Primero las buenas noticias. El sur del país se recupera de la guerra del verano pasado y la tropas europeas, incluidas las españolas, de la ONU están desempeñando un papel importante de mediación con los israelíes para evitar incidentes, están apoyando al ejercito libanés que entra en el sur por la primera vez en décadas y están asistiendo a la población local en obras sociales, sanitarias y en la limpieza de minas. Sería un gran éxito por la paz si se consumara una propuesta de la ONU de poner bajo mandato de la ONU la pequeña zona (25 km2) que sigue bajo la ocupación israelí ya que se eliminaría uno de los principales pretextos de la lucha armada de Hezbolah y se reforzaría el actual gobierno de Beirut. En todo caso, el éxito de la misión internacional ha alejado el fantasma de la guerra de la frontera con Israel mientras la tensión política ha viajado a Beirut. En Beirut no parece haber espacio para el compromiso político. El parálisis está servido en todos los sentidos. El parlamento no funciona porque el presidente Nabih Berri de Amal se niega a firmar la convocatoria del pleno. El centro de Beirut está desierto y ocupado por centenares de tiendas de campana de las mujeres de Hizbolah. Las líneas de la batalla están trazadas entre los clanes y las sectas. El gobierno necesita al parlamento para aprobar la formación de un tribunal internacional sobre la epidemia de asesinatos políticos de los últimos meses y años que plagan al país mientras la oposición exige unas nuevas reglas de juego que facilitan el bloqueo de la minoría de cualquier medida de gobierno. Sin embargo y aunque parezca mentira el parálisis también puede ser considerado un mal menor bajo circunstancias tan peligrosas. En el Líbano existe un buen trecho entre las palabras y los hechos. En este país todo el mundo dice que no quiere una nueva guerra civil pero al mismo tiempo casi todos están rearmándose. Cada sector – chíes, maronitas, drusos, sunnies..- defienden el consenso pero ninguno está dispuesto a ceder ni un ápice en sus pretensiones. Prácticamente todos claman contra la interferencia extranjera pero todos defienden a capa y espada a sus respectivos patronizadores. Todo dios aboga por el respeto de las distintas confesiones pero con las acciones concretas solo buscan ganar posiciones para su clan. Todos pregonan la justicia y el fin de la impunidad de los asesinatos políticos pero muchos se oponen con uñas y dientes a la creación de un Tribunal Internacional para juzgar los múltiples crimines políticos sin esclarecer por considerarlo “politizado”. Muchas personas piden una reforma del sistema político para favorecer la ideología y el interés por encima de las religiones pero las mismas voces tienen un miedo atroz a abandonar el método sectario por el miedo de la inseguridad. Todos apoyan a la causa palestina pero existe un consenso en no dar derechos sociales y laborales a los muchos palestinos que llevan 60 años en el país. Hay dos conceptos de democracia en linde. Por un lado como nos ha dicho el líder de Hezbolah “Esto no es una democracia de los individuos, sino la democracia de las comunidades.” Tienen muy claro que el interés del grupo debe dominar a la autonomía del individuo. Así es muy difícil defender a los derechos humanos y defender a la democracia parlamentaria. Por el otro lado muchos jóvenes libaneses apuestan por una reforma política que orientara el país hacía la superación del reino de taifas y jefecillos y que fomentara la construcción de un estado de derecho y de reparto social, que mucha falta hace. Esperemos que la geopolítica deje vivir al Líbano. El país necesita un deshielo de relaciones entre occidente E irán, un atisbo de esperanza para el sufrido pueblo palestino, un dialogo con los países árabes y Israel a partir del Plan de Paz de los Saudíes y un rápido fin de la temeraria ceguera de la política de Bush en su cruzada “contra el terror.” Como nos ha dicho el Primer Ministro Siniora “no queremos ser el campo de batalla de nadie” en respuesta a Ahmadijad que había dicho que derrotaría a Estados Unidos en el Líbano.