La crisis de la civilización industrial
La civilización industrial que dominó en el siglo XIX y XX se encuentra inmersa en una profunda crisis con el derrumbe de muchas de sus instituciones, mitos y valores culturales más preciados. Crecen las desigualdades entre los seres humanos y aumentan las distancias entre ricos y pobres a efectos de las privaciones e injusticias que imponen las políticas neoliberales del dominio del mercado y la economía monetaria globalizada. También se da una parcial transferencia de decisiones políticas del estado-nación al ámbito transnacional y emergen reacciones de recuperación de las identidades políticas de comunidades culturales reducidas. Han entrado en crisis los paradigmas tradicionales de la racionalidad tecno-científica cuando se trata de fenómenos y objetos de estudio tan complejos y multidimensionales como es el sistema sociedad humana-naturaleza, que reclaman enfoques interdisciplinares y transdisciplinares capaces de derribar tabicaciones enquistadas entre las disciplinas académicas. Muchos de los paradigmas principales de las ciencias modernas constituyen un modo simplificador de organizar el conocimiento que reducen la complejidad ontológica de las realidades y fenómenos mediante una “objetividad fragmentadora”. Las ciencias alejadas de las complejas interdependencias socioecológicas han de cuestionarse en favor de nuevas epistemologías que reconozcan e integren la multidimensionalidad interconectada del mundo y de nuestra existencia humana, que en realidad nunca ha estado separada del mundo físico-natural. Pertenecemos al sistema sociedad-naturaleza.
Entre las muchas expresiones sociales, culturales, económicas, tecno-científicas y políticas, el signo más evidente de la extensión y profunda gravedad de la crisis de la actual civilización industrial y de sus tendencias expansivas de crecimiento es eso que se ha venido a llamar la “crisis ecológica”. Esta tiene un carácter global y civilizatorio, ya no se circunscribe a ámbitos locales como ha ocurrido en el pasado, cuando sociedades humanas se colapsaron por sobreexplotación de los recursos ambientales locales de los que dependían a causa del rebasamiento de los límites biofísicos críticos y el consecuente deterioro de las capacidades bioproductivas de los ecosistemas.
La actual crisis ecológica es singular y única, carece de precedente histórico conocido por tener dimensiones globales, y en lo fundamental tiene su origen histórico en el avance del desarrollo y el éxito de la modernización tecno-industrial. Se trata de una crisis de supervivencia colectiva de seres humanos y seres no humanos, pero no es fruto de un simple error de cálculo o de una anómala desviación subsanable del desarrollo tecno-industrial, sino que está en sus mismos fundamentos. Aunque otras sociedades humanas esquilmaron y degradaron los ecosistemas locales de los que dependían para su supervivencia y decayeron por ello, hoy día la creciente escala física de la población y la economía humana necesita abastecerse de ingentes cantidades de energía y recursos materiales que se extraen de cualquier parte del mundo físico-natural, superando con creces la acotada escala de los hábitats naturales locales. Es creciente y está fuera de control la huella destructiva de la acción humana en los metabolismos y sistemas vivientes de la biosfera.
Numerosa investigación científica revela los inmensos y crecientes daños y desequilibrios naturales generados por las actividades humanas, que son de tal escala que no existe ya región ni sector de las sociedades humanas capaz de esquivarlos. Muchas evidencias empíricas indican que las sociedades humanas se encuentran inmersas en un gigantesco experimento generador de dinámicas sinérgicas inéditas e imprevisibles que amenazan la supervivencia y continuidad de la especie humana, la biodiversidad, las capacidades bioproductivas y los delicados equilibrios naturales del planeta y la vida construidos inmemorialmente en la historia de su evolución biológica.
En el mundo real –cuya ontología básica consta de sistemas complejos adaptativos múltiplemente interdependientes–, las curvas de crecimiento exponencial no duran mucho; se aplanan formando una curva sigmoidea, o se vuelven oscilantes, o se derrumban… Sin embargo, la fantasía dominante hoy en la cultura mayoritaria espera que la desbocada curva exponencial de nuestro “progreso” dé un salto a otra dimensión –lo llaman “Singularidad”— que nos convierta en ángeles o dioses. Nuestro destino teológico, según esta tecnolatría, es el transhumanismo.
Ah, las elites culturales y sus engaños sacerdotales… ¿Son hoy tan diferentes los profetas del transhumanismo –respecto a los clérigos cristianos que prometían la vida eterna?
- See more at: http://tratarde.org/transhumanismo/#sthash.4Tj5LJLW.dpufEn el mundo real –cuya ontología básica consta de sistemas complejos adaptativos múltiplemente interdependientes–, las curvas de crecimiento exponencial no duran mucho; se aplanan formando una curva sigmoidea, o se vuelven oscilantes, o se derrumban… Sin embargo, la fantasía dominante hoy en la cultura mayoritaria espera que la desbocada curva exponencial de nuestro “progreso” dé un salto a otra dimensión –lo llaman “Singularidad”— que nos convierta en ángeles o dioses. Nuestro destino teológico, según esta tecnolatría, es el transhumanismo.
Ah, las elites culturales y sus engaños sacerdotales… ¿Son hoy tan diferentes los profetas del transhumanismo –respecto a los clérigos cristianos que prometían la vida eterna?
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El conjunto de problemas que suelen agruparse bajo la expresión de 'crisis ecológica' aluden a las condiciones cada vez más dañadas de supervivencia para los sistemas vivientes y las sociedades humanas. La humanidad contemporánea en su conjunto se enfrenta ante una encrucijada de caminos. La posible y deseable opción de las sociedades humanas por su continuidad en el tiempo implica la necesidad urgente de realizar cambios sociales radicales en favor de las exigencias de la “sostenibilidad ecológica y social”. Tal y como se viene anunciando desde hace décadas mediante numerosos informes científicos sobre el estado de degradación de los sistemas naturales, lo que está amenazado es el mismo futuro de las sociedades humanas y del conjunto de la vida en la Tierra tal y como la conocemos. Será una tragedia colectiva inevitable si continúan las tendencias del desarrollo ambientalmente destructivo, como son las incorporadas en el aumento poblacional, en las tecnologías, en los estilos de vida ostentosos y derrochadores del sobre-consumo y la producción y en las ciencias y la instrucción académica, entre otras.
