Como ha apuntado John Vidal hoy en el Guardian:
" Los gobiernos y la industria nuclear no pueden aceptar lo que son dos leyes inmutables de la realidad que habitamos: la ley de Murphy y la ley de las consecuencias colaterales no intencionadas.
Si algo puede fallar, eventualmente lo hará. Quizás es posible diseñar para prevenir algunos fallos posibles pero es imposible diseñar para prevenir lo incierto y desconocido. La próxima vez el desastre nuclear no tendrá nada que ver con un terremoto o un tsunami, sino que será a causa del terrorismo, el cambio climático, un error fatal en unas obras, un accidente aéreo, algún operario de una planta atómica que se "vuelva loco" o la proliferación de plutonio.
Es sencillamente imposible proteger las centrales atómicas de todas las eventualidades posibles. Los científicos, ingenieros y técnicos nucleares no son dioses y no tienen ninguna llave maestra sobre la seguridad y el futuro".
Si no hubieran otras alternativas para encender una bombilla o para reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera, igual podríamos perdonar a la industria y los gobiernos de tanta irresponsabilidad temeraria y de tantos males sociales y ecológicos evitables. Pero cuando el peligro es tan alto, la escala es tan grande y se extiende sin control humano posible a todo lo largo y ancho del espacio y el tiempo, son necesarias y urgentes otras alternativas posibles. Existen cien formas más seguras de producir energía antes que continuar con las dantescas centrales nucleares. Como aprendices de brujo, los cantos de sirenas de los gobiernos, de la industria nuclear y de unos apologetas tecno-científicos practicantes del nihilismo moral, defienden unas imposibles normas técnicas de "seguridad" para eliminar con ello el debate ético y político, y para con ello continuar convirtiéndonos en rehenes de la peligrosa tecnología y sus instalaciones atómicas. La opción por seguir por el camino nuclear carece de cualquier tipo racionalidad energética, económica, social, política y ética, más bien podría parecer una broma muy pesada lanzada desde el mismísimo infierno.
En sola una generación la industria nuclear ha matado, enfermado o dañado la vida de millones de personas y ha destrozado para siempre millones de kilómetros cuadrados de tierras y ecosistemas vitales del complejo orden de la Biosfera. Ha recibido billones en subvenciones públicas, y cuesta otros muchos billones a los ciudadanos contribuyentes para intentar limpiar sus desastres y daños irreversibles. Además, las operaciones de la industria atómica están rodeadas por mentiras, encubrimientos, incompetencia financiera y opacidad informativa.
Ahora esta industria inmoral presiona para extender la vida útil de las centrales ya envejecidas y llenas de peligrosas corrosiones, y los gobiernos serviles al gran negocio particular de esta mortecina economía energética, como el de ZP, han ido corriendo para eliminar las trabas legales que lo impedían en el territorio español, o incluso plantean construir unas nuevas plantas. El grado de irresponsabilidad e ignominia institucionalizada es escandaloso cuando lo que está en juego es la misma habitabilidad y salud de grandes extensiones del planeta y de los seres humanos.
La ciudadanía europea deberá exigir con fuerza el fin de la energía atómica mediante una Iniciativa Legislativa Popular y un referendum europeo sobre el abandono de la energía nuclear en la Unión Europea.
DAVID HAMMERSTEIN