Las medias tintas suelen acabar mal. La parálisis político de la Unión Europea resulta cada vez más temeraria por su incapacidad de reaccionar enérgicamente ante la crisis económica.
Tenemos una moneda común, el euro, sin una verdadera gobernanza económica europea. La gestión económica de los estados sufre de una endémica falta de flexibilidad estructural para poder responder a la crisis económica como la que ahora golpea a Grecia y que amenaza con contagiar a España y al resto del mundo. Ya somos parte de una integración monetaria pero sin una plena integración de los mercados, ni mucho menos una armonización europea con normas fiscales y estándares sociales. En contraste con el tener una moneda común, carecemos de eficaces controles europeos en las transacciones especulativas, en los prestamos peligrosos, en la opacidad bancaria y el fraude fiscal.
Es triste para un europeísta el admitir que la situación podría ser más flexible y posibilista si Grecia y España no pertenecieran a la zona Euro. La actual crisis coincide con la pérdida por parte de los gobiernos nacionales de los instrumentos monetarios tradicionales para responder a los déficit fiscales y la falta de solvencia crediticia. Antes de la existencia del Euro, similares contextos financieros y económicos hubieran provocado la devaluación de las monedas nacionales. A pesar de significar una devaluación la pérdida automática del poder adquisitivo de los ciudadanos, con el Dracma griego y la peseta española devaluados los productos griegos y españoles hubieran gozado de una cierta ventaja comparativa frente a las otras monedas más fuertes para poder iniciar una eventual recuperación económica, aumentar las exportaciónes y atraer más al turismo.
Mientras el cambio al euro ha significado hasta ahora unas ventajas políticas y ayudas económicas importantes para todo el sur de Europa, ahora estamos pagando muy caro la peligrosa y calculada laxitud en la gestión económica de la UE. Encajamos las consecuencias del pasotismo europeo de la última decada ante los desmanes financieros como el "boom urbanístico" español, los "préstamos basura" por doquier, la falta de transparencia en las operaciones bancarias que favorece el fraude de los paraísos fiscales y la rampante especulación de los mercados bursátiles La UE no solo no ha tenido iniciativas conjuntas para controlar las locuras de la economía "casino". Además, no ha tenido la previsión para crear una mínima política social europea para amortiguar los posibles inestabilidades económicas como las actual crisis en Grecia.
La Unión Europea debe tener unos ingresos fiscales y bancarios mayores mediante una série de instrumentos como una tasa sobre las transacciones bursátiles, una fiscalidad europea sobre la gasolina y el CO2, la venta de Bonos de la Unión Europea, un papel mucho más activo y social del Banco Europeo de Inversiones en la renovación ecológicia de las infraestructuras y la creación de un amplio fondo europeo de garantía social y del empleo.
Si no vamos hacia adelante, iremos hacía atrás. El proyecto europeo se encuentra en peligro por la miopía de sus líderes, por la presión antiregulación de los lobbies industriales y por el creciente nacionalismo popular. Tenemos la imperiosa necesidad de reorientar los mercados y los bancos hacia una economía real con claros objetivos sociales y ambientales. La desregulación europea y desgobierno económico es parte del problema y no puede ser parte de la solución. Nos urge más Europa económica, política y social. La actual Europa a medias está creando una creciente frustración e insostenibilidad.