El acuerdo alcanzado para la reforma del tratado europeo es más bien deprimente para los europeístas convencidos. Es cierto que a duras penas se han salvado los muebles del proyecto europeo pero al mismo tiempo se ha hipotecado la casa Europa para muchos años a unas condiciones leoninas impuestas por los estrechos intereses de algunos gobiernos que son contrarios a que la UE sea un actor político cohesionado y fuerte.
La reciente cumbre europea ha mostrado que después de 50 años de vocación de integración de los países miembros de la UE existen unos enemigos fuertes que buscan minar desde dentro todo el proceso. Una coalición de nacionalistas, ideólogos neoliberales y furibundos atlantistas están trabajando duramente para reducir a la Unión Europea a poco más que un mercado interno glorificado. No solo ha quedado la Unión Europea sin alma y sin símbolos significativos, al marginar los nombres de “constitución” y “ministro de exteriores”, además de obviar el “Himno de la alegría” de Beethoven y la mismísima bandera europea, lo que dificulta la construcción de una identidad política europea comprensible y indentificable entre la ciudadanía. El lenguaje importa mucho en la política. Al mismo tiempo se ha modificado algunos elementos importantes que dan razón de ser, cuerpo y músculo a la actuación comunitaria. Es totalmente inaceptable que el Reino Unido, y, de forma declarativa, Polonia, hayan quedado fuera de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
Es un hecho grave que destruye la credibilidad de los principios básicos del corazón de la Unión Europea que debe constituir una comunidad de valores compartidos aquí y en el mundo. Si un país no comparte estos principios es mejor que no sea miembro de la Unión. Otro hecho preocupante que limita la ambición de Europa en el mundo es la renuncia por parte de la UE de ocupar un lugar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para no amenazar los derechos adquiridos de Francia y el Reino Unido que datan de la época colonial. Esta renuncia de tener una voz única ante el mundo junto al reconocimiento explicito de la soberanía de los estados en la política exterior constituyen unos obstáculos más para que Europa pueda responder eficazmente a unos problemas globales cada vez más acuciantes. Mientras es positivo que se consagren en la reforma a nuevas áreas de competencias a la codecisón del Parlamento Europeo y que se haya aumentado el número de cuestiones que se decidirán por mayoría cualificada en lugar de la unanimidad, es especialmente negativo el reforzamiento que se ha dado al poder intergubernamental y a los parlamentos nacionales en detrimento de la capacidad de gobierno comunitario de la Comisión Europea y el Parlamento Europeo. Tendremos un presidente del Consejo permanente elegido por los estados que responderá principalmente a las reuniones secretas de los ministros estatales lo que debilitará fuertemente al presidente de la Comisión europea que responde sobretodo ante el Parlamento Europeo que opera en medio de una transparencia y acceso público. El dar más poder al Consejo que opera en la opacidad podría debilitar la democracia y participación ciudadana europeas. Otro retroceso importante ha sido la recuperación de un mayor peso de Polonia y otros países como España para crear una minoría de bloqueo en los votos del Consejo. Durante 10 años más se podrá obstaculizar la toma de decisiones importantes sobre el presupuesto europeo, evitando las decisiones que representan una gran mayoría de la población europea. Según el PP, en su estrecha visión nacionalista que olvida de que el avance de Europa depende de tener intereses supranacionales, España tenía que haber desempeñado el mismo triste papel que Polonia.
La Europa de 27 estados avanza muy lentamente con muchas contradicciones y visiones muy distintas sobre el futuro. Los enormes desafíos ecológicos y sociales del planeta exigen a gritos que la Unión Europea esté a la altura de la circunstancias. Sin embargo, el lastre de las anacrónicas políticas estatales y la carencia de un liderazgo europeo claro, no nos permite ser demasiado optimistas.
David Hammerstein, eurodiputado de Los Verdes