políticas del gobierno continúan con las peligrosas inercias destructivas con el clima y la biodiversidad debido a que no cuestionan ni alteran las políticas energéticas e industriales, ni las prioridades de los ministerios, ni el engranaje económico, ni las pautas socioculturales de consumo y bienestar. Las políticas del gobierno siguen insensibles al mal que impulsan, y como si nada pasara continúan dando las mismas medicinas que matan.
Pero no parece de sensatez ni de responsabilidades mínimas el mirar a otro lado cuando se te quema la casa, algo así nos está ocurriendo. Este no pasa nada que nos incita a no cambiar nuestras formas energéticas de vida, hoy constituye una peligrosa idea que trivializa el gigantesco genocidio que se incuba contra la vida en nuestro planeta. El cambio climático aparece así como un simple simulacro discursivo para exhibir preocupación y ganar credibilidad social y electoral, cuando en realidad es percibido como un problema sectorial y ajeno a las prioridades de la realidad económica y social que en su inercia multiplican y aceleran el desastre con el clima. La exitosa invocación ritual contra el cambio climático en realidad carece de conexión con el día a día, y se convierte en un nuevo tema fatalista de conversación que busca valores éticos añadidos a la acción política dando pinceladas ambientales a las anacrónicas y destructivas políticas de gobierno en materia energética. Esta banalización del mal en la lucha contra el cambio climático utiliza cínicamente la grandilocuencia mediática, y a la vez oculta que el cambio climático en realidad es tratado sólo sectorialmente y con numerosas trampas ante los planes de reducción de emisiones que salieron de Kyoto. Parece que los intereses del gobierno están en continuar con prácticamente las mismas tasas de emisiones de gases nocivos a la atmósfera, es decir, se trata de no meter en cintura a las decisiones y prioridades que causan la destrucción del clima y que actualmente dirigen la producción, el consumo, la industria, y la economía nacional y mundial.
Esta gigantesca irresponsabilidad moral con el cambio del clima en nuestro planeta también se expresa en la ausencia de debate político entre los partidos. Para ellos el cambio climático deja de existir cuando se trata de llevar a cabo políticas de todo tipo, como son la expansión urbanística, las nuevas infraestructuras y carreteras, las subvenciones directas o indirectas al carbón, a las cementeras, o a la , las OPAs de Endesa, la fiscalidad de los coches, los alimentos agroquímicos e industriales globalizados, los nuevos centros comerciales por doquier, la política de residuos de "usar y tirar", el fomento de los vuelos de los bajo coste y los nuevos aeropuertos regionales...etc. A la hora de verdad los políticos de todos los colores buscan desesperadamente excusas y demoras con tal de no enfrentarse seriamente a lo que es en realidad un grave daño a la estabilidad de los metabolismos climáticos, lo que hoy supone además una gran amenaza a la misma habitabilidad humana en la Tierra.
Para los partidos y políticos al uso, todo parece ser compatible con "la protección ambiental". Están atrapados en el "mito de la compatibilidad" entre opciones antagónicas que en la realidad práctica se anulan mutuamente: el desarrollo económico máximo como sea y la protección de la naturaleza. En la retórica de la defensa ambiental actúa una orquestación y fuerte consenso a favor de la banalización del mal autogenerado y que amenaza cada vez más la supervivencia y la salud humana en nuestra limitada y frágil casa terrestre. Para la clase política podemos seguir la vida como siempre y mejorar sin sobresaltos, y a la vez ser responsables con el planeta y el clima. Podemos seguir con nuestra "grand bouffé" de bienes naturales que enferman o desaparecen, y sin ningún riesgo de indigestión. Se puede seguir apoyando unas tarifas eléctricas por debajo del coste real y subvencionando masivamente las energías contaminantes, fomentando con ello el despilfarro destructivo y el freno a la emergencia de las energías renovables, y a la vez proclamar a los cuatro vientos la apuesta por las energías limpias. Se puede estar a favor de mantener más tiempo las masivas subvenciones del estado al Carbón en Asturias y León, tal y como hace la vieja izquierda comunista de IU y Llamazares, y todo sin quitarse la etiqueta publicitaria de "ecologistas responsables". Se puede favorecer cualquier industria contaminante como son las azulejeras de Castellón o cualquier fabricante de coches violando toda racionalidad y sensatez con el control de emisiones a la atmósfera y al mismo tiempo ponerse medallas en la protección ambiental y responsabilidad con el clima.
Para muchos partidos y políticos, la tan cacareada palabra de "desarrollo sostenible" significa sencillamente la defensa de la mágica compatibilidad entre más y más desarrollo junto al cuidado ambiental, algo que por cierto es imposible de llevar a la práctica sin que haya siempre el mismo perdedor: la naturaleza. A la hora de la verdad ya sabemos quien gana cuando se impulsa a toda costa el libre juego de las fuerzas económicas y se renuncia a políticas que aumenten la presión fiscal sobre las actividades y productos de producción y consumo más contaminantes. Ahí están los innumerables ejemplos: Refinerías en Extremadura, nuevas autovías por Tarifa o Los Picos de Europa, Pistas de Esquí en San Glorio o las minas de cielo abierto de Leon...
David Hammerstein, Eurodiputado de Los Verdes