Primeras alarmas
Las primeras voces de alarma internacional científicamente fundadas se dieron con el primer informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento en 1972. Este estudio predijo que si las tendencias entonces existentes del crecimiento económico se prolongaban en el tiempo sin cambios sustanciales, el resultado sería una situación de rebasamiento en la segunda década del siglo XXI y, eventualmente, un colapso de la sociedad industrial. Es decir, si continuaba el aumento de la población humana, de la escala de la economía material, del consumo de los recursos naturales no renovables, de la contaminación y degradación de los ecosistemas, la biodiversidad y especies.
La revisión actualizada del informe mundial treinta años después (Meadows, 2006) enfatizaba que la humanidad ya ha llegado a una posición de sobrepasamiento de los límites biofísicos tolerables por los sistemas naturales. En el estudio de Evaluación de los Ecosistemas del Milenio del 2005 se constata que 2/3 de los servicios de la naturaleza están deteriorándose en el mundo. Otras conclusiones señalan que en la segunda mitad del siglo XX, los seres humanos han transformado los ecosistemas más rápidamente que en cualquier otro período previo de la historia, y como resultado, los daños a la diversidad biológica han sido considerables y en buena medida irreversibles. Esos cambios aceleradores de la decadencia y esquilmamiento del mundo natural, están conectados con el incremento considerable del desarrollo económico y de la abundancia material sustentados en costes severos en lo que respecta a la degradación de muchos bienes y servicios naturales de los ecosistemas, lo que comporta un mayor riesgo de cambios no lineales imprevisibles y un agravamiento de la pobreza y miseria para una creciente parte de la humanidad. La prolongación y continuidad de esos daños humanos y ecológicos, de no ser corregida, disminuirá considerablemente las oportunidades y los beneficios que se podrán obtener de los ecosistemas y la capacidad de carga de los mismos. La degradación de los bienes y servicios de la naturaleza podría empeorar mucho durante la primera mitad del presente siglo XXI, haciendo imposible la reducción de las condiciones de pobreza humana, la mejora de la salud y el acceso a los servicios básicos para buena parte de la población mundial. También se señala en dicho informe que sí existe la capacidad y los medios humanos para invertir la orientación de estas dinámicas de suicidio autoinfringido. Pero el empobrecimiento y destrucción de los ecosistemas solo podrían ser parcialmente revertidos mediante cambios sustanciales en las políticas, las instituciones, los valores y creencias y en las prácticas sociales, aunque por el momento el florecimiento de tales cambios no están produciéndose.
Hoy constituye una urgente carrera contra el tiempo el poder frenar las catástrofes socio-ecológicas generadas a consecuencia del avance de las sociedades tecno-industriales y la economía mundializada. Sus dimensiones biodestructivas han adquirido escalas gigantescas y ya afectan al conjunto de Gaia. A pesar de ello, las creencias y valores culturales dominantes impulsados por las instituciones continúan atrapados en la miopía cultura antropocéntrica heredada de la modernidad occidental. Este dualismo perceptico y valorativo de separación entre los humanos y el resto del mundo físico-natural se encarna en unas concepciones fantasiosas y erróneas de superioridad y de desconexión jerárquica y dominadora entre la sociedad y mente humana y la naturaleza y el resto de seres vivos. Estos delirios culturales hoy se expresan en las miopes ilusiones tecno-optimistas y en los cantos de sirena productivistas del crecimiento de la economía material y la adicción por la abundancia ilimitada como camino para la obtención de riqueza y bienestar en un planeta percibido como no finito.
Pero en el mundo materialmente finito que habitamos, cuya ontología básica consta de sistemas complejos autoorganizadores múltiples e interdependientes, las curvas de crecimiento exponencial no duran mucho, se achatan formando una curva sigmoidea, o se vuelven oscilantes con algunas pequeñas recuperaciones, o caen en picado y se derrumban. Sin embargo, la arrogante cultura moderna en la que estamos sigue empeñada en que la descontrolada curva exponencial del "progreso" y el "desarrollo" siga hacia arriba como si nada y salte mágicamente por encima de cualquier obstáculo. Pero nada puede crecer ilimitadamente en un sistema cerrado en materiales como es la Tierra. Sus portavoces sueñan con una imposible existencia fuera del universo físico material terrestre que habitamos, como si acaso no fuéramos primordialmente seres vivos que solo podemos sobrevivir enraizados en los ecosistemas biofísicos de la Madre Tierra, como siempre lo hemos hecho. Los nuevos sacerdotes tecno-científicos y sus idolatrías salvadoras solo pueden traernos la perdición colectiva.
Translimitación
Se constata desde hace cuatro décadas el alcance excesivo de los daños ambientales, lo que constituye una clara señal de insostenibilidad. Ante el rebasamiento de los límites físico-naturales en un planeta finito en materiales, cuya consecuencia es la decadencia progresiva y la crónica escasez de todo tipo de recursos naturales vitales para el abastecimiento y continuidad de las sociedades humanas, Si optamos por evitar el colapso traumático y fraticida al que nos empuja el desarrollo tecno-industrial, nos encontramos ante un urgente dilema civilizatorio que aconseja el abandono consciente y voluntario del moribundo desarrollo para avanzar hacia una sociedad post-carbono.
