Los caminos de ecologistas y de animalistas se entrecruzan cuando se trata del sistema alimentario. Desde los colectivos ecologistas y el ecologismo en general, han de abandonarse los argumentos “straw man”, es decir, los que primero crean un falso enemigo para después poder emplear la artillería y derribarlo, como ocurre a menudo con el vegetarianismo, el veganismo y el animalismo. Las luchas y discursos ecologistas sobre el modelo agroalimentario, han de decir claro y fuerte: que para la Tierra y el resto de la humanidad es prioridad ecológica el dejar de comer los cadáveres de animales no humanos provenientes de las actividades ganaderas. El abandono y la reducción de la popular cultura del carnismo es una parte central de los cambios urgentes a favor de la preservación de la habitabilidad ecológica de la Tierra.
En suma, desde el tejido ecologista se han de poner en valor los planteamientos animalistas, veganos y vegetarianos en relación a la alimentación y la producción agroalimentaria. Han de ganar la visibilidad y el protagonismo que merecen. La crítica ecológica a la cultura del carnismo en parte va de la mano con las demandas que hace el veganismo y el anti-especismo en nombre de los "derechos animales". Convendrá entonces reconocer lo que en ello hay de avance cultural ecológico en beneficio del conjunto social, cuyos empleos y rentas en su mayoría provienen de actividades económicas que no son las del sector agroganadero.
El artículo publicado el 25/03/2019 firmado por las Ramaderes de Catalunya: "Carta abierta a los colectivos feministas que hicieron el manifiesto del 8M en Catalunya: una invitación al diálogo" (https://www.eldiario.es/tribunaabierta/Carta-colectivos-feministas-manifiesto-Catalunya_6_881621853.html) se dirigía a todos los colectivos y personas que elaboraron el manifiesto feminista de Cataluña 8Marzo de este año 2019. La respuesta pública por parte de feministas antiespecistas no se hizo esperar (15/5/2019 https://www.eldiario.es/caballodenietzsche/feminismo-antiespecista_6_887221272.html).
En dicha carta las ganaderas Ramaderes de Catalunya interpelaban críticamente el manifiesto feminista de Cataluña del pasado 8 de marzo por apoyar el veganismo antiespecista y por sentirse excluidas como ganaderas y mundo rural. Cuestionan la inclusión del veganismo antiespecista en las aspiraciones feministas por considerar que significa excluir de la lucha feminista a todo un entorno rural y a las luchas feministas que ahí se dan. Entienden que las explotaciones de la ganadería extensiva son parte irrenunciable del mundo rural y afirman falsamente que la alimentación vegana que propone el antiespecismo se basa en el actual modelo capitalista globalizado. Estas ganaderas reclaman la inclusión de la ganadería extensiva en las reivindicaciones feministas y afirman que los planteamientos veganos vienen del mundo urbano alejado del mundo rural. Incluso niegan las formas de explotación que sufren los animales no humanos en las prácticas de la ganadería extensiva.
Estas ganaderas hacen una aguerrida defensa de un sector económico particular, que a su vez es su forma de negocio y medio de vida: el de la pequeña ganadería extensiva. Los argumentos que emplean caen la tentación de confundir y suplantar los intereses antipatriarcales del feminismo por los particulares de una actividad económica como es la ganadería extensiva. Hacen una disimulada defensa del propio interés económico asociándolo indebidamente a ideas esencializadas de "feminismo" y de "mundo rural". Tratan estos términos como si fueran trascendentales normativos sobre lo que es o ha de ser "el feminismo", o sobre lo que es o ha de ser el "mundo rural".
El contenido del artículo en cuestión es muy agresivo al tomar el veganismo antiespecista como un enemigo a abatir mediante trampas ideológicas e incoherencias teóricas de bulto en el análisis. Hace una lectura interesado del "feminismo", como si acaso los feminismos se redujeran a uno o como si se asociaran automáticamente al hecho de que sean mujeres las protagonistas titulares de las explotaciones ganaderas. Desde el obvio conflicto de interés en el que están situadas estas ganaderas, hacen una defensa pública esencialista, idealizada y purificadora de las muy variadas prácticas que se esconden detrás del nombre de "ganadería extensiva". A su vez, esta es vista como si fuera parte indispensable de un "mundo rural" auténtico. Solo perciben maravillas y ganancias ambientales en la "ganadería extensiva” a la vez que callan las evidencias sobre sus daños ecológicos y sus lesiones a los derechos animales.
Desde los colectivos ecologistas que opten por ser autónomos e independientes de otros intereses y fuerzas sociales, económicas y políticas, conviene reflexionar críticamente sobre las realidades aludidas con el nombre de "ganadería extensiva” y con otros conceptos asociados, como por ejemplo es el de la "agroecología". A menudo estos términos se suelen usar homogeneizando las realidades prácticas a las que remiten, que pueden ser muy diversas, plurales y antagónicas. Pueden servir para ocultar la variedad de realidades socioambientales, políticas y legales, que hay detrás de tales denominaciones genéricas uniformadoras.
