La tecnología, la moralidad y la negación ante los límites planetarios
por Richard Heinberg
Nuestro problema ecológico central no es el cambio climático. El problema central actual en nuestras interacciones ecosociales es un exceso o una sobrecarga, de ello el calentamiento climático global es solo un síntoma y una consecuencia. El "overshoot" o exceso de presión sobre una capacidad de carga ambiental determinada y decadente es un problema sistémico. En el último siglo y medio, enormes cantidades de energía barata proveniente de combustibles fósiles permitieron el rápido crecimiento de la extracción de recursos, la fabricación y el consumo; y esto, a su vez, condujo a las oportunidades de aumento de la población humana en la Tierra, la contaminación y la pérdida de hábitats naturales y, por lo tanto, de la biodiversidad. El sistema humano se expandió dramáticamente, sobrepasando la capacidad de carga a largo plazo de la Tierra para los humanos mientras a la vez se alteraban los sistemas ecológicos de los que dependemos para nuestra supervivencia.
Hasta que no comprendamos y abordemos este desequilibrio sistémico entre carga humana y capacidad de carga de los sistemas naturales del planeta, el tratamiento solo sintomático (haciendo lo que podamos para revertir dilemas de contaminación como por ejemplo es el cambio climático, tratando de salvar especies amenazadas o esperando alimentar a una creciente población humana con cultivos genéticamente modificados) constituirá una ronda interminable y frustrante de medidas provisionales ineficaces. Medidas que finalmente están destinadas a fallar.
El movimiento de ecología en la década de 1970 se benefició de una fuerte infusión de pensamiento sistémico, que estaba en boga en ese momento histórico (el conocimiento científico aportado desde la ecología -el estudio de las relaciones entre organismos y sus entornos- es inherentemente sistémico, en oposición a estudios como son la química que se centran en la reducción de fenómenos complejos a sus componentes). Como resultado, muchos de los mejores escritores ambientales de la época enmarcaron la situación humana moderna en términos que revelaron los profundos vínculos entre los síntomas ambientales y la forma en que funciona la sociedad humana. En el estudio "Límites al crecimiento" (1972), que es una consecuencia de la investigación de sistemas de Jay Forrester, se investigaron las interacciones entre el crecimiento de la población, la producción industrial, la producción de alimentos, el agotamiento de los recursos y la contaminación. En "Overshoot" (1982), de William Catton, se identifica nuestro problema sistémico y se describe sus orígenes y desarrollo en un estilo que cualquier persona alfabetizada podría comprender. Se podrían citar muchos más libros excelentes de la época que también aportaron esta perspectiva sistémica.
Sin embargo, en las últimas décadas, a medida que el cambio climático ha llegado a dominar las preocupaciones ambientales, ha habido un cambio significativo en la discusión y el debate. Hoy en día, la mayoría de los informes ambientales se centran en el cambio climático, y rara vez se destacan los vínculos sistémicos entre este y otros dilemas ecológicos (como la superpoblación, la extinción de especies, la contaminación del agua y del aire y la pérdida de suelo y agua dulce). No es que el cambio climático no sea un gran problema, lo es como síntoma de otros procesos causantes del mismo. Nunca ha habido nada parecido en nuestra historia humana, y los científicos del clima y los grupos de defensa de la respuesta climática tienen razón al hacer sonar fuertemente la alarma colectiva. Pero si seguimos alimentando nuestra incapacidad de ver el cambio climático en el contexto donde se produce puede ser nuestra perdición colectiva.
¿Por qué los escritores ambientales y las organizaciones de defensa sucumbieron a la estrecha y deformante visión de túnel? Quizás es simplemente que suponen que el pensamiento sistémico está más allá de la capacidad de los políticos. Ciertamente, es verdad que si los científicos del clima se acercaran a los líderes mundiales con el mensaje: "Tenemos que cambiar todo, incluido nuestro sistema económico completo, y rápido", es posible que se les cierre la puerta con rudeza. Un mensaje políticamente más aceptable y confiado es: "Hemos identificado un grave problema de contaminación, para el cual existen soluciones técnicas". Tal vez muchos de los científicos que sí reconocieron la naturaleza sistémica de nuestra crisis ecológica concluyeron que sí que podemos abordar con éxito esta marca única o -break crisis ambiental, podremos así ganar tiempo para tratar con otros problemas sistémicos que esperan (superpoblación, extinción de especies, agotamiento de recursos, y así sucesivamente).