Pero los estados futuros de un sistema complejo adaptativo, como son las sociedades humanas en interdependencia múltiple con otro sistema complejo adaptativo como es la biosfera, no son predecibles por depender de interacciones no lineales ni finalistas entre los múltiples estados del sistema y las muchas decisiones colectivas adoptadas por los diferentes actores sociales. Constituye una premisa epistemológica básica el reconocimiento de que la dinámica del cambio social es radicalmente indeterminista e incierta, se inserta además en la incertidumbre de la historia humana en interacción con otro sistema complejo, no controlable ni cognoscible: la evolución biológica y procesos autopoiéticos de los sistemas vivientes. Son estrechos y delicados los umbrales naturales críticos dentro de los cuales son viables los procesos biogenerativos del planeta y en los que pueden sobrevivir las sociedades humanas, y muchos de ellos ya han sido ya traspasados a causa de la acción humana, y a menudo lo han hecho de forma irreversible. Es muy probable que las transformaciones ambientales creadas por las sociedades humanas, como por ejemplo es el denominado cambio climático, o como es la acelerada desaparición de ecosistemas y de biodiversidad, hayan alcanzado ya umbrales críticos irreversibles sin vuelta atrás posible, de modo tal que estas transformaciones simplificadoras y contaminantes hagan inevitable el desencadenamiento de alteraciones no lineales impredecibles e incontrolables que amenazan con hacer imposible la vida humana y la vida en general en buena parte del planeta.
En consecuencia, la era del desarrollo y de los combustibles fósiles inevitablemente se acerca a su fin. Esta anunciada estación de llegada nos ha de obligar a reflexionar en el presente sobre las perspectivas de cambio y futuro. También nos empuja a revisar muchas de las desafortunadas creencias, valores y prácticas tecno-optimistas que siguen guiando mayoritariamente los comportamientos individuales, colectivos e institucionales presentes en la política, la economía, la producción y consumo, las tecnologías, la cultura, la enseñanza y las ciencias.
El dualismo antropocéntrico
A consecuencia de nuestra primigenia identidad terrestre y ecológica los seres humanos existimos en dependencia vital de los recursos y servicios del mundo natural frágil y finito. Existen límites físicos y restricciones naturales infranqueables para cualquier sociedad y acción de los humanos que quieran continuar y sobrevivir en el tiempo. Pero contrariamente, la desmesura fáustica de la cultura moderna parte de falsas creencias culturales que entronan los valores de la razón, la libertad, la voluntad y la autonomía del ser humano, a su vez encarnados en una visión que establece una radical separación entre el mundo de los objetos, el mundo de los seres no humanos y de los seres humanos. Pero lo cierto es que no existen nada parecido a estos dualismos separadores en el mundo complejo que habitamos puesto que la realidad de la humanidad siempre ha sido socio-natural o eco-social. Los humanos y sus sociedades siempre han estado supeditados a los límites impuestos por su pertenencia al mundo físico-natural, y su verdadera historia ha sido de mezclas híbridas y de interacciones entre culturas y naturalezas. En realidad nunca hemos sido tal y como los modernos han ideado .
Una de las causas principales de la crisis ecológica terminal que hoy pesa sobre la humanidad es también de índole mental y cultural, generada por la ilusión metafísica que separa radicalmente a los seres humanos de la naturaleza generando la obsoleta ficción antropocéntrica de superioridad jerárquica, poder y control humano. Esta funesta miopía cultural de excepcionalidad y omnipotencia humana prometeica perdura, y se expresa comúnmente mediante la ignorancia y el desprecio de las necesidades ecológicas del planeta y de los límites naturales que se imponen constrictivamente a toda acción humana.
La realidad ecológica a la que pertenecen las sociedades humanas no se acomoda fácilmente a las interpretaciones culturales modernas, ni tampoco a las divisiones y separaciones en las que se ha compartimentado el conocimiento científico, tal y como afirma el sociólogo de la ciencia Bruno Latour. Ni la naturaleza ni ninguna de sus partes constituyentes pueden explicarse adecuadamente en términos de mundos y disciplinas separadas, impermeables e incapaces de comprender que un rasgo fundamental de la ecosfera son los patrones de orden, nos ha recordado Edward Golmisth. Estos solo pueden mantenerse si todos los procesos vitales dentro de ella se sujetan a restricciones y regularidades impuestas por los sistemas más amplios que lo constituyen formando así la jerarquía y la estabilidad dinámica del mundo terrestre, tal y como han señalado reconocidos ambientalistas como James Lovelock con su teoría “Gaia”. Se pueden clasificar como físicas, biológicas o químicas algunas de las preguntas formuladas al mundo viviente de la Tierra, pero no a los fenómenos en sí, puesto que estos integran bajo formas complejas y jerárquicas de relación e intercambio todos los niveles organizativos, generando en su integración emergencias y características nuevas que no están en las partes. Las separadas barreras disciplinares y académicas establecidas entre las ciencias físico-naturales y las ciencias sociales hacen posible considerar de forma aislada y reduccionista los procesos sociales, que en apariencia solo están sometidos a leyes propias y particulares del mundo social, en vez de aquellas que gobiernan todos los procesos que ocurren en el mundo físico-natural.
Hoy en día la mayoría de las percepciones y discursos sociales principales continúan anclados en las supersticiones del dualismo antropocéntrico y en los anacrónicos valores destilados de la modernidad industrial que comenzó hace varios siglos, en los que la naturaleza es ignorada o bien despreciada y ocupando un lugar marginal al supeditarla a las metas humanas. Las creencias mayoritarias siguen exaltando un modelo de sociedad humana que ya no es viable en un planeta limitado, esquilmado en materiales y ecológicamente moribundo, por basarse en los valores materialistas y productivistas del bienestar y del crecimiento ilimitado al tiempo que caen en un vacío de referencias físicas y biológicas. Esta atrevida ignorancia de los límites naturales y de las necesidades biogenerativas del mundo viviente al que pertenecemos, que es fuente primera y condición fundacional que hace posible la existencia humana, ha de ser cuestionada desde el reconocimiento de nuestro inevitable encarnamiento en los procesos naturales y la evolución de la biosfera terrestre. Los procesos del cambio histórico son transformaciones no solo sociales y humanas guiadas por la razón, la voluntad y la libertad, sino que obedecen a constricciones socioecológicas o ecosociales en compleja interdependencia y articulación.
