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Los Verdes

11 juillet 2008 5 11 /07 /juillet /2008 07:08

       Nicolás Sarkozy llegó como una rosa, sin Carla pero lleno de energía, directamente de un vuelo de Tokio del G-8.  Entró en el hemiciclo como una bala y fue directamente al grano de la crisis europea sin prolegómenos ni papeles ni guión.  Ha hablado de forma muy suelta y directa, con buen contacto visual y rápidos reflejos verbales ante un público expectante de unos mil personas, entre eurodiputados y oficiales. Sí, se puede decir que es uno de los auténticos animales políticos que quedan en el elenco generalmente banal de líderes europeos. Es como una versión francesa de Tony Blair,  un poco más hiperactivo y demasiado efectista pero un showman con muchas tablas. Tiene tanta cintura que marea de tantos giros que da, tanto en forma, como en contenido. Es como si alguien le hubiera dado demasiado cuerda. Es agotador.  

    Ha presentado el programa para la presidencia francesa de la Unión Europea, una presidencia empañada por la grave parálisis institucional, por el principio de una recesión económica y los retos energéticos del petróleo y el cambio climático.   Felizmente ha dado como la primera prioridad sacar adelante el paquete energético y climático que ahora discutimos en el parlamento.  Habló extensamente de la crisis ecológica planetaria como el desafío más grande de la humanidad y la superación de los combustibles fósiles, pero hizo pocas referencias concretas. Mencionó la posible construcción en el Norte de África de grandes plantas solares térmicas de alta temperatura (como las que hay en Andalucía) pero tuvo mucho cuidado en no mencionar ni una sola vez la palabra "nuclear", a pesar de que todo el mundo conoce su faceta de vendedor atómico por doquier. Afirmaba que no podíamos aceptar sin más en Europa productos fabricados en condiciones contaminantes, y que debemos protegernos en particular de los productos alimentarios producidos en condiciones lamentables. No concretó cómo. 


       Sí, hablaba de lo que el denominaba "la protección de los europeos" en lugar del "proteccionismo".  En el mismo saco de "protección" colocaba el tema de la inmigración y la necesidad de unas restricciones comunes en las fronteras europeas, junto con la protección de la entrada masiva de productos baratos y de mala calidad de fuera que causan deslocalizaciones y problemas sociales. También insistía en la protección de la agricultura europea, con el ejemplo de la carne local frente a la de fuera. Se oponía a la reducción de la producción agricola europea "para alimentar a los millones que mueren de hambre cada año". Esta defensa tradicional de la PAC no fue bien acogida por una cámara muy crítica con las ayudas a la producción y con las trabas puestas a los productos de fuera.

      Fue lapidario al sentenciar que la "Europa social no existe" y que las cuestiones sociales eran de la competencia exclusiva de los estados miembros. Esta afirmación fue muy criticada por Los Verdes y la izquierda. No ofrecía una solución al difícil atolladero del tratado europeo. En cuanto de la crisis europea, decía que solo había dos opciones: o se aprobaba el herido Tratado de Lisboa o se volvía al Tratado de Niza. Consideraba en cambio que la ampliación de la UE solo se podía hacer con éxito con la reforma del Tratado. Al no haber una reforma habría que descartar cualquier nueva ampliación de la Unión Europea. 

     

     

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