Si se emplean estos conceptos para dar forma a las aspiraciones ecológicas de cambio, conviene no convertirlos en mantras sagrados, fijos, intocables e incuestionables. Mejor contar con criterios objetivos claros que puedan identificar las prácticas ganaderas que se incluyen y las que se rechazan con tales denominaciones. El uso de abstracciones omniabarcantes e imprecisas puede servir de coartada engañosa para prácticas ganaderas que estén muy alejadas o se opongan al sentido original de tales términos. Conviene no eludir las definiciones claras y distintivas y el establecimiento de criterios precisos a la hora de identificar y diferenciar las prácticas ganaderas.
Nuestra identidad terrestre fundamental, ecológica y social, hoy pone por delante la difícil y urgente tarea de adecuar y armonizar las necesidades del conjunto social humano con las de los maltrechos ecosistemas, sus metabolismos y biodiversidad. Los fines ecologistas están en los intereses ecológico-sociales del conjunto social, sin subordinarse ni privilegiar los intereses de una particular actividad económica sectorial, como puede ser la ganadería extensiva. Por ello las reivindicaciones ecologistas no han de convertirse en correa de transmisión de intereses económicos particulares, como pueden ser los del sector económico de la ganadería extensiva. Es decir, en respuesta a los muchos males ecológico-sociales asociados a las formas de producción y consumo de la ganadería industrial, las necesidades socioecológicas no necesariamente pasan por los intereses de la "ganadería extensiva" como solución única para todo momento y lugar.
El vegetarianismo y el veganismo son alternativas a los antiecológicos hábitos del consumo cárnico y a la producción de la ganadería industrial. Socialmente y culturalmente cada vez hay más gente que opta por patrones alimenticios sin proteína animal, por motivos de salud, de derechos animales o ecológicos. Desde el tejido ecologista y sus luchas y reivindicaciones, no es sensato callar, devaluar o censurar las opciones vegetarianas y veganas para priorizar los cambios con un único carril: la "ganadería extensiva". Son muchos los estudios que aportan evidencias empíricas en favor del vegetarianismo y el veganismo a la hora de favorecer la salud del conjunto humano y la ecología.
Poner por delante el conjunto socioecológico y no un particular sector económico, resulta obligado si tenemos en cuenta nuestra condición planetaria privilegiada de "estómagos llenos" en sociedades sobredesarrolladas. Sin caer en la trampa metonímica de sustituir el todo (el conjunto humano-ecología) por una parte (la "ganadería extensiva"), los colectivos ecologistas han de reconocer el gran valor ecológico presente en los cambios alimenticios, culturales y valorativos asociados al vegetarianismo y veganismo. Esta nueva cultura socio-natural y sus patrones alimenticios pueden ser los más solidarios y justos con la gente y con la Tierra si vienen de formas locales de agricultura ecológica. Aunque obviamente esto no les venga bien a los negocios de las explotaciones ganaderas de cualquier tipo, extensivas o intensivas.
Pueden tejerse numerosas alianzas entre ecologistas, animalistas y feministas antiespecistas. El mundo ecologista en su diversidad, no ha de empeñarse en arrinconarlas y ha de dejar de buscar el polvo y las piedras en los zapatos de animalistas y veganxs, como tristemente han hecho las Ramaderes de Catalunya en su interpelación pública del manifiesto feminista del 8 de marzo. Son infructuosos, incoherentes y debilitadores estos intentos de invalidar la gran fuerza de muchas propuestas y protestas animalistas, que son universalistas e inclusivas en lo que tienen de mejora y bienestar conjunto, para humanos y no humanos. Son posibles y deseables las coincidencias entre ecologistas y animalistas, puesto que el veganismo y el vegetarianismo adoptan posiciones y metas ecológicas en los cambios alimenticios, más allá de que lleguen a ellas por diferentes motivaciones, como por ejemplo son los sentimientos y las racionalidades morales sin prejuicios antropocéntricos y especistas.
Es un gran desatino intelectual, político, cívico y estratégico para cualquier grupo que se considere ecologista, el poner la "ganadería extensiva" como meta única alternativa a los horrores ecológicos implicados en la ganadería industrial. Contrariamente, si ponemos los pies en una Tierra cada vez más contaminada e inhabitable, las aspiraciones ecológicas de máximos están en el abandono de la producción ganadera y del consumo de carne. Aquí las alianzas entre ecologismo y animalismo son obligadas, una asignatura pendiente.
