Un tercio de la humanidad esta amenazada por la desertificación. La pobreza extrema y la inmigración son algunas de las consecuencias sociales de la pérdida de tierra fértil que es especialmente grave en África, donde dos tercios de la tierra cultivable pueden desaparecer antes del 2025. También la situación es alarmante en países europeos como España donde el suelo valioso desaparece a un ritmo preocupante. La delicada y fina piel fecunda de la Tierra apenas puede resistir unos pocos años frente a muchas prácticas humanas erosivas. Pero una vez que esta piel es arrancada puede tardar siglos para reconstituirse.
Se finalizó el pasado día 14 en Madrid la Octava Convención de la ONU sobre la lucha mundial contra la desertificación. Participaron en ella unos 190 países más ONGs y miembros del Parlamento Europeo en el intento de coordinar una acción institucional y de la sociedad civil frente a una de las principales lacras de la humanidad que está muy relacionada con el Cambio Climático.
En esta como en las anteriores ediciones de la Convención han producido una inflación de declaraciones solemnes y llamadas a la acción. Sin embargo, los resultados han sido muy escasos en cuanto de financiación de proyectos y la modificación de políticas nocivas. Los países no han cumplido con sus promesas de inversiones y se resisten a frenar las actividades destructivas que atentan contra los suelos más ricos.
La mala gestión del suelo asume muchas formas: los monocultivos intensivos, el pastoreo excesivo, la minería, la urbanización masiva, la despoblación rural, el impacto de las grandes infraestructuras, la deforestación y la forestación con especies equivocadas, entre otras causas. Sería inútil centrar la lucha contra la desertización solo en proyectos de reforestación o la aportación de más recursos hídricos. No se trata de solo una cuestión técnica sino un problema con grandes implicaciones económicas. Para frenar la desertificación hará falta cuestionar algunas políticas claves del actual modelo de desarrollo y fomentar unas nuevas pautas que defienden el suelo frágil.
Muchos de los productos que compramos cada día producen grandes pérdidas de tierra fértil. Suelen proceder de algún corte de bosque, de alguna sobreexplotación de acuífero, de alguna mina o cantera o de algún bosque o pasto sobreexplotado. Todos estamos implicados en las causas y las soluciones.
No solo hace falta frenar las malas prácticas sino fomentar las buenas prácticas. Urge recuperar la vegetación autóctona y reforestar con especias apropiadas para cada tipo de suelo. En Kenia la premio Nobel Wangari Mathai ha dado un ejemplo a seguir con la plantación de millones de árboles por parte del movimiento Cinturón Verde. También sería de gran importancia para los países de África que sufren de la deforestación poder recibir la transferéncia masiva de la tecnología solar y otras fuentes renovables. Incluso en algunos lugares hace falta eliminar a una parte de los árboles de especies equivocados como ciertos pinos o eucaliptos, para sustituirlos por otros más apropiados para hacer frente a los incendios, la erosión y la calidad del suelo. Por ejemplo, en la región mediterránea urge fomentar y financiar la restauración y conservación de los miles de kilómetros de las terrazas históricas construidas de piedra que protegen de la erosión las laderas de los montes y que en muchos casos se encuentran en un estado de abandono.
La verdad es que el ambiente de la Convención no refleja la urgencia del problema. Esta Convención revela tanto las posibilidades como las graves carencias burocráticas y políticas de las estructuras de la ONU. Hay muy poco control y evaluación de la situación sobre el terreno.Incluso la Convención carece, a causa del rechazo de algunos países, una una definición clara de qué es una zona desertificada o de un metodo científico homologado para registrar objetivamente el avance o retroceso del desierto. Además, la eficacia administrativa deja mucho que desear en unas reuniones interminables y poco prácticas. Y para empeorar todo los Estados Unidos ya acumula una deuda de mád de 5 millones de euros con la actividades de la Convención.
La Unión Europea ha propuesto una profunda reforma de la Convención contra la desertificación para aumentar su efectividad y orientar sus acciones según parámetros científicos.
La desertificación es un enorme desafío para la humanidad. Hasta ahora la respuesta institucional ha sido insuficiente, la financiación raquítica y la voluntad política retórica. Nos urge recuperar una relación mimosa con la tierra que nos da sustento. No podemos permitirnos el lujo de que el suelo fértil se vaya cada vez más con el viento, el sol y el agua.
David Hammerstein