Anata, 11-01-2007 Sabir tenía 10 años. Salía de su escuela en Anata, en el Jerusalén Oriental, cruzando el patio del colegio camino de comprar unos caramelos. Según el informe oficial “un objeto contundente”, reventó su cráneo mientras unos niños palestinos tiraban piedras a los soldados israelíes. Dependiendo de distintas fuentes podía haber sido una granada de choque o una bala de goma o incluso, una piedra. Pero a fin de cuentas da igual. Sabir había muerto. Yo estuve con su padre Bassam, en el mismo patio de colegio el pasado mes de abril en un acto pacifista de los “Luchadores por la Paz”, un grupo palestino-israelí de excombatientes de los dos lados, que lucha en contra de la ocupación y por lograr dos estados en paz a través de medios no-violentos. El emotivo evento tuvo lugar precisamente en Anata porque el mismo patio del colegio está cortado por la mitad gracias al muro de separación. Junto a éste, mientras escuchábamos palabras, poesías y canciones en contra de la locura interminable, unos niños pequeños continuaban con su pasatiempo de tirar piedras por una estrecha brecha en el muro hasta que al final del acto los soldados se hartaron y lanzaron gases lacrimógenos hacia todos nosotros. Bassam había pasado años en la cárcel por atentar contra un convoy militar israelí antes de convertirse en un líder pacifista. Me acuerdo de su nerviosismo y malestar cuando fuimos recibidos por el Presidente Palestino Abbas en Ramallah. Le pregunté por qué estaba en ese estado y me explicó que el mismo edificio presidencial palestino había sido su prisión y por ello, aquellas paredes le inquietaban. Pero Bassam, no se conformaba, sabía como superar los muros de la separación y el odio. Ahora lidera junto a compañeros israelíes, como su amigo Zohar, ex-piloto de combate, esta singular iniciativa, "Luchadores por la Paz".
Era precisamente Zohar, el encargado de transmitirme la fatal noticia sobre la hija de Bassam. Nuit Peled, premio Sakharov por la defensa de los Derechos Humanos, ha escrito que su propia hija Smadar, muerta a los 13 años por una bomba suicida, dará la bienvenida a Sabir en el reino de la muerte. Añade que los padres y madres de las niñas y niños muertos "podríamos acabar con la guerra porque sabemos que no importa qué bandera ponemos, en qué monte ni en qué dirección mira una persona cuando reza y que nada en el mundo es más importante que asegurar que una jovencita llegue a su clase de baile." Pero en el reino de los vivos los muros siguen pasando por los patios de los colegios. Y lo más chocante es qué, lo que el gobierno israelí llama "la valla de separación", no suele separar a los Israelíes de los Palestinos como afirman, sino en muchos casos, especialmente en el entorno de Jerusalén, aísla y aparta a palestinos de otros palestinos en su trazado tortuoso diseccionando más de una décima parte de Cisjordania. Unos días antes de Navidad estuve en una reunión oficial en Jerusalén con la ministra de exteriores de Israel, Tzipi Livni. Al insistirla en que definiera su propuesta de las fronteras del futuro estado palestino, la ministra fue tajante: seguirían el trazado del muro. Inmediatamente me vino a la cabeza el patio del colegio de Anata. Dos semanas después, la Secretaria de Estado estadounidense, Condelezza Rice, trasladaba esta propuesta al presidente Palestino quién la rechazaba de plano.
Ahora, después de lo ocurrido, me pregunto, ¿es posible construir la paz con un muro que pasa por los patios de los colegios? Si no somos capaces de imponer una paz mínimamente justa, aunque sea justita, seguirá creciendo el reino subterráneo de los niños muertos, donde según Nurit Peled "no existe un choque de civilizaciones y el verdadero multiculturalismo e igualdad prevalecen". A pesar del inmenso dolor que nos abate diariamente, Europa debe asumir una mayor responsabilidad para devolver la esperanza de una paz posible entre Israel y Palestina. El primer pasito, por ejemplo, podría ser la recuperación de la totalidad del patio de recreo de triste colegio de Anata. David Hammerstein