Si el cambio climático se plantea como un problema aislado para el cual se plantea que existe una solución tecnológica, las mentes de los economistas y de los políticos legisladores pueden continuar pastando en pastos y estrategias familiares al uso. La tecnología, en este caso, los generadores de energía solar, eólica y nuclear, así como las baterías, los automóviles eléctricos, las bombas de calor y, si incluso todo lo demás falla, la administración de radiación solar podría ser a través de aerosoles atmosféricos, todo ello centra nuestra atención en temas como la inversión financiera y la producción industrial necesarias. Entonces los participantes en la discusión no tienen que desarrollar la capacidad de pensar sistémicamente, ni necesitan comprender el sistema de la Tierra y cómo los sistemas humanos que encajan necesariamente en él. Todo lo que necesitan los problemas socioambientales es la perspectiva de cambiar solo algunas inversiones económicas y políticas, estableciendo tareas para los ingenieros y gestionando la transformación industrial-económica resultante para garantizar con ello que los nuevos empleos en las industrias ecológicas compensen los empleos perdidos en las minas de carbón.
Esta estrategia de ganar tiempo con un techno-fix supone que seremos capaces de instituir un cambio sistémico en algún momento desplazado al futuro y no especificado, aunque no podamos hacerlo ahora, o ese clima el cambio y todas nuestras otras crisis sintomáticas serán, de hecho, susceptibles de tener soluciones tecnológicas eficaces. Este último camino de pensamiento es nuevamente cómodo para gerentes e inversores del modelo de expansión y crecimiento sin final. Después de todo, aman la tecnología. Las tecnologías ya hacen casi todo por nosotros. Durante el siglo pasado resolvió una serie de problemas importantes, como fueron la cura de enfermedades, expandió la producción de alimentos, agilizó el transporte y nos proporcionó información y entretenimiento en cantidades y variedades que nadie podría haber imaginado previamente. ¿Por qué ahora no debería ser capaz de resolver el cambio climático y el resto de nuestros problemas ecológicos que amenazan nuestra supervivencia y la del resto de seres vivos?.
Por supuesto, el camino elegido es de altísimo riesgo. Al ignorar la naturaleza sistémica de nuestro dilema ecológico de suvervivencia solo puede significar que tan pronto como tengamos un síntoma acorralado, es probable que otro nuevo se desate y ensamble. Pero, ¿es acaso racional que el cambio climático sea tomado como un problema aislado y totalmente tratable con la tecnología?. Después de haber pasado muchos meses analizando los datos relevantes con David Fridley del programa de análisis de energía en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, nuestro libro resultante, Our Renewable Future, concluyó que la energía nuclear es demasiado costosa y arriesgada; mientras tanto, la energía solar y eólica sufren de intermitencias, y una vez que estas fuentes comienzan a proporcionar un gran porcentaje de energía eléctrica total se requerirá una combinación de tres estrategias a gran escala: almacenamiento de energía, capacidad de producción redundante y adaptación de la demanda. Al mismo tiempo, en las naciones industrializadas tendremos que adaptar la mayor parte de nuestro uso de energía actual (que se produce en los procesos industriales, la calefacción y el transporte) a la electricidad. En conjunto, la transición energética promete ser una empresa enorme de gran escala, sin precedentes en sus requisitos de inversión económica y sustitución. A la hora de evaluar la enormidad de esta tarea, no hemos podido ver la manera de mantener la escala de las cantidades actuales de producción de energía global durante la transición, y mucho menos se puede aumentar los suministros de energía para impulsar el crecimiento económico en curso. El mayor obstáculo de esta transición energética es la grandiosidad de la escala: el mundo usa una enorme cantidad de energía actualmente. Solo si esa cantidad puede reducirse significativamente, especialmente en las naciones industrializadas, podríamos imaginar una vía creíble y practicable hacia un futuro post-carbono.
La reducción de los suministros de energía del mundo reduciría efectivamente los procesos industriales de extracción de recursos, fabricación, transporte y gestión de residuos. Esa es una intervención sistémica, exactamente del mismo tipo que la solicitada por los ecologistas de la década de 1970 que acuñaron el mantra de las Tres erres: "Reducir, reutilizar y reciclar". Llegaría al corazón del dilema del sobreimpulso del desarrollo, como lo hace también la necesaria estabilización y reducción de la población humana, otra estrategia inapelable. Pero ocurre también es una perspectiva sistémica a la que los tecnócratas, los industriales y los inversores son virulentamente alérgicos.
