Entrevista a David Hammerstein en Radio Malva
Eleuterio Gabón
Rebelión
Has asegurado en varias ocasiones que vivimos una situación global cercana al colapso.
Vamos en un Titanic y las élites han abandonado el barco en los últimos botes salvavidas y están conscientes de que no nos salvaremos todos. El problema viene de que, para mantener la paz social, nuestro sistema se ha basado en el consumismo individual y el crecimiento, fomentando una cultura de egoísmo y narcisismo personal que, por otra parte, sólo genera frustración. Vivimos en la ilusión de que podemos subir el nivel de consumo continuamente sin querer darnos cuenta de que estamos matando los sistemas vivos del planeta. Es una mentalidad enfermiza que separa, destruye y nos lleva al colapso civilizatorio.
La idea del crecimiento continuo es una farsa que no se mantiene. Pensar que podemos consumir y extraer recursos sin límite, tanto en materiales como en valor humano, sin que haya consecuencias, es absurda. La sobre-explotación del Sur Global no se aguanta, ni humana ni materialmente. El volumen de consumo en agua, cemento, combustible, químicos, pesticidas no deja de aumentar y aquí sólo se ponen parches ridículos: carriles bicis, reciclaje… La energía solar y la eólica representan solo el 1% de la energía que se consume.
Pero no se trata sólo de una cuestión de consumo de energía; hablamos de una crisis total: los recursos disponibles y la biodiversidad son cada vez menos, el planeta se achica. El 60% de los mamíferos han desaparecido en los últimos 50 años y los insectos desaparecen a marchas forzosas. Las medidas de eficiencia ecológica no están reduciendo la extracción de materiales de todo tipo lo que es la base de la crisis ecológica y climática.
Vamos de cabeza a un colapso que hará fracasar una democracia liberal que necesita mantener unas altas tasas de crecimiento. Ya comienza a verse la frustración en las protestas, en la clase media europea, en el auge de la extrema derecha por el miedo de perder un nivel de consumo. Vamos a ver conflictos sociales aún más duros cuando la tensión social suba por la escasez y carestía de recursos. Recordemos que las sociedades opulentas suelen llegar a su máximo de desarrollo justo antes de su debacle.
Entre las propuestas de los partidos políticos desde un extremo al otro extremo ideológico no se cuestiona en ningún caso este modelo de crecimiento
En general estamos atrapados en una pinza. Por un lado tenemos a los globalizadores liberales, los mayores defensores de este modelo de crecimiento, que incluso aseguran que luchan por los derechos de la mujer, los homosexuales y el ecologismo, aunque sea de manera hipócrita. La otra opción en liza es la de la extrema derecha “populista” que defiende los valores tradicionales, ensalza la soberanía nacional y usa de chivo expiatorio a los migrantes, las mujeres, homosexuales y las minorías. Ambas posturas defienden un crecimiento que está basado en la explotación suicida de la mayor parte del planeta.
El 25% de la población mundial más consumista deben reducir drásticamente sus niveles de consumo de materiales. Los inmigrantes que van a seguir llegando también son también refugiados climáticos, ambientales. Los problemas sociales son ambientales y viceversa. Estamos imbuidos en un pensamiento en el que creemos que todo conflicto es solamente ideológico sin darnos cuenta de la base biofísica de todo. Hace falta aterrizar, somos terrícolas, dependemos de los ecosistemas. Tenemos que adaptarnos a una austeridad solidaria sobre todo con los países del sur global.
En un mundo finito para aliviar la pobreza hay que aliviar la riqueza. Hay que crear un creative commons de la tecnología sostenible y acabar con las patentes para compartir avances científicos y tecnológicos para enfrentarse a la crisis en ciernes. Debemos cambiar los valores del individualismo por valores colectivos y cambiar también nuestra relación con la naturaleza. Tenemos que ser conscientes de que estamos abocados a un decrecimiento económico sí o sí. O es mínimamente justo, organizado y pactado entre ricos y pobres o será autoritario, violento y caótico.
El crecimiento urbano es también una de las causas de ese colapso ambiental que usted explica.
En la ciudad de València las políticas urbanísticas siguen proyectando grandes construcciones pese a la corrupción y la crisis económica que trajo consigo este modelo ¿no hemos aprendido nada?
El desarrollo urbanístico y la corrupción van unidos, del mismo modo existen lazos entre las élites financieras y los grandes constructores. El despilfarro económico de grandes proyectos para seguir la lógica de ser competitivos y globalizadores, es no estar en la realidad.
Resulta obvio que no hemos aprendido nada, seguimos con los grandes planes expansionistas y hay múltiples ejemplos: el Parque Central y su rascacielos cuyas obras que producirán una terrible contaminación atmosférica durante los próximos 20 años o la ampliación del puerto trayendo tierras de la Serranía, incluso de Teruel, para ganar espacio al mar es algo demencial como su ocupación de la ZAL. Tenemos también la pesadilla del proyecto de los 20 rascacielos del barrio del Grao, creando un barrio de “no lugares”, asépticos, anómicos que no responde a ninguna demanda social o el PAI de Benimaclet que destruye la huerta para levantar 1500 viviendas que nadie ha pedido, sólo los bancos. ¡En lugar de priorizar el transporte público se quiere ampliar el Bypass, la V21, la V30 y la V31 para que haya más coches contaminando!
Y sin embargo todo esto se vende a la ciudadanía como algo irrenunciable. Es más, se plantea en términos de un pacto fáustico: Si tú quieres en tu barrio un centro social, parques, escuelas… tienes que aceptar que haya un beneficio de un 30% o 40% para inmobiliarias y constructoras que están en alianza con algún holding estadounidense o inglés. Si no, nada. Es diabólico.
Pero es que hay más: quieren plantar 50 nuevos hoteles en el centro histórico, un macro-centro comercial Intu en Paterna, el corredor Mediterráneo por la huerta, el plan urbanístico del Cabanyal que privatiza y permite que el turismo especulativo se haga con una cuarta parte del barrio. Todos estos proyectos son profundamente anticlima y pro-colapso pero se venden cínicamente como “sostenibles” y "progresistas".
El turismo parece también una lógica irrenunciable dentro de este modelo
Precisamente la exigencia de estos megaproyectos viene del consumismo turístico, no de la gente. Por ejemplo, la concejala de turismo y futurible alcaldesa socialista Sandra Gómez se congratulaba hace poco de tener 2 millones de turistas y hasta 5 millones de pernoctaciones previstas para este curso. El turista consume más agua, plástico y de todo que un residente.
El modelo turístico de servicios, genera grandes cantidades de residuos por no hablar de los enormes niveles contaminación de cruceros y aviones. Continuando este modelo, Valencia se enfrenta a un delirio enfermizo de criminalidad ecológica. Además, significa una limpieza étnica de vecinos en los barrios "atractivos" a favor de alojamientos turísticos. Se sustituye la ciudad real por la del plástico, forjando un artificioso parque temático turístico.
¿Cuáles son las alternativas que se pueden plantear para frenar estos modelos?
Tenemos que cambiar el chip de que el mercado manda y cualquier empleo vale. El futuro debe pasar por una localización de producción en general como la producción propia de alimentos.
Un modelo local es la mejor manera de actuar globalmente para proteger el clima. Hay que apostar por un urbanismo justo de la austeridad, la rehabilitación, aprender a resilvestrar la naturaleza dentro y fuera de las ciudades.