Las mentalidades e imaginarios del dualismo moderno separador entre mente y materia, entre cultura y naturaleza, defensoras como son de la separación, autonomía y superioridad conquistadora de los humanos, siguen caracterizando las prácticas de la economía, la producción, el consumo, las subjetividades, la racionalidades, la ciencia, la enseñanza, la política, el contrato social, los derechos, las aspiraciones de bienestar, riqueza y cambio. La modernidad occidental desde sus inicios ha olvidado la irremediable conexión existente entre tres comunidades que constituyen el mundo y lo colectivo: los objetos, los seres humanos y los seres no humanos, y al percibirlas y conocerlas las simplifica, las separa asimétricamente y las purifica y jerarquiza adjudicándoles distintos campos valorativos e identitarios a cada una. Las diferencia y desconecta mediante el establecimiento de separados regímenes institucionalizados de conocimiento, valor y actividad. Ha separado radicalmente los asuntos de la política y de la sociedad humana de los asuntos de los hechos materiales y biológicos y su estudio científico. Las realidades definidas como pertenecientes a la sociedad humana, a la razón, la libertad, la voluntad, la racionalidad el autogobierno y la acción humana, se tratan como externas y ajenas a las tareas adjudicadas al conocimiento científico que da cuenta de los “hechos objetivos”, de las cosas pertenecientes la naturaleza y al reino de la necesidad, y no al reino de la libertad, las creencias subjetivas y la moral.
Para las prácticas sociales y su conocimiento y estudio científico se desarrollan narraciones y categorías legitimadoras que nos hablan con nociones exclusivamente humanas: un cuerpo político, un Estado, unas leyes, una ciudadanía con formas de representación y delegación en la toma de decisiones, unas cámaras e instituciones para ello, unos sistemas de creencias, valores y normas de convivencia y paz, unas necesidades, unas formas de reparto, una economía, unos derechos, un contrato social, etc. Pero las dimensiones físicas y biofísicas de la convivencia humana se externalizan, apenas tienen espacio dentro de estas orientaciones y categorías de análisis, aunque en la realidad reconstituyen una multitud inmanente presente, posibilitadora y limitante de las prácticas e interacciones humanas que siempre son socio-ambientales.
Al mismo tiempo, los asuntos de la ciencia y de los “hechos objetivos” del mundo físico-natural se tratan mediante métodos científicos de conocimiento considerados como si fueran neutrales e inmaculados en valores sociales, solo se reconocen los valores estrictamente cognitivos y epistemológicos para la experimentación y la construcción de teorías verdaderas explicativas de los hechos. Ocurre como si acaso las prácticas de la ciencia estuvieran fuera de la sociedad humana y de su estructura social particular e histórica. Desde esta fantasía omnipotente y prometeica de una objetividad científica sobre los hechos externos a la humanidad y la conciencia basada en la neutralidad, la separación y en el no estar en ninguna parte, las realidades y fenómenos estudiados por las corrientes principales de la ciencia se idealizan, se simplifican y purifican como si no fueran construcciones humanas y fenómenos sociales generados en ciertas circunstancias y contextos socio-ambientales particulares que inevitablemente los median.
Pero nuestra existencia no es la del abismo separador entre la naturaleza y la sociedad humana, tal y como se ha ideado fantasiosamente por la modernidad occidental. Su potente prejuicio antropocentrismo está anclado en un radical dualismo separador entre la naturaleza y la sociedad humana que empuja hacia actitudes negacionistas. Estas cegueras son incapaces de reconocer nuestra inevitable interdependencia con la biosfera y la continuidad e interconexiones existentes entre las heterogéneas dimensiones socioecológicas del mundo: la social, cultural y política, y la material, física y biológica. Las sociedades humanas y su historia no son independientes ni autónomas, nunca han estado separadas del mundo físico-natural sino que están encarnadas en la evolución biológica y los procesos biocreativos de los sistemas vivientes, son hijas de una inmemorial y singular historia evolutiva de los ecosistemas y la biosfera terrestre. Luego la Tierra es nuestra única y común casa planetaria: oikos. La biosfera terrestre está conformada por el tejido interactivo de ecosistemas, eso que llamamos naturaleza constituye a la vez el contexto, la parte y el final de cualquier interacción humana, individual y colectiva, aunque las mentalidades modernas se empeñen erróneamente en separarnos y en devaluar el resto de seres vivos y ecosistemas considerándolos como si solo fueran simples medios y recursos al servicio exclusivo de los fines e intereses humanos. Lo único cierto es que los seres humanos y sus sociedades pertenecemos y somos parte de los sistemas naturales sistema y nuestro futuro está inevitablemente ligado al suyo. La naturaleza es la fuente primordial de toda riqueza, de los bienes y servicios necesarios para nuestra supervivencia, y siempre ha ocurrido así.
Lo que está dramáticamente en juego es la misma sostenibilidad o continuidad en el tiempo de las sociedades humanas y de la diversidad del mundo viviente que se apaga a marchas forzadas. Pero paradójicamente los sistemas económico-sociales de libre mercado, mixtos o planificados, continúan como si nada pasara bajo el espejismo de los ideales fáusticos del desarrollo y el crecimiento económico ilimitad, ahora bajo nuevos ropajes retóricos, como son las nociones tan exitósas del crecimiento sostenible y el desarrollo sostenible. Nuestras creencias, valores e instituciones principales siguen impulsando un trato despreciativo y devastador hacia la naturaleza que da sostén a la diversidad de formas de vida y a la vida humana, lo que puede estar dañando de manera irreparable las capacidades de la biosfera para mantener la vida humana y el resto de mundo viviente que aún sobrevive.
Se nos impone pues, como requisito para enfrentarnos con cierta eficacia a la crisis ambiental en la que nos encontramos, la aplicación de radicales cambios en nuestros comportamientos y formas de pensar, individuales y colectivas. No solo son necesarios los cambios en las acciones individuales de la población, sino que estos deben ir acompañados de cambios sociales y políticos de amplio calado estructural, cambios en los los derechos y la legislación, en los modelos de producción y en las instituciones principales. Sólo así será posible vislumbrar salidas y poner frenos de emergencia ante el descarrilamiento para al menos detener las acciones irreversibles de aniquilación de los sistemas naturales fundamentales que tienen tras de sí una larga e inmemorial historia de creación hasta alcanzar su actual estado.