El argumento ecológico es, en esencia, un argumento moral, como he explicado con más detalle en un manifiesto recién publicado repleto de barras laterales y gráficos ("No hay aplicación para eso: tecnología y moralidad en la era del cambio climático, sobrepoblación, y pérdida de biodiversidad "http://noapp4that.org/). Cualquier pensador de sistemas que entienda el fenómeno del exceso y la sobrecarga prescriba los poderes políticos y económicos como unos tratamientos que están está participando activamente en una intervención propia de un comportamiento adictivo. La sociedades humanas hoy son adictas al crecimiento, y eso está teniendo terribles consecuencias para el planeta y, cada vez más, para nosotros también. Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo e individual y para ello tenemos que renunciar a algo de lo que dependemos: nuestro enorme poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos contenernos a nosotros mismos, como un alcohólico. Eso requiere honestidad y una búsqueda profunda, un gran recambio en nuestros valores de orientación.
Cualquier pensador de sistemas que entienda el exceso y prescriba un mayor poder humano de intervención tecnológica como un tratamiento, está participando efectivamente en una intervención con un comportamiento adictivo. Las sociedades humanas hoy son adictas al crecimiento, y eso está teniendo terribles consecuencias para el planeta y, cada vez más, para nosotros también. Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo e individual y renunciar a algo de lo que dependemos: poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos contenernos a nosotros mismos, como un alcohólico que repone el alcohol. Eso requiere honestidad y una búsqueda profunda.
En sus primeros años, el movimiento ecologista formuló ese argumento moral y funcionó hasta cierto punto. La preocupación por el rápido crecimiento de la población llevó a los esfuerzos de planificación familiar en todo el mundo. La preocupación por la disminución de la biodiversidad condujo a la protección de algunos hábitats naturales. La preocupación por la contaminación del aire y el agua dio lugar a una serie de regulaciones. Estos esfuerzos no fueron suficientes, pero mostraron que enmarcar nuestro problema sistémico en términos morales podría obtener al menos algo de tracción y empuje en los cambios.
¿Por qué el movimiento ecologista no tuvo éxito? Algunos teóricos que ahora se autodenominan "verdes brillantes" o "eco-modernistas" han abandonado por completo la lucha moral. Su justificación para hacerlo es que la gente quiere una visión del futuro que sea alegre y que no requiera sacrificios. Ahora, dicen, solo una solución tecnológica ofrece alguna esperanza. El punto esencial de este ensayo (y mi manifiesto) es simplemente que, incluso si el argumento moral falla, un arreglo técnico tampoco podría funcionar. Una gigantesca inversión en tecnología (ya sea la energía nuclear de próxima generación o ya sea la geoingeniería de la radiación solar) se anuncia como nuestra última esperanza. Pero en realidad no es ninguna esperanza en absoluto.
La razón del fracaso hasta ahora del movimiento ecologista no fue que apelara a los sentimientos morales de la humanidad; de hecho esa era la gran fuerza del movimiento. El esfuerzo no ha sido suficiente porque no ha podido ser capaz de alterar el principio organizativo central de la sociedad industrial, que es también su defecto fatal: su perseverancia en el crecimiento a toda costa. Ahora estamos en el punto histórico donde finalmente debemos apostar por tener éxito en la superación del crecimiento o enfrentar el temible fracaso, ya no solo del movimiento ambiental, sino de la civilización industrial misma.
La buena noticia es que el cambio sistémico es de naturaleza fractal: implica y de hecho requiere, acción en todos los niveles de la sociedad humana. Podemos comenzar con nuestras propias elecciones y comportamientos individuales; podemos trabajar dentro de nuestras comunidades. No necesitamos esperar un cambio catártico global o nacional. Incluso si nuestros esfuerzos no pueden "salvar" la civilización industrial consumista, aún podrían tener cierto éxito en plantar las semillas de una cultura humana regenerativa digna para la supervivencia.
Hay más buenas noticias: una vez que los humanos eligen restringir nuestros números y nuestras tasas de consumo, la tecnología puede ayudar a nuestros esfuerzos en esta tarea urgente. Las máquinas pueden ayudarnos a monitorear nuestro progreso, y existen tecnologías relativamente simples estas que pueden ayudarnos a brindar los servicios necesarios con menos uso de energía y con menos daño ambiental. Algunas formas de hacer avanzar esta tecnología podrían incluso ayudarnos a limpiar la atmósfera y restaurar ecosistemas. Pero las máquinas no serán las que tomarán las decisiones clave que nos pondrán en un camino sostenible. El cambio sistémico impulsado por el despertar moral: no es solo nuestra última esperanza; es la única esperanza real que tenemos.