Aunque la pequeña ganadería extensiva en general puede acarrear menos daños socioecológicos que la ganadería industrial, no se han de desestimar las muchas concreciones particulares de las actividades reales a las que nos referimos con la palabra "ganadería extensiva". Conviene recordar que la "ganadería extensiva", al igual que la "agroecología", refieren a actividades productivas que carecen de una regulación legal pertinente en nuestro país. Este vacío político y legal en la definición y protección de lo que ha de considerarse ganadería extensiva y agroecología ha de cuestionarse, puesto que abre la puerta a numerosos engaños y fraudes sobre las condiciones reales de producción. Los productores ganaderos y los sindicatos agrarios constituyen un fuerte lobby de presión política precisamente para que continúen desreguladas estas actividades económicas, haciendo posible que tales denominaciones puedan usarse perversamente para beneficiar a prácticas agroganaderas propias de la ganadería industrial. Al estar motivados por las prioridades economicistas se oponen al establecimiento de criterios legales estrictos que regulen específicamente las condiciones que han caracterizar las actividades de la "ganadería extensiva" y la "agroecología". Ocurre a menudo que detrás de la consideración de "ganadería extensiva" suelen esconderse prácticas ganaderas muy variadas y dispares, con muchas zonas opacas y grises, mixtas e intensivas, en piensos, pastoreo, engorde.
Aunque la ganadería extensiva en general pueda ser ecológicamente menos dañina que la intensiva, no necesariamente es mejor que el veganismo defendido por los colectivos animalistas antiespecistas. Además, cualquier pretensión de suplantar la producción de la ganadería intensiva por la extensiva carece de todo realismo debido a la colosal escala implicada en la producción de la ganadería industrial y el consumo que abastece. Sería una hecatombe para los bioterritorios y para los menguantes y enfermos ecosistemas y la biodiversidad.
Desde el ecologismo ha de abrirse paso un sabio hermanamiento entre ecologistas y animalistas. Este acercamiento podría comenzar con el reconocimiento de que los fines bienestaristas establecidos en la letra de la legislación, el llamado "bienestar animal", solo son insuficientes avances de mínimos, no de máximos. Como nos recuerdan las denuncias animalistas, el bienestar animal permite entre otras muchas cosas: la sobreexplotación animal y la amputación radical de biografías y vidas individuales bajo los imperativos del rendimiento en beneficios económicos a corto plazo. Los mínimos legales establecidos en favor del "bienestar animal" son compatibles con arrebatar tempranamente la vida de una criatura, que es el bien más preciado de cada animal y constituye el interés individual más vital y arraigado instintivamente en favor del disfrute de una vida larga, digna y saludable, acorde con las características de cada especie e individuo.
Poco o nada tiene que ver el "bienestar animal" con las metas planteadas desde la potente filosofía política, ciudadana y moral de los "derechos animales". Estos otorgan un valor intrínseco a cada individuo animal nacido en el caso de animales sintientes dotados de complejas capacidades cognitivas y de experiencias subjetivas. El paradigma de los derechos animales, al contrario que el del bienestarismo, se opone a la consideración cosificadora, especista y antropocéntrica de los otros animales. Manifiesta un radical rechazo moral a que los animales sintientes sean tratados como simples recursos esclavos al servicio de utilidades humanas de todo tipo, o como simples cosas, o como propiedades que dan todos los derechos a sus dueños. La perspectiva de los derechos animales desde hace décadas se elabora y apuntala desde el plano intelectual y académico los mejores conocimientos científicos multidisciplinares disponibles, es alimento que da fuerza y coherencia a las luchas sociales animalistas. Por tanto, las demandas bienestaristas presentes en las normativas legales, tan bien acopladas como están a los intereses crematísticos en el actual contexto de la globalización económica expansiva, no han de tomarse como aspiraciones de máximos, ni tampoco han de ser la base argumentativa para las protestas y los cambios.
En este sentido, desde el ecologismo pueden jerarquizarse los cambios buscados reconociendo el gran valor del vegetarianismo y veganismo, o del feminismo antiespecista, dándoles el protagonismo que merecen como parientes próximos que son al hacerse portavoces de las necesidades socioecológicas más urgentes. Al tiempo también se pueden reconocer las relativas ventajas ecológicas y bienestaristas de otras ganaderías frente a la ganadería industrial, como pueden ser la ganadería extensiva, la ganadería ecológica de montaña, o la agricultura regenerativa que utiliza animales para cerrar ciclos de materiales y energía reciclando los desechos agrícolas vegetales.
Desde el movimiento ecologista, mejor será aceptar las coincidencias parciales y los solapamientos entre el movimiento ecologista y el animalista en materia agroalimentaria, también las brechas y los desacuerdos concretos donde los haya en otros terrenos. Mejor dejar atrás la infundada y arrogante posición de superioridad en nombre de la "ganadería extensiva" como solución única. En este camino podrán multiplicarse las sinergias ecologistas-animalistas-feministas, como las que pueden darse en las luchas contra la sobreexplotación ecológica y animal de la ganadería industrial y contra el carnismo.
MARA CABREJAS
Profesora de sociología de la Universitat de València
mara.cabrejas@uv.es