Los procesos del cambio histórico son transformaciones no solo sociales y humanas sino socioecológicas o ecosociales, en compleja interdependencia y articulación. A partir de esta meta vinculada al cambio de conciencia y de valores no dualistas, como son los de la suficiencia, la conservación y la reparación ambiental, se hace necesario el reconocimiento de las fuerzas y actores sociales que históricamente están empujando de manera incipiente estos cambios necesarios en medio de correlaciones de fuerzas a menudo muy desventajosas. En los “conflictos socio-ecológicos” confluyen tensamente las fuerzas y actores sociales de la preservación ambiental enfrentadas a las fuerzas sociales del desarrollo productivista.
Sostenibilidad y desigualdades
Además de sus características naturales y ecosistémicas, la crisis ambiental en la que estamos inmersos tiene una dimensión estructural de aguda desigualdad humana: en el reparto y acceso a los recursos naturales y en el reparto desigual de los daños, riesgos y peligros medioambientales. Existe una minoritaria parte de la población humana a escala planetaria que vive en la sobreabundancia, sobre todo los seres humanos del mundo desarrollado y las élites y clases medias de los llamados países en vías de desarrollo, cuyos estilos de vida consumen materias primas a una escala nunca vista, que en la economía y mercados globalizados vienen de cualquier parte del planeta, generando a la vez una gran cantidad de residuos tóxicos que dañan los frágiles ciclos geobioquímicos. Estas formas de vida sobreconsumidoras se sustentan en el empobrecimiento de la parte mayoritaria de la población humana del planeta, que difícilmente tienen acceso suficiente a los bienes y servicios ambientales que son necesarios para satisfacer las necesidades más básicas y generan una huella de destrucción ecológica muy pequeña. Si se llegara a optar por el cambio de actual modelo civilizatorio para poder hacer las paces con el planeta será necesario aliviar el sobreconsumo despilfarrador de los recursos materiales limitados y cada vez más escasos del planeta y las formas mundiales de distribución desigual en las que se asienta. Las metas de la equidad social están inevitablemente relacionadas con las metas de la sostenibilidad y con el deseable ajuste de nuestras formas de vida a los límites biofísicos y la fragilidad intrínseca de la biosfera.
Las problemáticas fundamentales planteadas por las exigencias de la sostenibilidad ecológica y social han de ser abordadas desde una teoría social ecológicamente fundada, como puede ser la desarrollada desde los enfoques multidisciplinares de las ciencias ambientales. Desde el paradigma ecológico también se revisan y cuestionan también los valores de carácter ético y moral solo circunscritos a los ideales humanos, abstractos y universalistas, también presentes en los derechos y legislación centrada exclusivamente en los seres humanos del presente, concebidos como los únicos sujetos de derecho. Se amplía con ello el campo de la moral al incorporar nuevos sujetos de protección y cuidado, revisándose los principios antropocéntricos de la justicia, la solidaridad y el reparto justo de recursos al incorporar nuevas pautas y orientaciones de valor desde la perspectiva de una solidaridad y justicia intra-especies, inter-especies e inter-generacional.
Entre los animales humanos el uso de recursos ambientales per cápita tiene muchas variaciones y genera desigualdades según clases, razas, etnia, sexo, edad, países, … Por ello, la sostenibilidad ecológica no se limita solamente a dar respuestas ambientales que reduzcan la amplitud de la huella ambiental destructiva de los seres humanos, también ha de acompañarse de cambios en favor de la sostenibilidad social, afrontando la grandes desigualdades existentes en el consumo de recursos ambientales y en la distribución de los daños, riesgos y peligros ambientales.
La gran variabilidad y desigualdad humana en el consumo de energía y materiales hace imposible el reducir la sostenibilidad a las exigencias de conservación y regeneración solo basadas en las dinámicas de la ecología general de los sistemas naturales. Por tanto, también se hacen necesarios y urgentes los análisis y cambios que afectan a las sociedades humanas y sus instituciones, que son analizados como objeto de estudio por las ciencias sociales ecológicamente fundadas. Ante la realidad del sistema sociedad humana-naturaleza, además del mundo natural también han tenerse en cuenta otras realidades humanas interactuantes, como son: la organización social y la estructura de desigualdades, los modelos de producción y consumo, los sistemas de conocimiento, creencias y valores culturales, las exigencias políticas y éticas de la justicia social, entre otras dimensiones.
Es decir, la sostenibilidad ecológica y sostenibilidad social han de ir de la mano, lo que además de exigir cambios radicales en nuestras pautas de producción, sobre-consumo y desigual distribución de los recursos, obliga a enfoques de conocimiento y ciencia menos reduccionistas y parceladores, y capaces de integrar las aportaciones de las ciencias físico-naturales, las ciencias sociales, la ética y la política. Esto ha de implicar objetos de conocimiento socio-ambientales, que abarcan todas las áreas de la acción social, individuales y colectivas, que incluyen fenómenos como el control de demográfico, la política, las leyes, la producción, el consumo, la agricultura, la industria, el sistema educativo, la ciencias, las tecnologías.
En relación a las relaciones inter-especies, la particular cultura moderna en contraste con otras culturas de sociedades vernáculas, declara superior y dominadora la especie humana y otorgándole el derecho apropiarse de una parte creciente de la riqueza y nichos ecológicos del planeta que son considerados como simples recursos al servicio exclusivo de intereses y fines humanos. Este prejuicio cultural especista y antropocéntrico, no solo ignora el gran valor instrumental del resto de especies y seres vivos para satisfacer las necesidades humanas más básicas sino que también desprecia su valor intrínseco y sus necesidades propias. Un posible reconocimiento de los derechos y las leyes en favor de la existencia, la protección y el cuidado de los animales y ecosistemas, exigiría garantizar las condiciones ecosistémicas y el bienestar y dignidad de muchos animales no humanos dotados de necesidades de buena vida y florecimiento dentro de las limitaciones establecidas por la propia especie de pertenencia.
