La insistente apelación a las políticas en favor de “la sostenibilidad” ha acabado reduciéndolas a unos simples ajustes en un pequeño sub-sistema económico, como es el de producción eléctrica, en nombre de “la transición” energética y ecológica. Este reduccionismo ideológico tan aplaudido por parte de responsables públicos y empresas suplanta y abandona los cambios estructurales en el conjunto de la economía necesarios para una transición ecológica. Como por arte de magia detrás de la llamada “transición energética” se sepulta la imperiosa agenda ecológica.
Esta lamentable comprensión de “la transición energética” por parte de gobiernos, gestores públicos, partidos de todo color ideológico y empresas, da prioridad y máximo protagonismo al relativamente pequeño reducto energético de la promoción de las energías renovables para la producción eléctrica. Al tiempo las embrionarias exigencias ambientales se abandonan en la cuneta, en la agricultura, la ganadería, el agua, los tóxicos, la deforestación, el comercio internacional, la minería, la biodiversidad, el transporte, etc. Con ello se desprecian las necesarias estrategias de resiliencia y adaptación ante los inevitables y traumáticos embates climáticos y ecológicos en curso.
El “Green New Deal” ya es un proyecto vacío de todo contenido que implique cambios estructurales. Este concepto zombie ha sido políticamente decapitado por las mismas instituciones europeas que lo impulsaron. Este armazón retórico y vacío de agenda verde cumple la función principal de aportar falsos envoltorios de legitimidad ambiental a las prioridades políticas de expansión material y el productivismo de siempre en todos los sectores económicos.
Gestores y responsables públicos junto a empresas, sindicatos y partidos de izquierdas y derechas, participan al unísono y coinciden en esta perniciosa sepultura de la emergencia ecológica y climática en nombre de la engañosa “transición energética". Renuncian a la urgente agenda con giros de 180 grados en todos los campos de actividad para adaptarnos y mitigar en lo posible la devastación, contaminación y escasez crónica que afecta intesa y aceleradamente a procesos biogenerativos y a bienes y servicios ambientales vitales para la supervivencia y bienestar.
Casi todo el debate público y mediático de la tan pregonada “emergencia climática”, aparte de la lenta venta de coches eléctricos y placas solares, se viene concentrando exclusivamente en los nuevos macro-proyectos eólicos y fotovoltaicos para el incremento de la producción eléctrica. Contra ellos se han ido conformando plataformas ciudadanas locales de afectados por distintos lugares del territorio que hacen defensa de la conservación de sus entornos locales (espacios naturales protegidos, ecosistemas, biodiversidad, tierras fértiles, paisajes, etc). Se oponen al poderoso bloque de gobernantes, partidos, políticos, promotores, empresas eléctricas, grandes inversores especuladores. Incluso una parte del movimiento ecologista defiende a rajatabla la imperiosa necesidad de estos grandes proyectos eléctricos que son parte de la agenda económica desarrollista. Se suman con ello a las ensoñaciones del “desarrollo sostenible” destiladas por el frente crecentista: hacer mágicamente compatibles la economía del crecimiento material y la ecología, aludiendo a unas inciertas ganancias para el clima en el largo plazo, el empleo local y el nuevo vector tecnológico que hace valer la quimera del “hidrógeno verde” que suplantaría la producción fósil. No hay un falso debate en las agrias discusiones entre los posibilistas (defensores del crecimiento material acompañado de pequeños ajustes para incrementar la producción eléctrica eólica y fotovoltaica) y los decrecentistas (maliciosamente etiquetados con el término de “colapsistas” por el frente crecentista adversario). No es un conflicto solamente semántico ni cultural. Es una expresión particular del dilema histórico fundamental y civilizatorio que afrontamos en torno a dos opciones en juego que son radicalmente antagónicas. Si ganan y siguen avanzando las fuerzas políticas y económicas del frente crecentista “posibilista”, se pierde el reducido abanico de oportunidades temporales para que el decrecimiento material pudiera ser en parte producto de decisiones conscientes y voluntarias, más benignas y equitativas, y relativamente menos traumáticas que el decrecimiento impuesto por el acelerado deterioro de los ecosistemas y la biodiversidad.
En términos históricos el decrecimiento material de nuestra organización social y economía ya no es una opción, será sí o sí una obligada consecuencia de la destrucción acelerada de numerosos bienes y servicios ecológicos que constituyen el dinámico sostén de las sociedades humanas y su orden social. Nuestro mundo siempre ha sido el sistema socionatural, nunca ha sido el ideado por las cosmologías de la modernidad: la sociedad humana separada y dominadora de la naturaleza del ahí afuera. Desde hace décadas los datos de las mejores ciencias disponibles nos alertan de que nuestra condición de abundancia fósil y crecimiento material solo puede ser muy efímera por haber traspasado muchos límites naturales críticos del sistema Tierra.
