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BÚSqueda

Los Verdes

9 décembre 2013 1 09 /12 /décembre /2013 23:01

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Los policías antidisturbios rodearon el edificio del rectorado de la Universidad donde estábamos pertrechados. Unas horas antes alrededor de mil estudiantes lo habíamos ocupado. Ya nos habían dado el último aviso para abandonar nuestra “sentada” o para enfrentarnos al arresto como acusados por manifestación ilegal, allanamiento de morada y destrucción de la propiedad. Casi la mitad de los manifestantes decidieron abandonar el edificio, pero 401 de nosotros nos quedamos y fuimos detenidos. Fuimos formalmente imputados y encarcelados preventivamente hasta el día siguiente. La noticia corrió deprisa y la prensa la expandió por el mundo.


Todo esto ocurrió en mayo de 1977 en el campus de Santa Cruz de la Universidad de California. Allí estábamos como confiados universitarios de clase medias exigiendo la “des-inversión” de la propia Universidad pública en empresas multinacionales que tenían operaciones en Sud-África y que llegaban a valorarse en más de 2400 millones de dólares en acciones. Queríamos hacer un llamamiento al boicot económico del régimen de apartheid por El Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela. Esta campaña que arrancaba en el 1977 se hizo cada vez más amplia y culminó diez años después cuando la Universidad de California finalmente retiraba sus inversiones en todas las empresas que operaban en Sud África. Según Mandela y Desmond Tutu la presión económica ejercida por la retirada de inversiones fue un factor determinante en la apertura de negociaciones para la transición y la caída del régimen racista.

 

En los meses anteriores a la protesta organizamos numerosos actos sensibilizadores sobre la terrible situación en Sud-África, incluso trajimos para actuar en el campus a un muy conmovedor grupo de teatro y música del mismo Soweto. La plataforma organizadora: “Coalición contra el racismo”, juntaba sus reivindicaciones contra el apartheid con otras en contra de la discriminación racial en Estados Unidos.

 

Uno de los objetivos empresariales de nuestra ira estudiantil era IBM, la compañía de la época más puntera en informática y en alta tecnología. IBM suministraba al régimen racista de Pretoria los odiados “pases geográficos” que servían para impedir el libre movimiento de la mayoría negra de Sud África. Años antes la imagen de Nelson Mandela quemando públicamente su cartilla encendía el movimiento a favor de la igualdad racial en el mundo entero.

 

En las imágenes del anuario de la universidad del año 1978 casualmente aparezco yo junto a otros compañeros mientras bloqueábamos una puerta por donde acudían representantes de la IBM que reclutaban a futuros nuevos empleados entre los universitarios. En aquel entonces fuimos duramente criticados por intentar “limitar la libertad de expresión” de IBM y de los estudiantes interesados en su empresa. Asimismo nos acusaron de perjudicar económicamente a los mismo sudafricanos pobres que queríamos ayudar al oponernos a las inversiones de las multinacionales. Solo mucho más tarde, en 1987 IBM, cuando ya estaba en el ojo de críticas políticas feroces, decidió detener sus operaciones comerciales en Sudáfrica.

 

También hoy día en muchas universidades de EE.UU se siguen levantando denuncias y acciones contra la injusticia de problemas que dañan a cualquier mínima exigencia ética colectiva. En numerosas universidades se emprende la lucha para sacar las inversiones en las empresas de combustibles fósiles, del carbón, petróleo y gas, y con ello se quiere contribuir a frenar la catástrofe planetaria que continua en marcha imparable: el cambio climático.

 

Esta misma mañana en València he sacado mis ahorros de un fondo de pensiones al saber su destino final. Un plan de inversiones gestionado por una cooperativa de crédito a la que pertenezco (supuestamente muy progresista y valencianista), invierte en una cartera de empresas que incluye a petroleras y farmacéuticas de muy dudosa reputación social y ambiental. No se trata solo de señalar aquí unos sucesos problemáticos que hoy ocurren entre otros muchos. Se trata de problemas mundiales profundamente conectados en sus causas y en sus inmensas consecuencias.

 

¿Conocemos el destino de nuestros ahorros, de los planes de pensiones o inversiones?. ¿Tenemos idea del detalle y contenido de las contratas públicas de las escuelas, hospitales o universidades?. ¿Sabemos en qué condiciones sociales y ecológicas se fabrican los productos que compras y sus efectos en el presente y futuro?

 


 

Ante tanto maltrato a las personas y al planeta conviene romper con muchas inercias y comenzar a visibilizar cuanto antes los itinerarios de la trazabilidad monetaria.

Los humanos no podemos presumir de total coherencia o limpieza moral en torno a grandes ideales y principios. En realidad somos víctimas inocentes pero también responsables. Tenemos márgenes de acción en nuestras vidas cotidianas, profesionales e institucionales. Para un mundo un poco más habitable y justo podríamos comenzar por ocuparnos más del destino concreto de nuestro dinero, bien sea como ciudadanía contribuyente o bien como consumidores. Como lo han estado haciendo muchos estudiantes universitarios desde los tiempos de Nelson Mandela y su lucha contra el apartheid.

 

David Hammerstein

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