También el futuro y las oportunidades de vida que este ofrecerá sufre las consecuencias de nuestras acciones en el presente. El futuro se valora y se altera reduciendo oportunidades, conscientemente o no, a efecto de nuestras acciones en el presente siempre que consumimos recursos ambientales no renovables o cuando producimos alteraciones irreversibles y contaminaciones tóxicas. La perspectiva inter-generacional de nuestras relaciones e intercambios con el futuro está atrapada en el conflicto entre los estímulos y la inmediatez que a menudo guían las acciones humanas, y el interés general a largo plazo. La integridad y el valor de todas las especies y ecosistemas en el futuro, incluida la especie humana, se juzga implícitamente en las prácticas del presente y desde la perspectiva de los miembros actuales de una única especie como es la nuestra: el homo sapiens-demens, tal y como la ha llamado Edgar Morin. Aunque la determinación de criterios para la distribución intergeneracional es una de las grandes problemáticas en el pensamiento social en el actual contexto de crisis ecológica global, esta valoración del futuro anclada en el presente es fundamentalmente ético-política y no puede realizarse exclusivamente mediante simples cálculos técnicos o mediante las dinámicas economicistas del mercado económico.
Decrecimiento
A partir de los datos empíricos aportados desde muy diversas orientaciones teóricas se llega al mismo mensaje: la civilización industrial ha entrado en una fase de translimitación o sobrepasamiento de los límites biofísicos tolerables por los sistemas naturales y sus necesidades biogenerativas. Se ha superado la capacidad de carga humana del planeta, el gran impacto humano de los dos últimos siglos de desarrollo industrial y sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX ha entrado en la peligrosa fase de sobrepasamiento.
La manera de aproximarse a la idea de decrecimiento establece claras diferencias en función de la evaluación que se haga sobre la insostenibilidad de la actual presión antrópica transformadora de los ecosistemas y metabolismos biológicos, y sobre las consecuencias del aumento poblcional y la creciente actividad económica material.
Pueden distinguirse tres enfoques en las reflexiones teóricas sobre el decrecimiento:
I. Si se entiende que la expansión demográfica y económica son aún físicamente posibles con la ayuda de "soluciones técnicas", para conseguir el aumento del bienestar y la realización de la “buena vida” entonces el decrecimiento puede ser percibido como una opción moral y política bajo un principio orientativo de suficiencia: “vivir mejor con menos”.
II. Si se entiende que la expansión demográfica y económica no ha conducido aún a la translimitación, aunque se aproxima muy peligrosamente a ella, entonces el decrecimiento puede verse como una simple opción de concienciación y cambio de mentalidades, de aprendizaje preventivo, una medida de precaución.
III.
Las mejores informaciones científicas disponibles sobre la relación entre la escala física de la economía y sociedad humana y los metabolismos biogenerativos de recuperación del planeta, sobre la disipación de recursos ambientales insustituibles y el estado transformado y degradado de los ecosistemas, y sobre la capacidad de adaptación y de flexibilidad natural para recuperarse de los daños, indican que se ha entrado ya en un peligroso estado de translimitación, que es en sí insostenible y transitorio, y cuyas terribles consecuencias de imperativa contracción no son ya evitables, se llega demasiado tarde.
Si se entiende que la expansión demográfica y económica ya ha rebasado los límites ambientales y se ha llegado a la insostenibilidad y translimitación, entonces el decrecimiento no es una opción en función de preferencias morales o políticas, sino que sencillamente es una perspectiva inevitable.
De esta situación en la que estamos se desprende que es urgente y necesaria la búsqueda de respuestas sociales y políticas fuera del dogma del crecimiento y del moribundo desarrollo para avanzar hacia una sociedad post-carbono. Los estados futuros de un sistema complejo, como es el sistema sociedad-naturaleza, nuestro habitat socioambiental, no son lineales ni predecibles con antelación por depender de las interacciones entre los múltiples estados del sistema natural y de las decisiones colectivas adoptadas por los actores sociales. Estas dinámicas ecológico-sociales son radicalmente indeterministas y se insertan en la incertidumbre de la historia. No hay leyes históricas universales en materia de cambio, de evolución natural y social, y de futuro.
Muchos de los umbrales naturales dentro de los que son viables los procesos biogenerativos del planeta han sido ya traspasados, a menudo de forma irreversible, a causa de las acciones humanas. La era del desarrollo se acaba sí o sí, según anuncian las mejores informaciones sobre los intensivos daños ecológicos generados. Se trata de un imperativo inevitable, ya no es una opción. Este anunciado final del desarrollo y sus dinámicas cancerosas del crecimiento nos ha de obligar a reflexionar sobre nuestras actuales circunstancias y sobre las perspectivas más deseables de cambio y futuro. Nos ha de empujar a revisar muchas de las creencias, valores y prácticas tecno-optimistas que guían nuestros comportamientos individuales, colectivos e institucionales, como son los presentes en la economía, la producción y consumo, el empleo, las tecnologías, la sanidad, la ciencia y la enseñanza.
Enfoques sobre la sostenibilidad y escenarios de futuro
A inicios del siglo XXI voces muy dispares emiten el mismo diagnóstico: la civilización industrial ha entrado en una fase de translimitación, en la que los límites naturales al crecimiento ya han sido traspasados. Es decir, la población y la economía humanas realmente han rebasado los límites naturales del planeta. Si la era del desarrollo está acercándose a su fin, entonces nos resultan inservibles muchas teorizaciones sobre el cambio social y las sociedades contemporáneas por estar bajo los supuestos de la indefinida continuación del desarrollo. También son inapropiadas las teorías que hablan de la compatibilidad entre protección ambiental y desarrollo, como son las que predican un desarrollo sostenible.