Muchos defensores de las macrorenovables ignoran el problema fundamental del “sobrepasamiento”: la realidad de que el consumo humano de bienes y metabolismos productivos materiales y biológicos ya ha superado los límites ecológicos del planeta. La proyección optimista de un futuro de energía renovable refleja una comprensión muy inadecuada del pasado y el presente. La idea de que las energías renovables pueden sostener un crecimiento económico continuado sin abordar el problema subyacente del uso excesivo y la degradación de los bienes y servicios ambientales es peligrosamente ingenua. Alargar los plazos de la expansión económica requiere algo más que energía más limpia: exige enormes insumos materiales finitos y escasos y rendimientos energéticos que las energías renovables, en su forma actual, no pueden proporcionar. Al centrarse en las contabilidades reduccionistas de la descarbonización, estas proyecciones pasan por alto el desafío más profundo: un sistema basado en el crecimiento incompatible con los límites planetarios. Nada material puede crecer indefinidamente en un medio finito. Hasta que no se afronte y frene la adicción al crecimiento y el consumo material sin fin, las previsiones energéticas, por muy verdes que parezcan, seguirán basándose en ilusiones faústicas. Además, ignora el gran desfase temporal de décadas entre una reducción importante de emisiones y un freno al calentamiento global ya
en marcha.
No es una cuestión del “cainismo” dentro del movimiento ecologista que se resuelva con una buena dosis de franciscanismo falsamente integrador de las posiciones en confrontación, sino que es un debate crucial sobre la elección entre dos caminos históricos enfrentados y muy distintos. Uno intenta poner límites al desarrollo y el crecimiento material de toda economía y actividad como eje central en un planeta cerrado en materiales y sometido a los incesantes y acelerados impactos humanos destructivos, y el otro apuesta por el sueño prometeico de la compatibilidad entre la sostenibilidad ecológica y el crecimiento material, o en otras palabras, hace defensa del imposible "desarrollo sostenible”, un término tan en boga y exitoso en el campo político desde la pasada década de los noventa.
No se trata tampoco de un enfrentamiento entre narrativas culturales “posibilistas” y “colapsistas”, desconectadas de los actores políticos, económicos y sociales que las encarnan y apoyan y de sus agendas de actuación. Se trata de una confrontación muy tentacular por estar enraizada en el campo de la reflexión teórica y las evidencias aportadas por las ciencias, y también en las luchas y movilizaciones sociales opuestas a unas políticas crecentistas muy concretas que en nombre de la “transición energética” y en el largo plazo indeterminado apuestan por deteriorar más y más en el presente los ecosistemas locales. Sin embargo, estos son precisamente los que urge conservar y cuidar con esmero, en el aquí y ahora, si realmente se afronta el reto del sobrecalentamiento climático.
Estas resistencias se enfrentan a las promesas y quimeras salvadoras de pequeños ajustes tecnno-optimistas para un futuro mejor, muy indeterminado e incierto, y siempre postergado indefinidamente en el tiempo. Contrariamente, la mayoría de las plataformas locales de las macrorenovables toman en serio la conservación de la biodiversidad en el aquí y ahora, precisamente la mejor herramienta para amortiguar los estragos climáticos ya en marcha.
El poderoso bloque crecentista defensor de los macroproyectos eléctricos pregona los supuestos poderes mágicos de unas tecnologías que hoy resultan casi marginales (como el vector llamado “hidrógeno verde”) mientras menosprecian aún más pérdida de biodiversidad que ya se encuentra en una grave caída libre.
Las plataformas ciudadanas de afectados directos contra los grandes proyectos eólicos y fotovoltaicos son plurales en su composición y apoyos, y al tiempo esta diversidad de sus integrantes y motivaciones confluye en una unidad de acción en torno a las metas de preservación y freno de dichas instalaciones para la producción de electricidad. En los hechos prácticos, al margen de motivaciones diversas, se ponen del lado de la preservación ecológica de territorios locales. Lo que les une y cohesiona es un “no” a la pérdida de valores naturales, tradicionales y paisajísticos locales aquí y ahora. Paradójicamente los defensores comerciales y políticos de los grandes proyectos eléctricos apelan a la lucha contra el cambio climático globalmente a largo plazo para justificar el sacrificio ecológico y social local.
La transición ecológica y energética no podrán hacerse realidad en ningún caso si la agenda de cambios se mantiene encerrada en la producción eléctrica renovable y en la reducción de las emisiones fósiles de CO2, a la vez que se renuncia a lo que es el primer frente de lucha contra el sobrecalentamiento climático y la resiliencia ecosocial: la conservación de los ecosistemas y la biodiversidad.