Ante la cumbre climática de Glasgow se oyen muchas llamadas para “más acción climática” o “más ambición climática” cuando no se sabe muy bien lo que quieren decir. Lo realmente urgente es mucho menos acción y mucho menos ambición en todas las actividades y políticas que deterioran el clima. Actualmente hay mucha más acción climática en contra del clima que la acción climática positiva.
Según la ONU se está fracasando estrepitosamente “la lucha contra el cambio climático”. Ya estamos emitiendo más CO2 que antes de la pandemia de COVID y estamos en camino de aumentar las emisiones contaminantes más del 16% antes del 2030 cuando la comunidad científica y el mismo Acuerdo de Paris exigen unas reducciones de más del 50%. Es curioso que nadie pide una evaluación independiente de la razones del fracaso.
No es una cuestión principalmente de políticas nacionales ni locales sino de los volumenes de consumos, producciones y extracciones en las cadenas de aprovisionamientos y suministros de la economía global. A pesar de estar haciendo más cosas “buenas” estamos haciendo aún más cantidad cosas “malas” para el clima. Peor que una bicicleta estática, al no avanzar vamos hacía atrás de prisa. En los últimos 20 años incluso el aumento exponencial de las energías renovables y de todos los avances tecnológicos no hemos reducido en nada nuestro consumo de energía fósil.
Aún más dramático, si cabe, es la continua caída libre del estado y riqueza de la biodiversidad, los ecosistemas que son la red de la vida que nos dan sustento. Por ejemplo, las últimas dos estrategias europeas para frenar la pérdida de biodiversidad (2003 y 2010) han suspendido totalmente en su evaluación por la misma Unión Europea por la falta de regulación restrictiva de actividades agrícolas, urbanísticas y comerciales. Asimismo, año tras año fracasan las políticas de residuos y agua por obviar totalmente la R de reducir y concentrar las políticas casi exclusivamente en la R de reciclar en unas fracasadas políticas “al final de la tubería”. Cada vez hay más residuos complejos más difíciles de reciclar, reutilizar y, en general, más peligrosos.
A pesar de las abundantes evidencias de las últimas décadas, seguimos con una fe inquebrantable en unas estrategias ambientales basadas en la tecno-idolatría condenadas al fracaso de antemano, en el simple cambio de aparatos en lugar del cambio de la forma de vida, en la imposible búsqueda de una destrucción masiva “más sostenible” en lugar de una sustancial reducción de las escala física de la destrucciónm en actuar al final de la tubería en lugar de evitar la misma generación de tanta porquería. Una incesante propaganda mediática, comercial y política nos machaca de que el imperante desarrollismo y consumismo desbocado es compatible con la “sostenibilidad”, la “neutralidad climática” y el “net zero”. Los datos y las propias leyes de la termodinámica dicen todo el contrario. Nunca se ha utilizado tan cínicamente una palabra como la de “sostenible” para anestesiar a la ciudadanía frente a un probable futuro doloroso y para aplazar la toma de decisiones difíciles.
Es chocante de que en medio de una creciente escasez y carestía estructurales de energía y materiales, sin una posible sustitución técnica “limpia” para mantener el actual tren de vida sobreconsumidor de las sociedades opulentas, nadie en la clase política habla de unos límites biofísicos infranqueables ni del inevitable descenso energético en ciernes por la falta de energía barata abundante. Nadie propone unas políticas fiscales y regulaciones para reducir el tamaño de nuestro metabolismo material de la forma más justa y menos traumática posible. Toda la clase política vende una milonga: podemos seguir hasta ahora pero con “más ambición” y “más acción climática”. Así corremos hacía el precipicio sin un mínimo de realismo ni responsabilidad.
Hasta la fecha más placas solares y molinos eólicas no han significado menos quema de combustibles fósiles; en lugar de substituir o “descarbonizar” sólo han añadido más energía eléctrica(que es menos de 20% de nuestra energía) y las nuevas renovables siguen siendo una parte ínfima de nuestro mix energético. Más “movilidad eléctrica” no ha reducido las emisiones totales de coches, camiones, buques y aviones que siguen creciendo. Más carriles bicis no han frenado la construcción y ampliación de autovías, más reciclaje no ha reducido la generación de deshechos, más alimentos ecológicos no ha reducido el consumo masivo de agrotóxicos,…
A pesar de toda la retórica vacía de “neutralidad climática” el balance total, aquí y ahora, de las obras públicas y privadas valencianas anti-clima es infinitamente más potente que el de las actividades pro-clima.
Todos sabemos que nuestra “contabilidad creativa” de emisiones es burdamente falsa y sesgada. No se cuentan gran parte de nuestras emisiones: se excluyen el consumo de productos y materiales de fuera, el comercio maritimo, la aviación… Vivimos en una economía globalizada, la emergencia climática es una crisis global pero resulta que contamos las emisiones de CO2 en unos contenedores estancos de estados nacionales que elimina gran parte de la responsabilidad real de las emisiones internacionales a las sombra. El humo de Shanghai también es nuestro humo. Con los datos totales del impacto global de nuestro consumo en la mano es claramente falso que avanzamos en la transición energética y la transición ecológica.
La mejor acción climática valenciana seria la inacción. No hacer más ampliacones de autovías, abandonar el actual proyecto faraónico del túnel pasante y el Parque central por otro más realista con mucho menos emisiones y sin destrucción de huerta, no construir miles de nuevas viviendas en lugar de concentrar en la rehabilitación de las existentes cuando no crece la población fija, no hacer más centros comerciales como el del entorno del Hospital La Fe, dejar de dar un cheque en blanco para los masivos agro-toxicos biocidas la agro-industria y a la expansión de la ganadería asumiendo como vinculantes los objetivos europeos de reducción “de la granja a la mesa”, no dar licencia para 100 hoteles más solicitados en València y alrededores, No subvencionar a las industrías intensivas en energía fósil, no permitir más regadíos y aumentar radicalmente los caudales ecológicos para ríos y zonas húmedas, orientar las politicas de residuos a la reducción en el punto de prouducción y consumo en lugar del reciclaje, no permitir la expansión de Amazón y otras plataformas digitales insostenibles y extractivas…..
Claro que hay muchas iniciativas postivas que hay que dar empuje para aumentar la resiliencia social ante los embates que vienen: las comunidades energéticas cooperativas, la agroecologia, las restricciones radicales del coche privado, la rewilding (resilvestración), la salud primaria comunitaria, una batería de fiscalidad ecológica para fines ecosociales, la recuperación para residentes de miles de apartamentos turisticos, la estricta defensa de la biodiversidad, el suelo fértil y el territorio,...
Si tomamos en serio la crisis ecológica hay que tener un plan B valenciano de localización, de sustento social y de aterrizaje económico. Después de más de seis años y medio del Govern del Botànic no se ve por ninguna parte el tan acareado y prometido “cambio del modelo productivo” valenciano. La economía valenciana sigue tan dependiente como siempre del ladrillo, las grandes obras públicas, el turismo y de unas industrias intensivas en energía como la cerámica o el automóvil. Sin unos giros importantes hacia una economía valenciana mucho menos dependiente de los vaivenes globales y de los combustibles fósiles la vulnerabilidad social y ecológica de nuestra sociedad seguirá siendo extrema. La dureza de la caída en el contexto de un descenso energético y el encogimiento del comercio global puede ser brutal.