Las reflexiones que perciben el mundo social bajo la perspectiva de la translimitación, o al menos, que no son incompatibles con ella, se pueden sintetizar en cuatro enfoques: la gobernanza de la complejidad; el postdesarrollo y el desarrollo local alternativo; los escenarios de un decrecimiento y cuesta abajo prósperos; y los del decrecimiento como un colapso catastrófico. Estos cuatro enfoques son compatibles con los datos disponibles hoy acerca de los límites impuestos por la naturaleza al cambio social en las sociedades modernas. Son formas aún abiertas de pensar el dilema en el que estamos. Muchas de estas teorizaciones del cambio social y el futuro pueden ser descritas como utópicas y otras como apocalípticas. Muchas de las nuevas visiones utópicas del cambio social discuten el descenso posterior a la era del desarrollo, la fase de cuesta abajo o decrecimiento de la sociedad industrial que se avecina.
Aunque algunos enfoques actuales no siempre explícitan la realidad de la translimitación, son compatibles con las consecuencias de decrecimiento que de ella se derivan.
1. Las propuestas de gobernanza de la complejidad.
La idea de “gobernanza” refiere al conjunto de acciones de gobiernos, instituciones, organizaciones y redes sociales, que permiten mantener la estabilidad estructural sin desencadenar un comportamiento caótico. Ven posible el control consciente de sistemas complejos adaptativos (sistemas caracterizados, entre otras cosas, por la impredictibilidad de sus estados futuros), como son las sociedades humanas. En relación con la sostenibilidad, la idea de gobernanza puede aplicarse a la relación entre sistemas sociales y su medio natural, es decir, un sistema socio-ecológico formado por la sociedad humana y el medio ambiente. Aquí la intervención consciente habría de integrar objetivos distintivos y a menudo contradictorios: ambientales y sociales, que no son comparables por no existir una unidad de medida común a todos ellos. Esto ha de exigir ciertos equilibrios entre preferencias opuestas y entre múltiples objetivos planteados a diversas escalas (local, regional, estatal, mundial).
Pero resulta problemático considerar que desde la óptica de la complejidad la clave de la sostenibilidad esté en mantener el sistema sociedad-naturaleza bajo control, cuando lo central es como mantener su flexibilidad, su relativa capacidad de elección y de marcha atrás. Es decir, se trata de cómo evitar una aceleración e interconexión excesivas a fin de dejar márgenes a contratiempos mediante adaptaciones sucesivas en un proceso de ensayo y error. En consecuencia, el desarrollo no ha de ser un objetivo predeterminado (como el “ponerse a la altura de las sociedades avanzadas”), sino un proceso en el cual la acción consciente se orienta hacia estados deseables de la sociedad, la naturaleza, la producción o las instituciones. La idea de sostenibilidad remite entonces a criterios de flexibilidad adaptativa y no de control, aludidos con frecuencia mediante analogías ecológicas (resiliencia, coevolución) o mediante analogías tecnológicas (robustez).
2. Las ópticas del post-desarrollo y muchas teorías sobre desarrollo local alternativo
Estos enfoques parten de realidades sociales que han sido excluidas por el proceso del desarrollo, aunque ambas perspectivas pueden aplicarse a contextos de crecimiento y a contextos de decrecimiento.
Acceder al proceso del desarrollo es ocupar un nicho de competitividad en los mercados globales. Quienes no lo consiguen pueden estar conectados al desarrollo en segunda fila, a costa de la miseria y eliminación, como aspiración, y pueden convertirse en objetos de la “cooperación para el desarrollo”, o de la “ayuda humanitaria”. La exclusión aparece con escalas e intensidades diferentes en las diferentes sociedades, pero tiene lugar en todas partes. En consecuencia el mundo está lleno de víctimas del desarrollo que tratan de escapar y afirman sus propios proyectos independientes de mejora de la vida. Muchos de esos experimentos sociales tienen un cierto éxito y a menudo se se expresan en términos de conflicto social y resistencias.
Aunque algunas versiones de estos enfoques incluyen en alguna medida la jerga sobre “desarrollo sostenible”, la mayoría de ellos se están construyendo desde otros marcos de referencia en los que la varible medioambiental condiciona y restringe los caminos. En los debates planteados se dan ciertas características en común:
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- El énfasis puesto en la escala local-regional, tanto para expresar las resistencias sociales al desarrollo-globalización como para concretar las alternativas.
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- Reivindican la autonomía frente al mercado y al Estado, tanto si se funda en la asociación como si lo hace en la comunidad.
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- Insistencia en la diversidad cultural (como origen de un conocimiento anclado en la experiencia y “adaptado al caso concreto”), como base para rechazar cualquier modelo que se pretenda universalmente aplicable y como fuente que ofrece una pluralidad de espacios para una multitud de iniciativas y experimentos.
3. El descenso suave, voluntario y próspero
Algunas teorizaciones afirman explícitamente que la civilización industrial está entrando, o está muy próxima, en una fase de decrecimiento de su escala física, tanto demográfica como económica. Los análisis empíricos del estado actual de la relación entre población, recursos y medio ambiente llevan a concluir que el descenso es inevitable (o ya ha comenzado). Entonces, la cuestión pendiente es cómo están siendo y se van a configurar en ese contexto el cambio y la organización social.
El debate está en los efectos sociales de este “cuesta abajo”. La más importante división separa a quienes conectan el decrecimiento con la continuidad del bienestar (“cuesta abajo próspero” a de quienes lo asocian a un colapso completo y catastrófico de la civilización (el die-off, el rápido retorno a la garganta de Olduvai, al origen prehistórico de la especie humana).
El “optimismo” del decrecimiento suave ve el presente como un cruce de caminos, como una bifurcació, como una una oportunidad para el decrecimiento consciente, voluntario y relativamente próspero en el que todavía sea posible elegir, tal y como se afirma en el libro “Colapso”, en el que Jared Diamond estudia el colapso de diversas sociedades del pasado en lo que tienen de lección para el presente. Sus defensores afirman que en el próximo medio siglo habrá sólo los recursos energéticos suficientes para permitir, bien una contienda horrible e inútil por los restos del botín, bien un heroico esfuerzo cooperativo encaminado a una conservación radical y a la transición hacia un régimen energético post-combustibles-fósiles. De una manera u otra, el siglo XXI verá el final de la geopolítica global. El resultado último podrá ser un mundo de comunidades modestas, organizadas según bio-regiones, que vivirán de la energía solar recibida. Las rivalidades locales continuarán, como siempre ha ocurrido en la historia humana, pero la hubris de los estrategas geopolíticos no amenazará a miles de millones con la extinción. Eso si todo va bien y todo el mundo actúa racionalmente.
Desde estas perspectivas el comportamiento natural de los sistemas ecológicos sugiere que si la sociedad industrial ha alcanzado su clímax, en consecuencia, el descenso es inminente e ineludible. Mantener más tiempo las políticas propias de la fase de crecimiento descenso ordenado por el colapso. Se hace necesaria la aplicación de principios más adecuados a una situación de recursos limitados: escala reducida, eficiencia y cooperación, que puede hacer que el descenso sea benigno y compatible con el mantenimiento de un nivel suficiente de bienestar. que estaban adaptadas a la fase ascendente pero no lo están para la fase de climax, produce el deterioro de las condiciones de vida y, finalmente, reemplaza el posible
4. El descenso catastrófico hacia el matadero
Se trata de un decrecimiento forzoso fruto de un colapso catastrófico más o menos conflictivo con drástica reducción y escasez de recursos vitales y población humana.
Esta fracción “pesimista” del debate sobre el decrecimiento invoca el determinismo físico entrópico o genético para anunciar que el inevitable colapso comportará inevitablemente la descomposición de la vida civilizada.
Se destaca que la irrevocable degradación entrópica, que es uno de los resultados de toda actividad productiva, implica que el concepto de sostenibilidad sólo es consistente teóricamente si significa una continua reducción del requerimiento energético total de la especie humana. La voluntad de maximizar el tiempo y la durabilidad de las sociedades humanas, eso a lo que alude la idea de sostenibilidad, ha de implicar entonces menos población, tanto de cuerpos humanos como de artefactos. La máxima sostenibilidad exige por tanto una población tan reducida y tan tecnológicamente modesta como sea posible.
Pero frente a esta racionalidad adaptativa en favor de la sostenibilidad, ocurre contrariamente que la aceptación consciente de las condiciones de sostenibilidad es bloqueada por una predisposición genética a inhibir el conocimiento respecto a los problemas y a autoengañarnos con falsas esperanzas e ilusiones sobre el poder de nuestras acciones. Se trata de una aptitud de negación cognitiva con fuerte anclaje biológico por haber sido seleccionada en fases tempranas de la evolución humana a fin de favorecer la supervivencia (lo que constituye un sólido pre-programa determinista que dirige nuestro comportamiento). Como les ocurre a todas las especies animales, una abundancia transitoria de recursos ambientales lleva a los seres humanos a sobreconsumirlos y a la superpoblación, sobrepasando la capacidad de carga humana de los ecosistemas y, así, les empuja a desembocar en un penoso colapso dominado por la desorganización social y la guerra fraticida por los recursos escasos.
Pero ante estos planteamientos deterministas resulta discutible que la inevitable e irrevocable degradación entrópica necesariamente pase por el criterio práctico de maximizar la disminución de la población humana y la economía, sino más bien puede significar la adopción de criterios de parsimonia y prudencia, de evitar el consumo extravagante y optar por la suficiencia, como señala Georgescu-Roegen (1971). El fundamento de estos principios prácticos de lentitud y precaución, relativamente más moderados que los de reducción máxima de la degradación entrópica, está en que realidad la reducción entrópica extrema no es una meta deseable para los humanos. Y además, esta “no puede darse”, porque toda actividad comporta necesariamente aumento de la entropía y su reducción máxima inviabilizaría en último término cualquier posibilidad de existencia.
Es resumen, como comentario crítico hacia estos planteamientos del decrecimiento apocalíptico bajo los dictados del determinismo físico y biológico: ni la escala física máxima ni la escala física mínima, mejor la escala intermedia. Una población demasiado pequeña con una tecnología demasiado primitiva es también muy vulnerable a las perturbaciones medioambientales y, por tanto, es inherentemente poco sostenible y perdurable en el tiempo. Luego las exigencias de la sostenibilidad social y ambiental se asocian más bien a una escala intermedia, a valores ni muy altos ni muy bajos en las principales variables, para que la flexibilidad y la capacidad de adaptación a constextos ambientales cambiantes y no controlables resulten optimizadas.
También resultan problemáticas las implicaciones en el terreno sociológico y comportamental que desde estos enfoques se extraen de las pautas de la evolución biológica. Hay fundadas razones para considerar que el predominio de la cultura y la acción guiada por motivos y significados en la vida social es un auténtico fenómeno emergente en términos evolutivos, y no solo es un terreno seleccionado inmemorialmente por su valor darwiniano de supervivencia sometido al dictamen de programas genéticos que bloquean con autoengaños la percepción de las realidades y problemas. Todo en la naturaleza humana es una mezcla inseparable de genes y culturas, cualquier criterio reduccionista de un lado u otro resulta parcial e insuficiente.
En resumen, la combinación de escala intermedia y emergencia de la cultura implica una cierta posibilidad de elegir y la existencia algún margen para organizar una cuesta abajo controlada, incluso si, hay muchas dudas respecto a las posibilidades prácticas de que esa salida suave finalmente sea la que se produzca.
*Estas reflexiones y propuestas que analizan el mundo social bajo la perspectiva de la sostenibilidad y los posibles escenarios de futuro, y resumidas en estos cuatro enfoques comentados (http://www.apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/egarcia.pdf ). , pueden verse en E. García: "El cambio social más allá de los límites al crecimiento: un nuevo referente para el realismo en la sociología ecológica". Aposta- Revista de Ciencias Sociales, rev. digital, 2006,
MARA CABREJAS
Materiales docentes
mara.cabrejas@uv.es
Departamento de Sociología y Antropología Social
Universitat de València